45
Vishous llegó a casa en un abrir y cerrar de ojos y, después llamar Jane a la clínica para informarle de sus andanzas, se dirigió a la mansión a través del paso subterráneo. Al salir al vestíbulo, lo único que oyó fue un atronador silencio, y se sintió incómodo con ese silencio.
Todo estaba tan callado…
Cualquier otro día lo hubiera considerado normal, porque eran las dos de la mañana y los Hermanos habrían estado en el campo de batalla. Sin embargo, esa noche todo el mundo libraba, todos tenían que estar allí, probablemente follando, o recuperándose después de follar, o en plenos preparativos para hacerlo de nuevo.
Me siento como si fuera la primera vez que hacemos el amor.
Al oír de nuevo la voz de Jane en su cabeza, Vishous no supo si sonreír o darse una patada en el trasero. Pero, en cualquier caso, todo parecía como un mundo nuevo para él. Renacía a partir de esa noche… y aunque no estaba enteramente seguro de saber lo que eso significaba, estaba dispuesto a afrontarlo. Completamente dispuesto.
Vishous subió la escalera y se dirigió al estudio de Wrath, mientras se tocaba los bolsillos que no tenía. Todavía iba vestido con la maldita bata de hospital. Llena de sangre. Y sin un puto cigarro.
—Joder.
—¿Señor? ¿Necesita algo?
Deteniéndose al final de las escaleras, Vishous miró a Fritz, que estaba limpiando la barandilla. Sintió ganas de darle un beso en la boca.
—No tengo mi tabaco. Ni papel de fumar.
El viejo doggen le sonrió con todos los dientes y aquellas arrugas de la cara que le hacían asemejarse a un veterano sabueso.
—Tengo tabaco abajo en la alacena. Enseguida vuelvo. ¿Va a reunirse con el rey?
—Sí.
—Entonces se lo llevaré allá… ¿Le llevo también una bata?
El mayordomo dijo la segunda parte de la frase con extrema delicadeza.
—Mierda, gracias, Fritz. Me salvas la vida.
—No, señor, es usted el que nos salva la vida cada noche. —Fritz hizo una reverencia—. Usted y la Hermandad nos salvan una jornada detrás de otra.
El mayordomo desapareció al instante y bajó la escalera con pies más ligeros de los que uno esperaría. Pero, claro, nada le gustaba más que servir.
Bien. Puf. Era hora de ponerse a trabajar.
Llegado el momento decisivo, se sentía como un absoluto idiota vestido con la bata. Hizo de tripas corazón, se acercó a las puertas del despacho de Wrath, cerró el puño y golpeó.
La voz del rey resonó al otro lado de los pesados paneles de madera.
—Pase.
V entró.
—Soy yo.
—¿Qué tal, hermano?
Al fondo de aquel salón pintado de un color completamente ridículo, Wrath se encontraba detrás de su enorme escritorio, sentado en el trono de su padre. En el suelo, a su lado, echado en una especie de lecho fabricado a medida y forrado en una tela color rojo imperial, George levantó su cabeza rubia y movió las orejas perfectamente rectangulares. El golden retriever agitó la cola a manera de saludo, pero no se apartó de su amo.
El rey y su perro guía nunca se separaban. Y no solo porque Wrath necesitara la ayuda del animal.
—Me das buena impresión, V. —Wrath se recostó en su silla tallada y bajó la mano para acariciar la cabeza del perro—. Tienes un olor muy interesante.
—¿De veras? —V tomó asiento frente al rey y se puso a tamborilear con los dedos sobre sus piernas, en un intento por distraer su deseo de fumar.
—Has dejado la puerta abierta.
—Fritz me va a traer unos cigarros.
—Pero no puedes fumar cerca de mi perro.
Mierda.
—Es verdad. —Había olvidado esa nueva regla… y no cabía la posibilidad de pasar de George, pues Wrath se lo tomaba muy en serio, y si había perdido la vista, todavía seguía siendo un guerrero letal. V ya había tenido suficiente sadomasoquismo por esa noche. Otra tunda, no, muchas gracias.
Fritz entró, con aire alegre, justo cuando las cejas negras del rey se fruncían detrás de los lentes oscuros.
—Señor, su tabaco.
—Gracias, amigo. —V recibió el papel de fumar y la bolsa de tabaco… y el encendedor que el doggen le había traído con tanta diligencia. Y también la dichosa bata.
La puerta se cerró.
V miró hacia donde estaba el perro. George tenía la cabeza apoyada sobre las patas delanteras y sus amables ojos color café parecían disculparse por todo el asunto de la prohibición de fumar. Incluso trató de menear el rabo.
Vishous acarició la bolsa de tabaco turco con gesto patético.
—¿Te molesta que líe, sin encenderlos, un par de cigarros?
—Pero cualquier movimiento con el mechero y terminas en el hospital, hermano.
—Entendido. —V lo dispuso todo sobre el escritorio—. He venido a hablar sobre Payne.
—¿Cómo está tu hermana?
—Ella está… muy bien. —V abrió la bolsa de tabaco, metió la nariz y respiró hondo para ver si así engañaba un poco a su síndrome de abstinencia—. El asunto funcionó. No sé muy bien cómo, pero Payne está otra vez de pie y caminando. Como nueva.
El rey se inclinó hacia delante.
—¡No jodas! ¿De verdad?
—Te lo juro.
—Es un milagro.
Un milagro llamado Manuel Manello, evidentemente.
—Sí, se podría decir que es un milagro.
—Bueno, eso es una noticia cojonuda. ¿Quieres que le preparemos un cuarto aquí? Fritz puede…
—Es un poco más complicado que eso.
Al ver que las cejas se movían detrás de las gafas oscuras, V pensó: Joder, aunque el rey estaba completamente ciego, todavía te mira como antes. Lo cual te hacía sentirte como si tuvieras un arma apuntando directamente a tu lóbulo frontal.
V siguió haciendo los preparativos con el papel y el tabaco, para no ponerse nervioso.
—Es sobre ese cirujano humano.
—No… joder. —Wrath se levantó las gafas sobre la frente y se restregó los ojos—. No me irás a decir que están encoñados.
V se quedó callado, mientras liaba el primer cigarro.
—Estoy esperando que me digas que estoy equivocado. —Wrath dejó caer las gafas de nuevo hasta su lugar natural—. Sigo esperando.
—Pues sí, ella está enamorada de él.
—¿Y tú estás de acuerdo?
—Claro que no. Pero aunque se hubiera liado con un Hermano, según mi punto de vista, no muy objetivo, tampoco sería suficiente para ella. —V pasó la lengua por el borde del papel del primer pitillo liado—. Así que… si ella lo desea a él, yo… bueno yo digo: vive y deja vivir.
—V… no puedo permitirlo.
Vishous se detuvo con el pitillo bajo la nariz y consideró la posibilidad de traer a colación el caso de Beth. Pero el rey ya parecía a punto de sufrir un dolor de cabeza, de modo que era mejor no regalarle otro de estómago. Tenía que poner otros ejemplos.
—A la mierda con eso de que no lo puedes permitir. Rhage y Mary…
—Rhage fue atacado, ¿recuerdas? Había una razón para permitirlo. Además, los tiempos están cambiando, V. La guerra se está intensificando, la Sociedad Restrictiva recluta más soldados que nunca… y para colmo, ahí tenemos los cuerpos mutilados que encontraste en el centro anoche.
Maldición, se dijo el masoquista. Con tantos líos había olvidado aquellos cachos de restrictores.
—Además, acabo de recibir esto. —Wrath tanteó con la mano y agarró una página escrita en Braille—. Es una copia de la carta que fue enviada por correo electrónico a lo que queda de las Familias Fundadoras. Xcor se ha instalado aquí con sus amigos, lo cual explica por qué encontraste a esos restrictores en el estado en que los encontraste.
—Puta… mierda. Sabía que era él.
—Nos está tendiendo una trampa.
V se puso tieso.
—¿Para qué?
La expresión de Wrath era casi angustiada.
—La gente ha perdido ramas enteras de sus familias. Han abandonado sus casas, pero quieren regresar. Pero Caldwell, en vez de más seguro, es ahora un sitio más peligroso. En este momento, no debemos dar nada por hecho.
Léase: Wrath no creía que su trono estuviera seguro. Independientemente de lo fuerte que fuesen la Hermandad y él mismo.
—Comprendo.
—Así que no es que no entienda la situación en la que está Payne, pero en este momento debemos cerrar el círculo y atrincherarnos. No es momento de agregar la complicación de tener un humano aquí.
Todo quedó en silencio durante un momento.
Mientras V consideraba sus contraargumentos, agarró otro papel, lo enrolló, le pasó la lengua y lo retorció.
—Manello ayudó a mi Jane anoche. Cuando los Hermanos y yo regresamos aquí después de la refriega en ese callejón, el sanador se puso a trabajar de inmediato. Es un cirujano espectacular… y te lo digo porque él me operó. Puede ser muy útil. —V miró a Wrath—. Si la guerra se intensifica, nos vendrían bien otro par de manos en la clínica.
Wrath maldijo primero en inglés y luego en Lengua Antigua.
—Vishous…
—Jane es increíble, pero solo tenemos una Jane. Y Manello tiene habilidades técnicas que ella no tiene. De hecho es su maestro, por así decirlo.
El rey se volvió a alzar las gafas para restregarse los ojos. Con fuerza.
—¿Me estás diciendo que ese tío va a querer vivir aquí, en esta casa, día y noche por el resto de su vida? Es mucho pedir.
—Se lo preguntaré.
—No me gusta esto.
Largo silencio. Lo cual indicó a V que estaba logrando avanzar en su propósito. Sin embargo, sabía que no debía presionar más de la cuenta.
—Creí que querías matar a ese desgraciado. —Wrath lo dijo de tal manera que pareció que lo consideraba preferible.
De pronto, la imagen de Manello arrodillado frente a Payne cruzó por la mente de V y le dieron ganas de agarrar un lapicero y sacarse los ojos.
Respondió con voz lúgubre.
—Todavía quiero matarlo. Pero… es el macho que ella ama. ¿Qué puedo hacer?
Otro eterno silencio, durante el cual V fabricó un satisfactorio montón de cigarros. El par que había pedido permiso para liar se había convertido en más de una docena.
Finalmente, Wrath se pasó la mano por su largo pelo negro.
—Si ella quiere verlo fuera de aquí, de acuerdo, eso no es de mi incumbencia.
Vishous abrió la boca para protestar, pero la cerró sin llegar a decir nada. Eso era mejor que un no rotundo y quién sabía lo que les depararía el destino. Si, después de haber visto la famosa película La pesadilla de la ducha, V era capaz de recapacitar y Manello seguía vivito y coleando, cualquier cosa podía pasar en esta vida.
—Me parece justo. —V cerró la bolsa de tabaco—. ¿Qué vamos a hacer con Xcor?
—Esperar a que el Consejo convoque una reunión sobre el asunto, lo cual, sin duda, sucederá en las próximas dos noches. La glymera se va a tragar toda esa mierda y ahí sí tendremos problemas de verdad. —Con voz cargada de amargura, el rey concluyó—. A diferencia de los problemillas de nada que tenemos ahora.
—¿Quieres reunir a la Hermandad?
—No. Démosles el resto de la noche libre. El problema no se agravará por ahora, y seguirá igual mañana.
V se levantó, se puso la bata y recogió todas sus cosas.
—Gracias por todo. Ya sabes, por lo de Payne.
—No es un favor.
—Pero es una buena noticia. No la mejor, pero muy buena.
Vishous estaba casi en la puerta cuando Wrath le detuvo con unas palabras que le helaron la sangre.
—Ella va a querer salir a combatir.
El vampiro masoquista dio media vuelta.
—¿Cómo?
—Tu hermana. —Wrath apoyó los codos sobre todos los papeles que tenía en el escritorio y se inclinó hacia delante con expresión seria—. Tienes que prepararte para afrontar el momento en que tu hermana quiera salir a pelear.
Joder, no.
—Voy a hacer como si no hubiese oído eso.
—Pero tendrás que oírlo. Yo he luchado con ella muchas veces. Es tan letal como tú y como yo, y si crees que Payne se va a quedar tan tranquila deambulando por esta casa durante los próximos seiscientos años, estás loco. Tarde o temprano, eso es lo que ella querrá hacer. Y se aproximan tiempos de combate. Hay tambores de guerra, Vishous.
El gemelo de Payne se quedó sin palabras.
Había pasado un tiempo de relativa felicidad. ¿Cuánto? ¿Veintinueve minutos? ¿Tres cuartos de hora? En fin, el tiempo de liar una docena de cigarrillos.
—No me digas que lo vas a permitir.
—Xhex sale a combatir.
—Ella está sometida al mandato de Rehvenge, no al tuyo. —Las cejas de Wrath volvieron a moverse significativamente por tercera vez—. Ella tiene otro estatus.
—En primer lugar, todo el que viva bajo este techo es súbdito mío. Y, en segundo lugar, no hay ninguna diferencia solo porque se trate de tu hermana. Eso no es un estatus, no es más que un parentesco.
—Por supuesto, pero…
—Pues eso.
Vishous tragó saliva.
—¿De verdad estás pensando seriamente en dejarla pelear?
—Más de una vez has visto cómo llegaba yo después de entrenar con ella, ¿no? Te juro que no le daba ninguna ventaja, Vishous. Esa hembra sabe muy bien lo que hace.
—Pero ella es… —Quiso decir Mi hermana, pero se calló a tiempo—. No puedes dejarla ir al campo de batalla.
—Por ahora, necesito a todos los guerreros que tenga a mano.
Vishous se metió un cigarro entre los labios.
—Creo que será mejor que me vaya.
—Buena idea.
En cuanto salió y cerró la puerta, encendió el mechero dorado que Fritz le había dado y le dio una ansiosa calada al cigarro. Parecía una aspiradora.
Una aspiradora temblorosa.
Mientras pensaba en su siguiente movimiento, supuso que podía correr al Commodore para darle las buenas noticias a su hermana; pero tenía mucho miedo de lo que se podía encontrar. En fin, había tiempo hasta el amanecer para convencerse de que la idea de que Payne saliera al campo de batalla no era un desastre.
Por otro lado, tenía que ver a alguien antes de resolver los otros asuntos.
Así que bajó las escaleras, atravesó el vestíbulo y salió por la puerta principal. Fuera, cruzó rápidamente el jardín empedrado y entró en la Guarida por la puerta frontal.
La imagen de los sofás, la pantalla de plasma y la mesa de futbolín lo tranquilizó.
Pero la botella de whisky vacía sobre la mesita, no tanto.
—¡Butch!
Nada, solo silencio. Así que tomó el pasillo y fue hasta la habitación del policía. La puerta estaba abierta. En el interior tampoco había nada, salvo el inmenso guardarropa de Butch y una cama sin hacer.
—Estoy aquí.
V frunció el ceño, retrocedió y se asomó a su propia habitación. Las luces estaban apagadas, pero las lámparas del pasillo le ayudaban a ver algo.
Butch estaba sentado en la cama, de espaldas a la puerta, con la cabeza colgando y los hombros como apretados.
Vishous entró y cerró la puerta con llave. No había posibilidad de que Jane o Marissa aparecieran, pues las dos estaban ocupadas en sus trabajos. Pero Fritz y sus amigos podían llegar en cualquier momento y ese mayordomo, la Virgen Escribana lo guarde muchos siglos, nunca llamaba antes de entrar. Llevaba demasiados años viviendo allí.
V saludó en medio de una oscuridad casi total.
—Hola.
—Hola.
Se acercó al expolicía, guiándose por la pared para no tropezarse con nada. Luego se sentó en el colchón, junto a su mejor amigo, que le miró de reojo.
—¿Jane y tú estáis bien?
—Sí. Todo está arreglado. —Desde luego, la explicación se quedaba corta—. Ella llegó justo cuando me desperté.
—Ya lo sé, la llamé yo.
—Eso supuse. —Vishous volvió la cabeza y clavó los ojos en la oscuridad—. Gracias por eso…
Butch no pareció oírle.
—Lo siento, Dios, lo siento mucho.
Parecía a punto de sollozar.
A pesar de que no veía nada a causa de la penumbra, V tendió el brazo y a tientas se lo pasó al policía por la espalda. Luego lo acercó hacia su pecho y apoyó la cabeza sobre la de su amigo, al que habló con ronco afecto.
—Está bien, tranquilo. Todo está bien. Está bien… hiciste lo correcto…
Por pura inercia, V terminó empujando a su amigo de forma que los dos quedaron acostados, uno sobre el otro. Y V tenía los brazos alrededor de Butch.
Sin saber muy bien por qué, el vampiro pensó en la primera noche que habían pasado juntos. Había pasado un millón y medio de años. Fue en la mansión que Darius tenía en la ciudad. Dos camas idénticas, una junto a la otra, en el segundo piso. Butch le había preguntado por los tatuajes. V le había dicho que no metiera las narices donde no lo llamaban.
Y ahí estaban otra vez, en medio de la oscuridad. Teniendo en cuenta todo lo que había sucedido desde entonces, era casi inconcebible que alguna vez hubiesen sido ese par de machos que se habían hecho amigos hablando de los Sox.
—No me pidas que vuelva a hacerlo en el próximo milenio, como poco.
—Trato hecho.
—Bah, gilipolleces. Sabes que, si lo necesitas, aquí estaré.
V estaba a punto de decir algo como: Nunca más, pero eso era pura mierda. El policía y él le habían dado muchas vueltas a los problemas psíquicos de V y, aunque ahora al parecer estaba pasando página, nunca se sabía.
Así que solo repitió la promesa que se había hecho a sí mismo cuando hacía un rato estaba con Jane. De ahora en adelante, iba a sacar todas sus mierdas al exterior, a compartirlas. Aunque eso le hiciera sentirse incómodo hasta la desesperación, al final era mejor, mucho mejor que tragárselo todo.
Y más sano.
—Espero que no sea necesario. Pero, gracias, hermano.
—Una cosa más.
—¿Qué?
—Creo que ahora somos novios. —Cuando V soltó una carcajada, el policía encogió los hombros—. Vamos… tú estabas desnudo… y llevabas un maldito corsé. Por no hablar del baño con esponja que te di después.
—Maldito cerdo.
—Hasta el final. ¡Las cosas que pude hacerte!
Cuando la carcajada que soltaron los dos se desvaneció, V cerró los ojos y apagó su cerebro por un momento. Con el pecho del querido amigo sobre el suyo, y sabiendo que Jane y él se habían reencontrado, su mundo estaba completo.
Ahora, si podía mantener a su hermana alejada de las calles por la noche, su vida sería totalmente perfecta por primera vez.