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Vino a verte.

Blaylock se encontraba sobre la cama mirando a Saxton, hijo de Thyme, y pensando que, desde esa perspectiva, podía ver el mejor lado de su amante. Que no era el trasero, no. El macho se estaba afeitando frente al espejo del baño y su perfil perfecto quedaba bañado por la suave luz que proyectaba la lámpara del techo.

Desde luego, era un macho hermoso.

En muchos sentidos, ese amante que se había buscado era todo lo que podía desear.

—¿Quién?

Blaylock hizo la pregunta con voz suave. Y el silencio fue la mejor respuesta.

—Ah, ya. —Para evitar hablar más al respecto, Blay bajó la vista hacia la colcha que tenía encima y lo cubría hasta el pecho. Por debajo de ella, estaba desnudo. Tal como lo había estado Saxton hasta que se puso la bata.

Saxton insistió en la cuestión de la visita.

—Quería saber si estabas bien.

Como ya había usado un ah como respuesta, Blay usó otro recurso convencional.

—¿De veras?

—Estaba allá afuera, en la terraza. No quería entrar para no molestarnos.

Curioso, cuando había estado a punto de desmayarse después de que la doctora Jane le suturara la herida en el estómago, Blay se preguntó vagamente qué habría estado haciendo Saxton allí afuera. Pero en ese momento padecía tantos dolores que no podía pensar con mucha claridad.

Ahora, sin embargo, sí pensaba. Y sentía, y le asaltó una oleada de emoción.

Gracias a la Virgen Escribana, hacía mucho tiempo que no experimentaba esa sensación tan conocida; aunque el paso del tiempo no había disminuido la intensidad de la sensación. Tuvo un deseo afanoso de preguntar qué había dicho. Pero no podía hacer esa pregunta. En primer lugar, sería una falta de respeto para Saxton. Y, en segundo lugar, sería inútil.

Menos mal que tenía muchas razones para mantener la boca cerrada: lo único que tenía que hacer era pensar en Qhuinn llegando a casa hacía poco más de una semana, con el pelo desordenado, oliendo a colonia masculina y con unos andares que hablaban a las claras de la satisfacción que acababa de obtener en la calle.

La idea de haberse lanzado a los brazos de Qhuinn no solo una vez, sino dos, y haber sido rechazado, le torturaba indeciblemente.

—¿No quieres saber lo que dijo?

Blay cerró los ojos y se preguntó si alguna vez podría escapar a la realidad de que Qhuinn estaba dispuesto a follar con cualquiera, excepto con él.

Movió la cabeza negativamente. Saxton se quedó asombrado.

—¿De verdad que no?

Al sentir que la cama se movía, Blay abrió los ojos. Saxton había terminado de afeitarse y se había sentado en el borde.

—¿Seguro que no?

Blay habló por fin.

—¿Puedo preguntarte algo? Y no es momento para que aparezca tu encantadora personalidad sarcástica.

Al instante, la atractiva cara de Saxton se puso seria.

—Pregunta.

Blay alisó la colcha sobre su pecho. Un par de veces.

—¿Yo te hago feliz?

Con el rabillo del ojo, Blay vio que Saxton se moría de vergüenza.

—¿Te refieres a si me haces feliz en la cama?

Blay apretó los labios y asintió con la cabeza, y aunque pensó que tal vez podría explicarse un poco más, resultó que era imposible, porque tenía la boca seca.

—¿Por qué me preguntas eso?

Blay sacudió la cabeza.

—No lo sé.

Saxton dobló la toalla y la puso a un lado. Luego estiró un brazo por encima de las caderas de Blay y se inclinó hacia delante, hasta que quedaron frente a frente.

—Sí. —Al decir eso, puso la boca sobre el cuello de Blay y lo besó—. Claro que me haces feliz. Siempre.

Blay pasó la mano por la nuca de su amante y acarició el pelo rizado.

—Gracias a Dios.

La sensación de familiaridad que le inspiraba el cuerpo que estaba sobre él era muy placentera. Siempre le hacía sentirse bien, porque en su vida había tenido una experiencia igual. Blay conocía cada curva y cada arista del pecho, las caderas y los muslos de Saxton. Sabía dónde acariciar, dónde apretar y qué lugares morder; sabía cómo abrazarlo y cómo moverse y arquearse para que el sexo de Saxton se endureciera.

Así que probablemente no tenía que haber preguntado semejante tontería.

Qhuinn, sin embargo… cualquier cosa que tuviera que ver con ese macho le hacía sentirse herido, en carne viva. Y a pesar de todas las vendas que había aprendido a ponerse exteriormente, la herida seguía tan abierta y tan profunda como en el momento en que se la habían hecho. Una llaga abierta cuando se dio clara cuenta de que el macho al que deseaba por encima de todos los demás nunca, jamás iba a estar con él.

Saxton se echó hacia atrás.

—Qhuinn no es capaz de asumir lo que siente por ti.

Blay se rió con amargura.

—No hablemos de él, ¿quieres?

—¿Por qué no? —Saxton le acercó la mano a la cara y le rozó el labio inferior con el pulgar—. Él está aquí con nosotros, hablemos de él o no.

Blay pensó en decir alguna mentira, soltar alguna evasiva, pero finalmente se rindió.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes; soy muy consciente de cómo es nuestra relación y qué papel desempeño en ella. —Saxton metió por debajo de la colcha la mano que tenía libre—. Y sé lo que quiero.

Blay gruñó cuando la palma de la mano acarició lo que inmediatamente se convirtió en un órgano duro, caliente y palpitante. Y mientras alzaba las caderas y se preparaba para Saxton, miró a los ojos de su amante y abrió la boca para chuparle el pulgar.

Al fin y al cabo era mucho mejor que subirse a la peligrosa la montaña rusa que suponía pensar en Qhuinn. La relación sexual con Saxton era algo que conocía bien y que le gustaba. Un terreno en el que Blay estaba a salvo. No saldría herido de allí.

Porque con Saxton había establecido una profunda conexión sexual.

Su amante lo miraba con pasión y solemnidad cuando soltó lo que había encontrado, retiró la colcha que cubría el cuerpo de Blay y deshizo el nudo del cinturón de su propia bata.

Blay pensó que era lo mejor…

Al sentir que los labios de su amante se posaban sobre su clavícula y luego comenzaban a bajar, cerró los ojos; pero cuando se entregó a las sensaciones eróticas y se perdió en ellas, el rostro que vio no fue el de Saxton. Se sentó sobresaltado y empujó a Saxton.

—Espera, un momento…

—De acuerdo, está bien. —Saxton tenía la voz triste—. Lo comprendo perfectamente.

Blay sintió que el corazón se le partía. Pero Saxton se recuperó, negó con la cabeza y volvió a poner los labios sobre el pecho del amante.

Nunca habían hablado de amor y por eso mismo sabía que nunca iban a hacerlo, porque Saxton tenía realmente muy claras las cosas. Blay todavía estaba enamorado de Qhuinn… y probablemente siempre lo estaría.

Blay, inquieto, lo miró a los ojos.

—¿Por qué?

—Porque deseo tenerte durante todo el tiempo que pueda.

—No voy a ir a ningún lado.

Saxton se limitó a sacudir otra vez la cabeza sobre los sólidos músculos abdominales que estaba mordisqueando en ese momento.

—Deja de pensar, Blaylock. Limítate a sentir.

Blay, de todas formas excitado, ronroneó y decidió seguir el consejo, porque era la única manera de sobrevivir.

Algo le decía que solo era cuestión de tiempo que Qhuinn anunciara que Layla y él se iban a aparear.

Ignoraba por qué estaba tan seguro, pero lo estaba. Los dos habían estado viéndose desde hacía días y la Elegida había vuelto a la mansión justo el día anterior; Blay había percibido su aroma y había sentido la presencia de su sangre en la puerta de al lado.

Y aunque esta convicción podría ser solo un síntoma de despecho amoroso, por alguna misteriosa razón pensaba que se trataba de mucho más que eso. Era como si la bruma que normalmente rodea los días, meses y años que están por venir se hubiese vuelto increíblemente fina y las sombras del destino se estuvieren revelando ante sus ojos.

Solo era cuestión de tiempo.

Y eso lo iba a matar. Tragó saliva y volvió al presente.

—Me alegra que estés aquí —gruñó Blay.

—A mí también. —El amante volvía a tener voz triste mientras se la chupaba—. Yo también me alegro.