10

John Matthew se despertó con una mano sobre el miembro. O, mejor dicho, se medio despertó de esa manera.

Sin embargo, al contrario que él, aquello sobre lo que tenía apoyada la mano estaba completamente despierto.

En medio de la confusión, cruzaban por su mente imágenes de Xhex y él… Se veía con ella en la cama de aquel apartamento ubicado en un sótano. Estaban completamente desnudos. La hembra estaba montada sobre él, y él le acariciaba los senos. El cuerpo de Xhex era sólido, la vagina estaba caliente y húmeda. La sentía así en su pene. John notaba cómo aquel poderoso cuerpo se arqueaba una y otra vez, refregándose eróticamente contra aquella despierta parte de su cuerpo que se moría por penetrarla.

John necesitaba estar dentro de ella. Necesitaba dejar una parte de él en aquel maravilloso rincón femenino.

Necesitaba marcarla.

El deseo sexual era tan abrumador que no tenía más remedio que actuar… Medio dormido, unas veces se asomaba a la realidad y otras volvía al maravilloso sueño. Se incorporó y se metió uno de los pezones de Xhex en la boca. Mientras lo chupaba y lo mordisqueaba ligeramente, acariciándola con la lengua, John se daba cuenta en el fondo de que eso no estaba sucediendo de verdad. Además, incluso como fantasía, no era correcto. No era justo con ella y, sin embargo, las visiones parecían tan reales y su mano trabajaba sobre el pene con tanta fuerza… que todo resultaba demasiado real como para rechazarlo, para huir de él.

No había marcha atrás.

John se imaginó que la tumbaba de espaldas y se alzaba sobre ella, mientras clavaba los ojos en aquellos ojos grises como el metal. Ella tenía las piernas abiertas, rodeándole las caderas. El brillante sexo de la hembra parecía listo para recibir lo que él quería darle y el aroma de la excitación de Xhex penetraba en su nariz hasta nublarle el entendimiento por completo. Mientras recorría con las palmas de sus manos aquellos senos y aquel abdomen, John se maravillaba al pensar en lo parecidos que eran sus cuerpos. Ella era más pequeña que él, claro, pero sus músculos eran igual de duros y estaban igual de listos para el combate. A John le encantaba sentir la dureza de aquel cuerpo, tan fuerte debajo de una piel suave. Adoraba su vigor. Lo adoraba todo.

La verdad era que la deseaba con locura.

Y de pronto sintió que no podía seguir adelante.

Era como si su fantasía se hubiese quedado atascada, como si la cinta se hubiese enredado, como si el DVD estuviera rayado, el archivo digital dañado. Y lo único que le quedaba era aquella abrumadora atracción y aquella sensación de éxtasis que estaba a punto de enloquecerlo…

Xhex levantó las manos y le agarró el rostro. En cuanto percibió el contacto con esa piel, John sintió que Xhex lo dominaba y tomaba el control de su cabeza, de su cuerpo, de su alma: era su única dueña. Era suyo.

—Ven a mí —dijo ella volviendo la cabeza para ofrecerle la boca.

John sintió que se le humedecían los ojos. Por fin se iban a besar. Por fin iba a suceder aquello que ella le había negado…

Pero cuando él se inclinó a besarla… ella le desvió la boca hacia el pezón.

John se sintió momentáneamente rechazado, pero luego experimentó una extraña sensación de júbilo. Ese gesto era tan propio de ella, que John se imaginó que tal vez no era un sueño. Tal vez eso sí estaba sucediendo de verdad. Así que, dejando a un lado la tristeza, se concentró en lo que ella quería darle.

—Márcame —dijo ella con voz profunda.

John sacó los colmillos y deslizó su punta afilada por la areola, trazando un círculo, acariciándola. Quería preguntarle si estaba segura, pero ella anticipó una silenciosa respuesta con su actitud. Con un movimiento rápido, Xhex se levantó del colchón y apretó la cabeza del amante contra su piel, de tal manera que, cuando la mordió, brotó un hilillo de sangre.

John se echó hacia atrás, temeroso de haberle hecho daño; pero cuando vio que ella se sacudía con evidente excitación, tuvo un orgasmo.

—Tómame —le ordenó ella, al tiempo que el pene de John expulsaba chorros ardientes sobre sus muslos—. Hazlo, John. Ahora.

No tuvo que pedírselo dos veces, pues él estaba tan fascinado con la gota de color rojo intenso que se deslizaba por su pálido seno que, dejándose llevar por su lengua, siguió el hilillo de sangre hasta el pezón y…

Su cuerpo entero se estremeció al sentir el sabor de aquella sangre. Volvió a tener un orgasmo. La marcó con su semilla. La sangre de Xhex era espesa y fuerte. Nada más probarla, John se convirtió en un adicto a tan maravillosa sustancia. Mientras la saboreaba John creyó oír que ella soltaba una carcajada de satisfacción, pero enseguida volvió a sumirse, a perderse en el mar de placer de lo que ella le estaba ofreciendo.

Su lengua recorrió primero la parte mordida y luego el pezón entero. Después sus labios se sellaron alrededor de buena parte del pecho y comenzó a beber sin parar, llevando la sangre de Xhex hasta lo más profundo de sus entrañas. La comunión con ella era exactamente como la había deseado, y ahora que se estaba alimentando de su sangre, el placer lo envolvió como nunca creyó que fuera posible.

Movido por el deseo de darle algo a cambio, John bajó el brazo de manera que su mano rozó la cadera de Xhex y se internó entre los muslos. Siguiendo el camino de los tensos músculos, el excitado macho encontró lo que estaba buscando… Ay, Dios, Xhex estaba húmeda, ardiendo, lista para recibirlo, muriéndose de deseo. Y aunque no sabía nada sobre la anatomía femenina, John dejó que los gemidos y las sacudidas de Xhex le enseñaran adónde debía llevar los dedos y qué debía hacer.

No pasó mucho tiempo antes de que sus dedos estuvieran tan mojados como lo que estaba acariciando. Deslizó un dedo hasta el fondo. Utilizando el pulgar comenzó a dar masaje en la parte superior del sexo de su amada y rápidamente encontró un ritmo similar a aquel con el que sus labios succionaban la sangre en el seno.

John la estaba llevando al límite, arrastrándola hacia el orgasmo. En realidad, le devolvía lo mismo que él estaba obteniendo. Quería estar dentro de ella cuando la amada llegara al clímax. Así alcanzaría la plenitud, la cima.

Experimentaba la urgencia de un macho enamorado. Un simultáneo e interminable orgasmo era lo que necesitaba para sentirse en paz.

Retiró la boca del seno, sacó la mano de donde la tenía y se reacomodó de manera que el miembro quedara sobre las piernas abiertas de Xhex. Mientras clavaba la mirada en aquellos ojos, mientras acariciaba con el pelo la cara de Xhex, comenzó a acercar la boca lentamente para coronar aquel momento incendiario, pero…

—No —dijo ella—. No se trata de eso.

John Matthew se incorporó de pronto. La fantasía del sueño se desvanecía y su pecho parecía comprimido por gélidos y dolorosos barrotes.

Irritado, vio que desaparecía toda su excitación, que ya no tenía duro el pene, que se había encogido por completo.

No se trata de eso.

El sueño había sido un sueño, pero las palabras no las había soñado, ésas eran las palabras que ella le había dicho realmente… y precisamente en medio de un encuentro sexual como el del sueño.

Bajó la mirada hacia su cuerpo desnudo. Allí estaba la semilla que había creído expulsar dentro del cuerpo de Xhex. John vio el semen regado por su abdomen y por las sábanas.

Y se sintió solo.

Miró el reloj. No había oído la alarma. O tal vez ni siquiera se había molestado en ponerla antes de dormirse.

En la ducha, John se lavó rápidamente, empezando por el pene. Detestaba lo que había hecho en medio de su ensoñación. Se sentía totalmente sucio por masturbarse en aquella situación. De ahora en adelante dormiría con los vaqueros puestos si era necesario.

Aunque, conociendo a su mano, tan independiente ella, sabía que probablemente terminara metiéndose por la bragueta de todas maneras.

Si no había otro remedio, se tendría que encadenar las muñecas a la cabecera de la cama.

Después de afeitarse, ocupación que, como la de lavarse los dientes, era un automatismo más que una muestra preocupación por su apariencia, John apoyó las palmas de las manos contra la pared de mármol y dejó que el agua le cayera encima.

Los restrictores eran impotentes. Los restrictores eran… impotentes.

Sintió el chorro caliente sobre la espalda y la cabeza.

El sexo despertaba en él sus peores recuerdos. La imagen de una sórdida escalera apareció en su mente como una mancha. Abrió los ojos y se obligó a volver al presente. Aunque eso no implicaba, en realidad, ninguna mejoría.

Había recreado miles de veces lo ocurrido durante la salvación de Xhex, lo que hubo que hacer para que no la maltrataran de esa manera.

Ay… Dios…

Los restrictores eran impotentes. Siempre lo habían sido.

Pensativo, casi como un zombi, salió de la ducha, se secó y se dirigió a la habitación para vestirse. Cuando se estaba poniendo los pantalones de cuero, su teléfono sonó y él se inclinó para sacarlo de la chaqueta.

Era un mensaje de Trez.

Lo único que decía era: 189 st. Francis av 10 esta noche.

Cerró el teléfono. El corazón le comenzó a palpitar con brutal intensidad. Buscaba cualquier esperanza, la más mínima fisura… sólo estaba esperando encontrar un pequeño resquicio en el mundo de Lash, algo a través de lo cual se pudiera deslizar para destruir todo su maldito universo.

Xhex bien podía estar muerta y por tanto era posible que hubiera de vivir sin ella; pero eso no significaba que no pudiera vengarla.

En el baño, John se puso los correajes con las cartucheras y las vainas, se colgó las armas y, tras agarrar la chaqueta, salió al pasillo. Se detuvo un momento, al pensar en toda la gente que se debía de estar reuniendo abajo… y en la hora que era. Las persianas todavía estaban cerradas.

Así que en lugar de doblar a la izquierda, hacia la gran escalera y el vestíbulo, dobló a la derecha… y caminó en completo silencio a pesar de las pesadas botas que llevaba puestas.

‡ ‡ ‡

Blaylock salió de su habitación un poco antes de las seis, porque quería ver si John estaba bien. Por lo general siempre llamaba a su puerta a la hora de comer, pero hoy no había ocurrido eso, lo cual significaba que estaba muerto o completamente ebrio.

Al llegar a la puerta de su amigo, se detuvo y se inclinó. Al otro lado no se oía nada.

Llamó, sin obtener ninguna respuesta; soltó una maldición, abrió y entró. Joder, parecía que la habitación hubiese sido saqueada por un ejército, había ropa por todas partes y la cama parecía un auténtico vertedero.

—¿Está ahí? —dijo una voz tras él.

Al oír la voz de Qhuinn, Blay se quedó rígido y tuvo que contenerse para no dar media vuelta. No había razón para hacerlo. Ya sabía que Qhuinn debía de llevar una camiseta Sid Vicious o Slipknot metida en unos pantalones de cuero negros. Y que su cara estaría perfectamente afeitada, y por tanto con la piel muy suave. Y también sabía, sin necesidad de mirar, que su pelo negro estaría ligeramente mojado después de la ducha.

Blay entró en la habitación de John y se dirigió al baño. Sus actos, se dijo, serían suficiente respuesta.

—¿John? ¿Dónde estás, John?

En el baño recibió la bofetada del mucho vapor allí condensado, y percibió el aroma del jabón que John usaba siempre. También había una toalla húmeda sobre la encimera. No hacía mucho, por tanto, que se había marchado.

Al dar media vuelta para salir, se estrelló contra el pecho de Qhuinn.

Fue como si le hubiese atropellado un coche. Su amigo alargó los brazos para evitar que se cayera.

Esquivó la ayuda.

No, no. Nada de contacto. Blay retrocedió rápidamente y desvió la mirada hacia la habitación.

—Lo siento, no miraba por dónde iba. —Hubo una tensa pausa—. No está aquí.

Qhuinn se inclinó hacia un lado e interpuso su cara, su hermosa cara, en la línea de visión de Blay. Cuando se enderezó, los ojos de Blay lo siguieron porque no tenían otra opción.

—Ya nunca me miras a los ojos.

No, no lo hacía.

—Sí, claro que te miro.

Desesperado por huir de aquella mirada verde y azul, Blay puso un poco de distancia y se agachó para recoger la toalla. Luego la estrujó y la echó por la trampilla para la ropa sucia.

Por increíble que parezca, aquel gesto le ayudó. Se sintió mejor al imaginar que era su propia cabeza la que caía por el hueco.

Ya más tranquilo, se dio la vuelta. Incluso le sostuvo la mirada a Qhuinn.

—Voy a bajar a comer.

Empezaba a sentirse bastante orgulloso de sí mismo, cuando la mano de Qhuinn lo agarró del antebrazo y lo detuvo en seco.

—Tenemos un problema. Tú y yo.

—¿De veras? —Era una pregunta meramente retórica, porque se trataba de una conversación que no tenía ningún interés en sostener.

—¿Qué diablos te pasa a ti?

Blay parpadeó. ¿Qué diablos le pasaba a él? Él no era el que andaba follando con todo lo que tenía agujeros.

No, él sólo era el patético idiota que suspiraba por su mejor amigo. Lo cual lo situaba en un terreno muy alejado de Qhuinn. Sintió que estaba a punto de echarse a llorar e hizo un supremo esfuerzo para dominarse.

Lo logró, pero se sintió vacío.

—Nada. No me pasa nada.

—Mentira.

Aquello no era justo. Ya habían hablado de eso. Qhuinn era un degenerado pero no un desmemoriado, tenía que acordarse por fuerza.

—Qhuinn… —Blay se pasó una mano por el pelo, incapaz de completar la frase sólo iniciada.

Como si estuviera esperando el instante preciso, la maldita voz de Bonnie Raitt resonó en ese momento en su cabeza cantando… No puedo hacer que me ames si tú no… no puedes hacer que tu corazón sienta algo que no…

El enamorado que hacía un momento iba a llorar, ahora no pudo contener una carcajada.

—¿Qué es tan gracioso?

—¿Es posible que te castren sin que te des cuenta?

Ahora fue Qhuinn quien se sorprendió.

—No, a menos que estés totalmente borracho.

—Bueno, pues yo estoy sobrio. Completamente sobrio. Como siempre. —Pensándolo bien, tal vez sería bueno seguir el ejemplo de John y comenzar a emborracharse—. Aunque creo que voy a tener que cambiar eso. Si me disculpas…

—Blay…

—No. Tú no tienes por qué hablarme en ese tono. —Blay le hizo un corte de mangas a su amigo—. Tú ocúpate de lo tuyo. Es lo que haces mejor. Y a mí déjame en paz.

Blay salió de la habitación de nuevo totalmente irritado y confundido. Por fortuna, sus pies sí sabían lo que hacían.

Al atravesar el corredor de las estatuas, hacia la gran escalera, Blay pasó frente a todas las obras maestras del arte grecorromano y deslizó sus ojos por aquellos cuerpos masculinos. Naturalmente, se imaginó la cara de Qhuinn en cada una de ellas…

—No tienes por qué ponerte así. —Qhuinn lo seguía de cerca y le hablaba en voz baja.

Blay llegó a la parte superior de las escaleras y miró hacia abajo. El deslumbrante vestíbulo parecía esperarlo, con toda su luz y todo su esplendor. Se dijo, de manera absurda, que era el lugar perfecto para una ceremonia de apareamiento…

—Blay. Vamos, cálmate. Nada ha cambiado.

Se dio la vuelta para mirar a su promiscuo amado. Qhuinn tenía el ceño fruncido y lo miraba con ferocidad. Estaba muy claro que quería seguir hablando, pero Blay ya había terminado.

Así que comenzó a bajar los escalones rápidamente.

Desde luego, no se sorprendió cuando sintió que Qhuinn lo seguía y pretendía prolongar la conversación.

—¿Qué diablos se supone que significa eso?

Lo último que haría en su vida sería mantener esa conversación delante de toda la gente que estaba en el comedor. Qhuinn, el exhibicionista, no tenía ningún problema en hacer todo tipo de cosas ante la gente, pero a Blay tener público no le ayudaba lo más mínimo.

Así que retrocedió dos pasos hasta quedar cara a cara con su amigo.

—¿Cómo se llamaba?

Qhuinn se sorprendió.

—¿De qué hablas?

—¿Cuál era el nombre de la recepcionista?

—¿Qué recepcionista?

—La de anoche. La del salón de tatuajes.

Qhuinn entornó los ojos.

—Joder, vamos…

—Su nombre.

—Dios, no tengo la menor idea. —Qhuinn levantó las palmas de las manos como diciendo que aquello era una bobada—. ¿Qué importancia tiene eso?

Blay abrió la boca dispuesto a decir, o mejor dicho gritar, que lo que no había significado nada para Qhuinn había sido un infierno para él, pero en el último instante guardó silencio porque pensó que quedaría como un imbécil posesivo y caprichoso.

Así que en lugar de hablar, se metió la mano en el bolsillo, sacó el tabaco y se llevó un cigarrillo a los labios. Luego lo encendió, mientras contemplaba los ojos de colores distintos.

—Detesto que fumes —susurró Qhuinn.

—Pues supéralo.

Blay dio media vuelta y siguió bajando las escaleras.