53
Manny conducía su coche, con el volante bien agarrado entre las manos y los ojos fijos en la carretera, cuando giró a la derecha… y enfiló hacia un lugar que coincidía perfectamente con la clase de escenario que Vishous le había descrito.
Al fin. Llevaba lo menos tres horas dando vueltas por una calle tras otra, doblando por aquí y por allá, hasta que encontró el puñetero lugar.
Sí, esto era lo que estaba buscando: a la luz de las diez de la mañana que se colaba entre los edificios, brillaba un reguero de algo pegajoso y oleaginoso, que se extendía por el pavimento y cubría los muros de ladrillo, el contenedor de basura y las ventanas con rejilla.
El cirujano detuvo el motor.
Abrió la puerta y enseguida frunció el ceño.
—Joder, qué peste.
El hedor era indescriptible. Un olor inmundo que pasó directamente de la nariz al cerebro y produjo en este una especie de cortocircuito.
Y el caso es que Manny lo reconoció. El tío con la gorra de los Sox apestaba a eso la noche que habían operado a los vampiros.
Manny sacó el móvil, buscó el número supersecreto de Vishous y lo llamó. Casi no le dio tiempo a sonar antes de que respondiera el gemelo de Payne.
—Lo encontré. —El cirujano sentía que mientras hablaba el corazón podía escapársele por la boca—. Un sitio que tiene todas las características de las que me hablaste. Y, joder, un olor que… Bien. Sí. Entendido. Te llamo en un momento.
Colgó y miró su entorno. Por un lado, estaba a punto de enloquecer pensando que Payne podía estar involucrada en lo que parecía claramente un baño de sangre. Por otro, se decía que al menos podía ser una pista. Tomó aire y mantuvo la cordura mientras buscaba algo, cualquier cosa que les pudiera decir qué había ocurrido…
—Manny.
—¡Dios! —Giró sobre sus talones, sobresaltado—. ¿Quién coño es? Joder… ¡Jane!
La figura fantasmagórica de su antigua jefa de traumatología se condensó ante sus ojos.
—Hola.
Su primer pensamiento fue que la regeneración de la Elegida le había afectado al cerebro, y veía visiones. Luego recordó que su amiga era capaz de hacer cosas bastante sensacionales, por así decirlo.
—Ho… hola. ¿No tienes problemas con la luz del sol?
—No, estoy bien. —Jane lo agarró de un brazo para tranquilizarlo—. He venido a ayudar. V me dijo dónde estabas.
Jane le dio un apretón en el hombro.
—Estoy realmente muy contenta de verte.
Jane le dio un abrazo rápido y sentido.
—Vamos a encontrarla, te lo prometo.
Sí, pero ¿en qué condiciones estaría?
Trabajando en equipo, los dos registraron minuciosamente el callejón, tanto las partes en penumbra como las zonas iluminadas. Gracias a Dios todavía era relativamente temprano y aquel era un barrio de la ciudad muy poco habitado y menos transitado. El cirujano no hubiera tenido paciencia en ese momento para sobrellevar la complicación de tener público; y no digamos para andar respondiendo a preguntas de la policía.
Durante media hora, Manny y Jane revisaron cada centímetro cuadrado del apestoso callejón, pero lo único que encontraron fueron desechos de los drogadictos, basura y un montón de condones que Manny no tenía intención de tocar.
—Nada. Sólo la mierda que era de esperar.
Nada de rendirse, había que seguir revisando, peinando la zona, esperando…
Un traqueteo lo hizo volver la cabeza y llamó su atención hacia el contenedor de basura.
—Algo está haciendo ruido por aquí. —Mientras gritaba, se agachaba hacia el punto del que procedía el ruido. Solo que, con la suerte que tenía, tal vez fuera más que una rata desayunando.
Jane llegó justo cuando el cirujano metía la mano debajo del contenedor.
—Creo… creo que es un teléfono. —Tanteó con esfuerzo durante unos segundos, con expresión crispada—. Lo tengo.
Al retirar el brazo, Manny vio que, en efecto, se trataba de un móvil medio roto que, sin embargo, seguía vibrando, lo cual explicaba el ruido. Por desgracia, saltó el buzón de voz antes de que pudiera contestar.
—Joder, está untado por todas partes de esa cosa negra. —Manny se limpió la mano contra el borde del contenedor de basura, casi empeorando las cosas—. Y está protegido con una clave.
—Hay que llevárselo a V; él puede encontrar algo.
Manny se puso de pie y miró a Jane.
—No sé si puedo ir allí. —Trató de entregarle el teléfono—. Toma. Llévalo tú y yo veré si puedo encontrar otro lugar como éste.
A decir verdad, tenía la impresión de que ya había recorrido todo el centro de la ciudad.
—¿No quieres saber de primera mano lo que está pasando?
—Mierda, sí, claro, pero…
—¿Nunca has oído que a veces se puede hacer algo prohibido y disculparse después? —Al ver que Manny levantaba las cejas, Jane encogió los hombros—. Así fue como me relacioné contigo en el hospital durante años.
El médico la miró con cara seria.
—¿Hablas en serio?
—Yo conduciré hasta el complejo y, si alguien tiene algún problema con tu presencia, yo me encargo de arreglarlo. ¿Te puedo sugerir que nos detengamos antes en tu casa para que saques lo que puedas necesitar para quedarte un tiempo en la Guarida?
Manny negó con la cabeza lentamente.
—Si ella no vuelve…
—No. Ni siquiera merece la pena considerar esa posibilidad. Volverá. —Jane hablaba con total seriedad mientras lo miraba a los ojos—. Cuando vuelva a casa, tarde lo que tarde, tú estarás allí para recibirla. V me ha contado que has dejado el trabajo… al parecer Payne se lo dijo. Podemos hablar de eso después…
—No hay nada que discutir. La dirección del St. Francis prácticamente me pidió que renunciara.
Jane tragó saliva.
—Santo Dios… Manny…
Santo Dios, Manny, menudo comentario idiota. No podía creer lo que acababa de salir su boca en ese momento. ¿No se le ocurría otra cosa que decirle a su amigo y maestro cuando se había quedado sin lo que daba sentido a su vida? Jane se odió.
—No importa, Jane. Siempre y cuando ella regrese sana y salva, lo demás da igual, de verdad. Eso es lo único que me importa.
Jane hizo un gesto con la cabeza señalando el coche.
—Bien, entonces, ¿por qué perdemos el tiempo charlando aquí?
Tenía mucha razón.
Los dos corrieron hacia el Porsche, se montaron, se pusieron los cinturones de seguridad y arrancaron, con Jane al volante.
Mientras avanzaban a toda velocidad hacia el Commodore, Manny se sintió impulsado, por no decir transformado, por un propósito firme, una decisión casi fanática: ya había arruinado las cosas con su mujer una vez y no ocurriría de nuevo.
Jane aparcó frente al rascacielos y allí esperó mientras Manny entraba corriendo al vestíbulo, subía en el ascensor y llegaba a su ático. Moviéndose como un rayo, agarró el ordenador, el cargador del móvil… y recordó algo.
La caja de seguridad.
Siempre a toda velocidad, se dirigió al armario de su habitación, abrió la puerta y marcó el código que abría la caja fuerte. Con manos rápidas y seguras, sacó su certificado de nacimiento, siete mil dólares en efectivo, dos relojes Piaget y el pasaporte. Luego agarró una bolsa y lo metió todo allí, junto con el ordenador y el cargador. Enseguida agarró dos mochilas más que había dejado llenas de ropa cuando estuvo a punto de marcharse por la noche y salió de su ático como un rayo.
Esperó impaciente el ascensor, sin dejar de pensar que estaba abandonando su vida. Para siempre. Rompiera con Payne o no, nunca volvería a reanudar aquella existencia… y no se refería solo al lugar de residencia.
Desde el momento en que entregó las llaves del coche a Jane, había doblado la esquina, hablando metafóricamente. No tenía idea de qué le esperaba, pero no había marcha atrás. Y le parecía lo adecuado, lo que tenía que hacer. No sentía el más mínimo arrepentimiento.
De regreso en el coche, guardó las bolsas en el maletero, se montó y miró a su fantasmal amiga.
—Adelante.
‡ ‡ ‡
No había pasado mucho más de media hora cuando el rejuvenecido cuarentón se encontraba de nuevo en el brumoso territorio de la montaña de los vampiros.
Al mirar de reojo el móvil casi totalmente destrozado que llevaba en la mano, rogó a Dios que aquella frágil pista sirviera para devolverle a su Payne… y que así pudiera tener una oportunidad de recuperar lo que había abandonado…
—Joder. —Frente a ellos, elevándose por encima de una extraña neblina, se cernía una inmensa mole de roca, tan grande como el monte Rushmore—. Esa sí que es una condenada casa.
Gran casa, en verdad. O gran mausoleo, que también podría considerarse así.
—Los Hermanos se toman la seguridad muy en serio. —Jane estacionó el coche frente a unas escaleras que parecían más propias de una catedral que de una vivienda.
—Desde luego. Tus parientes políticos son de lo que no hay.
Se bajaron al tiempo y, antes de sacar sus cosas, Manny echó un vistazo al paisaje. El muro que rodeaba el complejo se extendía a izquierda y derecha y se elevaba más de tres metros del suelo. Había cámaras de vigilancia por todas partes, y rollos de alambre de púas sobre el borde de la tapia. La mansión era enorme, parecía perderse en todas direcciones. Tenía cuatro pisos.
Y tenía algo que no había visto ni siquiera en las más inexpugnables fortalezas: todas las ventanas estaban cubiertas por persianas de metal. ¿Y aquella puerta doble? Parecía que se necesitaba un carro de combate para atravesarla.
Había varios coches en el patio, algunos de los cuales habrían despertado su envidia en otras circunstancias, y también se veía otra casa mucho más pequeña, pero construida con la misma piedra que la principal, el castillo. La fuente que había en el centro estaba seca, pero Manny se podía imaginar el encantador sonido que haría cuando tuviera agua, para alegrar la existencia de aquella pandilla de monstruos a cual más espeluznante.
Jane, que ya estaba sacando las bolsas y las mochilas, le hizo una seña.
—Sígueme.
—Déjame llevar eso a mí. —Manny y agarró las mochilas que ella había sacado—. Las señoras primero.
La fantasmal doctora había llamado a su compañero por el camino, así que el cirujano ya sabía que los amigos de Payne no lo iban a matar de inmediato. Pero ¿quién podía estar seguro de que el cabrón de la perilla o cualquier otro no perdería los nervios?
Menos mal que en ese momento lo que menos le importaba era su propia vida.
Al llegar a la imponente entrada, Jane tocó la campana y se abrió una puerta. Pasaron. Manny se encontró en un vestíbulo sin ventanas que le hizo pensar en una cárcel, una prisión muy elegante y cara, con paneles de madera tallada y un delicioso aroma a limón en el aire.
No había manera de salir de allí a menos que alguien se lo permitiera.
Pero de momento no había nadie.
Jane le habló directamente a una cámara.
—Somos nosotros. Estamos…
Un segundo conjunto de puertas se abrió de inmediato y Manny tuvo que parpadear un par de veces cuando miró hacia el interior. El deslumbrante y colorido vestíbulo que vio al fondo no era lo que esperaba: majestuoso y con todos los colores del arco iris, era todo lo contrario del exterior fortificado. Mármoles, piedras polícromas, cristal refinado. Lujo total. Alegría decorativa.
Pasaron al vestíbulo y el cirujano vio, impresionado, el fresco del techo, tres o cuatro pisos hacia arriba. Por si fuera poco, allí había una escalera que dejaría en ridículo a la de Lo que el viento se llevó.
Cuando la puerta se cerró tras ellos, el hermano de Payne salió de lo que parecía una sala de billar, con Red Sox a su lado. Mientras caminaba hacia ellos, se puso el cigarro entre los colmillos y se arregló los pantalones de cuero negro, todo con mucha seriedad.
Se detuvo frente a Manny, los dos se miraron a los ojos y todos los demás empezaron a preguntarse si todo se iría a freír espárragos antes de empezar.
Pero de pronto el vampiro le tendió la mano.
Ah, claro, el móvil.
Manny puso las mochilas en el suelo y sacó el deteriorado aparato del bolsillo de la chaqueta.
—Toma… aquí está…
El vampiro aceptó lo que Manny le entregó, pero ni siquiera miró el teléfono. Solo se lo guardó en el bolsillo y volvió a tenderle la mano a Manny.
El gesto era muy simple, pero su significado era muy, pero que muy profundo.
El cirujano le estrechó la mano y ninguno de los dos dijo nada. No había razón para hablar, puesto que la comunicación era clara: uno y otro se expresaron respeto mutuo.
Cuando se soltaron, Manny sí habló.
—¿Y el móvil?
El vampiro estudió el teléfono en un segundo y lo identificó en dos.
—Sí, ya sé lo que es.
—Joder… eres rápido —murmuró el humano.
—No tiene mucho mérito. Este es el teléfono que le di a ella. La estaba llamando cada hora. El GPS está dañado, si no, habríamos ganado mucho tiempo, te hubiera podido decir dónde estaba, sin necesidad de que peinaras todo el centro.
—Mierda. —Manny se refregó la cara—. Bueno, era lo único que había allí. Jane y yo registramos minuciosamente el callejón. Y ahora, ¿qué hacemos?
—Esperaremos. Es lo único que podemos hacer mientras sea de día. Pero, tan pronto oscurezca, la Hermandad va a salir de aquí a buscar venganza. La encontraremos, no te preocupes.
—Yo también voy. —Manny había dado un paso al frente—. Lo digo porque quiero que quede claro.
Al ver que el gemelo de Payne comenzaba a negar con la cabeza, el cirujano decidió abortar cualquier protesta o mierda parecida.
—Lo siento. Ya sé que es tu hermana, pero también es mi mujer. Y eso significa que tengo que tomar parte.
Al oír eso, el de la gorra de béisbol se descubrió y se pasó la mano por el pelo.
—Joder, qué huevos…
Manny se quedó paralizado, sin poder escuchar el resto de la frase. Sólo miraba al tipo que la pronunciaba.
Esa cara, esa maldita cara le sonaba.
Esa cara.
Manny se había equivocado acerca del lugar donde había visto a ese tío.
—¿Qué pasa conmigo? —Se echó un vistazo para ver qué tenía de raro.
Manny notó que el hermano de Payne fruncía el ceño, y Jane parecía preocupada. Pero tenía toda su atención centrada en el otro hombre. Estudió aquellos ojos color almendra, esa boca y esa mandíbula, tratando de encontrar algo que no coincidiera, algo que estuviese fuera de lugar, algo que contradijera el maldito parecido.
La única cosa que parecía ligeramente distinta era la nariz, pero eso era porque ese tío se la debía de haber fracturado al menos una vez.
La verdad estaba en los huesos.
Y la conexión no era el hospital, ni la catedral de St. Patrick… porque, pensándolo bien, sí, definitivamente había visto antes a ese tío, ese hombre, ese macho, ese vampiro, o lo que fuera… en la iglesia.
—¿Qué demonios pasa? —Butch, también intrigado, miraba a Vishous.
A manera de explicación, Manny se agachó y empezó a hurgar entre sus mochilas. Mientras buscaba, sabía sin lugar a dudas que lo iba a encontrar, pese a que no recordaba haberlo guardado allí. El destino había dispuesto esas fichas de dominó con demasiada perfección como para que las cosas no acabasen cuadrando por una gilipollez.
Y allí estaba.
Cuando Manny se enderezó, le temblaban tanto las manos que el soporte del retrato saltaba sobre el reverso del marco.
Se dio cuenta de que se había quedado sin voz, y lo único que pudo hacer fue girar el retrato y dar a los otros la oportunidad de mirar la fotografía en blanco y negro.
La cual era la imagen misma del tío al que llamaban Butch.
El cirujano pudo hablar al fin, con voz ronca.
—Éste es mi padre.
La expresión del hombre pasó del «vale, muy majo», al desconcierto total. Sus manos también comenzaron a temblar cuando agarró con cuidado la vieja fotografía.
No se molestó en negar nada. No podía.
El hermano de Payne soltó una nube de un humo con delicioso aroma.
—¡Hostias!
Esa expresión realmente lo resumía todo muy bien.
Manny miró de reojo a Jane y luego al hombre que bien podía ser su hermano.
—¿Lo reconoces?
Cuando el tío negó despacio con la cabeza, el humano miró al gemelo de Payne.
—¿Los humanos y los vampiros pueden…?
—Pues sí.
Volvió a mirar al tipo que se parecía a su padre.
—Entonces, tú eres…
—¿Un mestizo? Sí. Mi madre era humana.
Manny remachó entre dientes.
—Qué hijo de puta.