9
HOSPITAL ST. FRANCIS
CALDWELL, NUEVA YORK
Los complejos hospitalarios eran como rompecabezas. Solo que sus piezas no encajaban con tanta precisión como en esos juegos de mesa. Pero eso no resultaba tan malo en una noche como aquella, pensó Manny, mientras se preparaba para operar.
En cierto sentido, estaba asombrado de ver lo fácil que había resultado todo hasta ese momento. Los matones que lo habían llevado a él y a su paciente hasta allí habían aparcado en una de las muchas esquinas oscuras de los alrededores del St. Francis. Manny había llamado al jefe de seguridad del hospital, para informarle de que estaba llegando por la parte trasera con un paciente VIP que requería absoluta discreción. La siguiente llamada había sido al control de enfermería y el mensaje había sido el mismo: paciente especial llegando. Preparen la última sala de cirugía del tercer piso y que los técnicos del equipo de resonancia magnética estén preparados para un trabajo rápido. La última llamada había sido para organizar el transporte, y casi al instante aparecieron enfermeros con una camilla.
Quince minutos después de terminar de hacer la resonancia, la paciente ya estaba en el quirófano número siete, y ya la estaban preparando.
—Y entonces, ¿quién es ella?
La que preguntaba era la enfermera jefe. Manny había estado esperando esa pregunta desde que entró. No le pillaba por sorpresa.
—Una campeona olímpica de equitación. Viene de Europa.
—Ah, bueno, eso lo explica todo. Hace un momento estaba murmurando algo, pero ninguna de nosotras pudo entender en qué lengua hablaba. —La mujer estaba revisando el historial, unos papeles que Manny se aseguraría de llevarse después de que todo terminara—. ¿Por qué tanto secreto, si no es más que una deportista?
—Es de la realeza. —¡Si hubiera sabido que en realidad no estaba contando una mentira! Desde luego, durante el viaje hacia el hospital el matasanos había pasado todo el tiempo contemplando sus majestuosos rasgos. Se ve que intuía algo de su verdadera condición.
Idiota. Maldito idiota.
La enfermera jefe echó un vistazo hacia el pasillo y por su cara pasó una sombra de preocupación.
—Entiendo. Eso explica tanta seguridad y tanto sigilo. Por Dios, parece que estuviéramos robando un banco.
Manny dio un paso atrás para echar un vistazo, mientras se limpiaba a conciencia las uñas con un cepillo duro. Los tres tíos que habían venido con él estaban esperando en el pasillo, a unos tres metros de la puerta, y sus cuerpos enormes aparecían llenos de preocupantes protuberancias debajo de la ropa negra.
Armas, sin duda. Tal vez cuchillos. Posiblemente también un lanzallamas o dos, a saber. Incluso, por el tamaño de los bultos, podrían llevar un misil tierra-aire.
Desde luego, al verlos uno ponía en duda la extendida idea de que trabajar para el gobierno no era más que mover papeles de un lado para otro.
La enfermera terminó de mirar el historial y otros papeles.
—¿Dónde está el consentimiento informado? No encuentro nada aquí ni en el sistema informático.
—Yo tengo todo eso. —Manny rezó para que, después de esta mentira, la mujer pasara a otra cosa—. ¿Ya tienes los resultados de la resonancia?
—Están en la pantalla, pero el técnico dice que salió con errores y le gustaría volver a hacerla.
—Déjame mirarla de todas formas.
—¿Estás seguro de que quieres que te ponga como responsable financiero de todo esto? ¿Es que ella no tiene dinero, pese a ser campeona y de la realeza?
—La paciente tiene que permanecer en el anonimato. Después me lo reembolsarán todo.
Al menos, Manny suponía que así sería, que alguien se lo pagaría, el FBI o quien fuere, aunque en realidad no le importaba. Manny se enjuagó las manos y los antebrazos para quitarse los restos de jabón y betadine y luego las sacudió. Con los brazos en alto, empujó la puerta giratoria con la espalda y entró en el quirófano.
Allí esperaban ya dos enfermeras y un anestesiólogo. Las primeras estaban revisando por segunda vez las bandejas de instrumentos perfectamente dispuestas sobre una tela azul de cirugía en un carrito, y el anestesiólogo estaba ajustando el equipo que usaría para mantener sedada a la paciente. El aire era frío, para reducir el riesgo de hemorragia, y olía a desinfectante. Los ordenadores zumbaban ligeramente, haciendo un curioso coro con las luces del techo y la lámpara que estaba sobre la mesa, que también emitían tenues zumbidos.
Manny se encaminó directamente hacia los monitores… y nada más ver la resonancia el corazón le dio un salto mortal, con triple tirabuzón. Lentamente, revisó las imágenes digitales con cuidado hasta que ya no pudo más.
A través de los cristales de las puertas giratorias observó detenidamente la apariencia de los tres hombres que aguardaban a la salida de la sala, con sus caras de expresión dura y los extraordinarios ojos fijos en él.
No eran humanos.
Luego su mirada se posó sobre la paciente.
Tampoco lo era.
Manny volvió a concentrarse en la resonancia. Se acercó más a la pantalla, como si eso fuera a arreglar mágicamente todas las anomalías que estaba viendo.
Joder, y pensar que había creído que el corazón de seis cámaras del cabrón de la perilla era una cosa única.
Notó que las puertas giratorias daban paso a alguien, cerró los párpados y respiró hondo. Luego dio media vuelta y se dispuso a afrontar la presencia del segundo médico, que era quien había entrado en la sala.
Jane estaba totalmente cubierta por el traje de cirugía y lo único que se le veía detrás del gorro y la mascarilla eran sus ojos de color verde. Manny había justificado su presencia diciendo al resto del personal que se trataba de la médica privada de la paciente, lo cual era cierto. Desde luego, había omitido mencionar que la misteriosa doctora conocía a todo el mundo allí tan bien como él. Jane no había abierto la boca.
Al ver que los ojos de Jane se clavaban en él sin que mediara ninguna disculpa, a Manny le dieron ganas de gritar, pero tenía un maldito trabajo que hacer. Así que volvió a concentrarse e hizo un esfuerzo por olvidarse momentáneamente de todo lo que no era de utilidad inmediata. Revisó el daño sufrido en las vértebras para planear la aproximación quirúrgica.
Podía ver el área que se había fusionado a causa de la fractura: la columna vertebral de la paciente era una adorable obra de arte compuesta por núcleos de hueso perfectamente alineados e intercalados en medio de oscuros discos acolchados… excepto las vértebras T6 y T7. Allí estaba la causa de la parálisis.
Manny no podía ver si la médula espinal estaba comprimida o se había seccionado totalmente y no sabría cuál era la verdadera magnitud del daño hasta que no estuviera adentro. Pero no tenía buena pinta. La compresión de la médula era letal para tan delicada conducción de nervios. Si no hilaba muy fino se podía producir un daño irreparable, si es que no se había producido ya.
Lo más preocupante, con todo, era que la lesión parecía antigua. Siendo así, ¿por qué lo buscaron a él con tantas prisas?
Miró a Jane.
—¿Cuántas semanas han pasado desde que se lesionó?
—Fue… hace cuatro horas. —Procuraba hablar en voz tan baja que nadie pudiera oírla.
Manny se sobresaltó.
—¿Qué?
—Cuatro horas.
—¿Entonces había una lesión anterior?
—No.
—Necesito hablar contigo, en privado. —Mientras llevaba a Jane a una esquina de la sala, Manny se dirigió al anestesiólogo—. Espera un segundo, Max.
—Por supuesto, doctor Manello.
Arrinconó a Jane en un extremo de la sala y susurró.
—¿Qué demonios está sucediendo aquí?
—La resonancia habla por sí misma.
—Esa no es la resonancia de un ser humano, ¿verdad?
Jane solo se quedó mirándolo fijamente, sin parpadear ni flaquear.
—¿En qué diablos estás metida, Jane? —Manny parecía cada vez más alterado—. ¿En qué diablos me estás metiendo a mí?
—Escúchame con atención, Manny, y debes creer cada palabra que te diga. Tú vas a salvar la vida de esa mujer y, por extensión, la mía. Ella es la hermana de mi marido y si él… —A Jane se le quebró la voz—. Si ella se muere antes de que él tenga la oportunidad de llegar siquiera a conocerla, eso lo matará. Por favor, deja de hacer preguntas que no puedo responder y haz lo que sabes hacer mejor. Yo sé que esto no es justo y haría cualquier cosa para cambiar la situación. Lo único que no puedo hacer es permitir que ella muera.
Súbitamente, Manny recordó los terribles dolores de cabeza que había tenido a lo largo del último año, cada vez que trataba de pensar en los días anteriores al accidente automovilístico de Jane. Ese mismo dolor punzante había regresado en cuanto volvió a verla… pero después el terrible malestar había desaparecido, dejando al descubierto las capas de recuerdos que él percibía pero que no había podido invocar con claridad.
—Cuando acabe vas a hacer algo para que no recuerde nada. Y ninguno de los demás médicos y enfermeras recordará nada tampoco. ¿Verdad? —Manny sacudió la cabeza, consciente de que en realidad todo aquello era mucho, muchísimo más importante que cualquier asunto secreto del gobierno de Estados Unidos.
¡Otra especie! ¿Una especie que coexistía con los humanos?
Pero Jane no iba a aclararle nada más.
—Maldita seas, Jane. De verdad.
Cuando estaba a punto de dar media vuelta, la mujer lo agarró del brazo.
—Te debo una. Si haces esto por mí, quedo en deuda contigo.
—Perfecto. Entonces el precio es barato: nunca vuelvas a buscarme.
Manny la dejó en el rincón y se encaminó hacia la paciente, a la que habían acostado boca abajo.
Manny se inclinó hacia ella.
—Soy… —Por alguna razón, Manny sintió deseos de usar su nombre de pila con aquella criatura, pero teniendo en cuenta que no estaban solos, mantuvo la conversación en términos profesionales—. Soy el doctor Manello. Vamos a empezar en este momento, ¿estás bien? No vas a sentir nada, te lo prometo.
Después de un momento, ella dijo respondió voz débil.
—Gracias, sanador.
Manny cerró los ojos al escuchar esa voz y el curioso término. Dios, el efecto que tenía sobre él, aunque se tratara solo de tres palabras, era gigantesco. Pero ¿qué era exactamente ese ser hacia el cual se sentía tan atraído? ¿Qué demonios era ella?
Una imagen de los colmillos de su hermano cruzó rápidamente por la mente de Manny y tuvo que bloquearla de inmediato para no descomponerse y echar por tierra la operación. Ya habría tiempo para las historias de terror después de la cirugía.
Mientras lanzaba una maldición entre dientes, le acarició el hombro y le hizo una seña con la cabeza al anestesiólogo.
—Es hora de empezar. Adelante.
La paciente tenía la espalda cubierta de Betadine. Mientras las drogas comenzaban a hacer efecto y la dormían, Manny palpó la columna con los dedos para fijar el camino que debía seguir.
—¿Ninguna alergia?
—Ninguna —respondió Jane.
—¿Algo especial de lo que necesitemos estar al tanto durante la intervención, cuando esté dormida?
—No.
—Perfecto. —Manny estiró el brazo y acercó la lupa quirúrgica para ponerla en posición, aunque todavía no la enfocó directamente sobre ella.
Primero tenía que cortar.
La enfermera miró hacia el equipo de música que estaba a un lado.
—¿Quieres oír algo de música?
—No. En este caso no quiero tener ninguna distracción. —Manny iba a realizar la operación como si su vida dependiera de ello y no solo porque el hermano de la mujer lo hubiese amenazado.
Aunque lo que sentía parecía ilógico, el hecho de que ella se muriera… fuera lo que fuera aquella criatura… sería una tragedia que no podía expresar con palabras.