49

Manny regresó a su ático alrededor de las seis de la tarde. En total había pasado ocho horas en el hospital. Le examinaron, auscultaron e hicieron todo tipo de pruebas varias personas a las que conocía mejor que a los miembros de su propia familia.

Los resultados estaban en su buzón de correo electrónico. Se había enviado copias de todo desde la cuenta de correo electrónico del hospital a su cuenta personal. Aunque no tenía realmente ninguna necesidad de abrir todos esos archivos adjuntos, pues se los sabía de memoria. Los resultados, las radiografías, las analíticas, el tac, todo se lo conocía al dedillo.

Después de dejar las llaves sobre la encimera de la cocina, abrió la nevera, deseoso de encontrar zumo de naranja. Pero solo encontró bolsitas de salsa de soja, restos de la comida china que había pedido recientemente al restaurante de la esquina… También había un bote de salsa de tomate y un recipiente redondo con las sobras de una cena de trabajo que había hecho allí mismo, hacía ya cosa de dos semanas. Guarrerías.

En fin, no había que hacerse mala sangre. Tampoco tenía tanta hambre.

Inquieto y nervioso, miró al cielo desde la ventana: todavía había claridad hacia el oeste.

Pero no iba a tener que esperar mucho tiempo, pues el sol se ponía implacablemente.

Payne volvería a su lado en cuanto se consumara el ocaso. Tenía un íntimo convencimiento de ello, cuyo origen desconocía. Todavía no sabía por qué la vampira había pasado la noche con él, o por qué conservaba aún sus recuerdos. Se preguntaba si, cuando volviese, se los eliminaría por fin. Quizás volviera precisamente para eso.

Al entrar en la habitación, su primer impulso fue recoger las almohadas del suelo y ponerlas de nuevo en su lugar. Luego estiró la cama sin mucha dedicación y se preparó para hacer el equipaje. Enseguida comenzó a sacar ropa de la cómoda y a ponerla sobre la cama.

No volvería al St. Francis. Mientras le hacían el chequeo, había renunciado definitivamente. Nada de licencias temporales.

Abandonado el hospital, no había razón para quedarse en Caldwell. Lo mejor era salir de la ciudad.

No tenía idea de adónde ir, pero no necesitas conocer tu destino para marcharte de un lugar.

Calcetines, calzoncillos, camisetas, vaqueros, ropa de vestir, y sobre todo prendas de trabajo

Una ventaja de que su guardarropa albergase principalmente ropa de cirugía de esa que te dan los hospitales era que, al marcharse, no había muchas cosas que empacar. Era lo más fácil del mundo. Una maleta, y a tomar por culo, como quien dice.

Del último cajón de la cómoda sacó los únicos dos suéteres que tenía…

Pero bajo los jerséis había una fotografía enmarcada. Estaba boca abajo, de modo que solo se veía el cartón de la parte trasera.

Manny estiró la mano y la sacó. No necesitaba darle la vuelta para saber qué foto era aquella. Hacía muchos años que tenía grabada en su mente la cara de ese hombre.

Y sin embargo, se sobresaltó cuando volvió a ver la imagen de su padre.

El hijo de puta era muy apuesto. Muy, pero que muy apuesto. Pelo negro, como el del propio Manello. Ojos profundos, también como los suyos.

Pero no. No, ni hablar. No seguiría por ese camino. Como siempre hacía cuando se trataba de algo relacionado con su padre, Manny volvió a guardar el retrato, es decir su recuerdo, desplazándolo hacia un rincón de su mente, para seguir adelante con su vida.

Lo cual, esa noche, significó meter la fotografía en la bolsa que tenía más cerca, y a otra cosa.

Un golpe en el cristal de la terraza. Demasiado pronto para que fuera Payne.

¿Seguro que era demasiado pronto? Miró reojo el reloj y se dio cuenta de que llevaba más de una hora recogiendo cosas.

Se volvió, pues, hacia el ventanal y su corazón comenzó a latir al triple de la velocidad cuando vio a Payne de pie, al otro lado del cristal. Dios… joder… estaba preciosa. Se había recogido el pelo en una trenza y llevaba una túnica larga y blanca atada a la cintura con una banda. Era una criatura deslumbrante.

Tras unos segundos de algo muy parecido al éxtasis, reaccionó, se acercó a las puertas correderas y las abrió. La brisa fría de la noche lo golpeó en la cara, ayudándolo a sacudirse las angustias y centrarse en lo que le importaba.

Con una sonrisa de oreja a oreja, Payne saltó a sus brazos. Fue el más maravilloso abrazo de su vida. La mantuvo estrechada, con los pies por encima del suelo, durante unos momentos irrepetibles.

Pero enseguida se dijo que era una despedida, que se abrazaban por última vez. Sintiéndose morir, la depositó en el suelo y utilizó la excusa de que era necesario cerrar las puertas para alejarse un poco.

Cuando la volvió a mirar, la felicidad que reflejaba la cara de Payne hacía solo un instante había desaparecido y ahora lo miraba abrazándose con aprensión.

El médico pudo hablar al fin, aunque con voz trémula.

—Imaginé que volverías.

—Yo traía buenas noticias. Pero… —La Elegida miró de reojo hacia la maleta y las bolsas que había sobre la cama—. ¿Qué estás haciendo?

—Tengo que marcharme de aquí.

Payne cerró los ojos por un momento, y Manny sintió que el corazón se le partía en dos. Sintió el impulso de ir a consolarla. Pero todo aquello ya era suficientemente difícil. Tocarla otra vez sería demasiado doloroso.

Decidió hablarle de su chequeo.

—He ido al médico. Me he pasado toda la tarde en el hospital, haciéndome pruebas.

La vampira se puso pálida.

—¿Estás enfermo?

—No exactamente. —Manny comenzó a pasearse y terminó junto a la cómoda, donde aprovechó para cerrar el último cajón—. En realidad, es todo lo contrario… Parece que mi cuerpo se ha regenerado. —El cirujano se llevó la mano a la parte inferior del tronco—. Durante años había tenido un comienzo de artritis en las caderas debido al exceso de ejercicio; siempre supe que, con el tiempo, iba a necesitar que me implantaran una prótesis. Pero, ¿sabes qué muestran las radiografías que me hicieron hoy? Que las caderas están en perfectas condiciones. No hay ni rastro de la artritis, ninguna inflamación. Está como cuando tenía dieciocho años, o mejor.

Al ver que Payne abría la boca con asombro, Manny pensó que lo mejor sería decírselo todo de una vez. Así que se levantó una manga y se pasó la mano por el antebrazo.

—Durante las últimas dos décadas, me habían ido saliendo manchas en la piel por tomar demasiado sol… pero ahora se han borrado por completo. —Manny se agachó y se levantó la manga del pantalón—. ¿Las lesiones de la tibia que me atormentaban de vez en cuando? Desaparecidas. Y eso a pesar de que he corrido diez kilómetros esta misma mañana, sin sentirlo siquiera, en cosa de cuarenta minutos. Los análisis de sangre no revelaron ningún problema de colesterol, el hígado está perfecto, lo mismo que los niveles de hierro y de plaquetas. —El cuarentón se dio un golpecito en las sienes—. Y estaba a punto de tener que usar gafas para leer, pues ya me costaba trabajo leer los menús de los restaurantes o los periódicos. Pero ya no los necesito. Puedo leer la letra más pequeña a diez centímetros de mi nariz. Y lo creas o no, todo eso no es más que una parte.

No hacía falta hablar de la ausencia de arrugas alrededor de los ojos, ni del hecho de que las canas que le habían empezado a salir en las sienes habían sido reemplazadas por pelo oscuro y pujante.

Payne lo miró con ojos profundos.

—Y claro, tú piensas… ¿Tú crees que yo soy la causa de todos esos cambios de tu cuerpo?

—Sé que así es. ¿Qué otra cosa podría ser?

Payne comenzó a sacudir la cabeza.

—No entiendo por qué no lo consideras una bendición. La eterna juventud es algo que siempre han buscado todas las razas…

—No lo considero una bendición porque no es natural. —Al oír eso, Payne arrugó la frente. Pero Manello tenía que seguir—. Soy médico, Payne. Sé muy bien de qué manera envejece el cuerpo humano y cómo lidia con los achaques y las enfermedades. Y esto… —Hizo un gesto con las manos abarcando su propio cuerpo— no está bien.

—Es regeneración…

—Pero, ¿hasta dónde va a llegar? ¿Acaso me voy a convertir en una especie de Benjamin Button y voy a ir rejuveneciendo hasta que vuelva a ser un bebé?

—Eso sería imposible. He estado expuesta a la acción regeneradora mucho más tiempo que tú y no me ha devuelto al estado de la infancia.

—Está bien, bien, supongamos que eso no va a ocurrir. ¿Qué pasa con todas las personas que forman parte de mi vida? —No es que la lista fuera muy larga, pero de todas maneras era un asunto que le preocupaba—. Mi madre me va a ver y pensará que me he hecho cirugías estéticas a mansalva. ¿Y qué pasará dentro de diez años? Ella solo tiene setenta, y créeme, cuando tenga ochenta o noventa años se va a dar cuenta de que su hijo no envejece. Se inquietará. ¿Qué pasa? ¿Tengo que renunciar a ella?

Manny empezó a pasearse nerviosamente y, mientras se pasaba una mano por el pelo, notó que era mucho más fuerte que el día anterior.

—Hoy he perdido mi trabajo por lo ocurrido después de que me borraran los recuerdos. Durante esa semana que estuve lejos de ti, estaba tan confundido que no sabía si era de día o de noche, y eso es lo que ellos saben de mí. Yo no puedo explicarles lo que de verdad ocurrió y ellos no pueden tener un cirujano de élite que no sepa en qué día y en qué hora vive. —Se volvió hacia Payne—. El caso es que este es el único cuerpo que tengo, el único cerebro, el único corazón, el único… todo. Cuando vosotros los vampiros manipulasteis mi cerebro estuve a punto de volverme loco. ¿Cuáles son las consecuencias de esto? Lo único que conozco es la causa… Pero ¿cuál es el efecto? No tengo ni idea y eso me aterroriza por una buena razón.

Payne agarró el extremo de su trenza, se la pasó por encima del hombro y la acarició, mientras bajaba los ojos.

—Yo… lo siento.

—No es culpa tuya, Payne. —Abrió los brazos con gesto conciliador—. Yo no quiero echar toda la responsabilidad sobre tus hombros, pero…

—Sí es culpa mía. Yo soy la causa de tus males.

—Payne…

El cirujano no pudo contenerse más e hizo ademán de acercarse, pero ella levantó las manos y comenzó a retroceder.

—No, no te me acerques.

—Payne…

—Tienes razón. —La Elegida solo se detuvo en su retroceso cuando su espalda chocó contra el cristal de la puerta por la que acababa de entrar—. Soy peligrosa y destructiva.

Manny se acarició instintivamente el crucifijo por encima de la camisa. A pesar de todo lo que había dicho, en ese momento solo quería retractarse, reconciliarse, encontrar un modo de poder seguir con su relación…

—Es un don, Payne. —Después de todo, se dijo, la yegua y ella misma demostraban que aquellos milagros no eran nada malo, sino todo lo contrario—. Es algo que te ayuda a ti y a tu familia, a toda tu gente. Dios, con lo que eres capaz de hacer, vas a dejar sin trabajo a Jane.

—Bueno, pero…

—Payne, mírame. —Cuando Payne por fin levantó los ojos para mirarlo, Manny sintió deseos de llorar—. Yo…

Dejó la frase sin terminar. La verdad era que la amaba. Totalmente y para siempre. Y esa era precisamente la maldición que lo atenazaba.

Nunca la iba a olvidar y jamás habría otro amor en su vida.

Manny echó los hombros hacia atrás y reunió valor.

—Tengo solo una cosa que pedirte.

Ella respondió emocionada.

—¿Qué deseas de mí?

—No borres mis recuerdos. No le contaré nada a nadie sobre ti ni sobre tu raza. Lo juro por mi madre. Pero, por favor, déjame así cuando te marches. Sin mi cerebro, no soy nada.

‡ ‡ ‡

Payne se sentía en éxtasis de felicidad al salir del complejo de la Hermandad. Su hermano le había dado la maravillosa noticia en cuanto ella volvió, justo antes del amanecer. Llevaba todo el día bailando y cantando interiormente, en una nube, impaciente por lo muy despacio que transcurría el tiempo.

Luego había ido a su encuentro.

Era difícil creer que su corazón se sintiera tan dichoso hacía apenas diez minutos.

Pero tampoco era difícil entender los sentimientos de Manello. Y Payne se sorprendió al pensar que ninguno de los dos se detuvo a considerar las implicaciones de su poder sanador, o lo que fuera, cuando curó a la yegua.

Era normal que le diese vueltas a algo tan inquietante para él.

Al mirar a Manello, percibió que dentro de él había una tensión insoportable: estaba sinceramente angustiado por lo que podría quedar de él si ella borraba de su conciencia sus recuerdos del tiempo que habían permanecido juntos. ¿Por qué no habría de estarlo? Había perdido su adorado trabajo por culpa de ella. Pensaba que su cuerpo y su mente estaban en peligro por culpa de ella. ¡Y aún la amaba!

No debió acercarse a él.

Esa era precisamente la razón por la cual la tradición no aprobaba el contacto con los humanos.

Habló al pobre humano con voz delicada.

—No te preocupes. No te voy a perjudicar a nivel mental. Ya te he hecho más que suficiente mal.

El médico suspiró, con alivio instintivo, y al verlo Payne sintió que las lágrimas le cegaban la visión.

Payne se quedó con la mirada baja, y así le oyó aquella apalabra agridulce.

—Gracias.

Hizo una ligera reverencia y, cuando se levantó, vio un llamativo brillo en los hermosos ojos color caoba de Manello.

—Quiero recordarte, Payne. Quiero recordarlo todo de ti. Todo. —Manello la miró con ojos tristes y nostálgicos y continuó—. Quiero recordar a qué sabes y cómo es tu piel. El sonido de tu risa, tus jadeos. El tiempo que pasé junto a ti… —La voz se le quebró y tuvo que aclararse la garganta para seguir—. Necesito que esos recuerdos me acompañen toda la vida.

Payne ya no pudo contener más las lágrimas y estas rodaron por sus mejillas, mientras el corazón amenazaba con detenerse.

—Te voy a echar de menos, bambina. Cada día. Siempre.

El cirujano abrió los brazos y la vampira se metió entre ellos y perdió por completo el control. Sollozando sobre la camisa de Manello, se sintió envuelta por aquel cuerpo fuerte y sólido y lo estrechó con la misma fuerza con que él la estaba abrazando.

Luego los dos se separaron al mismo tiempo, como si tuvieran un solo corazón. Y Payne se dijo que así era.

De hecho, una parte de ella quería protestar, discutir y tratar de hacerle ver el otro lado de las cosas, el otro aspecto de aquella cuestión. Pero la hembra no estaba segura de que hubiese otra forma de ver las cosas. Ninguno de los dos podía predecir el futuro y ella sabía tanto como el afectado sobre las repercusiones de lo que había cambiado dentro de él.

No quedaba nada que decir. El final que había llegado inesperadamente, era un impacto que no se podía amortiguar ni con palabras, ni con caricias, ni siquiera con el paso del tiempo.

Payne se sentía desconsolada hasta un extremo insoportable.

—Debo irme ahora. —Al decir esto, la Elegida retrocedió.

—Déjame abrirte la puerta…

Cuando ella se desmaterializó, se dio cuenta de que habían sido las últimas palabras que le dirigiría en la vida.

Esa era su despedida.

‡ ‡ ‡

Manny se quedó mirando el espacio que su mujer había ocupado hasta hacía un instante. Ya no quedaba nada de ella, había desaparecido como por arte de magia, como un rayo de luz que se interrumpe de repente.

Nada había ya de Payne.

Su primer impulso fue dirigirse al armario del vestíbulo, sacar su bate de béisbol y destrozar el ático. Romper todos los espejos, todos los cristales y los platos, absolutamente todo; luego acabar con los pocos muebles que tenía, arrojándolos desde la terraza. Después de eso… tal vez se subiría a su Porsche, se dirigiría a la carretera del Norte, aceleraría a más de doscientos kilómetros y emprendería una carrera que terminara en los pilares de hormigón de cualquier puente.

Obviamente, sin cinturón de seguridad.

Al final, sin embargo, se limitó a sentarse en la cama, junto a la maleta y las bolsas, y a hundir la cabeza entre las manos. No era tan maricón como para comenzar a sollozar como si estuviera en un funeral. En absoluto. Solo se le escaparon unas cuantas lágrimas que cayeron sobre sus zapatillas deportivas.

Muy macho. Realmente muy macho.

Pero lo que pensaran los objetos que lo rodeaban en aquel ático vacío era tan insignificante como su orgullo, su ego, su polla y sus testículos… todo.

Dios. La separación no solo era triste.

Sin Payne estaba acabado.

Y arrastraría ese dolor el resto de su vida.

Qué ironía. Al principio el nombre de Payne le había parecido extraño. Pero ahora le parecía muy adecuado.[1]