41

En la mansión, Qhuinn se paseaba de un lado a otro de su habitación como si fuera una rata tratando de escapar de una jaula. De todas las malditas noches durante las cuales Wrath había decidido tenerlos encerrados, aquella era la peor.

Genial.

Mientras hacía otro viaje hasta el baño, Qhuinn pensaba que el hecho de que la cuarentena tuviera lógica lo hacía sentirse todavía más furioso: los únicos que no estaban lesionados en este momento eran John, Xhex y él. Todos los demás habían participado en la refriega de la otra noche y habían salido acuchillados, mutilados o lesionados de una u otra manera.

Y la mansión se había convertido en un maldito sanatorio.

Pero, joder, ellos tres podrían haber salido a buscar venganza.

Al detenerse frente a las puertas que daban a la terraza, Qhuinn miró hacia los cuidados jardines que estaban a punto de saludar a la primavera. Como tenía las luces del cuarto apagadas, podía ver con claridad la piscina, cubierta con una tela que parecía la faja más grande que hubiera visto en su vida. Y los árboles que todavía estaban sin hojas. Y las jardineras que…

Una voz interior le interrumpió:

Blay había resultado herido.

Tras la interrupción, siguió mecánicamente.

Las jardineras todavía no eran más que cajas de tierra negra.

—Mierda.

Se pasó la mano por la cabeza, y trató de sobrellevar la presión que sentía en el pecho. Según lo que John le había contado, Blay había recibido un golpe en la cabeza y tenía una herida en el estómago. Todavía estaban tratando de ver el alcance del golpe en la cabeza. En cuanto a la cuchillada, la doctora Jane la había cosido. Ninguna de las dos cosas ponía su vida en peligro.

Lo cual era bueno.

Lo malo era que su esternón no parecía querer asimilar las buenas noticias. Desde que John Matthew le había dado la noticia, el maldito dolor se había instalado en el centro de su pecho, aplastándole los pulmones.

Era como si realmente no pudiera respirar más que superficialmente.

Maldición, si fuera un macho maduro, y teniendo en cuenta la manera en que a veces manejaba las cosas, eso era bastante discutible, si no francamente descartable, saldría al pasillo, iría hasta la habitación de Blay y llamaría a la puerta. Luego asomaría la cabeza, vería con sus propios ojos que el pelirrojo todavía respiraba y que estaba lúcido… y seguiría adelante con su vida.

Pero en lugar de hacer eso, ahí estaba, tratando de fingir que no pensaba en Blay, mientras caminaba de un lado al otro como un demente.

No dejaba de deambular, le resultaba imposible. Preferiría haber ido al gimnasio y montarse en la cinta andadora, pero el hecho de que Blaylock estuviera allí arriba, en esa misma parte de la casa, era como una cadena que no lo dejaba alejarse. Sin tener un propósito claro que demandara su presencia en otra parte, algo como salir a pelear o… digamos… que la casa se estuviera incendiando, era obvio que no se podía escapar.

Y cuando se encontró de nuevo frente a las puertas de la terraza, creyó entender qué era lo que tanto lo atraía de ese lugar específico.

Qhuinn trató de convencer a su mano de que no agarrara el picaporte.

Pero la mano no le hizo caso.

Y tras abrir, recibió el saludo del aire frío. En la terraza, descalzo y vestido solo con una bata, sumido en sus meditaciones, casi no notaba el ambiente gélido, el viento en el rostro, en las piernas, incluso en los testículos.

Un poco más allá se veía luz en las ventanas de la habitación de Blay. Lo cual era una buena noticia. De momento había calma. Siempre cerraban las cortinas antes de ponerse a follar.

Así que probablemente podía echar un vistazo sin temor a llevarse una desagradable sorpresa.

Además, Blay convalecía. No era lógico que ya hubiese empezado a tener relaciones sexuales otra vez.

Una vez decidido a convertirse en espía, Qhuinn se escondió entre las sombras y procuró convencerse de que no hacía nada malo mientras avanzaba de puntillas. Cuando llegó junto a la puerta, respiró hondo y se inclinó hacia delante.

Suspiró con alivio.

Blay estaba solo en la cama, recostado contra la cabecera, con la bata negra anudada en la cintura, los tobillos cruzados y los pies enfundados en unas medias negras. Tenía los ojos cerrados y su mano descansaba sobre el estómago, como si estuviera protegiendo la zona aún vendada, donde había recibido el navajazo.

Un movimiento en el fondo de la habitación hizo que Blay abriera los ojos y clavara la mirada en la dirección opuesta a las ventanas. Era Layla, que salía del baño y caminaba lentamente. Los dos intercambiaron unas palabras. Sin duda él debía de estar dándole las gracias por haberlo alimentado y ella le contestaba que había sido un placer. No era ninguna sorpresa ver a Layla allí. Había estado haciendo el recorrido de la casa. El propio Qhuinn ya se la había encontrado poco antes de la Primera Comida, o lo que habría sido la Primera Comida si alguien se hubiese presentado.

Cuando Layla salió de la habitación de Blay, Qhuinn se quedó esperando con aprensión a que Saxton entrara. Desnudo. Con una rosa roja entre los dientes. Y una maldita caja de bombones.

Y una erección que hiciera palidecer de envidia al obelisco de Washington.

Pero nada.

Allí solo seguía Blay, que dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró de nuevo los párpados. Parecía totalmente agotado y, por primera vez en la vida, un tipo mayor. Ese que estaba allá ya no era un chico recién salido de la transición. Era un macho completamente maduro.

Un macho increíblemente hermoso, en la flor de la vida.

En su imaginación, Qhuinn se vio a sí mismo abriendo la puerta y entrando. Blay abriría los ojos y trataría de sentarse… pero Qhuinn se lo impediría mientras se acercaba.

Le preguntaría por la herida y el amado se abriría la bata para mostrársela.

Qhuinn alargaría la mano y tocaría las vendas y luego dejaría que sus dedos se deslizaran más allá de las gasas, para tocar la piel lisa y tibia del vientre de Blay. Éste se sorprendería al principio, pero, en su fantasía, Qhuinn no retiraría la mano… En lugar de eso la bajaría más allá de la herida, hacia abajo.

—¡Mierda!

Qhuinn retrocedió de un salto, pero era demasiado tarde: Saxton ya había entrado en la habitación, había llegado hasta las ventanas y estaba echando las cortinas. Y, al hacerlo, había visto al idiota que estaba jugando a los espías allá afuera, en la terraza.

Quiso correr a refugiarse en su habitación, rezando para que lo dejaran en paz. Pero la puerta se abrió y sonó una voz.

—¿Qhuinn?

Pillado.

Como si fuera un ladrón al que atrapan con el joyero debajo del brazo, Qhuinn se quedó paralizado un instante. Pensó. Se aseguró de tener la bata bien cerrada antes de dar media vuelta. Mierda. Saxton también estaba en bata.

Joder, parecía que hoy todo el mundo estaba en bata. Debía de ser el día mundial de la puta bata. Hasta Layla llevaba una.

Cuando Qhuinn miró a su primo de frente, se dio cuenta de que no había cruzado más de dos palabras con él desde el día en que el joven se había mudado a la mansión.

—Quería saber cómo estaba. —No había razón para usar un nombre propio, pues era bastante obvio a quién estaba espiando.

—Blaylock está bien, dormido.

—¿Se alimentó? —Qhuinn conocía muy bien la respuesta, pero no podía dejar de disimular.

—Sí. —Saxton cerró la puerta tras él, sin duda para no dejar entrar el frío en la habitación del convaleciente. Qhuinn trató de hacer caso omiso del hecho de que el tío fuera descalzo, porque eso significaba seguramente que el resto del cuerpo también estaba desnudo bajo la bata.

Qhuinn solo pensaba en huir.

—Bueno, siento haberte molestado. Que tengas una buena no…

—Podrías haber llamado.

Saxton pronunció esas palabras con un acento aristocrático que hizo que Qhuinn sintiera que la piel se le ponía de gallina. No porque odiara a Saxton, sino porque le recordaba demasiado a la familia que había perdido.

—No quise molestarte. Ni a él. A ninguno de los dos.

Aunque el viento cada vez más frío se arremolinaba alrededor de la casa, la cabellera increíblemente fuerte y rizada de Saxton ni siquiera se movió, como si cada parte de él, incluidos sus malditos pelos, gozara de tanta compostura y donaire que no se dejaba afectar por nada. Ni siquiera por la naturaleza desatada.

—No hubieras molestado, Qhuinn, no habrías interrumpido nada.

Mentiroso, pensó Qhuinn.

Saxton hablaba en tono muy bajo.

—Tú estabas antes, primo. Si quisieras verlo, o estar con él, yo os dejaría solos.

Qhuinn parpadeó. ¿Qué quería decir? No acababa de asimilar aquellas palabras. ¿Tenían una relación abierta? ¿Qué demonios…?

¿O es que el disimulo de Qhuinn había convencido, no solo a Blay, sino también a Saxton de que no quería nada sexual con su mejor amigo?

—Primo, ¿puedo hablarte con franqueza?

Qhuinn arrugó la frente.

—Eso depende de lo que tengas que decir.

—Yo soy su amante, primo…

—Espera… —Qhuinn levantó la mano—. Eso no es de mi incumbencia…

—Pero no soy el amor de su vida.

Qhuinn volvió a parpadear. Y luego, durante una fracción de segundo, se dejó llevar por una fantasía en la que su primo se retiraba con elegancia y él se apresuraba a sustituirle. Solo que… había un gran problema técnico en esa fantasía: Blay no quería saber nada de Qhuinn.

No podía quejarse, porque eso era lo que el propio Qhuinn había buscado a lo largo de muchos años.

—¿Entiendes lo que te estoy diciendo, primo? —Saxton seguía hablando en voz baja, a pesar de que el viento silbaba a su alrededor y la puerta estaba cerrada—. ¿Me has entendido?

¿Qué coño hacía allí, helado, medio desnudo, hablando con Saxton? Se maldijo, cada vez más incómodo e irritado. De pronto sintió un cosquilleo por todo el cuerpo y se le pasó por la cabeza la idea de luchar, de decirle a su primo que se largara a encerarse las cejas, o alguna otra mierda cursi por el estilo… o, mejor, que se largara del país, o del continente.

Pero pensó en lo mayor que le había parecido Blay. Su amigo por fin había encontrado un camino en la vida y era criminalmente injusto negociar su futuro allí, en medio de la oscuridad.

Qhuinn negó con la cabeza.

—Esto no está bien.

No para Blay.

—Eres un idiota.

—No. Lo era antes, ahora ya no.

—Me temo que no estoy de acuerdo. —Saxton, quizás acusando el frío, se cerró las solapas de la bata con un gesto elegante—. En fin, si me disculpas, será mejor que vuelva adentro. Hace mucho frío aquí afuera.

Tenía razón, allí fuera helaba. En todos los sentidos.

—No le digas nada de esto. —Qhuinn hablaba con tono firme, y también un poco suplicante—. Por favor.

Saxton entrecerró los ojos.

—Tu secreto está demasiado bien protegido. Créeme.

Y con esas palabras, dio media vuelta y regresó a la habitación de Blaylock. Luego cerró la puerta. A los pocos instantes la luz que salía del cuarto desapareció mientras se corrían las pesadas cortinas.

Qhuinn se pasó la mano por la cabeza.

Por un lado, deseaba irrumpir en tromba y decir: «He cambiado de opinión, primo. Ahora largo de aquí para que yo pueda…».

Es decir, deseaba locamente decirle a Blay lo que le había contado a Layla.

Pero por otro lado pensaba que Blay bien podía estar enamorado de Saxton y Dios sabía que Qhuinn ya le había jodido la vida a su amigo en demasiadas oportunidades.

O más bien había perdido la oportunidad de jodérsela, que era otra manera de decirlo.

Cuando Qhuinn volvió a su cuarto un rato después, solo porque era demasiado patético quedarse allí, al fresco, mirando las cortinas, se dio cuenta de que su vida siempre había girado en torno a sí mismo. A lo que él quería. Lo que necesitaba. Lo que deseaba tener.

El antiguo Qhuinn habría entrado como un ciclón por la puerta que le acababan de abrir…

Qhuinn hizo una mueca de desagrado. Su debate interior no se resolvía en ningún sentido, pero le carcomía.

Joder, iba a ser verdad aquel ridículo tópico: si amas a alguien, debes dejarlo en libertad.

Ya en su habitación, Qhuinn se sentó en la cama. Luego miró a su alrededor. Contempló todos aquellos muebles que él no había comprado… y los adornos que parecían espléndidos, pero eran anónimos y no cuadraban con su estilo. Lo único suyo que había allí era la ropa guardada en el armario, la cuchilla de afeitar en el baño y las zapatillas deportivas que se había quitado al llegar.

Más o menos igual que en la casa de sus padres.

Bueno, con una pequeña diferencia: aquí la gente sí lo valoraba. Pero él no tenía realmente una vida propia. Era el protector de John. Un soldado de la Hermandad. Y…

Mierda, ahora que había decidido acabar con su adicción al sexo, tampoco podía incluirlo en su lista de señas de identidad.

Qhuinn se recostó en la cabecera de la cama, cruzó los pies a la altura de los tobillos y se arregló la bata. La noche se extendía ante él como una planicie infinita. Era como si llevara horas conduciendo por el desierto y por delante solo tuviera más y más horas de lo mismo, de infinitas rectas, de monótonos paisajes.

Meses de lo mismo.

Años.

Luego pensó en Layla y el consejo que él mismo le había dado. Los dos se encontraban en una situación parecida. O en la misma situación.

Cuando cerró los ojos, Qhuinn experimentó un poco de alivio. Empezaba a dormirse. Pero tenía el presentimiento de que esa aparente paz no iba a durar mucho.

Y tenía razón.