42

En el Hospital Veterinario Tricounty, Manny se mantuvo quieto mientras Glory resoplaba encima de él. Sabía que debería dejarla reposar tranquila, pero no se sentía capaz de separarse del animal.

El tiempo de Glory se estaba agotando y eso lo mataba de dolor. No, no podía permitir que se fuera deteriorando, perdiendo cada vez más peso y cojeando más cada día que pasaba. Ella se merecía algo mucho mejor que eso. Un final digno.

—La adoras, ¿verdad? —Payne hablaba con voz suave, mientras su mano pálida acariciaba delicadamente el lomo de la yegua.

—No puedes hacerte idea de lo que significa para mí.

—Es muy afortunada.

No, no era nada afortunada, se estaba muriendo y eso era una desgracia.

Manny suspiró.

—Supongo que tenemos que…

—Doctor Manello.

Manny retrocedió un par de pasos y miró por encima de la puerta del compartimento.

—Ah, ¿qué tal, doctor? ¿Cómo está?

El veterinario se acercaba a ellos, y su vestimenta parecía tan fuera de lugar como un sombrero de copa en la grada del fútbol. Venía vestido de gala.

—Yo estoy bien, como puede ver. —El hombre se arregló el corbatín—. El traje de pingüino es porque acabo de salir de la ópera y voy camino a casa. Pero antes de acostarme quise pasarme a ver a su chica.

Manny salió del compartimiento y le tendió la mano.

—Yo también he venido a verla.

Mientras se saludaban, el veterinario miró hacia el compartimiento y casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver a Payne.

—Ah… hola.

La vampira le dedicó una sonrisa, y el buen doctor parpadeó como si el sol acabara de salir de atrás de una nube y lo hubiese golpeado de repente con toda su luz.

Ay, Dios, Manny empezaba a estar harto de los idiotas que la miraban de esa manera.

Así que se interpuso entre ellos,

—¿No disponen de algún aparato, alguna tracción con la que pudiéramos librarla de los efectos de la cojera? ¿Hay algo para aliviar, aunque sea en parte, la presión que la tortura?

—La mantenemos suspendida durante un par de horas al día. —Mientras respondía, el veterinario se fue moviendo discretamente hacia un lado, para echar vistazos a la espectacular hembra desconocida, de modo que Manny tuvo que hacer lo mismo para continuar tapándole esa visión—. No quiero correr el riesgo de que desarrolle algún problema gastrointestinal o respiratorio.

Aburrido de estar moviéndose todo el tiempo y debido a que quería evitar que Payne oyera la conversación que necesariamente seguiría, Manny agarró al veterinario del brazo y lo invitó a alejarse un poco.

—¿Cuál es el siguiente paso?

El veterinario se restregó los ojos, como si quisiera dar a su mente un segundo para poner en orden las ideas.

—Para serle sincero, doctor Manello, no tengo buenas sensaciones. El otro casco está desarrollando una laminitis, y aunque he hecho todo lo posible para tratarlo, lo cierto es que no está respondiendo a las medicinas.

—Tiene que haber algo más, algún otro recurso.

Movió la cabeza con aire pesaroso.

—Lo siento mucho.

—¿Cuánto tiempo necesita para estar seguro?

—Ya estoy seguro. —El hombre lo miró con aire lúgubre—. En realidad he venido porque tenía la esperanza de que ocurriera un milagro antes de que llegue la mañana.

Bueno, pues ya eran dos.

—¿Quiere que le deje un rato con ella? —El veterinario le puso la mano en el hombro—. Tómese todo el tiempo que necesite.

En boca de un médico, eso quería decir que era hora de despedirse. Bien lo sabía Manny.

El veterinario le puso otra vez la mano en el hombro y luego dio media vuelta y se marchó. Al alejarse por el pasillo, iba mirando cada compartimiento, viendo a sus pacientes y acariciando un hocico aquí y otro allá.

Buen tío, ese veterinario. Responsable y comprometido con su trabajo.

El clásico médico que está dispuesto a agotar todos los caminos, hasta la última posibilidad, antes de plantear una decisión definitiva, irreversible.

El cirujano respiró hondo y trató de convencerse de que Glory no era una mascota. La gente no tenía caballos de carreras para que le sirvieran de mascotas. Y ella se merecía algo mejor que sufrir en un pequeño compartimiento, mientras él reunía el coraje necesario para hacer lo que tenía que hacer.

Se llevó la mano al pecho, acarició el crucifijo a través de la ropa de cirugía y sintió ganas de ir a la iglesia…

Y pasó algo.

Al principio lo único que notó fue que las sombras de la pared del otro lado se volvían más negras. Y luego pensó que tal vez alguien había encendido las luces del techo.

Pero enseguida se dio cuenta de que la luz venía del compartimiento donde estaba Glory.

¡Qué… demo… pero, joder!

Manny retrocedió… y luego tuvo que apoyarse en algo para no perder el equilibrio.

Payne estaba de rodillas sobre el serrín, con las manos sobre las patas delanteras de la yegua, los ojos cerrados y las cejas apretadas.

Y su cuerpo brillaba con una luz intensa y hermosa.

Frente a ella, Glory parecía una estatua ecuestre. Pero no era de piedra, estaba viva. Su piel se sacudía ocasionalmente y tenía los ojos entornados. Por el cuello subían sutiles resoplidos, que salían por las fosas nasales… como si estuviera experimentando una sensación de alivio, como si el dolor estuviera desapareciendo.

Y también se veía un casi imperceptible brillo en las patas delanteras de la yegua.

Manny no se movió, no respiró, no parpadeó. Solo apretó el crucifijo con más fuerza y rezó para que nadie echara a perder ese momento sublime.

Pasó un rato, cuya duración fue incapaz de calcular el cirujano cuarentón, pero sí pudo notar que Payne estaba llegando al límite de sus fuerzas: su cuerpo comenzó a temblar y empezó a respirar con dificultad.

Manny entró corriendo y la separó de Glory. Apretada contra su pecho, la alejó de allí, por si la yegua se asustaba y hacía algo impredecible.

—Payne, ¿cómo estás? Háblame, por Dios.

La Elegida trató de abrir los párpados.

—¿Lo he conseguido… he podido ayudarla?

Manny le acarició el pelo negro, mientras miraba a su yegua. Glory seguía en el mismo lugar, pero levantaba primero un casco y luego el otro, y luego otra vez el primero, como si estuviera tratando de descubrir qué era lo que había causado ese súbito alivio. Luego se sacudió y se acercó a mordisquear el heno que hasta ahora no había tocado.

Cuando el maravilloso sonido del hermoso hocico escarbando entre la hierba seca llenó el silencio, Manny se volvió a mirar a Payne.

—Sí, lo has conseguido. Creo que la has ayudado, como tú dices.

Payne pareció hacer un esfuerzo para ver con claridad.

—No quería que la perdieras.

Abrumado por un sentimiento de gratitud que no tenía palabras suficientes para expresar, Manny apretó a Payne contra su corazón y se quedó abrazándola allí durante un rato. Se hubiera quedado así mucho más tiempo, pero la Elegida no se encontraba bien, era evidente. Y solo Dios sabía si alguna otra persona habría visto el extraordinario espectáculo de la sanación luminosa. Por ambas razones, tenían que salir de allí lo antes posible.

—Vamos a mi casa. Allí podrás acostarte un rato.

Al ver que ella asentía con la cabeza, Manny la alzó en brazos y enseguida notó que eso le gustaba. Cerró la puerta del compartimiento con el pie al salir, y miró de reojo a Glory. La yegua estaba devorando el heno como si se le fuera a acabar en cualquier momento.

Era increíble. ¿Sería posible que estuviese curada de verdad? Suspiró y se despidió de su querida yegua.

—Mañana vuelvo. Sé buena.

Al llegar a la caseta del guardia de seguridad, sonrió mientras le hacía un gesto con los hombros, señalando a la mujer que llevaba en brazos.

—Ha estado haciendo muchos turnos en el hospital. Demasiados. Está agotada.

El hombre se levantó del asiento como si la mera presencia de Payne, aunque estuviera desmayada, fuera suficiente para ponerlo en estado de alerta.

—Hay que cuidarla, doctor. No hay que descuidar a una mujer como esa.

Muy cierto.

—En eso estoy, voy a llevarla a casa.

Moviéndose rápidamente, Manny salió a la recepción y luego esperó a que sonara el timbre que indicaba que ya podía abrir la puerta principal.

Oyó el timbre y empujó la puerta con la cadera.

—Gracias, Dios mío.

Se encaminó al coche, dispuesto a no perder un segundo. Sacar las llaves del bolsillo sin dejar caer a Payne fue una verdadera odisea. Y también lo fue la tarea de abrir la puerta. Finalmente pudo dejarla en el asiento del pasajero, mientras se preguntaba si estaría enferma. Mierda, no tenía manera de contactar con nadie de su mundo que pudiera hacer un diagnóstico.

Se puso al volante y pensó que tal vez lo mejor fuese llevarla de regreso con los vampiros…

Y en ese momento sonó la débil voz de la Elegida.

—¿Puedo pedirte algo?

—Lo que sea…

—¿Puedo beber sangre de tus venas, solo un momento? Me siento… agotada.

Faltaría más. Manny estaba para servirla, era su esclavo, se lo debía todo. Por eso cerró bien todas las puertas del vehículo y le ofreció el brazo enseguida.

Los suaves labios de Payne encontraron la parte interna de su muñeca, pero no lo mordió de inmediato. Fue como si tuviera dificultades para reunir la energía necesaria. Sin embargo, por fin logró hacerlo. El cirujano se estremeció al sentir el pinchazo, que pareció viajar hasta su corazón y le causó un leve mareo. O… tal vez eso era resultado de la súbita y abrumadora excitación que sintió no solo en los genitales, sino por todo el cuerpo.

Manny dejó escapar un gemido y comenzó a mover las caderas significativa, sexualmente en el asiento del Porsche, echando la cabeza hacia atrás. Era un placer increíble. El ritmo de succión adoptado por la hembra era ideal para el pene del cirujano. En vez de experimentar dolor, como cabría esperar, la verdad es que mientras le chupaba la sangre solo sentía placer, un placer intenso y dulce, tan sublime que estaba dispuesto a morir por él.

Manny entró en una especie de trance. En ese instante le parecía que llevaban siglos unidos de esa manera, con los colmillos de ella clavados en su piel. El tiempo no significaba nada. A Manny no le afectaba la realidad. No se encontraba en un coche, en medio de un aparcamiento vacío de un hospital veterinario.

Por él, el mundo podía irse a la mierda.

En ese momento solo existían él y ella, unidos de la forma más íntima imaginable.

Tal era su sensación antes de que esos ojos de diamante se abrieran y lo miraran, al tiempo que se clavaban, no en su cara sino en su cuello.

Vampira, hermosa vampira, pensó Manello.

Y es mía.

Cuando esa idea iluminó su mente, Manny se movió automáticamente y ladeó la cabeza, ofreciéndole la yugular…

No tuvo que insistir en su ofrecimiento. Con enorme energía, Payne se abalanzó sobre él con todo el cuerpo, mientras hundía la mano en el pelo del hombre y lo sujetaba de la nuca. En esa posición, el cirujano quedó totalmente inmovilizado, a merced de ella… como la presa en manos del depredador. Y después de tenerlo así, ella se movió lentamente, deslizando los colmillos por la piel de la garganta, haciendo que él se pusiera rígido, pero no de miedo, sino de deseo, a la espera del pinchazo y la succión…

Lo mordió. Y el hombre soltó un rugido.

—¡Dios! Sí… sí…

Manny puso sus manos sobre los hombros de la vampira y la acercó todavía más a sí.

—Tómalo todo… tómame, devórame…

De repente, Manny sintió que algo le acariciaba el miembro. Y teniendo en cuenta que sabía exactamente dónde tenía las manos, dedujo que era ella. Así que se movió para darle todo el espacio posible, impulsado por una desvergonzada codicia de placer.

Ella empezó a acariciarle la erección por encima de los pantalones. Él respondió moviendo la pelvis hacia arriba y hacia abajo, ayudándola.

Los jadeos y los gemidos de Manny resonaban dentro del coche, y no pasó mucho tiempo antes de que los testículos llegaran al borde del estallido.

Gimió.

—Me voy a correr. Será mejor que te detengas si no quieres que yo…

Al oír que estaba a punto de correrse, Payne, lejos de dejar las caricias, abrió la bragueta de los pantalones y deslizó la mano por dentro…

Manny creyó morir. En cuanto la mano de Payne entró en contacto con su piel, eyaculó como nunca antes lo había hecho, mientras echaba la cabeza hacia atrás con fuerza, hundía las manos en los hombros de Payne y movía las caderas como un loco. Pero ella no detuvo la succión de la sangre ni el bombeo del miembro, así que, tal como había sucedido antes, el hombre siguió eyaculando, como si tuviera una fuente de esperma inagotable, y el placer crecía cada vez más, con cada espasmo del pene.

Aunque duró mucho, todo terminó demasiado rápido.

Porque podrían haberse quedado así durante una década entera y él se habría quedado con deseos de más y más y más eyaculación.

Y ella también.

Cuando Payne se apartó, se recostó en el asiento y se lamió las puntas afiladas de los colmillos. Su lengua de color rosa contrastaba con el blanco de los colmillos parcialmente teñidos de rojo. Joder… ese maravilloso resplandor había vuelto a aparecer bajo su piel, haciéndola parecer el personaje de un sueño.

Normal, porque esa mujer era un sueño, ¿no?

—Tu sangre es fuerte. —Habló con tono sensual, mientras se volvía a inclinar sobre él y le lamía la garganta—. Muy fuerte.

—¿De verdad? —Hablaba con un hilo de voz. Tanta sangre y tanto semen perdidos le habían dejado al borde del agotamiento absoluto.

—Puedo sentir su poder fluyendo por mi cuerpo.

Joder, al exhausto Manny nunca le habían gustado los todoterrenos, esas malditas cosas eran demasiado pesadas y saltaban como una roca cayendo por la ladera de una montaña. Pero cómo echaba de menos ahora un vehículo de aquellos. Medio muerto y todo, solo pensaba en tener espacio para echarla de espaldas, abrirle las piernas y…

Payne lo acarició con la nariz.

—Quiero más de ti.

Pues adelante, que para algo su pene aún estaba duro como un menhir.

—Entonces…

—Te quiero tener dentro de mi boca.

Manny echó la cabeza hacia atrás y gruñó, mientras su verga se retorcía como si estuviese haciendo gimnasia.

Dios, Manny no estaba seguro de que Payne supiera bien lo que decía. Aunque la idea de sentir esos labios en su…

La cabeza de Payne cayó sobre sus piernas antes de que él pudiera tomar aire para hablar. No hubo ningún preámbulo: ella comenzó a chupar, acariciándolo con toda su boca húmeda y ardiente.

—¡Mierda! ¡Payne!

El médico cerró las manos sobre los hombros de la Elegida, al parecer para alejarla… pero ella no se lo permitió. Sin ninguna práctica, Payne sabía exactamente cómo llevarlo al límite, metiéndolo y sacándolo de su boca, antes de lamerlo por debajo. Y luego comenzó a explorarlo con una exhaustividad que indicó a Manny que ella estaba disfrutando tanto como él.

Y eso lo excitó todavía más.

Solo que luego sintió los colmillos de Payne alrededor de la cabeza del miembro.

Increíble.

Manny la levantó con rapidez y capturó su boca en un beso brusco, mientras trataba de mantenerla allí y comenzaba a perder el control debido a lo que siguieron haciendo las manos de la excitada hembra. Pero eso no duró mucho, porque ella se zafó y volvió al lugar donde estaba hacía un segundo, pillándolo en mitad de un orgasmo y lamiendo lo que el cuerpo de Manny parecía producir en abundancia para ella.

Cuando los espasmos cesaron, ella se retiró, lo miró… y lentamente se lamió los labios.

Manny tuvo que cerrar los ojos al ver aquello, pues su erección palpitaba tanto que resultaba doloroso.

La insaciable le dio una orden con voz excitante.

—Ahora vas a llevarme a tu casa.

El tono sugería, desde luego, que ella estaba pensando exactamente lo mismo que Manello.

Así que eso solo podía conducir a una cosa.

Manny reunió todas sus fuerzas y abrió los ojos. Luego le acarició la cara y pasó el pulgar por el labio inferior de Payne.

Habló jadeante.

—No creo que debamos hacerlo, bambina.

Payne apretó la mano alrededor del pene y Manny gimió.

—Manello… creo que te equivocas.

—No es… no es buena idea.

Payne se alejó un poco más y retiró la mano, al tiempo que su resplandor disminuía.

—Pero estás excitado. Incluso ahora sigues excitado como un semental.

¿De veras? No me había dado cuenta.

—Y ese precisamente es el problema. —Manny la recorrió con la mirada y clavó los ojos en los senos. Estaba tan desesperado por poseerla, que se sintió tentado de rasgar allí mismo la ropa de cirugía que la mujer llevaba puesta y quitarle la virginidad dentro del coche—. No voy a poder contenerme, Payne. Apenas lo estoy logrando en este momento…

Al oírle, la hembra ronroneó de pura satisfacción y se volvió a lamer aquellos labios rojos.

—Me gustas especialmente cuando pierdes el control.

Joder, eso no ayudaba nada de nada.

—Yo… —Manny sacudió la cabeza, mientras pensaba que aquella situación era una verdadera mierda, pues perder esa oportunidad le dolía demasiado—. Creo que tienes que seguir tu camino natural. Mientras todavía pueda dejarte ir…

El golpe en la ventanilla fue tan inesperado que Manny no lo captó inicialmente. No tenía sentido. Estaban solos en el aparcamiento. Pero enseguida se aclaró el misterio.

—Sal del coche y dame todo lo que tienes.

Aquella voz masculina hizo que Manny volviera la cabeza con brusquedad hacia la ventana. Alguien le encañonaba con una pistola.

—Ya me has oído, amigo. Sal del coche o te pego un tiro.

Mientras Manny empujaba a Payne hacia su asiento para alejarla de la pistola, le habló en voz baja.

—Cuando me baje, cierra las puertas. Con este botón.

Manny le señaló el lugar donde estaba.

—Pero…

—Déjame que me encargue. —Manny tenía cerca de cuatrocientos dólares en efectivo en la cartera y muchas tarjetas de crédito—. Quédate aquí.

—Manello…

Manny no le dio tiempo para responder. Tal como él lo veía, la pistola era la única que tenía todas las respuestas y la que ponía las reglas.

Agarró la cartera, abrió la puerta con calma, pero se bajó rápidamente y, cuando cerró, se quedó esperando a oír el clic de los seguros.

Y esperó.

Desesperado por oír el sonido que le indicaría que Payne estaba tan a salvo como era posible, Manny apenas prestó atención al tío del pasamontañas.

—La cartera. Y dile a esa perra que se baje.

—Hay cuatrocientos…

La cartera desapareció.

—Dile que se baje o me la llevo. Y el reloj. Quiero el reloj.

Manny miró de reojo hacia la clínica. El vigilante tenía que hacer alguna ronda en algún momento.

Tal vez si entregaba las cosas muy lentamente, conseguiría tiempo para…

El cañón de la pistola apareció de repente frente a su cara.

—¡El reloj. Ahora!

No era su reloj bueno; nunca trabajaba con su Piaget, por supuesto. Pero, fuera como fuese, el desgraciado podía quedarse con lo que quisiera. Además, mientras fingía que le temblaban las manos, Manny pensó que así podría ganar…

Es difícil decir en qué orden sucedieron las cosas.

Cuando pensaba en ello después, Manny sabía que Payne tenía que haber abierto primero la puerta del coche. Pero lo que sintió en ese momento fue que tan pronto como oyó el aterrador sonido de la puerta que se abría, ya vio a Payne detrás del ladrón.

Y otra cosa extraña fue que el desgraciado solo se dio cuenta de que un tercer personaje había entrado en escena cuando Manny soltó una maldición. Solo que eso no podía ser posible; el tío tendría que haberla visto acercarse desde el coche, ¿no?

En todo caso, el tío del pasamontañas terminó dando un brinco hacia la izquierda y moviendo el arma hacia un lado y otro, para apuntar alternativamente a los dos, fuera de sí.

Pero ese partido de tenis no iba a durar mucho. Con una lógica aplastante, Manny sabía que el ladrón terminaría por centrarse en Payne, porque ella era la más débil de…

La siguiente vez que el cañón del arma apuntó en dirección de Payne, ella… desapareció. Y no porque se hubiese agachado o saliera corriendo, no. Se esfumó, sin más. Como en las películas inverosímiles.

Alucinante.

Payne reapareció un segundo después y agarró la muñeca del ladrón cuando intentaba volver a apuntar a Manny. Lo desarmó con asombrosa rapidez: primero le dobló la muñeca, luego le arrancó el arma de la mano y después se la arrojó a Manny, que la atrapó.

Y llegó el momento de la paliza.

Payne hizo girar al desgraciado como si fuese una peonza, lo agarró por detrás de la cabeza y le estrelló la cara contra la capota del Porsche. Después de abrillantar un poco la pintura con la boca del hijo de puta, la Elegida lo agarró de los anchos vaqueros y mientras con una mano lo sostenía del pelo y con otra de lo que debía de ser el cinturón, lo lanzó a unos diez metros de donde estaban.

Más alucinante aún.

Supermán no volaba ni la mitad de bien. El ladrón terminó estrellándose con la frente contra la pared de la clínica. El edificio no tenía mucho que decir y, al parecer, el pobre desgraciado tampoco. El tío aterrizó de cara sobre una jardinera y se quedó allí, inerte, como un saco de patatas.

No se retorcía. No gemía. No trataba de levantarse.

—¿Estás bien, Manello?

Manny volvió la cabeza lentamente para mirar a Payne. Ni siquiera tenía la respiración agitada.

—Por… Dios… Santo…

‡ ‡ ‡

Mientras el viento se llevaba las palabras de Manello, Payne hizo lo que pudo para alisar la ropa de cirugía que llevaba encima. Luego se pasó una mano por el pelo. Eso parecía ser lo único que podía hacer para ponerse más presentable después del incidente.

Pero era una pérdida de tiempo tratar de parecer más femenina. Imposible superarse en ese terreno. Y, entretanto, Manello seguía mirándola.

La vampira lo miraba, expectante.

—¿No vas a decir nada?

—Bueno… —Manello se llevó las manos a la cabeza—. Joder, déjame ir a ver si está vivo.

Payne alzó las cejas al ver que Manny caminaba hacia donde estaba el humano. En verdad, no le importaba el estado en que había dejado al ladrón. Su prioridad era apartar el arma mortal de la cara de Manello y había cumplido con su misión. Lo que le pasara al tipo carecía de importancia… pero era evidente que ella no sabía cuáles eran las reglas en este mundo. Ni las implicaciones de lo que acababa de hacer.

Manello estaba a medio camino, cuando la «víctima» se dio la vuelta y soltó un gemido. Luego se llevó a la cabeza la mano con la que había sostenido el arma y se subió la máscara hasta la frente.

Manello se arrodilló.

—Soy médico. ¿Cuántos dedos ves en mi mano?

—¿Qué?

—¿Cuántos dedos ves?

—Tres.

Manello le puso una mano en el hombro.

—No trates de levantarte. Te has dado un golpe muy fuerte en la cabeza. ¿Sientes cosquilleo o adormecimiento en las piernas?

—No. —El tío se quedó mirando a Manello—. ¿Por qué… está haciendo esto?

Manello hizo un gesto de desdén con la mano.

—Se llama profesión médica y te crea la necesidad compulsiva de tratar a los enfermos y los heridos, independientemente de las circunstancias. Creo que tenemos que llamar a una ambulancia…

—¡De ninguna manera!

Payne se desmaterializó y apareció de nuevo junto a ellos. Admiraba las buenas intenciones de Manello, pero le preocupaba que el ladrón llevara algún arma más.

En cuanto apareció detrás de Manello, el ladrón que estaba en el suelo se encogió horrorizado y se protegió la cara con las manos.

Manello se volvió y entonces la Elegida se dio cuenta de que no era tan ingenuo. Manello estaba apuntando al tío con el arma.

—Está bien, bambina. Lo tengo controlado.

Con torpeza, el ladrón se puso de pie mientras Manello lo seguía apuntando con el cañón de la pistola. El humano se recostó contra el edificio. Obviamente, se estaba preparando para salir corriendo.

Manello lo miró con aire irónico.

—Nos quedaremos con el arma, ya sabes. Y no necesito decirte que tienes suerte de estar vivo; nunca te metas con mi amiga.

Cuando el humano salió corriendo entre las sombras, Manello se puso de pie.

—Tengo que entregar esta pistola a la policía.

Luego se quedó mirando a Payne.

—Está bien, Manello. Puedo ocultar mi presencia y borrar los recuerdos del guardia, así que nada se sabrá de lo ocurrido. Haz lo que debes hacer.

Con un gesto de asentimiento, Manello sacó el móvil, lo abrió y oprimió unos cuantos botones. Luego se lo llevó a la oreja.

—Hola, me llamo Manuel Manello y me acaban de asaltar a mano armada mientras estaba en mi coche. Estoy en el Hospital Tricounty…

Mientras su amado hablaba, Payne miró a su alrededor y pensó que no quería que aquello terminara así. Solo que…

Cuando Manello, colgó, confesó sus temores al médico.

—Tengo que irme. No puedo estar aquí si van a llegar más humanos. Eso solo complicaría las cosas.

Manello bajó lentamente el teléfono.

—Está bien… sí. —Luego frunció el ceño—. Pero, escucha una cosa: si la policía está en camino, necesito recordar lo que acaba de pasar o… Mierda, no tendré modo de explicarles la posesión de la pistola. ¿Entiendes?

En efecto, parecía que estaban en un lío, un callejón sin salida. Pero de repente Payne sonrió, diciéndose que aquella situación, al fin y al cabo, podía tener sus ventajas. Miró a su amante y le habló con voz sugerente.

—Quiero que me recuerdes.

—Pero ese no era el plan.

—Lo sé.

Manello negó con la cabeza.

—Tú eres lo más importante aquí. Así que tienes que cuidarte y eso significa borrar…

—¡Doctor Manello! Doctor Manello… ¿Se encuentra bien?

Payne miró hacia atrás. El primer humano que habían visto en la clínica venía corriendo hacia ellos con expresión de pánico.

—Hazlo. —Manello acució a la Elegida con una mirada más que intensa—. Y ya pensaré en algo…

Cuando el guardia llegó hasta ellos, Payne lo miró.

—Estaba haciendo mi ronda y cuando inspeccionaba las oficinas del otro lado del edificio, lo vi por la ventana y salí corriendo lo más rápido que pude.

La vampira se dirigió con voz encantadora al guardia.

—Estamos bien. Pero ¿tendría la bondad de hacer algo por mí?

—¡Por supuesto! ¿Han llamado ya a la policía?

—Sí. —Payne se señaló el ojo derecho—. Míreme, por favor.

El hombre no podía dejar de mirarla y eso facilitó todavía más el trabajo de Payne; lo único que tenía que hacer era abrirse camino dentro de su cerebro y poner un parche mental sobre todo lo que tuviera que ver con ella.

Al cabo de unos instantes, hasta donde el humano sabría, el cirujano había llegado y se había ido solo.

Mientras mantenía al hombre en trance, Payne se volvió hacia Manello.

—No tienes de qué preocuparte. Los recuerdos que le he borrado son demasiado recientes, ha sido un trabajo superficial. No sufrirá ningún perjuicio.

A lo lejos se oyó un sonido estridente y urgente de sirenas y coches lanzados a gran velocidad.

—Es la policía —dijo Manello.

—Entonces debo irme.

—¿Cómo regresarás a casa?

—De la misma forma en que me bajé del coche.

Payne se quedó esperando a que Manello le tendiera los brazos… o dijera algo… o… Pero el cirujano se limitó a quedarse allí, mientras el aire frío de la noche se interponía entre ellos.

Manello parecía angustiado por algún pensamiento que le inquietaba.

—¿Les vas a mentir? ¿Les dirás que borraste mis recuerdos?

—No lo sé.

—Bueno, en caso de que tengas que volver a hacerlo, estaré en…

—Buenas noches, Manello. Por favor, ten cuidado.

Y con esas palabras, Payne levantó una mano y desapareció silenciosa e inexorablemente.