51

En lo que a guaridas masculinas se refiere, V siempre había pensado que la sala de billar de la mansión de la Hermandad era el lugar perfecto. Lo tenía todo: una pantalla de televisión gigante con sonido insuperable. Sofás lo suficientemente grandes y cómodos para servir de camas. Una chimenea para calentar el ambiente y disfrutar del espectáculo de las llamas. Un bar surtido con todas las bebidas imaginables: licores, sodas, cócteles, té, café, cerveza, de todo.

Y una mesa de billar, claro. Lo único «malo» era muy atractivo, en todo caso: la máquina para hacer palomitas de maíz era una adquisición reciente y una extraña clase de campo de batalla. A Rhage le encantaba jugar con el maldito aparato, pero, cada vez que lo hacía, Fritz se ponía nervioso y quería intervenir. En todo caso, era genial. Las canastillas se llenaban y luego, uno de ellos se apoderaba de las palomitas sin decirle nada al otro.

Mientras Vishous esperaba su turno para pegarle a las bolas del billar, agarró un trozo de tiza azul y lo pasó por el extremo del taco. Al otro lado de la mesa de fieltro verde, Butch se inclinó y calculó los ángulos, los efectos posibles de la tacada, mientras resonaba el rap Aston Martin Music, de Rick Ross.

—La siete en la esquina —dijo el policía.

—Vas a hacerlo, ¿verdad? —V puso la tiza sobre la mesa y sacudió la cabeza, al tiempo que se oía un golpe, algo que rodaba y un estallido—. ¡Cabrón!

Butch lo miró de reojo y el orgullo brillaba en sus ojos.

—Es que soy muy bueno. Lo siento, imbécil.

El policía le dio un sorbo a su Lag y se colocó al otro lado de la mesa. Mientras observaba las bolas, sonreía con desparpajo, dejando ver una corona un poquito torcida en los dientes delanteros.

V había estado vigilando de cerca al policía. Después de pasar varias horas juntos y a solas, se habían separado con una sensación de incomodidad y se habían duchado por separado. Por fortuna el agua caliente los había renovado y cuando se volvieron a encontrar de nuevo en la cocina de la Guarida, las cosas parecían haber vuelto a la normalidad.

Y así habían seguido.

No es que V no sintiera la tentación de preguntarle a su amigo si se sentía bien. La tenía aproximadamente cada cinco minutos. Parecía como si hubiesen librado una batalla juntos y los dos ostentaran ahora las cicatrices y magulladuras que lo demostraban. Pero V decidió guiarse por la imagen que tenía frente a él: su mejor amigo machacándolo mientras jugaban al billar.

—Fin de la partida. —El policía se incorporó cuando la bola ocho hizo un giro y se metió en la buchaca.

—Me has ganado.

—Sí. —Butch se rió y levantó su vaso—. ¿Quieres la revancha?

—Por supuesto.

El olor a mantequilla derretida y el traqueteo de los granos explotando anunció la llegada de Rhage… ¿o tal vez era Fritz? No, ni uno ni otro: era Hollywood el que estaba junto a la máquina, con Mary a su lado.

V dio un paso hacia atrás para poder ver, a través del arco de la entrada, hacia el comedor, donde el mayordomo y su personal estaban preparando la mesa para la Última Comida.

Butch habló empezando a organizar las bolas en el marco.

—Joder, Rhage está jugando con fuego.

—Le doy treinta segundos antes de que Fritz… Ahí viene.

—Voy a hacer como si no estuviera aquí.

V dio un sorbo a su Goose.

—Yo también.

Mientras los dos se concentraban en la mesa de billar, Fritz atravesó el vestíbulo como un misil, buscando una fuente de calor.

—Cuidado, Hollywood. —V alertó al colega cuando Rhage se acercó con una bolsa de palomitas.

—Esto le sienta bien. Necesita ejercicio… ¡Fritz! ¿Cómo estás, amigo?

Mientras Butch y V entornaban los ojos, Rehv entró con Ehlena del brazo. Como siempre, el desgraciado de la cresta iba envuelto en el abrigo de piel y se apoyaba en su bastón, pero sonreía con cara de macho enamorado y su shellan resplandecía a su lado.

—Hola, chicos —dijo Rehv.

Varios gruñidos lo saludaron. Z y Bella entraban también en ese momento, con Nalla, y además llegaban Phury y Cormia, que habían venido a pasar el día. Wrath y Beth probablemente seguían arriba, en el estudio, tal vez revisando algunos papeles, o tal vez habían dejado a George al pie de las escaleras para poder tener un «momento de privacidad».

Cuando John y Xhex bajaron con Blay y Saxton, los únicos que faltaban eran Qhuinn y Tohrment, que seguramente estaban en el gimnasio, y Marissa, que se encontraba en Safe Place.

Bueno, faltaban esos tres y Jane, que estaba abajo, en la clínica, volviendo a llenar de suministros médicos los armarios que habían quedado vacíos la noche de la batalla.

Ah, y por supuesto su hermana gemela, que sin duda estaba… «divirtiéndose»… con el cirujano ese.

Con tantos recién llegados, el ruido de voces profundas se multiplicó, mientras la gente se servía algo de beber, se pasaban el bebé de mano en mano y comían las palomitas a manos llenas. Entretanto, Rhage y Fritz estaban abriendo otra bolsa de maíz. Y alguien cambiaba incesantemente los canales en la tele… seguramente Rehv, al que nunca le gustaba nada.

Alguien estaba atizando el fuego.

Butch se dirigió al fin a su amigo en voz baja.

—Oye, ¿todavía estás bien?

V disimuló su sorpresa sacando un cigarro del bolsillo de sus pantalones de cuero. El policía había hablado en voz tan baja que resultaba imposible que alguien le hubiese oído, y eso desde luego era bueno. Sí, V estaba tratando de ser menos hermético, pero tampoco quería que todo el mundo supiera hasta dónde habían llegado él y Butch con las dichosas terapias. Eso era privado.

Encendió el mechero, aplicó la llama al pitillo y respondió.

—Sí. En verdad estoy muy bien, sigo estupendamente. —Luego clavó la mirada en los ojos color almendra de su mejor amigo—. ¿Y tú?

—Sí, yo también.

—Genial.

—Sí, genial.

Dios, qué manera de progresar en el arte de las relaciones personales. Un poco más y ganaría un campeonato de simpatía y extroversión.

Se oyó un golpecito en la mesa. Butch estaba otra vez concentrado en el juego, calculando su primer tiro, mientras V seguía burlándose de sí mismo, de sus adelantos en la lucha contra el hermetismo.

V estaba dándole otro sorbo a su vaso de Goose cuando sus ojos se desviaron hacia la puerta.

Jane vacilaba mientras echaba un vistazo al salón y su bata blanca se abría al inclinarse hacia un lado. Parecía como si lo estuviera buscando.

Las miradas de ambos se encontraron, y ella sonrió discretamente. Y luego sonrió con menos recato.

El primer impulso de V fue esconder su propia sonrisa detrás del vaso de vodka. Pero luego se contuvo.

No había duda, reinaba un nuevo orden mundial.

Vamos, sonríe, idiota, se ordenó.

Jane lo miró durante un momento más y se hizo la indiferente, que era lo que normalmente hacían cuando estaban juntos en público. Dio media vuelta y se dirigió al bar para servirse algo de beber.

—Espera un minuto, policía. —V puso el vaso sobre la mesa y apoyó el taco contra la pared.

Como si fuera un chico de quince años, se puso el cigarro entre los dientes y se metió la camiseta entre los pantalones de cuero. Luego se pasó una mano por el pelo y consideró que ya estaba preparado para el abordaje.

Así que se acercó a Jane desde atrás, justo en el momento en que ella comenzaba a conversar con Mary… y cuando su shellan giró sobre los talones para saludarlo, Jane parecía un poco sorprendida.

—Hola, V… ¿Cómo estás?

Vishous se acercó todavía más, pegándose al cuerpo de su shellan, y le envolvió la cintura con los brazos. Abrazándola con actitud posesiva, la fue empujando lentamente hacia atrás, hasta que ella se tuvo que agarrar de los hombros de él y el pelo se le cayó hacia abajo.

La mujer vuelta al mundo de los vivos jadeaba, y V, contra lo que había hecho toda la vida, fue sinceramente cariñoso.

—Te echaba de menos.

Dicho eso, sin importarle lo que ella dijera ni lo que pensara la concurrencia, la besó apasionadamente en la boca. Bajó una mano hacia las caderas de la hembra y con su lengua buscó la de Jane.

Y siguió besándola y besándola…

V se dio cuenta de que el salón se había quedado en silencio y que todos los seres vivos que estaban presentes los estaban mirando fijamente. Pero, en fin, ¿qué podía hacer? Besarla era lo que quería hacer e iba a hacerlo delante de quien fuera; incluido el perro del rey, que tampoco se perdía detalle.

Porque Wrath y Beth acababan de entrar procedentes del vestíbulo.

Vishous soltó despacio a su shellan, hubo un estallido de abucheos y silbidos y alguien les lanzó un puñado de palomitas, como se echa arroz a los novios en las bodas.

Hollywood, encantado, les lanzó más palomitas.

—¡Joder, qué fuerte!

Vishous carraspeó fuerte, buscando que se hiciera el silencio.

—Tengo un anuncio que hacer.

Bueno. Perfecto, había muchos pares de ojos sobre ellos en ese momento. Menudo gilipollas. Pánico total. Pero nada de huir: seguiría hasta el final.

De nuevo estrechó a Jane con fuerza y habló en voz alta y con mucha claridad.

—Nos vamos a aparear formalmente. Y espero que todos vosotros estéis allí y… y nada más, coño… Sí, pues eso.

Silencio sepulcral.

Luego Wrath soltó la correa de George y comenzó a aplaudir. Con fuerza y lentamente.

Ya era hora.

Los Hermanos y sus respectivas shellans, y todos los huéspedes de la casa siguieron el ejemplo del rey y luego los guerreros estallaron en un canto que se elevó al techo y más allá, mientras las recias voces vibraban en el aire.

Al mirar de reojo a Jane, el vampiro masoquista comprobó que estaba radiante. Luminosa, incluso.

—Tal vez debería haberte consultado, ¿verdad?

—No, qué va… —Lo besó—. Esto es perfecto.

Vishous se echó a reír. Joder, de haber sabido lo hermoso que era vivir la vida sencilla con plenitud, habría abandonado todas sus reservas hacía mucho tiempo. Allí estaban sus Hermanos respaldándolo, su shellan feliz y… bueno, la verdad es que unos cuantos podrían haberse ahorrado lo de llevar palomitas hasta en las orejas, pero en fin.

Minutos después, Fritz apareció con copas de champán. Era el momento de otros estallidos, los de los corchos que salían volando mientras la gente subía cada vez más el tono de voz.

V brindaba a diestro y siniestro, y mientras lo hacía le habló a su amada al oído.

—El champán me pone cachondo.

—¿De verdad?

Por toda respuesta, cogió la mano de la hembra y la llevó a su entrepierna, para que palpara y se hiciese idea de la magnitud de la erección que estaba experimentando.

—¿Alguna vez has entrado en el baño del vestíbulo? Es muy bonito.

—¡Vishous!

V dejó de mordisquearla en el cuello, pero siguió haciéndole caricias subidas de tono. Lo cual era un poco indecente, pero nada que cualquiera de los otras parejas no hiciera de vez en cuando delante de los demás.

—¿No me contestas? —La besó en los labios, con mirada lujuriosa—. De verdad que merece la pena. Ese lavabo tiene una decoración y unas instalaciones que te gustarán, si es que no has podido apreciarlas.

—O sea, que eres un experto en lavabos.

V deslizó un colmillo por la garganta de Jane.

—Ya lo creo.

La excitación del vampiro iba en aumento. Su pareja no le iba a la zaga.

El viejo reloj empezó a dar la hora. Cuatro rotundas campanadas. Al oírlas, V pareció abandonar sus juegos eróticos y, como si volviera a la realidad, miró su reloj de pulsera. En efecto, las cuatro. En varios siglos aquel reloj nunca se había atrasado ni adelantado.

¿Las cuatro de la mañana ya? ¿Dónde diablos estaba Payne?

Se sintió impulsado a correr al Commodore a buscar a su hermana, hasta que recordó que no debía volver hasta que estuviese a punto de amanecer. Aún le quedaba como poco una hora. Teniendo en cuenta los momentos íntimos que quería tener en ese mismo instante con su Jane, se dijo que realmente no podía culpar a Payne por estirar al máximo cada momento que le quedaba en compañía de su macho. Pero mejor no pensar en eso.

Jane, que había notado la súbita preocupación de su pareja, llamó su atención tocándole el brazo.

—¿Ocurre algo?

Siguiendo con lo planeado, V bajó la cabeza.

—Sí, y estará mejor cuando te enseñe ese baño asombroso.

V y Jane permanecieron cuarenta y cinco minutos en el baño.

Cuando salieron, todos estaban todavía en la sala de billar. Habían subido el volumen a la música, quizás para no oír la banda sonora de lo que ocurría en el lavabo, y ahora resonaba por todo el vestíbulo y buena parte de la casa I’m Not a Human Being, de Lil Wayne. Los doggen iban y venían con elegantes canapés servidos en bandejas de plata y Rhage estaba rodeado de gente alegre que se reía de muy buena gana con sus chistes.

Durante un momento, V se sintió como en los viejos tiempos.

Pero luego volvió a inquietarse, porque su hermana seguía sin formar parte de la concurrencia. Y nadie se había acercado a informarle de su llegada ni a decirle que había subido directamente a la habitación de huéspedes que tenía asignada.

—Ahora vuelvo.

Besó a Jane rápidamente y abandonó la fiesta. Atravesó el vestíbulo con paso rápido y entró en el comedor, que estaba vacío. Entonces sacó el móvil y marcó el número del teléfono que le había dado a Payne.

Nada.

Volvió a intentarlo. Nada.

Tercer intento. Lo mismo.

Soltando maldiciones, el vampiro marcó el número de Manello, sin dejar de estremecerse al pensar en lo que podría estar interrumpiendo. Probablemente habían echado las cortinas y perdido la noción del tiempo. Y los teléfonos se podían extraviar entre las sábanas, o quedarse en una habitación alejada.

Joder, con los putos móviles.

—Maldita sea, contesta…

—¿Sí?

Casi no se oía a Manello. Parecía estar en Marte, o muriéndose. Una mierda de llamada, en resumen. A lo mejor no se encontraba bien, y si era así, su hermana no debía de estar ya con él.

—¿Dónde está mi hermana?

La pausa no auguró buenas noticias.

—No lo sé. Se fue de aquí hace horas.

—¿Horas?

—Sí, hace horas. ¿Qué sucede?

—¡Tenía que pasar, joder! —V colgó y llamó de nuevo al móvil de Payne. Y otra vez. Y varias veces más, todas con el mismo resultado negativo.

Suspiró, intentando dominarse. Miró hacia el vestíbulo y la puerta principal.

Luego oyó el sutil chirrido que indicaba que las persianas de acero que protegían la casa del sol estaban comenzando a bajar.

Vamos, Payne… ven a casa. Ya. Vuelve de una puta vez.

Un suave contacto de Jane, que lo había seguido, lo hizo volver a la realidad.

—¿Te encuentras bien? ¿Qué es lo que pasa?

Su primer impulso fue disimular su preocupación con alguna broma sobre su nueva afición a ir al baño cada dos por tres o algo por el estilo, pero enseguida pensó que, si se había propuesto ser sincero y abierto de ahora en adelante, esta era una magnífica ocasión de decirle la verdad al amor de su vida.

—Payne no está. Mejor dicho, no sé dónde está. Quizás haya desaparecido en combate. —Al ver que Jane soltaba una exclamación de horror y le ponía encima la otra mano, a V le dieron ganas de salir corriendo. Pero se quedó con los pies bien plantados sobre la alfombra—. Salió del ático de Manello hace ya varias horas. Solo me queda invocar a una diosa que es mi madre y a la cual desprecio para que su hija aparezca cuanto antes por esa puerta.

Jane se quedó en silencio. Se pegó a él para acompañarle en la angustiosa espera, mirando la puerta, rezando, temiendo lo peor.

Al tomarla de la mano, V se dio cuenta de que era un alivio no estar solo con su miedo, mientras los demás se divertían al otro lado del vestíbulo y Payne seguía sin dar señales de vida.

La antigua visión de Payne sobre un caballo negro, a galope tendido, regresó a él en medio del silencio del comedor. El pelo negro de su hermana ondeaba tras ella, como la cola y las crines del caballo. Los dos lanzados en loca carrera, hacia Dios sabía dónde.

¿Significaba algo la vuelta de aquella visión?, se preguntó V. ¿O sólo obedecía al intenso deseo de que apareciese de una vez?

Jane y V se quedaron allí juntos, mirando hacia aquella puerta que no se abrió, hasta que el sol, siempre tan cumplidor de sus horarios, salió veintidós minutos después.

‡ ‡ ‡

Paseando frenéticamente por el ático, Manny estaba a punto de enloquecer. Su primera intención fue marcharse del ático en cuanto Payne se fue, pero se había quedado sin energía, incapaz de terminar de hacer el equipaje. Al final se pasó la noche entera mirando al vacío, hundido, hasta que se produjo la terrible llamada del cabrón de la perilla.

Antes de la llamada se sentía demasiado vacío.

Incapaz de moverse.

Cuando el teléfono sonó, había mirado el número y había vuelto a la vida por un instante. Número desconocido. Tenía que ser ella.

Antes de responder pasaron por su cabeza las últimas palabras que habían intercambiado, su deseo de que no le borrara los recuerdos, la promesa que hizo ella de no perjudicarle mentalmente, el dolor de ambos, la desesperación que siguió…

Desde luego no esperaba oír una voz masculina. Y mucho menos, claro está, la voz del hermano de Payne.

Y mucho menos esperaba oír que el vampiro se sorprendía al saber que Payne no estaba en el ático.

Paseando frenéticamente en círculos, el cirujano no quitaba los ojos del teléfono, como si con la mente pudiera conseguir que sonara de nuevo… y que esta vez fuera Payne, para decirle que estaba bien. O su hermano para comunicarle que había aparecido. O quien fuera, pero con la noticia esperada.

Cualquiera.

Por Dios Santo, como si le llamaba el mismísimo presidente de Estados Unidos para darle la buena noticia de que ella estaba bien.

Pero el amanecer llegó demasiado rápido y su teléfono se mantuvo demasiado silencioso. Como un maldito perdedor, se puso a revisar la lista de llamadas recientes y trató de marcar aquel «número desconocido» que había usado el cabrón de la perilla. Nada. Fuera de cobertura o fuera de servicio. Sintió deseos de tirar el móvil terraza abajo. Pero ¿para qué?

La sensación de impotencia era terrible. Una mierda insoportable.

Tenía que salir a buscarla. Tenía que encontrarla y llevarla de regreso, allí al ático o a la casa en la que vivía aquella pandilla de chupasangres, tanto daba. Pero ¿cómo se hacía eso de encontrar a una vampira hija de una deidad vampírica?

El teléfono sonó al fin. Número desconocido.

—Gracias a Dios, ¡Payne!

—No, no soy Payne.

Manny cerró los ojos. La voz del hermano era patibularia.

—¿Dónde está? ¿Qué se sabe?

—No sabemos nada. Y no hay nada que podamos hacer desde aquí; estamos atrapados dentro de la casa. —El vampiro soltó como si estuviera fumando—. ¿Qué demonios pasó antes de que ella se marchara? Pensé que iba a pasar toda la noche contigo. Entendía que pasarais la noche juntos, pero no comprendo por qué se largó tan pronto.

—Le dije que esto no iba a funcionar.

Largo silencio.

—¿Qué coño dices?

Era evidente que si no hubiese amanecido y no estuviese luciendo un sol radiante, el desgraciado ya estaría en la puerta de Manny, a punto de molerle a patadas su culo italiano.

—Digo que le dije que era mejor despedirse, que no teníamos futuro y no tenía sentido prolongar la agonía. Creí que estarías de acuerdo con eso.

—Ah, sí. Por supuesto, le rompiste el corazón a mi hermana. Eso me encanta… —Se oyó otra exhalación larga, como si tratara de dominarse—. Está locamente enamorada de ti, imbécil.

Ahora quien tuvo que tomar aire fue el cirujano.

—Escucha, ella y yo…

Lo suyo sería que en ese momento le contara lo de sus cambios físicos, lo del reconocimiento médico, lo mucho que todo eso le había preocupado, e incluso asustado… Pero el problema era que, a lo largo de las horas que habían transcurrido desde que Payne se marchó, había ido cayendo en la cuenta de que, a pesar de que esa mierda era verdad, había algo más decisivo que latía en el fondo de su corazón: se estaba portando como un cobarde. Lo del miedo a las consecuencias físicas de los cambios en su cuerpo no era más que una excusa. En realidad, ahora se percataba claramente de ello, se estaba cagando en los pantalones porque se había enamorado de verdad de una mujer… de una hembra… en fin, de ella. Sí, había gran cantidad de fenómenos paranormales inexplicables y patatín y patatán. Pero lo que le ocurría en el fondo era que sentía por Payne algo tan grande que ya no se reconocía a sí mismo y eso era lo que le resultaba aterrador. Ese cambio era el que le daba miedo, y no la mierda de la desaparición de la artritis, las canas, las arrugas y lo demás.

En definitiva, corrió como una gallina asustada, y por eso ella se marchó antes del amanecer.

Pero eso era agua pasada. Ahora había que encontrarla, afrontar la verdad, luchar.

—Ella y yo estamos enamorados, sí.

Se lo decía al cabrón de la perilla, cuando no había tenido cojones para decírselo claramente a Payne. Y abrazarla, y quedarse a su lado.

—Por eso mismo te pregunto qué coño estabas pensando.

—Buena pregunta.

—¡Joder, responde!

—Escucha, lo hecho, hecho está. Lo importante es actuar ahora. ¿Cómo puedo ayudar? Yo puedo salir durante el día y no hay nada que no esté dispuesto a hacer para encontrarla. Nada. —Impulsado por ese pensamiento, Manny comenzó a buscar las llaves del coche—. ¿Adónde ha podido ir? ¿Crees que ha podido marcharse a ese lugar, el Santuario?

—Cormia y Phury ya la han buscado allí. Y nada.

—Entonces… —Manny se horrorizó por sus propias palabras, se odió por tener que decirlo—. ¿Qué pasa con vuestros enemigos? ¿Dónde están durante el día?… Yo puedo ir donde se encuentren.

Se oyeron varios insultos sordos y un suspiro enfurecido. Y después una pausa. Luego los inconfundibles ruidos que hace quien se enciende un cigarro.

El médico, un poco tontamente, quizás por romper el tenso silencio, le dio un consejo.

—¿Sabes una cosa? No deberías fumar.

—A los vampiros no nos afecta el cáncer.

—¿De verdad?

—Sí. Muy bien, pero mi salud da igual. No hay un lugar específico donde resida la Sociedad Restrictiva. Los asesinos tienden a infiltrarse dentro de la población humana en pequeños grupos, así que es casi imposible encontrarlos sin romper las normas más elementales de la discreción. La única posibilidad quizás pueda ser… Dirígete a los callejones cercanos a la orilla del río, en el centro. Es posible que ella haya tenido un encuentro con algunos restrictores, de modo que tienes que buscar rastros de alguna pelea. Por ejemplo, manchas como de aceite negro por todas partes. Parecido al aceite para motores. Y un olor dulzón en el aire; como a cadáver, mezclado con aroma de talco para bebés. Es muy característico. Empieza por ahí, a ver si hay suerte.

—Pero debo estar en contacto contigo. Tienes que darme tu número.

—Te lo enviaré en un mensaje de texto. ¿Tienes una pistola? ¿Alguna clase de arma?

—Sí, sí que tengo. —Manny ya estaba sacando del armario su cuarenta. Llevaba viviendo en la ciudad toda su vida adulta y a veces allí pasaban cosas… El caso es que tenía licencia de armas había aprendido a disparar razonablemente bien hacía unos veinte años.

—Dime que es algo más grande que una nueve milímetros.

—Lo es.

—Lleva también un cuchillo. Si es posible, de acero inoxidable.

—Entendido. —Manny se dirigió a la cocina y sacó el cuchillo más grande y afilado que tenía—. ¿Algo más?

—Un lanzallamas, nunchakus, una katana, un fusil… ¿Quieres que siga?

No hacía falta, no.

—Voy a encontrarla y llevarla a casa, vampiro. Créeme… voy a encontrarla. —Manny agarró su cartera y ya iba camino a la puerta cuando súbitamente apareció el pánico, y lo detuvo—. ¿Cuántos son?

—Un número interminable.

—¿Y son… hombres?

Pausa.

—Lo eran. Antes de ser transformados, eran humanos.

De la boca del cirujano salió una especie de extraño quejido, un ruidillo que no había emitido en su vida.

—Dios.

—No creas, Payne se desenvuelve perfectamente en el combate cuerpo a cuerpo. Mi hermana es una hembra muy fuerte, una guerrera tremenda.

—No era eso en lo que estaba pensando. —Manny tuvo que restregarse los ojos—. Pensaba en que es virgen.

El vampiro se quedó de piedra.

—¿Todavía?

—Sí. No era correcto por mi parte… arrebatarle eso.

Ay, Dios, la idea de que pudieran hacerle daño a Payne…

Manny no lo pensó más. Con un súbito brote de energía, el médico salió de su ático y fue a llamar el ascensor. Mientras esperaba, se dio cuenta de que hacía un rato que no se oía más que silencio al otro lado de la línea.

—¿Me escuchas? ¿Todavía estás ahí?

—Sí, sí. Aquí estoy.

La comunicación siguió abierta hasta que Manny se subió al ascensor y apretó el botón para bajar al aparcamiento. Y durante mucho rato, con la comunicación abierta, ninguno de los dos dijo absolutamente nada. Hasta que el cabrón de la perilla rompió el silencio cuando Manello ya se estaba subiendo al coche.

—Son impotentes. No pueden tener relaciones sexuales.

Muy bien, pero tampoco era para él un gran consuelo, y a juzgar por su tono de voz tampoco tranquilizaba gran cosa al vampiro.

Manny se colocó ante el volante y se despidió.

—Te llamaré.

—Hazlo, amigo. Por favor, hazlo.