5
Butch O’Neal no era la clase de hombre que abandona a una dama en apuros.
Era consecuencia de su educación a la antigua… el policía que llevaba dentro… el católico devoto y practicante que escondía en lo más profundo de su ser. Una vez establecido eso, hay que decir que, en el caso de la llamada telefónica que acababa de recibir de la adorable y talentosa doctora Jane Whitcomb, la caballerosidad no tuvo nada que ver con el hecho de que Butch se levantara enseguida y saliera corriendo. No tuvo que ver ni lo más mínimo.
Al salir a toda prisa de la Guarida y arrancar a correr por el túnel subterráneo hacia el centro de entrenamiento de la Hermandad, los intereses de Butch y los de Jane estaban totalmente alineados, incluso sin tener en cuenta el tema de la caballerosidad: los dos tenían pánico de que V se fuera a salir de madre nuevamente.
Los síntomas ya estaban presentes: lo único que tenías que hacer era mirarlo y podrías ver que la tapa de su olla a presión se estaba sacudiendo con fuerza a causa del calor y el torbellino que se desencadenaba dentro. ¿Qué hacer con toda esa presión? Tenía que salir de alguna manera, y en el pasado había causado los peores estragos.
Al salir a través de la puerta oculta y entrar en la oficina, Butch giró a la derecha y atravesó como una flecha el largo pasillo que llevaba hasta las instalaciones médicas. El suave olor a tabaco turco que flotaba en el aire le indicó con precisión dónde encontrar su objetivo, aunque tampoco es que necesitara pistas para hacerlo.
Cuando llegó ante la puerta cerrada de la sala de reconocimiento, se arregló los puños de su camisa Gucci y se acomodó el cinturón.
Dio un golpecito suave en la puerta, aparentando serenidad, aunque el corazón le latía con fuerza.
Vishous no respondió con un «pase», sino que entreabrió la puerta y salió de medio lado, cerrando la puerta tras él.
Mierda, tenía mal aspecto. Y las manos le temblaban ligeramente mientras liaba uno de sus cigarros. Al ver que V comenzaba a mojar el papel para cerrarlo, Butch se sacó del bolsillo un mechero, lo encendió y se lo acercó.
Cuando su mejor amigo se aproximó a la llama color naranja, Butch pensó que conocía todas las señales que veía en ese rostro cruel e impasible.
Jane tenía toda la razón. El pobre diablo estaba al borde de la locura y se estaba conteniendo a duras penas.
Vishous dio una buena calada al cigarro y luego se recostó contra el muro de bloques de hormigón, con los ojos fijos al frente y las piernas bien plantadas en el suelo.
Después de un rato miró al amigo.
—¿No me vas a preguntar cómo estoy?
Butch adoptó la misma posición, justo al lado de su amigo.
—No necesito hacerlo.
—¿Quieres decir que ahora sabes leer el pensamiento?
—Pues sí, mira por dónde.
V se inclinó hacia un lado y dejó caer la ceniza en la papelera.
—Entonces dime qué estoy pensando.
—¿Estás seguro de que quieres que discutamos este asunto tan cerca de tu hermana? —Al ver que eso le arrancaba a su amigo una sonrisa, Butch miró el perfil de V. Los tatuajes que tenía alrededor del ojo se veían especialmente siniestros, probablemente por la tensión contenida, palpable en la expresión, casi una aureola que enmarcaba el rostro—. Bromas aparte, no querrás que trate de adivinarlo, V.
—No importa. Haz un intento.
Eso significaba que V necesitaba hablar, pero, a su manera tan característica, estaba demasiado encerrado en sí mismo para poder hacerlo. El tío siempre se cerraba a toda posibilidad de relación e intercambio de opiniones, pero al menos ahora había mejorado. Antes ni siquiera hubiese abierto la puerta con un juego de este tipo.
—Payne te pidió que te hicieras cargo de ella si esto no funcionaba, ¿no es así? —A Butch le costó poner en palabras lo que tanto temía, y se le notó por el tono—. Y no estamos hablando de cuidados paliativos.
La respuesta de V fue un interminable suspiro.
—¿Qué vas a hacer? —Hizo la pregunta por seguir hablando, dándole un poco de calor, aunque ya conocía la respuesta.
—No vacilaré.
Su amigo no lo dudaba, y también sabía que la idea de que podría ocurrir ese drama, la mera idea, le partía el corazón. Maldita vida. Algunas veces las situaciones en las que te ponía eran sencillamente demasiado crueles.
Butch cerró los ojos y dejó caer la cabeza hacia atrás, hasta apoyarla en la pared. Para los vampiros, la familia lo es todo. Tu pareja, los hermanos junto a los que luchas, tu sangre… eso es el mundo entero.
Y siguiendo esa teoría, en la medida en que V sufría, Butch también sufría. Y Jane. Y el resto de la Hermandad.
—Con suerte las cosas no llegarán a ese extremo. —Butch miró de reojo la puerta cerrada—. La doctora Jane va a encontrar a ese tío. Esa mujer es incansable, y tiene un olfato magnífico.
—¿Sabes lo que estaba pensando hace unos diez minutos?
—¿Qué?
—Aunque no hubiese sido de día, ella habría querido ir a buscar a ese tío sola.
Al sentir que el olor de los machos enamorados se esparcía por el aire, Butch pensó: Bueno, claro. Jane y el cirujano habían sido íntimos durante varios años, así que, si había que hacer algún trabajo de persuasión, le sería más fácil si estaba sola; suponiendo, claro, que pudiera superar todo el asunto engorroso de encontrarse de vuelta del mundo de los muertos. Además, V era un vampiro. Joder, eso por si se necesitara otro ingrediente para complicar más las cosas.
Más valía que el pobre cirujano midiera uno cincuenta, tuviera los ojos a los lados de la cabeza y cara de Yogui. O sea, que fuera un oso. Porque sería la única manera de poder salvarse si el instinto de macho enamorado de V se ponía en acción.
Butch, preocupado, trató de calmar al celoso vampiro, que cada vez tenía peor cara.
—No debes enfadarte. ¿Crees que puedes culparla?
—Ahora no pensaba en mi mujer y el tipo ese. Pensaba en la que está aquí al lado, sufriendo. Es mi hermana gemela. —V se la mano por su pelo negro—. Maldición, mi hermana.
Butch tenía cierta idea de lo que significaba perder a alguien querido, así que sí, podía entenderlo perfectamente. Y, joder, prometía no separarse del lado de su amigo: él y Jane eran los únicos que podían controlar a V cuando estaba en aquel estado. Y Jane iba a estar ocupada con ese cirujano y con la paciente…
El sonido del móvil de V los hizo saltar a los dos, pero el hermano se recuperó rápidamente y el teléfono no alcanzó a sonar por segunda vez antes de que se lo llevara a la oreja.
—¿Sí? ¿De veras? Gracias… maldición… sí. Estupendo. Nos veremos aquí en el estacionamiento. Está bien. —Hubo una breve pausa y V miró de reojo a su alrededor, como si quisiera estar solo.
Desesperado por volverse invisible, Butch clavó la mirada en sus mocasines Gucci. El hermano no era ducho en demostraciones públicas de afecto, ni se le daba bien hablar sobre temas personales con Jane cuando había gente a su alrededor. Lo mejor hubiera sido no estar allí, pero como era mestizo Butch no se podía desmaterializar. Y además ¿dónde diablos podía esconderse?
Después de que V susurrara un rápido «adiós», le dio una buena calada a su cigarro y luego habló a su amigo.
—Ya puedes dejar de fingir que no estás aquí.
—¡Qué alivio! Porque se me da muy mal.
—No tienes la culpa de ocupar un poco de espacio.
—Entonces, ¿lo ha encontrado? —Al ver que Vishous asentía con la cabeza, Butch se puso muy serio—. Prométeme una cosa.
—¿Qué?
—Que no vas a matar a ese cirujano. —Butch sabía exactamente lo que significaba tener un tropiezo en el mundo exterior y caer en esa madriguera llena de vampiros. En su caso el asunto había terminado bien, pero, ¿qué pasaría con Manello?—. Esto no es culpa de ese tío ni es su problema.
V arrojó la colilla a la papelera y lo miró de reojo, con esos ojos con aspecto diamantino, fríos como una noche en el Ártico.
—Ya veremos cómo se desarrollan las cosas, policía.
Y diciendo eso, dio media vuelta y entró en el lugar donde se encontraba su hermana.
Bueno, al menos el desagraciado es sincero, pensó Butch, y soltó una maldición.
‡ ‡ ‡
A Manny no le gustaba en absoluto que alguien que no fuera él condujera su Porsche 911 Turbo. De hecho, aparte del mecánico que se encargaba del coche, nadie lo había llevado jamás.
Esa noche, sin embargo, Manny permitió que Jane se pusiera al volante porque, en primer lugar, la mujer era bastante competente y podía meter las marchas sin destrozar la transmisión. En segundo lugar, Jane había insistido en que la única manera de llevarlo a donde se dirigían era conduciendo ella; y en tercer lugar, él todavía estaba un poco tembloroso después de ver que alguien a quien había enterrado hacía un año aparecía de repente entre los arbustos y lo saludaba.
Así que seguramente no sería buena idea ir a los mandos de una máquina muy fina, a ciento veinte kilómetros por hora.
Manny no podía creer que estuviera sentado junto a Jane, en su coche, rumbo al norte.
Por supuesto, había aceptado la solicitud de Jane. Se convertía en un idiota cuando estaba frente a una mujer en apuros… y también era un cirujano adicto al bisturí, enganchado a los quirófanos.
Obviamente.
Eso no quería decir que no tuviera cientos de preguntas dándole vueltas en la cabeza. Y que no estuviera furioso. Sí, claro que lo estaba. Manny tenía la esperanza de poder aclarar las cosas en algún momento, para que todos volvieran a quedar tranquilos y felices, pero tampoco se moría por llegar a ese momento de sinceridad y sensiblería. Qué irónico. ¿Cuántas veces había mirado hacia el techo por las noches, mientras se encontraba acostado en su cama con su nuevo amigo el Lagavulin, y había suplicado que algún milagro hiciera posible que su antigua jefe de traumatología regresara con él?
El médico genial miró de reojo a Jane. Iluminado por el reflejo de las luces del tablero, el perfil de Jane seguía revelando una gran inteligencia. Una gran fuerza.
Todavía era la clase de chica que le atraía.
Pero eso ya nunca se traduciría en algo más. Pues aparte del obstáculo que suponía la inmensa mentira acerca de su muerte, ahora llevaba un anillo de metal gris en su mano izquierda.
—Te has casado.
Jane no lo miró ni un momento, siempre atenta al volante.
—Sí, me casé.
El dolor de cabeza que le había asaltado en cuanto hizo su aparición, pasó de golpe a hacerse insoportable. Brumosos recuerdos almacenados en su inconsciente comenzaban a atormentarlo. Necesitaba entender lo que sucedía.
Sin embargo, tenía que suspender aquel esfuerzo mental, aquella búsqueda cognitiva, antes de acabar sufriendo un aneurisma. Además, tampoco estaba sirviendo de nada, pues a pesar de lo mucho que trataba de recordar, no parecía poder llegar al meollo del asunto y tenía la sensación de que se podía producir un daño irreparable si seguía intentándolo.
Al mirar por la ventana del coche, Manny vio pinos frondosos y robles llenos de retoños, que se erguían bajo la luz de la luna y componían el bosque que rodeaba los extremos de Caldwell y que se iba volviendo más espeso a medida que se alejaban de la ciudad y su asfixiante amontonamiento de gente y edificios.
El hombre habló con inmensa tristeza.
—Aquí fue donde encontraste la muerte. O al menos donde fingiste que habías muerto.
Un ciclista había encontrado su Audi entre los árboles, en un tramo de carretera que no estaba lejos de allí, después de que el coche se saliera de la carretera. Sin embargo, no habían hallado ningún cuerpo… pero no debido al fuego, según parecía.
Jane carraspeó.
—Lamento que lo único que pueda decir sea «Lo siento». Es una mierda.
—Yo tampoco estoy muy feliz que digamos.
Silencio. Mucho silencio. Pero Manny no era de los que seguían haciendo preguntas cuando lo único que recibían como respuesta era «lo siento».
—Desearía haber podido contártelo —dijo ella de repente—. Lo más difícil de todo lo que hube de vivir fue dejarte a ti.
—Pero no dejaste de trabajar, ¿verdad? Porque veo que todavía ejerces como cirujana.
—Sí, así es.
—¿Cómo es tu marido?
Al oír eso, Jane se encogió de hombros, y de ánimo.
—Ya lo conocerás.
Genial. Estupendo.
Jane aminoró la velocidad y giró a la derecha para tomar… ¿una carretera descarnada? ¿Qué demonios era eso?
El cirujano se alarmó. Después de lo ocurrido a la yegua, no quería tener que llorar por este otro ser querido, su coche.
—Para tu información, este coche fue diseñado para rodar por pistas de carreras y carreteras de primera clase, no por vías sin pavimentar.
—Es la única manera de llegar.
¿Adónde?, se preguntó Manny. Pero dijo otra cosa:
—Vas a quedar en deuda conmigo por esto.
—Lo sé. Pero tú eres el único que puede salvarla.
Manny se volvió a mirar a Jane enseguida.
—No me habías dicho que se trata de una mujer.
—¿Es que eso tiene alguna importancia?
—Teniendo en cuenta la cantidad de cosas que no entiendo de todo este asunto, todo es importante.
Unos diez metros más adelante, pasaron el primero de una interminable serie de charcos que parecían tan profundos como un maldito lago. A medida que el Porsche pasaba salpicando agua a diestra y siniestra, Manny notaban cómo rozaban contra el suelo sus delicadas entrañas. Habló entre dientes:
—Al diablo con la paciente. Quiero que me pagues por lo que le estás haciendo a mi chasis.
Jane soltó una risita y eso le causó a Manny un agudo dolor, pero también le ayudó a poner las cosas en perspectiva. La verdad era que ellos dos nunca habían estado juntos. Claro, él sintió una gran atracción. Una enorme atracción. Y hubo algo así como un beso. Pero eso era todo.
Y ahora ella era la esposa de otro.
Además de haber regresado del reino de los muertos.
Por Dios, ¿qué clase de vida era esa? Aunque tal vez todo esto no era más que un sueño y esa idea le alegró porque así tal vez resultaría que Glory tampoco se había fracturado una pata.
—No me has dicho qué clase de lesión tiene la paciente.
—Fractura de columna. Entre la sexta y la séptima vértebras torácicas. No tiene sensibilidad por debajo de la cintura.
—Mierda, Jane… es un encargo muy jodido.
—Ahora entenderás por qué te necesitaba con tanta desesperación.
Cerca de cinco minutos después, llegaron a una reja que parecía levantada durante las Guerras Púnicas: las puertas, torcidas, colgaban del marco y la cadena que pendía de una de ellas estaba totalmente oxidada y tenía varios eslabones rotos. ¿Y qué pasaba con la valla de la que formaba parte? Prácticamente había desaparecido y solo se veían unos cuantos trozos de alambre de púas que sin duda vieron mejores épocas.
Sin embargo, la maldita cosa se abrió con total suavidad. Y al atravesarla, Manny vio la primera cámara de vídeo.
A medida que avanzaban a paso de tortuga, una extraña neblina se fue extendiendo de repente y el paisaje se volvió tan borroso que Manny sólo podía ver medio metro adelante del coche. Por Dios santo, era como estar en medio de un episodio de Scooby Doo.
Y luego se produjo una extraña progresión: la siguiente reja que atravesaron estaba en condiciones ligeramente mejores, y la que vino después parecía incluso más nueva y la cuarta no parecía tener más de un año.
La última reja a la que llegaron brillaba de pies a cabeza y parecía sacada de la prisión de Alcatraz: tenía casi ocho metros de altura y rótulos que advertían que estaba electrificada. ¿Y qué había del muro al que daba acceso? No se trataba de nada pensado para detener al ganado, más bien algo diseñado para contener velocirraptores; y al cirujano le dio la impresión de que esa pared de cemento escondía otro muro de piedra de medio metro de ancho.
Manny volvió la cabeza para mirar a Jane cuando atravesaron la reja y comenzaron a descender hacia un paso subterráneo que podría haber sido cualquiera de los túneles que comunican Manhattan con sus alrededores. Y cuanto más bajaban, más se imponía en la cabeza de Manny la gran pregunta que le había estado rondando desde que la vio aparecer en el camposanto: ¿Por qué fingir que estaba muerta? ¿Por qué causar en la vida de Manny, y la de todos los que trabajaban con ella en el St. Francis, el caos que su muerte había producido? Jane nunca había sido una persona cruel, ni una mentirosa, y no tenía ningún problema financiero ni nada de lo que debiera huir.
De repente lo entendió sin que ella dijera ni una palabra:
El gobierno de los Estados Unidos de América.
Unas instalaciones como aquellas, con tanta seguridad… escondidas en las afueras de una ciudad importante, pero no tan grande como Nueva York o Los Ángeles o Chicago, tenían que ser cosa del gobierno. ¿Quién, si no, podía permitirse el lujo de montar algo así?
¿Y quién demonios sería la mujer a la que iba a tratar?
El túnel terminaba en un aparcamiento subterráneo que seguía las normas internacionales, con sus columnas y sus espacios demarcados por líneas amarillas… y a pesar de lo inmenso que parecía ser estaba casi vacío, excepto por un par de furgonetas comunes y corrientes, de cristales oscuros, y un pequeño autobús también de vidrios polarizados.
Antes de que Jane terminara de aparcar el Porsche, se abrió de par en par una puerta de acero y…
Una sola mirada al tío enorme que salió por ella hizo que el médico sintiera que la cabeza le estallaba. El dolor localizado detrás de los ojos se volvió tan intenso que creyó desmayarse allí mismo, en el asiento del copiloto, mientras los brazos caían a sus lados y su cara se retorcía de dolor.
Jane le dijo algo al hombre. Luego abrieron la puerta de su lado.
El aire que entró por las fosas nasales de Manny olía a seco y tenía un ligero aroma a tierra… pero también había algo más. Un olor a colonia. Una fragancia de madera que resultaba al mismo suntuosa y placentera, pero que también provocaba un irrefrenable impulso de huir.
Luchó para obligarse a abrir los párpados. Todavía tenía una visión muy borrosa, pero es increíble lo que uno es capaz de hacer si no tiene más remedio… Y cuando sus ojos pudieron enfocar claramente al hombre que tenía frente a él, resultó que estaba observando al desgraciado con perilla que había…
Al sentir otra oleada de dolor, Manny puso los ojos en blanco y estuvo a punto de vomitar.
Oyó a Jane decir algo extraño.
—Tienes que liberar sus recuerdos.
Siguió una conversación breve en la que la voz de su antigua colega se mezclaba con la voz profunda del hombre con los tatuajes en la sien.
—Eso lo está matando…
—Es demasiado arriesgado…
—¿Cómo diablos crees que va a poder operar así?
Luego hubo un largo silencio. Y entonces, súbitamente, el dolor desapareció como si alguien hubiese usado un conjuro mágico con él, y toda la presión que sentía en la cabeza se evaporó en un abrir y cerrar de ojos. Y en su lugar, Manny sintió que su cabeza se llenaba de recuerdos.
El paciente de Jane. Cuando trabajaba en el St. Francis. El hombre de la perilla y… un corazón de seis cavidades en lugar de cuatro, seis cámaras. El mismo que había aparecido en la oficina de Manny y se había llevado los archivos que mostraban la anomalía de su corazón.
Manny abrió los ojos y clavó la mirada en aquel rostro que inspiraba miedo.
—Yo te conozco.
—Sácalo tú del coche. —El tío de la perilla no estaba para evocar viejos encuentros—. No confío en que yo sea capaz de tocarlo sin…
¡Vaya bienvenida!
Y había alguien más detrás del desgraciado. Un hombre que Manny estaba seguro de haber visto antes… Debió de ser solo un encuentro casual, en todo caso, porque no podía asignarle un nombre ni recordar dónde se habían conocido.
—Vamos —dijo Jane.
Sí. Buena idea. A esas alturas el cirujano necesitaba algo en que concentrarse, cualquier cosa menos toda esta dañina confusión.
Mientras el cerebro de Manny se esforzaba sin mucho éxito por procesar lo que estaba ocurriendo, al menos sus pies y sus piernas sí parecían funcionar bien. Después de que Jane lo ayudara a salir del coche y a ponerse de pie, la siguió. A ella y al cabrón de la perilla, que se encaminaron hasta una construcción que parecía tan austera y limpia como la de cualquier hospital: pasillos despejados, luces fluorescentes instaladas en el techo y demás. Todo olía a desinfectante.
Y también se veían los objetivos de sucesivas cámaras de seguridad instaladas cada cierta cantidad de metros. En su angustiosa situación, al médico el edificio le pareció un monstruo con muchos ojos.
Manny tuvo el buen tino de no hacer ninguna pregunta mientras caminaban por allí. Bueno, no fue solo buen tino, sino que tenía tal confusión en la cabeza, que estaba bastante seguro de que caminar era lo más que podía hacer en esos momentos. Y luego, claro, también estaba el cabrón de la perilla con su mirada letal, que no parecía muy dispuesto a la conversación.
Puertas. Atravesaron muchas puertas, todas las cuales estaban cerradas, y seguramente bajo siete llaves.
Palabras como localización secreta y seguridad nacional comenzaron a bailarle en la mente y eso le ayudó mucho, pues se dijo que, estando en manos de la CIA o de quien fuera, tal vez sí podría perdonar a Jane por desaparecer de esa manera… Vamos, podría perdonarla con el tiempo.
Jane se detuvo ante unas puertas giratorias y sus manos comenzaron a juguetear con las solapas de su bata blanca y el estetoscopio que llevaba en el bolsillo. Parecía nerviosa, y eso le hizo sentirse como si tuviera un arma apuntándole a la cabeza, pues en la sala de cirugía, en incontables situaciones difíciles, Jane siempre había mantenido la calma. Ese era su principal rasgo de personalidad.
Así que esto debía de ser un asunto personal, pensó Manny. De alguna manera, lo que estaba al otro lado de estas puertas era algo que la tocaba de cerca, muy de cerca.
De pronto la resucitada le habló.
—Hay buen equipo aquí, pero no tengo de todo. Por ejemplo, no hay resonancia magnética. Sólo tengo TAC y rayos X. Sin embargo, la sala de cirugía debe tener todo lo necesario. Yo puedo ser tu ayudante y tenemos una excelente enfermera.
Manny respiró hondo e hizo un gran esfuerzo para recuperar la compostura. Gracias a su fuerza de voluntad, alejó de la mente todas las preguntas que seguían revoloteándole en la cabeza y dejó a un lado de momento la sensación de sorpresa y de desconcierto por este descenso al reino del Agente 007.
Pensó. ¿Qué era lo primero que tenía que hacer? Deshacerse de la molesta audiencia.
Manny miró hacia atrás, por encima del hombro, al cabrón de la perilla.
—Tienes que hacerte a un lado, amigo. Quiero que te quedes aquí en el pasillo.
La respuesta que obtuvo fue sencillamente… extraordinaria: el desgraciado le gruñó como si fuera un perro, enseñándole un par de caninos tan largos como su brazo.
—Está bien. —Jane se interpuso entre ellos—. Está bien. Vishous nos esperará aquí, no hay problema.
¿Vishous? ¿De verdad había oído bien?
Bueno, tampoco era tan raro. La madre de este chico seguramente estaba más loca que una cabra. Sólo una chiflada habría dejado a su niño con esa impresionante anomalía dental. Pero, en todo caso, allí había trabajo que hacer y ese desgraciado se podía ir a roer un hueso o algo así.
Al entrar en la sala de examen, Manny se quedó atónito.
¡Dios Santo!
¡No es posible!
La paciente que estaba sobre la mesa yacía tan quieta como el agua y… probablemente se trataba de la criatura más bella que el matasanos había visto en la vida: tenía el pelo de un color negro intenso, peinado en una trenza gruesa que colgaba junto a la cabeza. Tenía la piel dorada, como si fuera de ascendencia italiana y hubiese estado bronceándose recientemente. Los ojos… sus ojos eran como un par de diamantes, incoloros y brillantes, enmarcados por un círculo oscuro alrededor del iris.
—Manny.
La voz de Jane resonó exactamente detrás de él, pero al hombre le pareció como si estuviera a varios kilómetros de distancia. De hecho, todo el mundo parecía haberse ido a otra parte y lo único que existía eran los ojos de su paciente, que lo observaban desde la mesa, desde su delicada, hermosísima cabeza inmovilizada.
Finalmente había sucedido el milagro, se dijo Manny, al tiempo que metía la mano por debajo de la camisa y agarraba el crucifijo que llevaba al cuello. Toda la vida se había preguntado por qué nunca se había enamorado de verdad, locamente, y ahora lo sabía: porque había estado esperando que llegara este momento, esta mujer, esta época.
«La mujer es mía», pensó el reparador de huesos.
Y aunque eso no tenía ningún sentido, la convicción parecía tan fuerte que no pudo ponerla en duda.
—¿Tú eres el sanador? —La criatura celestial habló con una voz tan débil que Manny sintió que el corazón dejaba de latirle—. ¿Estás aquí por mí?
La mujer hablaba con un fuerte acento, un acento maravilloso, y parecía un poco sorprendida.
—Sí, soy el médico. —El hombre se quitó la chaqueta y la tiró a una esquina, sin preocuparse por dónde caía—. Estoy aquí por ti.
Al verlo aproximarse, los asombrosos ojos de hielo de la mujer se llenaron de lágrimas.
—Mis piernas… siento como si se estuvieran moviendo, pero sospecho que no lo están haciendo.
—¿Te duelen?
—Sí.
Dolor fantasma. Como era de esperar.
Manny se detuvo al llegar al lado de la paciente y le echó un vistazo a su cuerpo, que estaba cubierto por una sábana. Era una mujer alta. Tenía que medir al menos un metro ochenta. Y se notaba, pese a su estado, que tenía una constitución fuerte y poderosa, aunque esbelta.
Parecía un soldado, se dijo el médico al apreciar, como buen experto, la fuerza de los brazos desnudos. Era algo así como una luchadora.
La parálisis de alguien como ella era algo que le partía el corazón. Pasarse la existencia en una silla de ruedas es un coñazo para el más anodino de los seres vivos, pero para alguien como ella, tan vigorosa, tan amante de la vida como sin duda era, sería como una sentencia de muerte.
Manny tomó con delicadeza la mano de la mujer… y tan pronto como sus manos se tocaron, todo el cuerpo del hombre pareció encenderse, como si ella fuera la toma adecuada para su enchufe interior.
—Voy a hacerme cargo de ti. —La miraba con intensidad, directamente a los ojos—. Quiero que confíes en mí.
La mujer tragó saliva. Una lágrima que parecía del más fino cristal rodó por su sien. Impulsado por el instinto, Manny alargó la mano y atrapó la lágrima con el dedo…
El gruñido que se escuchó desde la puerta fue como un tosco aviso, una impertinente intromisión. Al mirar de reojo al cabrón de la perilla, a Manny le dieron ganas de gruñirle a ese hijo de puta en merecida respuesta. Y esa reacción, de nuevo, no parecía tener ningún sentido.
Con la mano de la paciente entre las suyas, Manny se dirigió a Jane.
—Saca a ese maldito desgraciado de mi sala de cirugía. Y quiero ver las radiografías y los exámenes ahora mismo.
Estaba dispuesto a salvar a esa mujer aunque le costara la vida lograrlo.
Y al ver el odio que brillaba en los ojos del cabrón de la perilla, pensó: Bueno, mierda, tal vez así acabaremos de una vez…