54
Mientras sostenía el retrato de un hombre que era, sin duda, idéntico a él, Butch pensó, por alguna extraña razón, en las señales amarillas que se veían en las carreteras.
Las que decían cosas como «Firme resbaladizo», o «Peligro de deslizamiento», o los avisos temporales de «Obras en 2 kilómetros». Demonios, incluso aquellos que tenían la silueta de un ciervo saltando o una flecha negra que apuntaba a la izquierda o la derecha.
En ese momento, mientras permanecía de pie en el vestíbulo, realmente habría agradecido alguna señal de advertencia, algo que le avisara de antemano de que su vida estaba a punto de salirse de la carretera.
Pero, claro, las colisiones eran colisiones y no se podían prevenir, no había manera de saber que se iban a producir.
Butch levantó la vista de la fotografía y miró al cirujano humano a los ojos. Eran del color del vino de Oporto. Pero la forma de los ojos… Dios, ¿por qué no había notado antes la similitud que tenían con los suyos?
Habló casi sin darse cuenta de lo que decía.
—¿Estás seguro de que este hombre es tu padre?
Butch ya conocía la respuesta antes de que el cirujano asintiera.
—Quién… cómo… —Butch, desde luego, podría haber sido un gran periodista—. Qué…
Solo le faltaban el cuándo y el dónde y ya tendría ganado el Premio Pulitzer.
La cosa era que, después de aparearse con Marissa y pasar por la transición, finalmente había hecho las paces consigo mismo y lo que estaba haciendo con su vida. En el mundo humano, por otra parte, siempre se había sentido aislado de todos los demás, llevando una especie de vida paralela, pero sin relacionarse realmente con su madre, sus hermanas y sus hermanos.
Ni con su padre, desde luego.
O, al menos, el tío que le habían dicho que era su padre.
Butch había llegado a creer que al fin tenía una vida estable, con una casa y una compañera que le llenaban, tras una serie, no de cambios, sino de alucinantes convulsiones. Pensaba que su existencia discurriría por cauces seguros, sólidos, conocidos.
Y ahora una simple foto, una instantánea de mierda, lo echaba todo a rodar otra vez. Ya no sabía ni quién era. Toma ya vida estable.
El humano habló con tono solemne.
—Su nombre era Robert Bluff. Era cirujano del Columbia Presbyterian, en la ciudad de Nueva York, y mi madre trabajaba allá como enfermera.
—Mi madre también era enfermera. —Al hacer el comentario, Butch sintió que la boca se le quedaba seca—. Pero no en ese hospital.
—Él trabajó en muchos sitios; incluso estuvo en Boston.
Hubo un largo silencio, durante el cual el expolicía trató de evitar entrar en aguas turbulentas. No quería ni pensar en la posible infidelidad de su madre.
Vishous, en su nueva faceta de tipo sociable, trató de rebajar la tensión.
—¿Alguien quiere una copa?
—Whisky.
—Ginebra.
Butch y el cirujano, que habían hablado al alimón, se quedaron en silencio mientras V entornaba los ojos.
—Muy bien, voy a por ello.
Mientras el vampiro iba al bar de la sala de billar, Manello volvió a hablar.
—No se puede decir que llegara a conocerlo. Creo que lo vi una o dos veces. Realmente no lo recuerdo muy bien, para ser sincero.
V llegó con las bebidas, sonriendo como si fuera un auxiliar de vuelo.
Butch dio un sorbo largo a su vaso, Manello hizo lo mismo y luego sacudió la cabeza.
—Joder, ya he perdido la cuenta de todos los líos que tengo que resolver.
—Ya somos dos.
—Hasta que empezasteis a hurgar en mi cabeza, yo era un dichoso capullo infeliz, con problemillas de mierda: la caída del pelo, la búsqueda de compañera. Pero luego…
Butch asintió con la cabeza, pero no estaba prestándole atención. Sencillamente, no podía dejar de mirar la fotografía. Pasado un rato empezó a notar que, extrañamente, todo eso en cierto modo le aliviaba. La regresión ancestral había mostrado que estaba emparentado con Wrath, pero nunca había sabido, ni se había preocupado por averiguarlo, en qué consistía tan lejano vínculo. Y ahora, de pronto, ahí estaba la foto, poniendo una pista ante sus ojos.
Al final, saber de dónde se viene tranquiliza. Era como si hubiese sufrido una especie de enfermedad durante todo ese tiempo y de repente alguien le ofreciese el medicamento adecuado para curarse.
Tenía síndrome del padre equivocado. O quizás un tumor familiar, un bastardoma. Una paternopatía, en todo caso.
Ahora muchas cosas del pasado cobraban sentido. Siempre había pensado que su padre lo odiaba y tal vez en la foto estaba la explicación de aquella inquina. Su padre le detestaba porque no era su padre. Aunque era casi imposible pensar que su devota y recatada madre se hubiese descarriado alguna vez, allí estaba la prueba de que sí lo había hecho. Al menos una vez.
Su primer impulso fue ir en busca de su madre para pedirle explicaciones, todos los detalles. Bueno, todos no, los imprescindibles.
Pero no serviría de nada. La demencia senil la había alejado de la realidad y ahora estaba tan ida que apenas lo reconocía cuando iba a visitarla ocasionalmente. Y tampoco podía hacerles preguntas a sus hermanos. Había perdido todo contacto con ellos, y además lo más probable era que sus hermanos y sus hermanas supieran lo mismo que él. Nada.
De la boca del policía salió entonces una pregunta importante.
—¿Todavía está vivo?
—No estoy seguro. Yo creía que mi padre reposaba en el cementerio Campo de Pinos. Pero, ahora, qué sé yo.
—Yo puedo hacer algunas averiguaciones. —Cuando V habló, Butch y Manny se volvieron a mirarlo, sorprendidos—. Si queréis que lo busque, lo encontraré, esté vivo o muerto, en el mundo de los humanos o en el de los vampiros.
—¿A quién vas a encontrar?
La voz profunda provenía de la parte alta de las escaleras y todo el mundo miró hacia arriba mientras las palabras reverberaban aún en el enorme vestíbulo.
Wrath se encontraba en el rellano del segundo piso, con George a su lado. El estado de ánimo del rey era fácil de adivinar, por mucho que llevara, como siempre, gafas oscuras. Su lenguaje corporal, además del tono de voz, decía que estaba de muy mal humor.
Lo que no estaba claro es si se debía a la presencia de aquel humano en el vestíbulo u obedecía a otra razón. Dios sabía que en ese momento el rey tenía muchas y muy serias preocupaciones.
Vishous fue el primero en hablar; lo cual fue una suerte, porque Butch parecía haberse quedado sin voz, y Manello también.
—Parece que este estupendo cirujano puede ser pariente tuyo, señor.
Manello se quedó con la boca abierta.
Butch tragó saliva. ¡Parientes del rey! Más leña al fuego.
‡ ‡ ‡
Manny se pasó la mano por la cara, abrumado, mientras el tremendo vampiro con el pelo hasta la cintura bajaba las escaleras, acompañado de un perro rubio que parecía guiarlo. El desgraciado se comportaba como si fuera el amo. Claro que, teniendo en cuenta que Vishous se había dirigido a él como «señor», probablemente lo era.
—¿Te he oído bien, V?
—Sí. Me has oído bien, mi rey.
Bien: esto planteaba otra pregunta. Ahora Manny también se estaba preguntando si sus oídos funcionaban bien.
Vishous aclaró sus dudas.
—Él es nuestro rey. Wrath, hijo de Wrath. Este es Manello. Manuel Manello, el cirujano prodigioso.
—Tú eres el macho de Payne.
Para empezar, decía una verdad. Buen comienzo.
—Sí, así es.
De pronto soltó una profunda carcajada, llena de ironía.
—¿Y cómo crees que estamos emparentados?
Fue V quien se adelantó a dar una explicación.
—Existe una asombrosa semejanza física entre el padre de Manny y Butch. Quiero decir que… joder, ya me entiendes.
Las cejas negras del rey parecieron juntarse más allá de las gafas ahumadas. Y luego la expresión se suavizó.
—No hace falta que me enseñéis la foto. Ya sabéis que eso en mi caso no sirve de nada.
El cirujano veía, pues, confirmadas sus sospechas: el melenudo era ciego. Eso explicaba su relación con el perro.
—Podríamos hacerle una regresión ancestral —sugirió Vishous.
—Sí —dijo Butch—. Hagamos eso…
—Un momento —intervino Jane—, ¿eso no podría matarlo?
—Eh, eh, quietos. —Manny levantó las manos con gesto defensivo—. Calma, que soy el interesado. ¿Qué coño queréis hacerme? ¿Una regrequé?
Vishous soltó una bocanada de humo.
—Es un proceso mediante el cual entro en ti y veo cuánta sangre vampira corre por tus venas.
—¿Y eso me puede matar? —Mierda, el hecho de que Jane estuviera sacudiendo la cabeza en actitud inquieta no le inspiraba la más mínima confianza.
—Es la única manera de estar seguros. Si eres un mestizo, no podemos analizar tu sangre en nuestro laboratorio. Los mestizos son diferentes.
Manny miró a su alrededor, fijándose en todos y cada uno de los presentes: el rey, Vishous, Jane… y el tío que podría ser su hermano o su hermanastro. Por Dios, tal vez esa era la razón por la que sentía cosas tan extraordinarias por Payne; desde el primer instante en que la vio, era como… si una parte de él se hubiese despertado.
Y a lo mejor también explicaba su temperamento explosivo.
Y después de toda una vida haciéndose preguntas acerca de su padre y sus raíces, ahora podía encontrar la verdad. Quizás mereciese la pena la regreleche aquella de marras.
Solo que mientras todos lo miraban, Manny recordó el día en que llegó al hospital, la semana anterior, pensando que era de mañana cuando en realidad era de noche. Y luego se acordó de esa mierda que le hizo Payne y los cambios en su cuerpo.
—¿Sabéis una cosa? —El cirujano negó con el dedo—. No quiero regresar a ningún lado. Creo que estoy estupendamente donde estoy y como estoy. De todas formas, agradezco mucho vuestro amable interés.
Jane asintió, lo que vino a confirmarle que se había subido al tren adecuado.
Además, se estaban olvidando del problema más urgente, así que se lo recordó.
—Payne volverá en algún momento, de alguna manera. Y no me voy meter en experimentos, no voy a jugar a la ruleta rusa justo antes de volverla a ver; aunque eso pueda decirme si pertenezco a este mundo o no. Sé quién es mi padre y… estoy viendo su vivo reflejo justo frente a mí. Eso es todo lo que necesito saber, a menos que Payne diga otra cosa. Pero, para saberlo, hay que esperarla.
Al ver que Vishous cruzaba los brazos sobre el pecho, Manny se preparó para discutir lo que hiciera falta.
—Vaya elemento. Me gustan tus cojones. Joder, ya lo creo que me gustan.
Teniendo en cuenta lo que ese cabrón de la perilla había interrumpido no hacía muchos días, aquello era más bien sorprendente. Pero agradable, muy bueno para él en aquel momento crítico.
—Muy bien, estamos de acuerdo. Si mi mujer quiere que lo haga, lo haré. Pero si no, estoy bien como estoy.
Wrath dictó sentencia.
—Me parece justo.
Se hizo un intenso silencio. Tampoco era de extrañar: ¿qué más se podía decir? Todo el mundo pensaba ahora en Payne, en dónde podría estar y qué suerte habría corrido. Ese era el asunto realmente acuciante.
Y la vuelta a la realidad hizo que el cirujano sintiese una enorme impotencia, la mayor de su vida.
El hermanastro rompió el silencio.
—Necesito otro trago.
Butch se dirigió al salón contiguo, Manny lo vio desaparecer a través de un elaborado arco.
—Apoyo esa moción.
—Estás en tu casa. —El rey ciego habló, como siempre, con voz grave, pero ahora con tono mucho más amable—. El bar está por allí.
Manny asintió con la cabeza, dominando un cómico impulso de hacerle una reverencia. Lo mismo su atávica sangre vampírica lo reconocía como rey. Pensando en ello, decidió responder de la forma más llana posible.
—Gracias, amigo. —Al ver que el rey le tendía el puño, Manny le respondió y, después de darse un golpecito en los nudillos, se despidió de Jane y su marido con un gesto de la cabeza.
El salón al que pasó parecía un bar de hipódromo, y además el mejor que hubiese visto en la vida. Demonios, hasta tenían una máquina para hacer palomitas de maíz.
La voz del policía sonó desde el fondo.
—¿Otra copa?
Manny, aún impresionado por el lujo del bar de marras, aceptó encantado.
—Sí, por favor.
El cirujano alzó el vaso y el hermanastro le sirvió. El chorro de escocés pareció resonar por todo el salón, y el humano se dijo que aquel bar de lujo tenía, encima, una sonoridad propia del Madison Square Garden.
Animado por esa idea, fue hasta el equipo de música, espectacular como toda la estancia, y pulsó algunos botones.
Sonó gangsta rap.
Mejor cambiar. Conectó la radio digital de alta fidelidad, donde comenzó a buscar una emisora de su gusto. Cuando oyó los primeros acordes de Dead Memories, de Slipknot, respiró hondo.
Le relajaban un poco aquellas distracciones mientras llegaba la noche. Solo tenía que esperar la llegada de la noche.
El expolicía, que le había servido la copa, señalaba ahora el aparato de música con la cabeza.
—¿A ti te gusta esa mierda?
—Sí.
—Pues en eso no estamos de acuerdo.
El gemelo de Payne asomó la cabeza por la puerta.
—¿Qué demonios es ese ruido? Creí que nos habían invadido las huestes del Omega.
Manny sacudió la cabeza.
—Es música.
—Si tú lo dices…
El rejuvenecido cuarentón entornó los ojos y se puso muy serio. En cuanto se paraba a pensar, pensamientos sombríos invadían su ente. La idea de que en ese momento no podía hacer nada por su Payne era desesperante, y hasta lo volvía peligroso, porque sentía ganas de destruir algo o a alguien. A saber de lo que sería capaz si empeoraban las cosas, y más ahora que se sospechaba que pudiera tener algo de sangre vampírica en las venas.
Dios, se sentía fatal. Tenía que hacer algo, y se le ocurrió una idea.
—¿Alguien quiere echar una partida de billar?
—Mierda, sí.
—Por supuesto.
Jane entró y le dio un abrazo.
—Yo también juego.
Estaba claro que Manello no era el único que se moría por tener alguna distracción.