48
De vez en cuando, Qhuinn recordaba su muerte. Sucedía en medio de los sueños. En los raros momentos en que estaba quieto y en silencio. Y algunas veces, la idea cruzaba por su mente en cualquier momento, solo para joderle la vida.
Siempre trataba de evitar aquella mezcla de imágenes y olores y sonidos como si fuera una plaga, pero aunque le había pedido a su juez máximo que expidiera una orden de restricción contra ese recuerdo, el fiscal que llevaba el caso no dejaba de poner objeciones… así que esa mierda se le venía a la cabeza una y otra vez.
Mientras yacía en su cama, el brumoso espacio mental que se extendía entre el sueño y la vigilia resultaba el lugar perfecto para que esa horrible noche volviera a su memoria y los recuerdos comenzaran a llamar a su puerta hasta que no le quedaba más remedio que abrirles.
Su propio hermano había formado parte de la guardia de honor que lo golpeó y el grupo de desgraciados vestidos con túnicas negras lo había alcanzado al lado del camino, cuando se alejaba de la mansión familiar por última vez. Llevaba a la espalda las pocas cosas que le pertenecían y no tenía idea de hacia dónde dirigirse. Su padre lo había expulsado y su nombre había sido tachado del árbol familiar, de modo que tuvo que marcharse. Sin rumbo y sin raíces.
Todo por culpa de sus ojos de distintos colores.
Se suponía que la guardia de honor sólo debía darle una paliza por haber ofendido a su linaje. No tenían que matarlo. Pero las cosas se habían descontrolado y, en un giro inesperado, su hermano trató de parar la macabra ceremonia.
Qhuinn recordaba muy bien esa parte. La voz de su hermano diciendo a los otros que se detuvieran.
Sin embargo, era ya demasiado tarde y Qhuinn se había ido alejando progresivamente, no solo del dolor sino de la tierra misma, para adentrarse luego en medio de un mar de niebla blanca. Niebla que se disipó súbitamente para dejar ver una puerta. Sin que nadie le dijera nada, Qhuinn entendió que aquella era la entrada al Ocaso. Y sabía que una vez que la abriera, habría llegado el final.
Lo cual le había parecido una gran idea en ese momento. Mejor, mucho mejor el final. No tenía nada que perder…
Sin embargo, se había echado para atrás en el último momento. Por una razón que no podía recordar.
Era muy raro, demasiado quizás. Porque a pesar de que tenía grabados en la memoria todos los detalles de esa noche, aquella, la más importante, era la parte que no podía recordar. Por más que se esforzara le resultaba imposible.
Por el contrario, sí recordaba cómo había retornado a su propio cuerpo: cuando recuperó la conciencia, Blay le estaba haciendo maniobras médicas de reanimación. Boca a boca. ¿Cómo lo iba a olvidar, si eran unos labios por los que valía la pena vivir?
El golpe en la puerta lo despertó por completo. Qhuinn se enderezó, al tiempo que encendía las luces con la mente para estar seguro de ver con claridad dónde se encontraba.
Claro, era su habitación. Y estaba solo.
Pero por poco tiempo.
Miró hacia la puerta y creyó saber quién estaba al otro lado. Podía captar el delicado aroma que se filtraba por la rendija. Además, también sabía la razón por la que Layla estaba allí. Quizás no había podido dormir de verdad, sino en duermevela, porque esperaba de un momento a otro la llegada de la Elegida.
Se dirigió a ella con voz suave.
—Pasa.
La vampira se deslizó silenciosamente por la puerta. Cuando pudo mirarla con atención se dio cuenta de que tenía mal aspecto. Estaba agotada, exhausta.
—Señor…
—Puedes llamarme Qhuinn, ya lo sabes. Hazlo, por favor.
—Gracias. —Layla hizo una reverencia y luego pareció tener dificultades para enderezarse—. Me preguntaba si podría aprovechar de nuevo tu amable oferta de… alimentarme de tu sangre. En verdad, me siento exhausta. No soy capaz de regresar al Santuario.
Al ver aquellos ojos verdes, algo se filtró hasta lo más profundo de la mente de Qhuinn, una especie de revelación. Primero fue una intuición, una semilla que enseguida echó raíces en su cerebro y comenzó a crecer. Allí estaba, cada vez más clara, aunque no entendía muy bien de qué se trataba.
Ojos verdes. Verdes como las uvas, como el jade, como los retoños de la primavera.
La Elegida se sintió cohibida por la mirada del vampiro y se cerró la bata cuanto pudo.
—¿Por qué me estás mirando de esa manera?
Ojos verdes… en un rostro que era…
La Elegida miró de reojo hacia la puerta.
—Tal vez… debería marcharme…
—Lo siento. —Qhuinn salió de aquella especie de trance y se sacudió, al tiempo que se aseguraba de que las mantas lo cubrían hasta la cintura. Luego la invitó a acercarse—. Acabo de despertarme… no me hagas caso, estoy un poco aturdido aún.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto, ven aquí. Somos amigos, ¿lo recuerdas? —Qhuinn extendió la mano y la agarró, obligándola, con suavidad, a sentarse.
—¿Qué pasa, señor? Todavía me estás mirando fijamente.
Qhuinn exploró la cara de Layla como si estuviera buscando algo y luego bajó la mirada hacia su cuerpo. Ojos verdes…
¿Qué pasaba con los malditos ojos? No era la primera vez que los veía, ni mucho menos.
Ojos verdes…
Qhuinn maldijo entre dientes. Joder, esto era como tener una canción en la cabeza, pero sin poder recordar la letra.
—¿Señor?
—Qhuinn, llámame Qhuinn, por favor.
—Qhuinn.
El vampiro sonrió.
—Ven, toma lo que necesites.
Mientras extendía la muñeca y ella se inclinaba y abría la boca, Qhuinn pensó que Layla estaba demasiado delgada. Sus colmillos eran largos y muy blancos, pero delicados. No como los suyos, tan poderosos.
El mordisco fue tan leve y femenino como todo lo relacionado con ella.
Lo cual le pareció totalmente apropiado al vampiro conservador y tradicionalista que llevaba dentro.
Mientras Layla se alimentaba, Qhuinn observó el pelo rubio que llevaba recogido en un complejo peinado, y los hombros frágiles y las hermosas manos.
Ojos verdes.
—¡Joder! —Al oír la exclamación, la Elegida hizo ademán de retirarse, pero Qhuinn le puso la mano en la nuca y no la dejó separarse de su muñeca—. No pasa nada. Sólo un calambre en el pie.
Más bien un calambre en el cerebro.
Movido por una difusa sensación de frustración, Qhuinn levantó la cabeza y se restregó los ojos con la mano libre. Cuando volvió a enfocar con claridad, estaba mirando la puerta por la que acababa de entrar Layla.
Al instante fue transportado de nuevo hasta la realidad del sueño. Pero no al momento de la paliza ni al recuerdo de su hermano. Se vio a sí mismo de pie frente a la entrada del Ocaso… de pie frente a los paneles blancos… con la mano extendida, a punto de alcanzar el picaporte.
Entonces el mundo comenzó a girar y girar, hasta que Qhuinn ya no supo si estaba despierto o dormido. O muerto.
El remolino comenzó a formarse en el centro de la puerta, como si el material del que estaba hecho se hubiese vuelto líquido, adquiriendo la textura y la consistencia de la leche. Y del centro del tornado surgió una figura que se acercó. La extraña aparición se percibía más como un sonido que como una visión.
Era la cara de una hembra joven.
Una hembra joven con el pelo rubio y rasgos refinados. Ojos de color verde pálido.
La joven lo estaba mirando fijamente y le sostenía la mirada con tanta firmeza como si le hubiese cogido la cara con sus manos hermosas y pequeñas.
Luego ella parpadeó. Y sus ojos cambiaron de color.
Uno se volvió verde y el otro, azul. Igual que los suyos.
—¡Señor!
Qhuinn, sobresaltado, se sintió totalmente confundido y se preguntaba por qué diablos la joven gritaba de esa manera. ¿Cómo sabía su nombre aquella aparición?
—¡Qhuinn! ¡Déjame cerrarte los pinchazos!
Qhuinn parpadeó. Y descubrió que se había echado hacia atrás contra la cabecera de la cama y por eso había separado los colmillos de Layla de su muñeca, y ahora la sangre brotaba a borbotones sobre las sábanas.
—Déjame…
Qhuinn apartó a Layla con un brazo y él mismo se selló la herida. Mientras lo hacía, no podía dejar de mirar a Layla.
Era realmente muy fácil sobreponer los rasgos de la joven fantasmagórica del sueño sobre el rostro de Layla y descubrir algo mucho más profundo que una semejanza.
El corazón empezó a latirle aceleradamente. Temiendo ahogarse por la ansiedad, Qhuinn se tomó un momento. Se recordó a sí mismo que no era clarividente. A diferencia de V, él no podía ver el futuro.
Layla se levantó de la cama con lentitud, como si no quisiera asustarlo.
—¿Quieres que vaya a buscar a la doctora Jane? ¿O tal vez prefieres que simplemente me marche?
Qhuinn abrió la boca, pero no pudo decir nada.
Joder. Sintió miedo. Nunca tuvo un accidente de coche, pero aquello debía de parecerse. Se sentía como si alguien se hubiera saltado un stop y se dirigiese de frente hacia él a toda velocidad, sin posibilidad alguna de esquivarlo. Era como ver la muerte llegando, inexorable, a toda velocidad. Un destino atroz, decidido a hacerte abandonar el mundo.
Un asombroso mundo en el que dejaría a Layla encinta.
Finalmente habló, con un tono que parecía proceder de un lugar remoto.
—He visto el futuro.
Layla se llevó las manos al cuello, impresionada.
—¿Y es malo?
—Es… inverosímil. Totalmente imposible.
El vampiro se llevó las manos a la cabeza. Lo único que podía ver en la oscuridad era esa cara que era una mezcla del rostro de Layla y del suyo propio.
Ay, santo Dios, protégenos. Protégelos… a todos.
—¿Señor? Dime algo. Me estás asustando.
Fantástico, ya eran dos.
Pero era imposible, no podía ser una visión verdadera. ¿O sí?
—Me voy. —Algo recompuesta, pese al silencio de Qhuinn, la Elegida trató de sonreír—. Gracias por tu gentileza.
El vampiro asintió con la cabeza, pero no pudo hablar, ni siquiera mirarla.
Cuando la puerta se cerró, un segundo después, Qhuinn se estremeció, mientras un miedo frío y envolvente se instalaba en todo su cuerpo y parecía llegarle hasta los huesos. Y, por supuesto, le atenazaba el alma.
Qué ironía, qué mierda de vida, se dijo Qhuinn. Sus padres nunca habían querido que él se reprodujera y he aquí que la disparatada idea de hacer a Layla concebir una hija defectuosa o, peor aún, legar sus malditos ojos disparejos a una criatura inocente, lo llevaban a desear lo mismo que ellos: no reproducirse jamás.
Y, de hecho, debería alegrarse de su condición, porque gracias a ella, de todos los destinos inquietantes sobre los que podría tener visiones, este era de los pocos que podía eludir.
Sencillamente, nunca iba a tener sexo con Layla.
Jamás.
Así que todo ese sueño era un disparate, algo imposible. Fin de la historia.