59

A la noche siguiente, Payne se paseaba por la planta baja de la mansión de la Hermandad. A través del vestíbulo, iba desde el comedor hasta la sala de billar, y luego otra vez de vuelta. Y otra vez. Y otra.

Su macho había salido de la casa a media tarde para «encargarse de unos asuntos». No había querido contarle de qué se trataba, pero ella había disfrutado mucho con la sonrisa ligeramente pícara que apareció en su cara cuando la arropó en la cama que habían usado tan intensamente durante la noche.

Luego el de la sonrisa pícara se había marchado.

Pero la vampira no pudo conciliar el sueño. En absoluto.

Era demasiado feliz, tenía demasiadas razones para sentirse dichosa.

Y sorprendida.

Al detenerse frente a las puertas de estilo francés que daban al patio, Payne pensó en la fotografía que su amante le había mostrado. Era obvio que Manello debía de estar emparentado con Butch, y por tanto, con el rey. Pero ni Manello ni ella estaban tan interesados en los detalles como para arriesgarse a una regresión. Estaba de acuerdo con él en eso. Se tenían el uno al otro y, considerando lo que ya habían logrado superar, no había razón para arriesgarse a nuevas complicaciones. Ya estaba bien.

Además, esa información no cambiaría nada: el rey había abierto las puertas de la casa a su macho, incluso sin que hubiese una declaración formal de consanguinidad, y de todas formas Manello podría tener contacto con su madre humana. Además, se había decidido que trabajaría allí, con la doctora Jane, pero también con Havers. Después de todo, la raza necesitaba buenos médicos y Manello era excepcional.

¿Y qué pasaba con ella? También estaba contenta con lo decidido sobre ella. Iba a salir a combatir. Ni Manello ni su hermano estaban muy contentos con la idea de que se expusiera tanto, pero tampoco iban a detenerla. De hecho, después de hablar extensamente con Manello, el médico pareció aceptar que eso era parte de su personalidad. Su única condición era que dispusiera de las mejores armas. Vishous en persona se encargaría de que así fuera.

Qué vida: al final los dos machos habían acabado llevándose bien, muy bien. ¡Quién lo hubiera imaginado apenas unos días antes!

Payne se asomó por una siguiente ventana, ansiosa por ver algún movimiento, los faros de algún coche en medio de la oscuridad, algo.

¿Dónde estaba Manello?

Manello le había dicho que iba a hablar con Jane acerca de los cambios físicos que había experimentado; cambios que, teniendo en cuenta la forma en que Payne resplandecía cada vez que hacían el amor, seguramente iban a continuar produciéndose. Manello tenía la intención de controlar permanentemente su cuerpo para ver qué pasaba, y rezaría para que todo el efecto se limitara a mantenerlo en buen estado de salud y permanentemente joven.

Pero solo el tiempo lo diría.

Payne soltó una maldición, retrocedió, cruzó el vestíbulo… y entró en el comedor.

Por la tercera ventana de esa estancia, levantó la mirada hacia los cielos. No tenía ningún interés en ir a ver a su madre. Habría sido maravilloso compartir su amor con quienes la habían traído al mundo. Pero su padre estaba muerto y su madre… La Elegida no confiaba en que la Virgen Escribana no la volviera a encerrar: Manello era un mestizo y estaba muy lejos de tener la pureza de sangre que la maldita deidad habría aprobado…

El par de puntitos luminosos que subían por la montaña en la cual se erguía el complejo aceleraron su corazón. Y luego oyó música celestial: un golpeteo que se colaba por los cristales.

Payne salió corriendo del comedor, cruzó el vestíbulo con suelo de mosaico en el que se veía un manzano en plena florescencia, y salió como un ciclón por la puerta principal.

Se detuvo al llegar a las escaleras.

Manello no había llegado solo. Detrás de su Porsche, venía un vehículo inmenso, un cacharro muy grande que tenía dos partes.

El cirujano se apeó de su coche y saludó.

—Aquí estoy.

Manello no dejó de sonreír mientras subía hacia donde estaba ella, la agarraba de las caderas y la apretaba contra su pecho.

—Te he echado de menos —murmuró contra la boca de Payne.

—Yo también. —Ahora ella también estaba sonriendo—. Pero ¿qué es lo que traes?

El viejo mayordomo se bajó del puesto del conductor del otro vehículo.

—Señor, ¿quiere que lo haga yo?

—Gracias, Fritz, yo me encargo a partir de ahora.

El mayordomo hizo una venia.

—Ha sido un placer servirle.

—Eres el mejor, amigo.

El doggen entró radiante en la casa.

Manny se volvió hacia ella.

—Quédate aquí.

Un golpe fuerte salió del interior del contenedor con ruedas que iba pegado al segundo vehículo. Payne frunció el ceño.

Después de besarla de nuevo, Manello se metió en el tráiler.

Puertas que se abren. Más golpes. Un chirrido y el sonido de algo que rueda, seguido de un golpeteo rítmico. Y luego…

El relincho le dijo lo que ella no se había atrevido a desear. Y la hermosa yegua de su macho bajó reculando por una rampa. Luego piafó y se acercó a ella.

Payne se tapó la boca con las manos, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas. La yegua caminaba con elegancia y su piel brillaba con el reflejo de la luz que salía de la casa, totalmente recuperadas la energía y la vitalidad de purasangre.

—¿Qué está haciendo ella aquí? —Payne apenas podía hablar por la emoción.

—Lo hombres humanos suelen dar a sus prometidas un regalo en señal de amor. —Manello dibujó una gran sonrisa—. Pensé que Glory era mejor que cualquier diamante que pudiera comprarte. Desde luego, significa más para mí, y ojalá también para ti.

Al ver que ella no respondía, Manello le tendió la correa de cuero que estaba amarrada a la brida de la yegua.

—Te la estoy regalando.

Glory soltó un tremendo relincho y comenzó a hacer cabriolas, como si quisiera mostrar que estaba de acuerdo con el cambio de propiedad.

Payne se secó las lágrimas y se arrojó a los brazos de Manello, mientras lo besaba apasionadamente.

—No tengo palabras.

Y luego aceptó las riendas, al tiempo que Manello sacaba pecho con orgullo.

Payne respiró profundamente y, antes de que el cirujano se diera cuenta de que se estaba moviendo, saltó y se montó sobre Glory. Fue como si las dos llevaran años juntas.

El caballo no necesitó espuelas, no necesitó órdenes, ni siquiera caricias. No necesitó nada. Glory dio un salto hacia delante, clavando los cascos entre las piedrecillas del sendero y arrancó a galope tendido.

Payne metió la mano en las crines de la yegua y se acomodó perfectamente sobre el lomo, que se movía rítmicamente bajo sus piernas. Mientras el viento le golpeaba la cara, se rió de pura felicidad. Las dos se entregaron a una carrera llena de dicha y libertad.

Hacia la noche.

Con libertad para moverse.

Con el amor iluminándola.

Era mucho más que estar viva. Era vivir.

‡ ‡ ‡

Mientras Manny permanecía de pie junto al camión y observaba a sus chicas corriendo juntas, se sentía absolutamente feliz. Las dos estaban hechas la una para la otra, las dos parecían cortadas el mismo patrón, y las dos estaban sanas y fuertes y galopaban en medio de la oscuridad a una velocidad que muchos coches tendrían dificultades para sostener.

Muy bien, ahora se ponía a llorar. Cojonudo. Pero tenía excusa, ¿no?

—Lo había visto antes.

—Por Dios Santo… —Manny se agarró el crucifijo y dio media vuelta—. ¿Siempre asustas así a la gente?

El hermano de Payne no contestó, tal vez porque no podía hacerlo. Los ojos del vampiro estaban fijos en su hermana y el caballo y parecía tan conmovido como el propio Manny.

—Lo vi y pensé que se trataba de un simple caballo. —Vishous sacudió la cabeza—. Pero luego la vi a ella sobre el lomo de un purasangre negro, con el pelo ondeando en la brisa. Y no imaginé que fuera una visión del futuro…

Manny dio la espalda a sus chicas, que ahora estaban dando la vuelta frente a la muralla para regresar a la casa.

Manny estaba tan feliz que se sentía proclive a contar sus sentimientos incluso al cabrón de la perilla.

—¡La amo tanto! Eso que ves allá es mi corazón. Es mi mujer.

—Bien dicho.

Una poderosa sensación de acuerdo parecía fluir entre ellos. Manny se sintió como en casa en muchos sentidos; pero tampoco quería pensar demasiado en eso, por temor a que no durara mucho.

Un momento después, miró de reojo al vampiro.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Adelante.

—¿Qué coño le hiciste a mi coche?

—¿Cómo? Ah, ¿te refieres a la música?

—¿Adónde ha ido a parar toda mi…?

—¿Tu basura? —Unos ojos de diamante se clavaron en los de Manny—. Ahora vas a vivir aquí, así que tienes que empezar a acostumbrarte a mi música.

Manny sacudió la cabeza.

—Es una broma, ¿verdad?

—¿Me estás diciendo que no te gustó?

—Bueeeno… —Después de carraspear, Manny cedió—. Vale, de acuerdo, no es totalmente asquerosa.

La carcajada que resonó tenía un claro tono de triunfo.

—Lo sabía.

—¿Y qué música es, concretamente?

—¿Quieres nombres? —El vampiro sacó un cigarro y lo encendió—. Veamos… Cinderella Man, de Eminem, I Am Not Human, de Lil Wayne…

La lista siguió y siguió y Manny la escuchaba mientras volvía a clavar la mirada en su mujer y acariciaba el crucifijo de oro que llevaba al cuello.

Payne y él estaban juntos; ese tal Butch y él iban a la iglesia a medianoche, y Vishous no lo había destripado, y su única venganza sería torturarlo a todas horas con una buena cantidad de Black Veil Brides, Bullet for My Valentine y Avenged Sevenfold.

Sonrió.

¿Conclusión?

Se sentía como si le hubiese tocado la lotería, en cada uno de los cincuenta estados al mismo tiempo.

Así de afortunados eran todos.