52

Cuando Payne recuperó el conocimiento, no abrió los ojos enseguida. No había razón para mostrar que era consciente de lo que la rodeaba.

Las sensaciones corporales le daban información sobre su situación: estaba de pie, con grilletes en las muñecas, los brazos abiertos a los lados y la espalda contra una pared de piedra húmeda. También tenía grilletes en los tobillos y le habían abierto las piernas, mientras su cabeza colgaba hacia delante en una posición incómoda.

Respiró hondo un par de veces y percibió olor a tierra mojada. Desde la izquierda le llegaron unas voces masculinas. Voces muy profundas, que transmitían una gran ansiedad, algo así como una ilusión nerviosa, como si estuvieran a punto de conseguir algo muy deseado. Ella era su logro, lo que ansiaban.

Mientras reunía energías, Payne no se engañaba con respecto a lo que le iban a hacer. Y sabía que se lo iban a hacer muy pronto. Trató de recuperar la compostura, alejó de su mente los pensamientos sobre su Manello, porque no se le iba de la cabeza que si esos machos se salían con la suya iban a abusar de ella muchas veces antes de matarla, tomando para ellos lo que en justicia debería haber sido de su sanador…

No. No podía ni quería pensar en él. En esos instantes cruciales, tales pensamientos eran como un pozo negro que la absorbería, la atraparía y la dejaría indefensa.

En lugar de eso, Payne echó mano de la memoria, repasando las imágenes de sus captores y uniéndolas a lo que sabía gracias a los cuencos de cristal del Santuario.

¿Por qué?, se preguntó. No tenía idea de la razón por la cual el macho con el labio defectuoso sentía tanto odio hacia ella…

—Sé que estás despierta. —La voz era increíblemente grave, tenía un acento pesado y venía de algún lugar muy cerca de su oído—. Respiras de otra manera. Esas cosas no se me escapan.

Al levantar los párpados y la cabeza a un tiempo, Payne clavó sus ojos en el soldado. Estaba en medio de las sombras, junto a ella, así que no lo podía ver bien.

Las otras voces habían cesado. Notó que tenía muchos ojos encima.

Así era como debían de sentirse las presas acorraladas en una cacería.

—Me duele que no recuerdes nada de mí, hembra. —Al decir eso, el macho acercó una vela a su cara—. Yo he pensado en ti cada noche desde que nos vimos por primera vez. Hace cientos y cientos de años.

Payne entornó los ojos. Pelo negro. Ojos crueles de color azul oscuro. Y un labio leporino que obviamente debía de ser de nacimiento.

—Recuérdame. —No era una pregunta, era una exigencia—. ¡Recuérdame!

Y entonces recordó. La pequeña aldea al borde de una cañada boscosa donde ella había matado a su padre. Sí, era uno de los soldados del Sanguinario. Sin duda, todos los presentes lo eran.

Estaba claro, definitivamente se había convertido en una presa de caza. La vampira fue consciente de que ansiaban hacerle mucho daño antes de matarla, todo ello en venganza por haberles arrebatado a su líder.

—Recuérdame.

—Eres un soldado del Sanguinario.

El macho, vociferando, se acercó más a su rostro.

—¡No, no, no! Soy más que eso.

Al ver que Payne fruncía el ceño, el macho retrocedió y comenzó a dar vueltas en pequeños círculos, con los puños cerrados, mientras la vela goteaba cera ardiente sobre sus manos.

Cuando regresó frente a ella, había recuperado el control.

—Soy su hijo. Su hijo. Tú me arrebataste a mi padre injustamente.

—Imposible.

—¿Qué?

En medio de un silencio tenso, Payne habló con claridad.

—Es imposible que tú seas hijo del Sanguinario.

Pasado un instante, la furia ciega que cubrió la cara del macho era la imagen misma del odio.

Alzó una mano crispada, temblorosa, y le dio a la vampira una violenta bofetada, que la dejó conmocionada unos segundos.

Cuando levantó la cabeza y lo miró a los ojos, Payne no estaba dispuesta a seguir tolerando aquella situación. Ni las creencias erradas de ese macho, ni a su grupo de degenerados que la observaban con lujuria.

Ni su ignorancia criminal.

La Elegida sostuvo la mirada a su captor.

—El Sanguinario engendró un hijo, y sólo un hijo macho…

—El Hermano de la Daga Negra Vishous. —Se oyó una carcajada que resonó por todo el salón—. He oído historias sobre sus perversiones…

—¡Mi hermano no es un pervertido!

En este punto, Payne también perdió el control y la ira que la había impulsado aquella noche en que mató a su padre regresó y se apoderó de ella: Vishous no sólo era sangre de su sangre, también era su salvador, por todo lo que había hecho por ella. La guerrera no iba a permitir que le faltaran al respeto en su presencia, aunque defenderlo le costara la vida.

Entre un latido y otro de su corazón, Payne fue consumida por una energía interna que iluminó el sótano en que todos se encontraban con una luz blanca, asombrosa, brillante.

Los grilletes se fundieron y cayeron sobre el suelo de tierra con un ruido metálico.

El hombre que estaba frente a ella saltó hacia atrás y adoptó instintivamente la posición de combate, mientras que los demás tomaban las armas. Pero ella no iba a atacar, es decir, no lo iba a hacer físicamente.

La guerrera iluminada habló.

—Escúchame ahora. Fui traída al mundo por la Virgen Escribana. Vengo del Santuario de las Elegidas. Así que cuando te digo que el Sanguinario, mi padre, no tuvo otro hijo macho, estoy exponiendo un hecho, no una opinión ni una creencia.

El otro volvió a vociferar, descompuesto.

—No es cierto. Y tú… tú no puedes haber nacido de la Madre de la raza. Ella no tiene descendencia…

Payne levantó sus brazos resplandecientes.

—Soy lo que soy. Niégalo si quieres. Tú sabrás a lo que estás dispuesto a arriesgarte.

La cara del vampiro se puso blanca como el papel y hubo un largo y tenso momento de quietud, mientras las armas convencionales apuntaban en dirección de Payne y ella brillaba con ira santa.

De pronto, el soldado que comandaba a los demás relajó su posición de combate y dejó caer los brazos a los lados, al tiempo que estiraba las piernas.

—No puede ser. Nada de eso es…

Macho estúpido, pensó Payne. Dio un paso hacia el enemigo y volvió a hablar.

—Soy la hija engendrada por el Sanguinario y la Virgen Escribana. Y yo te digo ahora que maté a mi padre, no al tuyo.

Luego levantó la mano, la echó hacia atrás y le dio una bofetada.

—Y no insultes a los míos.

‡ ‡ ‡

Cuando la hembra lo golpeó, la cabeza de Xcor se torció hacia un lado, con tanta fuerza y tan rápido que tuvo que movilizar todos sus músculos instintivamente para tratar de mantener la cabeza unida a la columna vertebral. La sangre invadió de inmediato su boca y tuvo que escupir un poco antes de enderezarse.

En verdad, la hembra que estaba frente a él era imponente en su furia y su determinación. Casi tan alta como él, lo miraba directamente a los ojos, con los pies bien plantados en el suelo y los puños cerrados, como si estuviera preparada para usarlos contra él y su pandilla de bastardos.

No se trataba de una hembra ordinaria. Y no solo por la manera en que había derretido los grilletes.

Para colmo, al mirarla directamente a los ojos, le recordó a su padre. La hembra tenía la voluntad de hierro del Sanguinario no solo en el rostro, los ojos y el cuerpo entero. La tenía en el alma.

Xcor tuvo la clara sensación de que todos ellos podrían caer sobre ella y pese a todo la hembra guerrera lucharía con todos y cada uno hasta el último aliento y el último latido de su corazón.

Dios sabía que pegaba como un guerrero.

Pero…

—Era mi padre. Él me lo dijo.

—Él era un mentiroso. —Al decir eso, la hembra no parpadeó. Ni bajó los ojos ni la cabeza—. He visto en los cuencos de cristal a innumerables hijas bastardas. Pero solo hubo un único hijo macho y ése es mi hermano gemelo.

Xcor no estaba preparado para oír aquello delante de sus machos.

Los miró de reojo. Incluso Throe se había armado. En cada uno de los rostros se podía ver la rabia impaciente. Una sola señal de su parte y caerían sobre ella, aunque los redujese a cenizas a todos.

El jefe tomó una decisión.

—Dejadnos solos.

Como era de esperarse, Zypher fue el primero en protestar.

—Permítenos sujetarla mientras tú…

—Dejadnos solos.

Hubo un momento en que nada se movió. Finalmente, Xcor gritó:

—¡Dejadnos solos!

En un segundo, los machos desaparecieron por una escalera que llevaba a la vivienda que había en la planta superior. Luego cerraron una puerta y se oyeron pasos arriba, mientras se paseaban de un lado a otro como animales enjaulados.

Xcor se volvió a concentrar en la hembra.

Durante un rato muy largo, se quedó mirándola en hostil silencio.

—Te he buscado durante siglos.

—No estaba en este lado.

Con los demás o a solas con aquel guerrero, ella seguía serena, soberbia. Totalmente imperturbable. Y mientras estudiaba su rostro, Xcor notaba un cambio glacial en su propio corazón.

Preguntaba con voz ronca, dolorida.

—¿Por qué? ¿Por qué lo mataste?

La hembra parpadeó lentamente, como si no quisiera mostrar vulnerabilidad y necesitara un momento para asegurarse de no revelar lo que sentía de verdad.

—Porque le hizo daño a mi gemelo. Torturó a mi hermano, y por eso tenía que morir.

Así que tal vez las leyendas que había oído tenían algo de veracidad, pensó Xcor.

En efecto, como la mayoría de los soldados, Xcor conocía desde hacía mucho tiempo los rumores de que el Sanguinario había ordenado que su hijo de sangre fuese sujetado en el suelo mientras le hacían unos tatuajes… y luego lo castraban. Según contaba la historia, la castración había sido sólo parcial. Se rumoreaba que Vishous había quemado mágicamente las cuerdas con que lo sujetaban y luego había escapado hacia la noche, antes de que terminaran la siniestra tarea.

Xcor miró hacia los grilletes que habían caído de las muñecas de la hembra, completamente fundidos.

Luego levantó sus propias manos y se miró. No, él nunca había resplandecido.

—Me dijo que yo era hijo de una hembra que había visitado en busca de sangre. Me dijo que… aquella hembra no me quería como hijo debido a mi… —El macho se tocó el labio leporino y dejó la frase sin terminar—. Él me recogió y… me enseñó a pelear. A su lado.

Xcor se daba cuenta de que hablaba con exceso de pasión, pero no le importaba. Se sentía como si estuviera mirándose a un espejo y viera un reflejo de sí mismo que no reconocía.

—Me dijo que yo era su hijo, y se apropió de mí como si fuera su hijo. Después de su muerte, ocupé su lugar, tal como hacen los hijos.

La hembra lo estudió cuidadosamente y luego sacudió la cabeza.

—Y yo te digo que él mintió. Mírame a los ojos. No dudes que digo una verdad que debiste haber conocido hace mucho, mucho tiempo. —La voz de la hembra se transformó apenas en un susurro—. Conozco bien las traiciones de la sangre. Conozco el dolor que sientes ahora. Ese peso que arrastras no es justo. Pero no debes basar tu venganza en una ficción. No lo hagas, te lo ruego. Porque si lo intentas me veré obligada a matarte. Y si no consiguiera matarte, mi gemelo te perseguiría junto con la Hermandad y te harían implorar tu propia muerte.

Xcor buscó dentro de sí mismo y vio algo que despreciaba, pero que no podía pasar por alto: no tenía ningún recuerdo de la perra que lo había traído al mundo, pero conocía muy bien la historia de cómo ella lo había expulsado de su habitación debido a su fealdad.

Indefenso, perdido, deseó intensamente pertenecer a alguien. Y el Sanguinario lo había reclamado para sí; aquel defecto físico nunca le había importado. Solo se interesaba por lo que Xcor tenía en abundancia: velocidad, fortaleza, agilidad, poder… y una concentración letal.

Siempre creyó que había heredado todo eso de su padre.

Ahora todo se tambaleaba.

—Él me dio un nombre. Mi madre se negó a hacerlo. Pero el Sanguinario me dio un nombre.

—Lo siento mucho, de verdad.

Lo verdaderamente extraño era que Xcor creía a la guerrera. Y que a pesar de estar lista para pelear hasta la muerte, la hembra ahora parecía triste.

El soldado se alejó de ella y comenzó a pasearse de un lado a otro.

Si no era el hijo del Sanguinario, ¿quién era él? ¿Podía seguir dirigiendo a su grupo de bastardos? ¿Lo seguirían, como hasta entonces, con fe ciega en la batalla sabiendo que no era quien creía ser?

—Miro hacia el futuro y no veo nada —murmuró.

—También sé lo que es eso.

Xcor se detuvo y miró de frente a la hembra. Había cruzado los brazos relajadamente sobre el pecho y ahora no lo estaba mirando a él, sino la pared que estaba al fondo. En sus rasgos, Xcor vio el mismo vacío que él sentía dentro de su propio pecho.

El soldado echó los hombros hacia atrás y se dirigió a ella.

—No tengo nada que arreglar contigo. Tú tuviste tus propias razones válidas para atentar contra mi… contra el Sanguinario.

De hecho, en el pasado Payne se había dejado llevar por la misma lealtad y los mismos deseos de venganza que habían impulsado a Xcor a buscarla a ella.

Y tal como haría cualquier guerrero con honor, la hembra hizo una reverencia para aceptar su cambio de opinión y el hecho de que todo se hubiese aclarado entre ellos.

—¿Puedo marcharme ahora?

—Sí… pero es de día. —Vio que la guerrera miraba con aprensión los catres, como si se estuviera imaginando a los machos que la deseaban, y se apresuró a darle garantías—. Nadie te hará nada. Yo soy el jefe… —Bueno, hasta ahora era el jefe—. Pasaremos el día arriba para que tengas un poco de tranquilidad. Hay comida y bebida sobre la mesa, allí.

Xcor concedió a la hembra el privilegio de la intimidad y el alimento, pero no porque creyera en toda esa basura que rodeaba el mito de las Elegidas, sino porque esta guerrera era muy respetable: si alguien podía entender la importancia que tiene vengar un insulto contra la familia, ese era él. Y el Sanguinario había causado un daño permanente y en extremo humillante al hermano de esta mujer.

—A la puesta del sol te sacaremos de aquí con los ojos vendados, pues no puedes saber dónde nos encontramos. Serás puesta en libertad sin daño alguno.

Dicho esto dio media vuelta y se acercó al único camastro que no tenía otro catre encima. Mecánicamente, alisó un poco la manta. No había almohada. Se agachó y recogió un montón de camisas limpias que hacían las veces de esta.

—Aquí es donde duermo; puedes usar este camastro para descansar un poco. Y si te preocupan tu seguridad o tu virtud, hay un arma a cada lado, en el suelo. Pero no te preocupes. Verás que llegas al ocaso sana y salva.

Xcor no lo juró por su honor, porque, en verdad, era consciente de que no tenía honor. Y tampoco miró hacia atrás cuando se dirigió a las escaleras.

Ella le hizo una pregunta antes de perderlo de vista.

—¿Cuál es tu nombre?

—¿Acaso no lo conoces ya, Elegida?

—No lo sé todo.

—Bueno, no es tan malo. —Xcor apoyó la mano en la tosca barandilla—. Yo tampoco. Que descanses, Elegida.

Mientras subía las escaleras, Xcor se sentía como si hubiese envejecido siglos enteros desde que había llevado hasta el sótano el cuerpo desmayado de aquella hembra.

Al abrir la robusta puerta de madera, el soldado no tenía idea de lo que se podría encontrar al otro lado. Conocedores de su nuevo estatus, a los que debería contar todo lo ocurrido de inmediato, bien podían amotinarse y decidir rechazarlo…

Allí estaban todos, formando un semicírculo, que cerraban Throe y Zypher. Tenían las armas en la mano y una expresión lúgubre en los rostros. Le miraron. Sin duda esperaban que dijera algo.

Xcor cerró la puerta y se recostó contra ella. No era ningún cobarde. No pensaba huir de ellos ni eludir lo que había ocurrido allá abajo, y no veía ninguna ventaja en suavizar con silencios o verdades a medias la realidad de lo que le había sido revelado hacía un momento.

—La hembra dijo la verdad. No llevo la misma sangre del que pensé que era mi padre. Así que decidme lo que pensáis.

Ninguno dijo nada al principio. No se miraron entre ellos. Y ninguno vaciló.

Como si fueran uno solo, todos cayeron de rodillas sobre el suelo de tablas y agacharon la cabeza. Throe fue el que habló:

—Siempre estaremos a tu servicio.

Al ver esa respuesta, Xcor tuvo que tragar saliva. Y volvió a hacerlo. Y una vez más. Luego sentenció en Lengua Antigua:

Ningún líder ha visto espaldas más fuertes, con mayor lealtad, que las que tengo frente a mí.

Throe levantó los ojos.

—No ha sido la memoria de tu padre lo que hemos honrado y servido a lo largo de todos estos años.

Hubo un fuerte coro de asentimiento, lo cual era mejor que cualquier promesa pronunciada con bonitas y solemnes. Después hundieron las dagas en el suelo de madera, a los pies de Xcor, mientras las empuñaduras permanecían en las manos de soldados que habían estado, y seguirían estando, a sus órdenes.

De buena gana el jefe habría dejado las cosas en ese punto, pero sus planes a largo plazo le exigían que hiciera una revelación, porque necesitaba una confirmación más específica de su poder.

—Tengo un propósito más ambicioso que luchar paralelamente a la Hermandad. —Hablaba en voz baja, para que la hembra que estaba abajo no pudiera oír nada—. Pero debéis saber que mis ambiciones representan una sentencia de muerte si somos descubiertos. ¿Sabéis ya a lo que estoy refiriéndome?

Alguien musitó dos palabras que en el silencio del tétrico lugar sonaron con acento terrible.

—El rey.

—Así es. —Xcor miró a los ojos de cada uno—. El rey.

Ninguno de ellos desvió la mirada ni se levantó. Todos eran una sólida unidad de fuerza y determinación letal.

—Si eso cambia en algo la situación para cualquiera de vosotros, debe decírmelo ahora y marcharse al anochecer, para no regresar nunca, bajo pena de muerte.

Throe rompió filas y bajó la cabeza. Pero eso fue todo. No se levantó ni se marchó, y nadie más hizo ningún movimiento.

—Bien —dijo Xcor.

Entonces habló Zypher, con sonrisa perversa.

—¿Qué hay de la hembra?

Xcor negó con la cabeza.

—Nada en absoluto. Ella no merece ningún castigo.

El macho de la sonrisa perversa levantó las cejas.

—Bueno, en ese caso, razón de más para que la haga disfrutar.

Joder, Zypher se parecía demasiado al maldito Lhenihan.

—No. No la tocarás. Ella es una Elegida. —Esto despertó la curiosidad de sus machos, pero Xcor ya había hecho demasiadas revelaciones. Y ya estaba harto de ellas—. Y vamos a dormir aquí arriba.

—¿Por qué demonios hemos de abstenernos del placer? —Zypher se puso de pie y el resto lo siguieron—. Si dices que ella es fruto prohibido, la dejaré en paz, al igual que los demás, pero queremos saber por qué.…

—Porque eso es lo que yo ordeno.

Y para reforzar su posición, Xcor se sentó al pie de la puerta y apoyó la espalda contra los paneles de madera. Era capaz de confiar su vida a sus soldados en el campo de batalla, pero la que estaba abajo era una hembra hermosa y poderosa y todos ellos eran unos malnacidos lujuriosos y descerebrados.

Para llegar hasta ella, tendrían que pasar por encima de su cadáver.

Después de todo, sería un bastardo, pero a su modo tenía ciertos principios. Aquella guerrera merecía una protección, que probablemente no necesitaba, por la buena obra que había hecho por él.

Porque, al final, matar al Sanguinario había sido un favor.

Tal como resultaron las cosas, benefició a Xcor.

Porque significó quitarse de sus malditos hombros la culpa por el asesinato del mentiroso.