8
VIEJO CONTINENTE
ÉPOCA ACTUAL
El sueño no era nuevo. Databa de varios siglos atrás. Y sin embargo, sus imágenes parecían tan novedosas y claras como la noche en que todo había cambiado, hacía muchos siglos.
En lo profundo del sueño, Xcor vio frente a él la aparición de una hembra enfurecida, envuelta en un torbellino de bruma, que agitaba sus vestiduras blancas en medio del aire helado. Tras su aparición, Xcor supo de inmediato la razón por la cual aquel ser había salido de la espesura; pero su víctima no tenía conciencia aún de su presencia ni de su propósito.
El padre de Xcor se encontraba muy ocupado dirigiendo a su caballo hacia una mujer humana.
Pero, en ese momento, el Sanguinario vio el fantasma.
Luego la secuencia de acontecimientos era tan rigurosa como las líneas que recorrían la frente de Xcor: él gritaba para alertar a su padre y espoleaba a su caballo, mientras que su progenitor dejaba caer a la hembra humana que había atrapado y se iba a perseguir al espíritu. Xcor nunca llegaba a tiempo. Siempre observaba con horror cómo la hembra saltaba de la tierra y tumbaba a su padre.
Y luego el fuego… el fuego que la hembra lanzaba sobre el cuerpo del Sanguinario era brillante y blanco, e instantáneo, y consumía a su padre en unos minutos, mientras que el olor a carne chamuscada…
Xcor se despertó sobresaltado, con la mano con la que agarraba la daga sobre el pecho y los pulmones expandiéndose y contrayéndose, pero sin recibir aire.
Apoyó las manos sobre el camastro hecho de mantas, se incorporó y se alegró de hallarse a solas en sus aposentos. Nadie tenía por qué verlo así.
Al tratar de regresar a la realidad, su respiración comenzó a rebotar contra las paredes desnudas, multiplicándose en infinidad de ecos que parecían gritos. Rápidamente, Xcor ordenó mentalmente a la vela que tenía en el suelo junto a él que se encendiera. Eso fue de gran ayuda. Luego se levantó para desentumecer el cuerpo, y el proceso de alineación de huesos y músculos también le ayudó lo suyo a estabilizar la mente.
Necesitaba comer. Y necesitaba sangre. Y una pelea.
Cubiertas esas necesidades, volvería a ser plenamente él mismo.
Se vistió con ropa del mejor cuero, se guardó una daga en el cinturón y salió de su habitación hacia el pasillo, por el que se colaban muchas corrientes de aire. A lo lejos, un murmullo de voces roncas y el tintineo de los platos vino a decirle que la Primera Comida ya estaba servida abajo, en el gran salón.
El castillo en el que vivían él y su pandilla de forajidos era aquel que Xcor había encontrado la noche en que su padre fue asesinado, el que tenía vistas sobre el tranquilo caserío medieval que se había convertido primero en una aldea preindustrial y luego había crecido hasta transformarse en los tiempos modernos en una pequeña ciudad de cerca de cincuenta mil habitantes humanos.
Lo cual, teniendo en cuenta la prevalencia del Homo sapiens, no era más que una gota en el océano.
La fortaleza se ajustaba perfectamente a sus necesidades… y por las mismas razones que lo habían atraído hacia ella desde que la vio. La sólidas paredes de piedra y el foso con el puente todavía seguían en pie y aún era útiles, quién iba a decirlo, para mantener alejados a los curiosos. Además, existían cientos de fábulas sangrientas, leyendas siniestras y verdades a medias que arrojaban un velo terrorífico sobre sus tierras, su casa y sus soldados. Muy útiles, todo esos cuentos, para mantener la privacidad, que se decía ahora, en la época moderna. De hecho, durante los últimos cien años, sus soldados y él habían contribuido a propagar por la zona los engañosos mitos sobre vampiros que «acechaban» de vez en cuando en los caminos.
Lo cual era fácil de hacer cuando eres un asesino y te puedes desmaterializar a voluntad.
Con esas cualidades, gritas ¡buh! Y sale pitando el más pintado.
Pero había algunos problemas. Tras diezmar con sus hombres a la población de restrictores del Viejo Mundo, habían tenido que ingeniárselas para encontrar nuevas maneras de seguir ejercitando el arte de matar. Por fortuna, los humanos habían llenado el vacío; aunque, claro, sus hermanos y él tenían que permanecer en la clandestinidad, para proteger sus verdaderas identidades.
Y ahí había entrado en juego la necesidad humana de venganza, su apego a las represalias.
Los humanos no tenían más que una sola característica loable: su ira contra los que cometían atrocidades. Si los vampiros sólo cazaban a violadores, pedófilos y asesinos, sus «crímenes» eran más tolerados. Xcor sabía que si atacaban a los representantes de la moralidad, los humanos se volverían como abejas que salen de una colmena para proteger su territorio. Pero ¿qué sucedía si atacabas solamente a los violadores?
Ojo por ojo, decía su Biblia.
Y con eso, su banda de forajidos tenía materia para practicar su arte, su oficio o como quisiera llamarse.
Así había sido a lo largo de dos décadas, siempre con la esperanza de que su verdadero enemigo, la Sociedad Restrictiva, les enviara adversarios más dignos. Sin embargo, aún no había llegado ninguno y la conclusión a la que Xcor estaba llegando era que ya no había restrictores en Europa y no iba a llegar ninguno más. Después de todo, sus soldados y él habían recorrido cientos de kilómetros en todas direcciones cada noche en su búsqueda de villanos humanos. De haber habido restrictores, ya se habrían cruzado con algún asesino en algún lugar y en algún momento.
Y tal cosa no había pasado, no había ninguno.
Tal ausencia era lógica, desde luego. Hacía muchos años que el escenario de la guerra se había cambiado de continente: cuando la Hermandad de la Daga Negra se marchó al Nuevo Mundo, la Sociedad Restrictiva había seguido sus pasos como un perro de presa, dejando atrás a sus peores hombres, para que Xcor y sus forajidos los aniquilaran sin dificultades. Durante largo tiempo, había sido un desafío interesante, pues los asesinos habían seguido apareciendo, las batallas se sucedían una tras otra y los combates eran aceptables. Pero ese tiempo había quedado en el pasado y los humanos no eran realmente un adversario que estuviese a su altura.
Al menos los restrictores podían ser un desafío interesante.
Una sensación de densa insatisfacción lo invadía cuando descendió la escalera de piedra burda, mientras sus botas pisaban la antigua y raída alfombra que debería haber sido reemplazada hacía varias generaciones. Abajo, el enorme espacio que se abrió ante sus ojos estaba formado por una cueva de piedra, donde no había nada más que una inmensa mesa de roble ubicada frente a un hogar del tamaño de una montaña. Los humanos que habían construido la fortaleza habían forrado sus burdas paredes con tapices, pero las escenas de guerreros montados sobre hermosos corceles no habían envejecido mejor que las alfombras: las fibras deshilachadas y descoloridas colgaban torcidas, mientras que la parte de debajo de los tapices se alargaba cada vez más, hasta que algún día cubrieran también el suelo.
Frente al fuego ardiente, su pandilla de forajidos ocupaba asientos de madera tallada, comiendo ciervo, urogallo y palomas que habían cazado en los terrenos de la propiedad, limpiadas en el campo y cocinadas allí, en el hogar. Bebían una cerveza que ellos mismos fermentaban y destilaban en los sótanos y otras dependencias subterráneas y comían sobre aquellos platos de peltre con cuchillos de caza y toscos tenedores.
No había mucha electricidad en la mansión: en opinión de Xcor, no la necesitaban para nada, pero Throe tenía otras ideas. El macho en cuestión había insistido en que destinaran un cuarto para sus ordenadores y eso requería molestas instalaciones de características que no resultaban ni muy interesantes de entender ni muy fáciles de explicar. Pero la modernización tenía sentido. Aunque Xcor no sabía leer, Throe sí, y los humanos no sólo eran incansables propagadores de hechos sanguinarios y depravaciones sin cuento, sino que a bastantes de ellos esa actividad les fascinaba. Con los endemoniados cacharros de Throe podían localizar a sus posibles presas a lo largo y ancho de toda Europa.
El puesto ubicado en la cabecera de la mesa estaba libre, reservado para él. En cuanto se sentó, los otros dejaron de comer y bajaron las manos.
Throe estaba a su derecha, en un puesto de honor.
Los pálidos ojos del vampiro brillaban con una extraña luz.
—¿Cómo te encuentras hoy?
Ese sueño, ese maldito sueño. En verdad, se sentía un poco aturdido, pero los otros nunca lo sabrían.
—Perfectamente bien. —Xcor se inclinó hacia delante con su tenedor y ensartó un muslo de ave, a saber de qué tipo—. A juzgar por tu expresión, me atrevo a decir que tienes en mente un propósito.
—Así es. —Throe sacó un grueso documento impreso. Parecía una compilación de artículos de periódico. Encima había una gran fotografía en blanco y negro y Throe la señaló—. Lo quiero a él.
El humano de la fotografía era un matón de pelo oscuro, que tenía la nariz rota y una frente ancha, como la de un chimpancé. La leyenda que había bajo la foto y las columnas del texto no eran otra cosa que un curioso diseño a los ojos de Xcor, y sin embargo captó claramente la maldad escrita en aquel rostro. No le hacía falta mucho más.
—¿Por qué este hombre en particular, trahyner? —Xcor preguntaba por preguntar, pues ya sabía la respuesta.
—Mató a varias mujeres en Londres.
—¿Cuántas?
—Once.
—No llegan a la docena.
Throe frunció el ceño con gesto de desaprobación. Lo cual era divertido, en realidad.
—Las torturó mientras estaban vivas y esperó a que murieran para… poseerlas.
—¿Te refieres a follarlas? —Xcor arrancó la carne del hueso con sus colmillos y, al ver que no recibía respuesta, alzó las cejas—. ¿Quieres decir que se las folló, Throe?
—Sí.
—Ah. —Xcor sonrió con malicia—. Maldito desgraciado.
—Fueron once mujeres.
—Sí, ya lo habías dicho. Así que se trata de un pequeño pervertido muy ardiente.
Throe tomó de nuevo los papeles y comenzó a pasar páginas, mientras contemplaba los rostros de las insignificantes hembras humanas. Sin duda debía estar rezando en ese mismo momento a la Virgen Escribana para que se le concediera la oportunidad de hacerle un servicio a una raza que sólo estaba a una ceremonia de inducción de ser convertida en su enemigo.
Patético.
Y Throe no podría ir solo, lo cual era el motivo de que pareciera tan molesto, pues gracias al juramento que estos cinco machos habían prestado la noche de la incineración del Sanguinario, estaban unidos a Xcor con cables de acero. No iban a ninguna parte sin su consentimiento y aprobación.
Aunque Throe estaba atado a Xcor desde mucho antes de eso. El suyo era un caso muy particular.
En medio del silencio, fragmentos del sueño volvieron a cruzar por la mente de Xcor, aumentados por el dolor de saber que nunca había encontrado a la maldita hembra espectral. Lo cual le atormentaba. Aunque estaba más que dispuesto a convertirse en el sustento de los mitos que llenaban la mente humana, Xcor no creía en fantasmas ni en embrujos, encantos o maldiciones. Su padre había sido aniquilado por algo real, de carne y hueso, y el cazador que llevaba dentro quería encontrar a esa cosa. Y desde luego matarla.
Throe rompió el silencio.
—¿Qué me dices?
Era un diálogo mil veces repetido.
—Nada. De otra manera, ya habría hablado, ¿no crees?
Los dedos de Throe comenzaron a tamborilear sobre la vieja madera manchada de la mesa y Xcor se sintió complacido de verlo así, inquieto, esperando con nerviosismo. Los demás sencillamente siguieron comiendo, a la espera de que la batalla se resolviera de una forma u otra. A diferencia de Throe, a los demás no les importaba quién era el objetivo elegido. Siempre y cuando les dieran de comer y de beber, y pudieran desahogar sus instintos, se sentían contentos de pelear donde les mandasen y contra quienes se terciara.
Xcor trinchó otro trozo de carne y se recostó contra su inmensa silla de roble, con los ojos fijos en los decrépitos tapices. En medio de sus pliegues, esas imágenes de humanos que se dirigían a la guerra montados en corceles hermosos y equipados con armas que él respetaba le causaban mucha irritación.
La sensación de encontrarse en el lugar equivocado le causaba incluso picores en todo el cuerpo, y lo ponía tan nervioso como en ese momento se encontraba su segundo al mando.
Veinte años sin encontrar ningún restrictor y matando sólo a humanos, para mantenerse en forma, no era vida digna de aquel grupo de soldados ni de él.
Pero seguía habiendo vampiros en el Viejo Continente y él se había quedado allí con la esperanza de encontrar entre ellos lo que solo veía en sus sueños.
Esa hembra. La extraña criatura que había matado a su padre.
Por eso seguía en Europa, con su patética caza de pervertidos de tres al cuarto, escoria humana. ¿Y adónde lo había llevado toda esa espera?
La idea que llevaba meses contemplando volvió a dibujarse en su mente una vez más y adquirió forma y estructura, ángulos y arcos. Y aunque en ocasiones anteriores el ímpetu siempre se había desvanecido al poco rato, esta vez la pesadilla le dio la clase de poder que convierte una mera idea en una acción.
Y la anunció en voz alta.
—Iremos a Londres.
Los dedos de Throe se quedaron quietos de inmediato.
—Gracias, mi señor.
Xcor inclinó la cabeza y sonrió para sí mismo, mientras pensaba que Throe tal vez tendría la oportunidad de liquidar a ese humano. O tal vez no.
Sin embargo, los planes de viaje estaban en marcha.