55
En un asiento acolchado, con las manos en el regazo, Payne supuso que iba en un coche porque aquella sutil vibración era similar a la que había notado cuando viajó con Manello en su Porsche. Sin embargo, no podía confirmarlo con sus ojos porque, tal como lo había prometido el soldado del Sanguinario, se los habían vendado. Percibía junto a ella el olor del macho que mandaba a los demás, al parecer inmóvil en su puesto, de modo que estaba claro que conducía otro.
Nada le había sucedido a lo largo de las horas que transcurrieron entre aquella dramática confrontación y este viaje que estaban haciendo ahora. La Elegida se había pasado todo el tiempo en la cama del líder, con las rodillas recogidas contra el pecho y las dos armas junto a ella, sobre la tosca manta del no menos tosco camastro. Como nadie la había molestado, al cabo de un rato dejó de sobresaltarse con cada ruido que venía de arriba y se relajó un poco.
Pronto, los pensamientos sobre Manello centraron toda su atención. Recreó una y otra vez algunas de las escenas maravillosas del escaso tiempo que habían pasado juntos. Y al recordarlo el corazón se le partía. Luego, el líder había vuelto a bajar y le había preguntado si quería comer algo antes de marcharse.
No, no quería comer.
Le vendaron los ojos con una tela blanca, inmaculada; una tela tan limpia y suave que se preguntó de dónde la habrían sacado. Y luego el macho la agarró del codo con mano firme y la condujo lentamente hacia arriba por las mismas escaleras que habían bajado la noche anterior.
Era difícil saber con exactitud cuánto tiempo llevaban en el coche. ¿Veinte minutos? ¿Tal vez media hora?
El líder dio una seca orden al conductor.
—Aquí.
El automóvil, o lo que fuera, fue disminuyendo la velocidad y luego se detuvo por completo y se abrió una puerta. Una brisa fresca y fría llegó hasta ella. La tomaron otra vez del codo y la ayudaron a mantener el equilibrio cuando se bajó. La puerta se cerró y se oyó un golpe, como si un puño hubiese golpeado la carrocería.
Se movieron las ruedas, y le pareció que lanzaban arena contra su túnica.
Y se quedó a solas con el líder.
Aunque él guardaba silencio, la vampira lo sentía moviéndose detrás de ella. De pronto notó que se aflojaba la tela que tenía sobre los ojos. Cuando la venda cayó al suelo, Payne se quedó sin aliento.
—Pensé que si te íbamos a dejar en libertad, deberíamos hacerlo frente a un paisaje digno de tus ojos pálidos.
Toda la ciudad de Caldwell apareció a sus pies. Las luces vagamente parpadeantes y el tráfico que serpenteaba por las calles constituían un glorioso homenaje para los ojos. Estaban en la ladera de una montaña no muy alta, y la ciudad se extendía literalmente a sus pies, a una y otra orilla del río.
Payne miró un momento al soldado.
—Esto es precioso.
Un poco alejado, el macho escondía entre las sombras su rostro desfigurado. Parecía tan distante que casi daba la sensación de no estar allí.
—Que te vaya bien, Elegida.
—A ti también… Aún no sé tu nombre.
—Es cierto. —El macho le hizo una especie de inclinación—. Buenas noches.
Y con esas palabras se marchó, desmaterializándose para marchar lejos de ella.
Al cabo de un momento, Payne se volvió a concentrar en el panorama que se ofrecía a su vista y se preguntó en qué lugar de la ciudad estaría Manello. Probablemente, donde los edificios altos, más allá de aquel puente. Allí debía de encontrarse.
Sí, allí.
Payne levantó la mano y trazó un círculo invisible alrededor del alto edificio acristalado en el que vivía Manello.
Sintió una punzada de dolor en el pecho y casi se quedó sin aire. Siguió mirando un momento más y luego esparció sus moléculas hacia el noreste, hacia el complejo de la Hermandad. No era un viaje que emprendiera con entusiasmo, lo que la impulsaba era la obligación de informar a su gemelo de que estaba viva y a salvo.
Cuando tomó forma en los escalones de piedra que llevaban a la mansión, se acercó al portalón con una extraña sensación de terror. Se sentía agradecida por estar de regreso a esa especie de hogar, pero la ausencia de su macho anulaba la dicha que debería sentir por el reencuentro que estaba a punto de tener lugar.
Después de tocar la campana, la puerta se abrió de inmediato.
La segunda puerta interna se abrió de manera aún más rápida y Payne fue recibida por un mayordomo sonriente, que gritó entusiasmado.
—¡Madame!
Al entrar al vestíbulo que tanto le había gustado desde le primer momento en que lo vio, días atrás, Payne alcanzó a ver cómo su gemelo aparecía de inmediato en el arco que llevaba a la sala de billar.
Sin embargo, esa imagen duró apenas un segundo, pues enseguida Vishous fue arrollado por una fuerza gigantesca que lo empujó hacia un lado, arrancándole de la mano el vaso que sostenía y lanzando al aire, es decir al suelo, la bebida que había en él.
Manello salió corriendo al vestíbulo y la expresión de su rostro revelaba incredulidad, terror y alivio, todo al mismo tiempo.
Se quedó como paralizada. Verlo corriendo hacia ella no tenía ningún sentido, no tenía sentido que él estuviera allí, en la…
El cirujano la estrechó entre sus brazos antes de que la vampira pudiera aclararse las ideas.
Virgen Santísima, su olor seguía siendo el mismo y ese aroma a especies oscuras que era característico de él y solo de él invadió todos los sentidos de Payne. Y luego pensó que los hombros de Manello seguían siendo tan anchos como los recordaba. Y su cintura igual de delgada. Y sus brazos igual de maravillosos…
Aquel cuerpo fuerte y querido se estremeció mientras la abrazaba y luego se echó hacia atrás, como si de repente hubiese tenido temor de hacerle daño.
Manello la miró con ojos desorbitados.
—¿Estás bien? ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Necesitas un médico? ¿Estás herida? Estoy haciendo demasiadas preguntas, lo siento. Pero, Dios… ¿qué sucedió? ¿Adónde fuiste? Mierda, tengo que dejar de…
Tratándose de un reencuentro romántico, tal vez no fuesen las palabras más galantes que algunas hembras quisieran oír, pero para la Elegida eran el discurso más bello del mundo.
Cogió la cara del amado entre sus manos.
—¿Por qué estás aquí?
—Porque te amo.
En rigor, aquella frase no explicaba nada, pero le decía a Payne todo lo que ella necesitaba saber.
De pronto, la vampira soltó las mejillas del cirujano.
—Pero ¿qué pasa con lo que te hice? Me refiero a la regeneración de tu cuerpo.
—No me importa. Ya veremos qué demonios pasa con eso, pero lo importante es que estaba equivocado con respecto a ti y a mí. Me porté como un imbécil, un cobarde. Estaba muy equivocado y me siento como un puto monstruo por eso. Mierda. —Manny sacudió la cabeza—. Tengo que dejar de decir groserías. Santo Dios, mira tu vestido.
Payne bajó la vista y vio la sangre negra de los restrictores que había matado, y además una mancha roja de su propia sangre.
—Estoy ilesa, me encuentro muy bien. Y te amo.
En ese punto, Manello la interrumpió con un beso solemne en la boca.
—Dilo otra vez, por favor.
—Te amo.
Al oír que él gruñía y la envolvía de nuevo entre sus brazos, Payne sintió que su corazón estallaba en una fiesta de calor y gratitud y dejó que la emoción la acercara más a él. Y mientras se abrazaban, la Elegida miró por encima del hombro de su macho. Su hermano estaba allí, con su shellan al lado.
Al mirar a su gemelo a los ojos, Payne leyó en ellos todas sus preguntas y todos sus temores.
Habló con claridad a su amado y a su gemelo.
—De verdad, estoy bien.
—¿Qué sucedió? —Manello le acarició el pelo al hacer la pregunta—. Encontré tu teléfono medio destrozado.
—¿Tú me estabas buscando?
—Claro que sí. —Manello se echó un poco hacia atrás—. Tu hermano me llamó al amanecer.
De repente, Payne se vio rodeada de gente, como si hubiera sonado un gong y su llamada hubiese convocado a todos los machos y hembras de la casa. Sin duda, la conmoción de su llegada debió de afectarles y alegrarles, pero se habían quedado a cierta distancia por respeto.
Era evidente que los únicos angustiados por su suerte no eran Manello y su hermano.
Y eso la hizo sentirse parte de aquella enorme familia.
Por eso alzó la voz, para que todos pudieran escucharla.
—Estaba junto al río cuando percibí el olor del enemigo. Atraída por ese olor, atravesé los callejones y me encontré con dos restrictores. —Payne sintió que Manello se ponía tenso y vio que a su hermano le sucedía lo mismo—. Luché con ellos, y los derroté. Me encontré muy a gusto peleando.
Al hacer esa confesión hizo una pausa, como vacilando, pero vio que el rey asentía y eso disipó sus dudas. Era una hembra fuerte, muy preparada para combatir en la guerra contra los restrictores, y no solo eso, sino capaz de convertirse en un refuerzo crucial para los Hermanos. Pero por su expresión, los Hermanos parecían pensar otra cosa. Su confesión del gusto por la lucha les había dejado extrañados.
No importaba. Tenía que seguir.
—Detrás de mí llegó un grupo de machos de espaldas fuertes, bien armados; de hecho, un auténtico escuadrón de soldados. El líder era muy alto, con ojos negros y pelo negro y… —Payne se llevó la mano a la boca— un defecto en el labio superior.
En ese punto se oyeron varias maldiciones y la Elegida se reprochó no haber usado con más frecuencia los cuencos de cristal del Otro Lado antes de partir, pues era evidente que el macho que acababa de describir no era desconocido para los Hermanos, como también era obvio que no les gustaba ni un pelo.
—Ese soldado me capturó. —Todos se removieron, inquietos, y se oyeron dos gruñidos nítidos: de su hermano y de Manello. Y mientras acariciaba al segundo, Payne miró a su hermano—. Ese guerrero creía equivocadamente que yo le había ocasionado una gran calamidad a su linaje. Creía ser hijo del Sanguinario y fue testigo de la noche en que yo causé la muerte a nuestro padre. Lo cierto es que me ha estado buscado durante siglos para vengarse.
Llegada a este punto, la Elegida se detuvo, al darse cuenta de que acababa de admitir que había cometido parricidio. Sin embargo, nadie parecía haberse inmutado; lo cual decía mucho de la clase de machos y hembras que tenía frente a ella, y también de lo poco popular que había sido su padre entre los vampiros. Nadie consideraba que la muerte de aquel bastardo pudiera tener consecuencias.
La vampira siguió con su relato.
—Enseguida saqué al soldado del error en que se encontraba y que le había hecho actuar equivocadamente tanto tiempo. —Convencida de que la marca de la cara ya habría desaparecido, no contó que el soldado la abofeteó. No creía que nadie debiera conocer ese detalle y que divulgarlo tuviese alguna utilidad—. Y al final me creyó. No me hizo daño, de hecho, me protegió de sus soldados y me dio su cama.
Manello enseñó los dientes como si tuviera colmillos. Encantada con aquel ataque de celos, la vampira se excitó.
—Solo la cama, sin él, por supuesto. Fue caballeroso. Dormí sola y el soldado mantuvo a todos sus subordinados en el piso de arriba, con él. —Más caricias para Manello, al menos hasta que Payne se dio cuenta de que el cirujano estaba completamente excitado, como cualquier macho que se siente impulsado por la necesidad de marcar a su hembra. Y eso era muy erótico. Si seguía poniéndose más y más cachonda no podría terminar de contar lo ocurrido—. En fin, me vendó los ojos y luego me llevó a una colina con una magnífica vista de la ciudad. Y después me dejó ir. Eso fue todo.
Wrath fue el primero que habló.
—De todas formas, te retuvo contra tu voluntad.
—Porque creía que tenía un motivo. Pensaba que yo había matado a su padre. Tan pronto como se enteró de la verdad, se dispuso a liberarme, pero era de día, así que yo no podía ir a ninguna parte. Os quería llamar, pero había perdido mi teléfono y no parecía que ellos tuvieran uno a mano, pues no vi ningún adminículo de esas características. De hecho, me pareció que viven a la antigua, en comunidad y modestamente, en una habitación subterránea que iluminan con velas.
Vishous sintió una curiosidad que probablemente movía la sed de venganza.
—¿Alguna idea de dónde está el lugar en que viven?
—No tengo ni idea. Estaba inconsciente cuando ellos me llevaron a su refugio. Yo había recibido un disparo de un restrictor…
Hubo conmoción general, y conmoción particular del hermano y el amante.
—¿Qué demonios dices?
—Que recibiste ¿qué?
—Un disparo…
—¿Te dispararon con un arma?
—¿Estás… herida?
Vaya, vaya, tenía que haberlo contado con más suavidad. Qué bruta era a veces.
Como todos los Hermanos comenzaron a hablar al tiempo, Manello la levantó en sus brazos. Desde luego, el cirujano no tenía cara de buenos amigos.
—Se acabó. No más charla. Te voy a hacer un reconocimiento ahora mismo. —Miró a su futuro cuñado, el cabrón de la perilla—. ¿Adónde puedo llevarla?
—Arriba. A mano derecha. La tercera puerta es una habitación para huéspedes. Haré que os lleven comida y avísame si necesitas algo de la clínica.
—Entendido.
Y con esas palabras, el macho humano, o medio humano, vaya usted a saber, comenzó a subir las escaleras con ella en brazos. La Elegida iba un poco molesta, pues se encontraba perfectamente y no había derecho a que a una guerrera la trataran como si fuese una muñequita de porcelana. Aunque lo hiciera su amado. En fin, menos mal que había terminado de contar su aventura.
Al menos, todos estaban ya al tanto de todo, y el furioso enamorado no la iba a dejar explicarse mucho más.
Si lo hacía podía causarle un verdadero ataque de rabia.
Tal y como estaban las cosas, el soldado del labio deforme debería preocuparse si alguna vez se cruzaba en el camino de Manello. Le miró, enamorada, le besó y le habló en susurros.
—Estoy tan feliz de verte. No pude pensar en otra cosa que en ti mientras estuve…
Manello cerró los ojos por un momento, como si le doliera algo.
—¿De verdad no te hicieron daño?
—No. —Y ahí fue cuando Payne entendió qué era lo que le preocupaba a Manello. Así que le puso una mano en la cara y agregó—. No me tocó. Ninguno lo hizo.
El estremecimiento que recorrió el cuerpo de Manello fue tan fuerte que tropezó y a punto estuvieron de caer al suelo. Pero se recuperó rápidamente y siguió caminando con la chupasangre luminosa en brazos.
‡ ‡ ‡
Mientras veía al humano llevar a su hermana escaleras arriba, Vishous se dijo que tenía ante sus ojos el futuro. No había duda de que los enamorados encontrarían una solución para sus problemas. Joder, el cirujano de gusto musical bastante dudoso se convertiría en parte fundamental de la vida de Payne. Y de la suya… para siempre.
Sus pensamientos se fueron doce meses atrás y la cinta se detuvo en el momento en que había ido a la oficina del cirujano para borrarle los recuerdos de su propia estancia en el St. Francis.
Hermano.
Vishous había oído en su cabeza la palabra hermano.
En ese momento no tenía ni puta idea de lo que significaba, porque, vamos, ¿quién se podía imaginar que algo así podía pasar? ¿Cómo prever que se convertiría en su hermano político?
Y sin embargo lo inimaginable había sucedido, y una vez más la realidad había vuelto a confirmar una de sus visiones.
Aunque, para ser realmente precisos, la palabra aquella debería haber sido cuñado.
En ese momento miró de reojo a Butch. Su mejor amigo también estaba mirando fijamente al cirujano.
Mierda, V supuso que, pensándolo bien, hermano realmente encajaba. Hermano del amigo que era para él como un hermano. Lo cual era bueno, pues Manello, pese a lo mucho que lo había detestado, era la clase de tío con el que no estaba mal relacionarse.
Como si le hubiese leído la mente, Wrath hizo un repentino anuncio.
—El cirujano se puede quedar. Todo el tiempo que desee. Y puede tener contacto con cualquier familia humana que tenga… si lo desea. Como pariente mío, es bienvenido en mi casa sin restricciones.
Se oyó un murmullo de general acuerdo. Como siempre, en la Hermandad era imposible guardar un secreto por mucho tiempo, así que todo el mundo estaba ya al tanto de la relación Manello-Butch-Wrath. Todos habían visto la fotografía. En especial V, que había hecho un poco más que mirar el retrato. El nombre de Robert Bluff resultó ser ficticio, claro. En cualquier caso, el padre del cirujano tenía que ser mestizo, porque de otra manera no podría haber trabajado en ningún hospital durante las horas del día. La pregunta era si sabía, y en caso afirmativo cuánto, de la parte vampírica de su naturaleza. Y también si seguía vivo, claro.
Cuando Jane apoyó la cabeza sobre su corazón, V la envolvió en sus brazos. Y luego miró a Wrath.
—Era Xcor, ¿verdad?
—Sí —dijo el rey—. Avistamiento confirmado. Y creo que no será la última vez que tengamos noticias de él. Esto solo es el comienzo.
Muy cierto, pensó V. La llegada de esa pandilla de bastardos no era buena noticia para nadie… pero en especial para Wrath.
El rey, no obstante, se mantenía sereno, pendiente de sus deberes.
—Señoras y señores, la Primera Comida se está enfriando.
Fue la señal para que todo el mundo regresara al comedor y la emprendieran con los platos que habían quedado huérfanos al producirse aquel enorme revuelo.
Con Payne a salvo y en casa, el apetito sustituyó a la angustia en el ánimo de la concurrencia. Aunque en el de V también tenía su importancia la obsesión por no pensar en lo que seguramente ya estaban haciendo el cirujano y su hermana gemela con la excusa del reconocimiento médico.
Mientras dejaba escapar un gruñido ronco, Jane apretó el brazo de su atormentado macho.
—¿Estás bien?
V bajó la mirada hacia su shellan.
—No creo que mi hermana esté aún preparada para el sexo.
—Santo Dios, cariño, tiene los mismos siglos que tú.
V frunció el ceño. Sí, claro, eran gemelos. De todas formas, seguro que vino al mundo él en primer lugar.
Solo había un lugar para informarse sobre quién nació primero. Pero, claro, no era un sitio que le agradase visitar. Apenas había pensado en su madre durante toda aquella crisis, y lo poco que la evocó no fue precisamente para alabarla. Y ahora que lo hacía… Tonterías. ¿Qué se proponía? ¿Ir al Otro Lado y anunciar alegremente que Payne estaba de puta madre?
Jamás. Si la Virgen Escribana quería conocer los pasos de sus «hijos», que mirara en esos ridículos cuencos de cristal que tanto le gustaban. O que viniera a visitarlos, como haría una madre de verdad.
V se dijo que estaba haciendo el ridículo con sus ideas sobre su madre y la edad de su hermana, y besó a su shellan.
—No me importa lo que diga el calendario ni quién naciera primero. Ella es mi hermanita y para mí nunca va a tener edad suficiente para… «eso».
Jane se rió y se pegó más a su pareja.
—Eres un macho muy dulce.
—Qué va.
—Sí, tonto, sí.
Después de conducirla hacia la mesa del comedor, V le retiró el asiento con galantería y luego se sentó a la izquierda de ella, de manera que quedara al lado de la mano con la que empuñaba la daga.
Mientras la conversación general tomaba vuelo, y todos se ocupaban de su comida, y su Jane se reía de algo que Rhage decía, Vishous miró a Butch y a Marissa, que sonreían cogidos de la mano.
Joder, pensó, la vida era maravillosa en ese momento.
Verdaderamente lo era.