44

—¿Doctor Manello?

Al oír su nombre, Manny volvió a la realidad y se dio cuenta de que aún se encontraba en el hospital Tricounty, fuera, en el jardín exterior. Era curioso que hubiese sido el guardia el primero en reaccionar, a pesar de que el tío tenía borrados los recuerdos.

—Sí, hola. ¿Me decía algo?

—¿Está usted bien?

—No, no lo estoy.

—Bueno, pues la verdad es que fue increíble. Todavía no me puedo creer que lo desarmara de esa forma. De repente le estaba apuntando a la cara… y luego era usted el que tenía el arma y el pájaro volaba por los aires. No me extraña que se encuentre usted conmocionado.

—Pues ya ve.

Los policías aparecieron dos segundos después y luego todo fue una sucesión de preguntas y respuestas.

Resultó asombroso. El guardia de seguridad no mencionó a Payne ni una sola vez, ni directa ni indirectamente. Era como si la Elegida nunca hubiese estado allí.

Aunque eso no debería sorprender a Manny, teniendo en cuenta lo que a él le había pasado no solo con Payne, sino sobre todo con Jane. Sin embargo, no dejaba de resultarle alucinante. Era difícil acostumbrarse a semejantes fenómenos.

El cirujano, en realidad, no entendía mucho de lo que había pasado: cómo había desaparecido la vampira ante sus ojos, sin más; cómo no había quedado rastro del recuerdo de ella en la mente del guardia, que en cambio sí recordaba perfectamente a Manny y el vuelo del ladrón, aunque lo achacaba al buen doctor; cómo Payne había permanecido tan tranquila, con aquel increíble dominio de sí misma en una situación de vida o muerte.

Esto último, además, para él había sido muy erótico. Verla machacando a ese tío había sido muy excitante. Joder, era un enfermo. Se dijo que no perdía oportunidad para empalmarse.

A todos esos pasmosos hechos había que añadir otro, también muy sorprendente: Payne iba a contar mentiras. Le diría a su gente que le había borrado todos los recuerdos. Diría que ya se había encargado de todo, cuando no era cierto.

Lo dijo muy claro: quería que la recordara.

Por lo visto, la Elegida había encontrado una buena solución: él seguía teniendo la cabeza en su sitio, ella tenía sus piernas y nadie tendría por qué enterarse, ni su hermano ni los amigos de éste.

Todo estaba en orden, pues. Lo único que tenía que hacer ahora era pasar el resto de su vida suspirando por una mujer a la que nunca debió conocer. Vaya futuro de mierda.

Una hora después, Manny se subió a su Porsche y emprendió el camino hacia Caldwell. Mientras conducía, pensó que el coche no solo parecía vacío, sino completamente desierto. Se sorprendió bajando y subiendo las ventanillas, como hacía la dueña de aquellos eróticos colmillos. Pero no era lo mismo.

De repente, Manny pensó que se había marchado sin saber dónde vivía él. Pero eso no importaba, puesto que no iba a regresar.

Dios, era difícil decir qué habría sido más duro: si una larga despedida en que se miraran a los ojos y se mordieran la lengua para no hablar demasiado, o esa mierda de desaparición tan abrupta.

En todo caso, la vida era un coñazo.

Al llegar al Commodore, Manny entró en el aparcamiento subterráneo, dejó el coche en su lugar y se bajó. Llamó al ascensor. Subió a su ático. Entró. Dejó que la puerta se cerrara sola.

Al oír que le llamaban al móvil, lo sacó con torpeza del bolsillo y, cuando vio el número, soltó una maldición. Era Goldberg, del hospital.

Manny contestó sin ningún entusiasmo.

—¿Sí?

—¡Al fin! —El interlocutor parecía aliviado—. ¿Cómo estás?

Bueno. No había necesidad de entrar en detalles.

—Bien. —Hubo una pausa un poco embarazosa—. ¿Y tú?

—Yo también. Las cosas en el hospital… —Hospital, hospital, hospital, ospit alhosp…

Las palabras le entraban por un oído y le salía por el otro, como un ruidillo de fondo incomprensible, sin interés alguno. Sin embargo, armado de paciencia, Manny buscó algo que hacer mientras hacía como que le escuchaba. Caminó hasta la cocina, sacó el whisky y a punto estuvo de llorar cuando vio lo poco que quedaba en la botella. Entonces se asomó al gabinete y sacó una botella de Jack que estaba al fondo y que llevaba tanto tiempo allí que tenía polvo por todas partes.

Un rato después, colgó y se puso a beber en serio. Primero el Lag. Luego el Jack. Y siguió con dos botellas de vino que tenía medio escondidas. Y lo que quedaba de un paquete de cervezas que estaban en la alacena y no estaban frías.

Sin embargo, no notó ninguna diferencia entre el alcohol que estaba del tiempo y el frío.

La desaforada ingesta alcohólica le entretuvo una buena hora. Tal vez un poco más. Y fue altamente efectiva, porque cuando agarró la última cerveza y se dirigió a la habitación, iba caminando como si estuviera en el puente de la Enterprise, meciéndose de un lado a otro… y luego hacia atrás. Y aunque tenía suficiente luz con la que entraba por la ventana, se estrelló contra un montón de cosas: gracias a un inconveniente milagro, sus muebles parecían haber cobrado vida y estaban decididos a atravesarse en su camino; todo, desde los sillones de cuero hasta la… puñetera mesita del café. Mierda, qué golpe.

—¡Ay!

Como tuvo que tocarse la espinilla, el poco sentido del equilibrio que le quedaba se fue a freír espárragos.

Cuando llegó a la habitación, nunca supo cómo, se bebió otro sorbo de cerveza para celebrarlo, y fue tambaleándose hasta el baño. Abrió el grifo. Se quitó la ropa. Entró en la ducha. No había razón para esperar a que el agua saliera caliente; de todas maneras, no podía sentir nada, que era precisamente lo que había estado buscando.

No se molestó en secarse. Anduvo, mal que bien, hasta la cama con el agua chorreándole por el cuerpo, y se terminó la cerveza cuando se sentó.

Luego no pasó absolutamente nada.

Su intoxicación alcohólica era importante, pero todavía tenía que subir unos cuantos peldaños para noquearlo por completo. Seguía consciente.

Sin embargo, en su estado, el concepto de consciencia se había vuelto más bien relativo. Aunque a primera vista parecía despierto, estaba totalmente desconectado… y no solo debido al alcohol que corría por sus venas. Se sentía completamente vacío por dentro, y de una manera muy curiosa.

Se dejó caer de espaldas sobre el colchón. Pensó, es un decir. Se dijo que ahora que se había resuelto la situación de Payne, era hora de comenzar a rehacer su vida; o, al menos, de intentarlo al día siguiente por la mañana, si se lo permitía la resaca. Su cerebro funcionaba bien cuando no estaba borracho, así que no había razón para que no pudiera volver a trabajar y así empezar a poner distancia entre aquel demencial interludio y su vida normal.

Miraba al techo. La visión empezó a ponérsele borrosa, y eso le alivió.

Hasta que se dio cuenta de que estaba llorando.

—Maldito maricón.

El cuarentón calentorro y beodo se secó los ojos, decidido a no dar rienda suelta a las lágrimas. Solo que no pudo controlarse. Dios, añoraba demasiado a Payne, y apenas hacía… nada. Qué sé yo, dos, tres horas, que no la veía.

—Puta vida.

De pronto levantó la cabeza bruscamente y sintió que el pene se le inflamaba. No es que se excitara, es que ardía. Miró a través del cristal de las puertas correderas, y escudriñó la noche con una desesperación que lo hizo pensar que las crisis mentales habían vuelto.

Payne…

¿Había visto a Payne? Joder, ya estaba alucinando.

Trató de levantarse de la cama, pero su cuerpo se negó a moverse; como si su cerebro estuviera hablando un idioma exótico y sus brazos y sus piernas no le entendieran.

Finalmente el alcohol ganó la partida, cerró el programa de añoranzas y apagó del todo el ordenador.

Sin posibilidad de reinicio.

Cuando cerró los párpados, todo desapareció, a pesar de lo mucho que tratara de luchar para evitarlo, para poder seguir echando de menos a su vampira.

‡ ‡ ‡

Fuera, en la terraza, Payne estaba de pie, en medio del viento helado, y su pelo revoloteaba.

Había desaparecido ante los ojos de Manello, pero no lo había abandonado ni un instante.

Aunque el médico había demostrado ser muy capaz de cuidarse solo, ella no quería arriesgarse, así que se había envuelto en mhis y se había quedado en el jardín del hospital veterinario, observándolo mientras hablaba con la policía y con el guardia de seguridad. Y luego, cuando se había subido al coche, lo acompañó, desmaterializándose de un lugar a otro, siguiendo su rastro gracias a la pequeña cantidad de sangre de ella que el hombre había probado en aquel encuentro erótico.

El viaje a casa había terminado en lo más profundo de una ciudad más pequeña que la que habían visto desde el coche, pero también impresionante, con edificios altos, calles pavimentadas y hermosas, y puentes que atravesaban un río ancho. Caldwell era, ciertamente, muy bonita de noche.

Lo había seguido hasta allí con el único propósito de tener una despedida invisible. Menos da una piedra.

De modo que cuando Manello entró en una especie de instalación subterránea para vehículos, lo dejó seguir solo. Su misión estaba cumplida cuando lo vio llegar a salvo a su destino.

La Elegida sabía que tenía que partir.

Sin embargo, se había quedado abajo, en la calle, envuelta en su mhis, observando los coches que pasaban y viendo a los transeúntes que cruzaban de una esquina a otra. Había pasado una hora. Y luego un poco más. Y seguía sin moverse.

Porque, cediendo a los deseos de su corazón, había decidido subir muy, muy arriba, hasta detenerse donde estaba Manello, y había tomado forma en una terraza justo en el exterior de su casa… y lo había hallado en el proceso de salir de la cocina y atravesar el salón. Sin poder sostenerse bien sobre los pies, Manello se había estrellado con varios muebles, aunque lo más probable era que el motivo no fuese la falta de luz. Era la bebida que llevaba en la mano, sin lugar a dudas.

O, más exactamente, todo lo que se había tomado antes.

En su habitación, más que desvestirse, se había despojado de la ropa al tuntún y luego se había metido en la ducha. Cuando salió, empapado, a Payne le entraron ganas de llorar. Era tan increíble que fuera un solo día lo que los separaba del momento en que ella lo había visto así por primera vez. Aunque, en verdad, Payne sentía como si pudiera casi tocar de nuevo aquellos momentos eléctricos en que habían estado a punto de… ¿A punto de qué, además de follar? Pues a punto de tener no solo un presente, sino un futuro.

Pero eso ya no era posible.

Manello se había sentado en la cama… y luego se había dejado caer sobre el colchón.

Cuando la Elegida lo vio secarse los ojos, se sintió totalmente desolada. Deseaba tanto poder acudir a él…

—Payne.

Payne dejó escapar un aullido y giró sobre sus talones. En el otro extremo de la terraza, en medio de la brisa… estaba su gemelo. En cuanto posó los ojos en Vishous, la Elegida se dio cuenta de que algo había cambiado dentro de él. Sí, su cara ya se estaba recuperando de las heridas que se había infligido con el espejo, pero eso no era lo que había cambiado. Era su interior lo que parecía diferente: habían desaparecido la tensión y la rabia contenidas, y aquella especie de aterradora frialdad.

Con el viento agitándole el pelo, Payne trató de recuperar rápidamente la compostura y se secó las lágrimas que habían asomado a sus ojos.

—¿Cómo supiste que… yo estaba… aquí?

Con su mano enguantada, Vishous apuntó hacia arriba.

—Tengo un ático aquí. En el último piso del edificio. Jane y yo salíamos, cuando sentí que estabas aquí abajo.

Debió de haberlo imaginado. Así como ella podía sentir el mhis de su hermano, él también podía percibir el suyo.

Ahora se arrepentía de no haber seguido su camino. Lo último que necesitaba en ese momento era otra regañina de un macho con autoridad diciéndole lo que tenía que hacer. Con el rey ya había tenido bastante. Y los decretos de Wrath no necesitaban realmente que los sancionase gente como su hermano. Se cumplían sin rechistar.

La vampira levantó una mano para detenerlo antes de que dijera algo sobre Manello.

—No estoy interesada en que me digas lo que nuestro rey ya me dijo. Ya estaba a punto de marcharme.

—¿Has borrado sus recuerdos?

Payne alzó la barbilla, en actitud desafiante.

—No, no lo hice. Salimos y hubo un… incidente…

El gruñido que soltó su hermano resonó en sus oídos a pesar del viento cada vez más fuerte.

—¿Qué te hizo ese…?

—Él no hizo nada. Por todos los cielos, ¿cuándo vas a dejar de odiarlo tanto? —Se masajeó las sienes, desesperada, y se preguntó si una cabeza realmente podía estallar, como parecía que iba a ocurrirle a la suya, o si aquello era un achaque normal, en este lado de la realidad—. Fuimos atacados por un humano y, al desarmarlo…

—¿Al humano?

—Sí, al desarmarlo, herí a ese hombre y la policía acudió…

—¿Tú desarmaste a un humano?

Payne miró a su gemelo con odio.

—Cuando le quitas el arma a alguien, ¿no es así como se dice?

Vishous entornó los ojos.

—Sí, así se dice.

—No pude borrar los recuerdos de Manello porque, de hacerlo, no habría estado en condiciones de responder a las preguntas que le iba a hacer la policía. Y estoy aquí… porque quería asegurarme de que llegara a casa sano y salvo.

En medio del silencio que siguió, Payne se dio cuenta de que se acababa de clavar el cuchillo ella misma. Al tener que proteger a Manello, acababa de probar la creencia de su hermano de que el macho que ella deseaba no podía cuidarla.

Dios, pero, a esas alturas, ¿qué importaba? Teniendo en cuenta que estaba preparada para obedecer las órdenes del rey, estaba claro que no había ningún futuro para Manello y ella.

Vishous hizo ademán de abrir la boca, y Payne gimió y se tapó los oídos.

—Si te queda aunque sea un poco de compasión, me dejarás llorando aquí a solas. No me siento capaz de escuchar ahora todas las razones por las cuales tengo que separarme de él… Ya las conozco. Por favor. Vete, simplemente, sin más.

Payne cerró los ojos y dio media vuelta, mientras le rezaba a su madre, que estaba allá arriba, para que Vishous hiciera lo que ella le estaba pidiendo…

Pero una mano pesada y cálida aterrizó en ese momento sobre su hombro.

—Payne, mírame.

Sin energía ya para pelear, la hembra dejó caer los brazos y se concentró en los ojos que la miraban con extrema seriedad.

—Contéstame a una cosa.

—¿Qué cosa?

—¿Amas a ese des…? ¿Lo amas?

La Elegida se volvió a mirar a través del cristal al humano que yacía en la cama.

—Sí, estoy enamorada de él. Y si tratas de disuadirme con el argumento de que no he vivido aún lo suficiente para juzgar eso con certeza, yo te digo que te vayas a la mierda. No necesito conocer el mundo para reconocer los deseos de mi corazón.

Hubo un largo silencio.

—¿Qué dijo Wrath?

—Lo mismo que habrías dicho tú. Que debía borrar mi recuerdo de su memoria y nunca, jamás, volver a verlo.

Al ver que su hermano no decía nada, Payne negó con la cabeza.

—¿Por qué sigues aquí, Vishous? ¿Estás tratando de ver qué puedes decirme para que regrese a casa? Permíteme ahorrarte ese esfuerzo. Cuando amanezca, iré a casa… y obedeceré las reglas, pero no porque sea lo que tú quieres o lo que quiere el rey, ni tampoco porque crea que es lo mejor para mí. Volveré porque es lo más seguro para él; Manello no necesita que enemigos como tú y la Hermandad lo torturen solo por culpa de mis sentimientos. —Fulminó a Vishous con la mirada—. Así que se hará como tú deseas. Pero no voy a borrar sus recuerdos. Su cerebro es demasiado valioso para dañarlo y no va a poder soportar otra manipulación. Lo mantendré a salvo porque nunca volveré aquí, pero no lo voy a condenar a una vida de demencia. Eso no va a suceder; él no ha hecho nada más que ayudarme. Y merece algo mejor que ser usado y desechado.

Payne volvió a clavar los ojos en el cristal.

Y después de un largo silencio, dio por hecho que su gemelo se había marchado. Así que estuvo a punto de soltar un grito cuando él se acercó y se interpuso entre ella y la imagen de Manello.

—¿Todavía estás aquí?

—Yo me encargaré de todo por ti.

Payne retrocedió, indignada.

—No te atrevas a pensar en matarlo…

—Quiero decir que me encargaré ante Wrath. Lo arreglaré todo con Wrath. Yo… —Vishous se pasó una mano por el pelo—. Pensaré algo para que puedas quedarte con él.

Payne parpadeó.

—¿Qué has dicho?

—Conozco a Wrath desde hace muchos años. Y, técnicamente, de acuerdo con las Leyes Antiguas, soy el cabeza de nuestra pequeña familia aquí en este lado. Iré a hablar con él y le diré que apruebo esta… unión y que creo que deberías poder ver a este desgra… tío. A este hombre. A Manello. —Vishous suspiró—. Wrath se preocupa mucho por la seguridad, pero con el mhis rodeando el complejo… Manello no nos podría encontrar aunque quisiera. Además, sería injusto negarte a ti lo que otros Hermanos han hecho de vez en cuando. Maldición, Darius tuvo una hija con una humana… y hoy en día el mismísimo Wrath está casado con ella. De hecho, ¿sabes qué habría sucedido si alguien hubiese tratado de separar a nuestro rey de su Beth cuando la conoció? Wrath habría matado a quien se atreviera simplemente a hacer esa sugerencia. ¿Y Mary, la shellan de Rhage? Lo mismo. Y debería ser… similar contigo. Incluso estoy dispuesto a hablar con mahmen, si tengo que hacerlo.

Payne se llevó la mano al corazón, que ahora amenazaba con salirse del pecho.

—Yo… no entiendo por qué quieres… hacer esto.

Vishous clavó sus tremendos ojos en el humano que su hermana amaba.

—Tú eres mi hermana. Y él es lo que deseas. —Se encogió de hombros—. Y… bueno, yo me enamoré de una humana. Me enamoré de mi Jane una hora después de conocerla y… Es verdad, no soy nada sin ella. Si lo que sientes por Manello es aunque sea la mitad de lo que yo siento por mi shellan, tu vida nunca estará completa sin él…

Payne se lanzó sobre su hermano y lo abrazó. En realidad, estuvo a punto de derribarlo.

—¡Ay… hermano mío…!

Vishous respondió al abrazo.

—Siento haberme portado como un imbécil.

—Tú no… —Payne se quedó dudando un instante—. Bueno, sí, para qué negarlo, te portaste como un imbécil.

Vishous se echó a reír de buena gana.

—¿Ves? Vamos bien. Ya estamos de acuerdo en algo.

Seguían abrazados, y Payne emocionada.

—Gracias… gracias…

Después de un momento, Vishous se separó.

—Déjame hablar con Wrath antes de que le digas nada a Manello, ¿vale? Quiero preparar las cosas de antemano. Ahora mismo voy a casa. Jane está haciendo su ronda y la Hermandad tiene la noche libre hoy, así que puedo ir a ver al rey ahora mismo. —Hubo una pausa—. Solo quiero una cosa a cambio.

—Pide lo que quieras. Lo que sea. Habla.

—Si te vas a quedar hasta el amanecer, entra. Está helando aquí afuera, ¿no te parece? —Vishous dio un paso atrás—. Ve… ve a reunirte con tu… macho… —Vishous se restregó los ojos y Payne tuvo la sensación de que estaba recordando la escena que había visto en la ducha—. Regresaré… Ah, y llámame… ¿Tienes un teléfono? Toma, toma mi… Mierda, no lo tengo.

—No te preocupes, hermano mío. Regresaré al amanecer.

—Bien, sí… Para entonces ya sabré algo.

Payne se quedó mirándolo.

—Te quiero.

Ahora Vishous le dedicó una sonrisa amplia y sin reservas. Luego extendió la mano y le acarició la cara.

—Yo también te quiero, hermana. Ahora, entra y busca algo de calor.

—Eso haré. —Payne dio un salto y lo besó en la mejilla—. ¡Eso haré!

Mientras le decía adiós con la mano, Payne se desmaterializó y pasó a través del cristal.

Qué placer, el calorcito del interior, comparado con el frío de la terraza… o tal vez lo que la reconfortaba era la felicidad que corría por todo su cuerpo. Fuera lo que fuese, la Elegida enamorada giró sobre uno de sus pies y luego se acercó a la cama.

Manello no solo estaba dormido, sino totalmente inconsciente; pero a ella no le importó. Se subió a la cama, lo rodeó con sus brazos y enseguida él gruñó y se volvió hacia ella, acercándola, abrazándola. Cuando sus cuerpos se fundieron, y el pene erecto de Manello se clavó en las caderas de Payne, ella miró hacia la terraza.

Temió que Vishous aún siguiera allí, pero, gracias a Dios, su hermano por fin se había ido.

Sonriendo en medio de la oscuridad, Payne se relajó y acarició el hombro de su macho. La relación iba a funcionar y la clave era la lógica abrumadora que Vishous había expuesto con tanta claridad. De hecho, el argumento era tan decisivo que Payne no podía entender por qué no se le había ocurrido a ella.

Es posible que a Wrath no le gustara; sin embargo, iba a acceder porque los hechos son los hechos… y él era un gobernante justo, que había demostrado una y otra vez que no era ningún esclavo de las viejas tradiciones.

Se acomodó abrazada al cirujano borracho, diciéndose que no había peligro de que se durmiera y corriera el riesgo de achicharrarse con la luz del sol: su propio cuerpo irradiaba luz cuando se acostó en la cama junto a Manello, y brillaba con tanta intensidad que proyectaba sombras dentro de la habitación.

No se iba a dormir.

Sólo quería disfrutar aquella sensación.

Para siempre.