39
Mientras avanzaban hacia el sur por la «carretera del norte», como decía Manello, los ojos de Payne devoraban el mundo que la rodeaba. Cada cosa era una fuente de fascinación, desde las filas de coches a cada lado de la vía, pasando por los cielos inmensos de allá arriba, hasta el frío abrazador que entraba en el coche cuando ella abría la ventanilla.
Lo cual sucedía cada cinco minutos. Payne sencillamente adoraba el cambio de temperatura: de caliente a frío, de frío a caliente… Era tan distinto al Santuario, donde todo era monoclimático. Además, estaba la ráfaga de aire que golpeaba su cara y le enredaba el pelo y la hacía reír.
Y, claro, cada vez que abría la ventanilla, Payne miraba al cirujano y lo veía sonriendo.
—No me has preguntado hacia dónde vamos. —Manello dijo esto después de que la vampira bajara la ventanilla por enésima vez.
En verdad, no le importaba. Viajaban juntos, los dos eran libres y estaban solos y eso era más que suficiente…
Tienes que borrar todos sus recuerdos. Al final de la noche, debes borrar sus recuerdos y regresar aquí. Sola.
Payne se contuvo para ocultar la aguda ola de tristeza que la invadió: Wrath, hijo de Wrath, tenía una voz acorde con toda esa parafernalia del trono y la corona y las dagas negras que llevaba sobre el pecho. Y ese tono imperioso no era puro adorno. Él esperaba que le obedecieran y Payne no se engañaba pensando que por el hecho de ser la hija de la Virgen Escribana, de alguna manera no estaba sometida a su mandato. Siempre y cuando estuviera aquí abajo debía hacerlo, porque este era el mundo de Wrath y ella se encontraba bajo su jurisdicción.
Mientras el rey pronunciaba esas horribles palabras, Payne había apretado los ojos y, en medio del silencio que se impuso después, se había dado cuenta de que no iban a ir a ninguna parte a menos que ella se comprometiera a obedecer.
Así que lo había hecho.
—¿No te gustaría saberlo? ¡Eh! ¡Payne!
La vampira salió de su ensimismamiento, sobresaltada, e hizo todo cuanto pudo por sonreír.
—Prefiero que me sorprendas.
Ahora el cuarentón se rió con más ganas.
—Así es más divertido. Bueno, como te dije, quiero presentarte a alguien. —La sonrisa de Manello se desvaneció ligeramente—. Creo que ella te va a agradar.
¿Ella?
¿Era una hembra?
¿Agradar?
En verdad, eso solo podría ocurrir si la «ella» en cuestión tuviera cara de caballo y un trasero enorme, pensó Payne.
Sin embargo, templó gaitas.
—Maravilloso.
—Hemos llegado a nuestra desviación. —Se oyó un suave clic-clic-clic y luego Manello giró el volante y el coche salió de la carretera grande para tomar una rampa que bajaba.
Cuando se detuvieron frente a una fila de coches, Payne vio al fondo, en el horizonte lejano, una ciudad enorme que sus ojos no alcanzaban a abarcar: grandes edificios marcados por una incontable cantidad de luces diminutas se destacaban entre estructuras más bajitas. Y no parecía tratarse de un lugar estático. Luces rojas y blancas serpenteaban por el interior y los alrededores… sin duda eran cientos, miles de coches que avanzaban por carreteras similares a aquella que acababan de dejar atrás.
—Estás viendo la ciudad de Nueva York.
—Es… hermosa.
Manello se rió otra vez.
—Algunas partes ciertamente son hermosas. Pero la oscuridad y la distancia también hacen milagros.
Payne estiró la mano y tocó el cristal transparente que tenía frente a ella.
—Donde yo vivía, allá arriba, no puedes ver nada hacia el horizonte. No hay inmensidad. Sólo el cielo blanco y opresivo y el asfixiante límite del bosque. Todo esto es tan maravilloso…
Un ruido estridente se escuchó detrás de ellos y luego otro.
Manny miró por el pequeño espejo que colgaba del techo del coche.
—Relájate, amigo. Ya voy…
Cuando aceleró y alcanzó rápidamente al coche que iba delante, Payne se sintió mal por haberlo distraído.
—Lo siento. Prometo no volver a hacerlo.
—Puedes hablar eternamente y yo estaré encantado de escucharte por toda la eternidad.
Bueno era saberlo.
—No todo lo que veo aquí me resulta desconocido, pero la mayor parte de las cosas son como una revelación. Los cuencos de cristal que tenemos en el Otro Lado nos ofrecen imágenes de lo que ocurre aquí en la Tierra, pero se centran en las personas, no en los objetos, a menos que algo inanimado sea parte del destino de alguien. De hecho, sólo podemos ver el destino final, no el progreso hacia él… Al alcance de nuestros ojos está la vida, no el paisaje de la vida. Esto es, esto es… lo que deseaba ver cuando fuera libre.
—¿Cómo saliste de allí?
—Bueno, la primera vez… Me di cuenta de que, cuando mi madre concedía audiencias a la gente de aquí abajo, había una pequeña ventana donde la barrera entre los dos mundos tenía… una especie de malla. Descubrí que podía mover mis moléculas a través los diminutos espacios de la malla y así fue como me escapé. —Mientras recordaba, el pasado se apoderó de ella y los recuerdos volvieron a la vida, quemando no sólo su mente sino sobre todo su alma—. Mi madre estaba furiosa y vino a por mí para exigirme que regresara al Santuario… pero yo le dije que no. Estaba en una misión y ni siquiera ella podría hacerme desistir. —Payne sacudió la cabeza—. Después de que yo… hiciera lo que le hice a… Bueno, pensé que simplemente seguiría viviendo mi vida, pero había cosas que no había previsto. Aquí abajo, necesito alimentarme de la vena de alguien y… había otras preocupaciones.
Concretamente, su «periodo de necesidad», aunque Payne no estaba dispuesta a explicarle a Manello la manera en que este la había atacado, dejándola incapacitada. Había sido algo muy tremendo. Allá arriba, las hembras de la Virgen Escribana estaban preparadas para concebir descendencia prácticamente todo el tiempo, y por eso los grandes cambios hormonales no afectaban a su cuerpo. Sin embargo, una vez cada diez años tenían el periodo de necesidad. Pero si venían a la Tierra y pasaban en ella más de un día, el ciclo se presentaba de inmediato.
Payne no había caído en la cuenta de ello.
Al recordar los terribles dolores y las ansias de aparearse que la habían dejado indefensa y desesperada, Payne se concentró en la cara del cirujano. ¿Estaría él dispuesto a estar con ella en su periodo de necesidad? ¿Querría hacerse cargo de sus violentas ansias y aliviarla dando satisfacción a sus insaciables apetitos eróticos? ¿Podría hacer eso un humano?
—Pero al final acabaste otra vez allí, encerrada…
Payne carraspeó.
—Sí, así fue. Tuve algunas… dificultades y mi madre acudió de nuevo a mí. —En verdad, la Virgen Escribana había sentido mucho miedo de que un grupo de machos excitados comenzaran a perseguir a su única hija, que ya había «arruinado» gran parte de la vida que ella le había dado—. Me dijo que me ayudaría, pero solo si regresaba al Otro Lado. Yo accedí a volver con ella, pensando que todo sería como antes y que otra vez podría volver a encontrar una forma de escapar. Pero eso no fue lo que sucedió, lamentablemente.
Manello le cogió la mano.
—Pero todo eso ya quedó atrás.
¿De verdad había quedado atrás? El Rey Ciego pretendía dirigir su vida tal como lo había hecho su madre. Sus razones eran menos egoístas, ciertamente… Después de todo, él tenía a la Hermandad y a sus shellans y a una pequeña viviendo bajo su techo, y eso era algo muy valioso que había que proteger. Pero Payne temía que Wrath en realidad compartiera la opinión que su hermano tenía de los humanos, es decir, que solo eran restrictores en potencia.
—¿Sabes una cosa, Manello?
—Qué.
—Creo que sería capaz de quedarme en este coche contigo para siempre.
—Es curioso, yo siento lo mismo.
Otra vez se oyó el mismo clic-clic-clic, y doblaron a la derecha.
Mientras avanzaban, la cantidad de coches y edificios iba disminuyendo y Payne pudo comprobar a qué se refería Manello con eso de que la oscuridad mejoraba la apariencia de la ciudad: ese vecindario carecía por completo de esplendor. En las construcciones, las ventanas rotas parecían dientes ausentes o podridos y la capa de hollín que cubría las fachadas de los almacenes y las tiendas parecía tener años de espesor. Abolladuras causadas por el tiempo, por accidentes o por actos de vandalismo estropeaban las fachadas de construcciones que en otra época debieron ser lisas y luminosas, la pintura estaba desvaída o descascarillada y todo parecía marcado por la acción corrosiva de la naturaleza y el tiempo.
Y, por cierto, los humanos que se deslizaban entre las sombras no parecían hallarse en mejor estado. Vestidos con ropa arrugada y del color del asfalto, parecían oprimidos por una fuerza superior, como si un peso invisible los obligara a ponerse de rodillas y permanecer así.
Manny creyó darse cuenta de lo que pensaba.
—No te preocupes, las puertas están bien cerradas.
—No estoy asustada. Estoy… triste, por alguna razón.
—Eso es lo que produce la pobreza urbana.
En ese momento pasaron frente a la enésima casucha de cartones en la que había dos humanos compartiendo el mismo abrigo. Payne pensó que nunca había creído que acabaría apreciando la opresiva perfección del Santuario. Tal vez su madre había creado un refugio para proteger a las Elegidas de cosas como las que estaba viendo. Vidas… como esas.
Sin embargo, un poco más adelante el entorno mejoró un poco. Y minutos después, el cirujano se salió de la carretera y tomó un camino que corría paralelo a una construcción grande y nueva, que parecía cubrir una gran extensión de tierra. Alrededor, lámparas que colgaban de postes altos y con brazos proyectaban una magnífica luz sobre un edificio de un solo piso y sobre los techos de los dos vehículos que estaban aparcados junto a los arbustos perfectamente cortados que bordeaban el sendero.
—Hemos llegado. —Manello detuvo el coche y se volvió hacia ella—. Voy a presentarte como una colega, ¿de acuerdo? Limítate a seguirme la corriente.
Payne sonrió.
—Eso haré.
Se bajaron al mismo tiempo. Ah, el aire era un complejo muestrario de olores buenos y malos, metálicos y dulces, sucios y divinos. Y el conjunto era pura vida que fascinaba a la Elegida.
—Me encanta esto. ¡Lo adoro!
Payne extendió los brazos y comenzó a dar vueltas como una bailarina, sobre esos pies gráciles que se había calzado con un par de botas antes de salir del complejo. Al detenerse y bajar los brazos, Payne vio que Manny la miraba intensamente, y agachó los ojos, con un poco de vergüenza.
—Lo siento. Yo…
—Ven aquí. —El médico entornó los ojos con expresión ardiente y posesiva.
Al instante, la vampira sintió que se excitaba, que su cuerpo se encendía. Instintivamente, supo cómo acercarse despacio, demorándose, alargando el momento para disfrutar más. Cuando al fin estuvieron frente a frente, lo miró con sus ojos como el hielo. Hielo ardiente en ese momento.
—Tú me deseas.
—Sí. Claro que te deseo. —Manello la agarró de la cintura y la estrechó—. Dame esa boca.
Payne obedeció, le pasó los brazos por la nuca y se fundió con el sólido cuerpo de Manello. Se besaron intensamente, sin barrera alguna, todo el tiempo que juzgaron necesario. Al terminar, la Elegida no podía dejar de sonreír.
—Me gusta que dispongas de mí. —La voz de Payne sonaba como una seductora invitación—. Eso me devuelve a aquellos momentos en la ducha, cuando estabas…
Manny dejó escapar un gruñido, pero la interrumpió poniéndole suavemente la mano en la boca.
—No hace falta que sigas, lo recuerdo. Créeme, lo recuerdo muy bien.
La Elegida le lamió la mano.
—Esta noche me vas a volver a hacer eso.
—¿De verdad seré tan afortunado?
—Claro que sí. Y yo también seré muy afortunada.
Manny se rió.
—Necesito ponerme encima una de mis batas.
—¿Por qué?
La vampira se quedó desconcertada. Manello volvió a abrir la puerta y se metió dentro del coche. Cuando salió de nuevo, llevaba en la mano una bata blanca muy bien planchada, que tenía su nombre escrito en cursiva junto al bolsillo superior. Se la puso, y a juzgar por la forma en que lo hizo, cerrándola muy bien por delante, Payne se dio cuenta de que Manello estaba tratando de ocultar la reacción de su cuerpo a la cercanía de ella.
—No puedo entrar ahí con la bragueta… en fin, ya sabes.
Lástima. A ella le gustaba verlo en aquel estado, erecto, orgulloso.
—Vamos, entremos.
Payne miró con más atención el sitio al que le había llevado el humano. Tenía unas instalaciones que parecían diseñadas para repeler un ataque, o para guardar algo o a alguien valioso. Se veían discretos barrotes en las ventanas y una valla alta que se extendía hacia lo lejos. Las puertas hacia las que se dirigían también tenían rejas. Manello ni siquiera trató de abrirlas.
Era lógico que trataran de proteger el edificio, fuera lo que fuese, con importantes medidas de seguridad, pensó Payne, a la vista del estado en que se encontraba gran parte de los alrededores.
Manello oprimió un botón y enseguida se escuchó una vocecita.
—Hospital Veterinario Tricounty.
—Soy el doctor Manello. —El doctor se dio la vuelta para mirar hacia la cámara—. Vine a ver a…
—Hola, doctor. Pase, por favor.
Se oyó un pitido y, ahora sí, el cirujano empujó la puerta, y la abrió.
—Después de ti, bambina.
El espacio al que entraron parecía bastante austero y limpio; tenía un curioso suelo de piedra, liso, y había varias filas de asientos, como si la gente pasara mucho tiempo allí. En las paredes había fotografías enmarcadas, sobre todo de caballos, pero también de toros y vacas. Muchos de los animales llevaban cintas azules y rojas en sus aparejos. Al fondo había un panel de cristal con la palabra «Recepción» grabada en letras doradas. Pero no era la única puerta. Había muchas, por todas partes. Unas que tenían el símbolo que identificaba a los machos, otras que tenían el símbolo de las hembras, y otras distintas con letreros que decían «Dirección de Veterinaria», «Finanzas», «Gerencia», «Personal», «Recuperación». «Diagnóstico por la imagen»…
—¿Adónde me has traído, qué es esto?
—Enseguida lo verás. Vamos, por aquí.
Manello se abrió paso a través de un par de puertas dobles y se dirigió al humano con uniforme que estaba sentado detrás de un escritorio.
—Doctor Manello, qué tal. —El hombre dejó sobre la mesa un periódico que decía en letras grandes New York Post—. Hacía tiempo que no lo veíamos por aquí.
—Vengo con una colega, Pa… Pamela. Venimos a ver a mi chica.
El humano se quedó mirando fijamente a Payne, como hipnotizado. Al cabo de unos instantes reaccionó.
—¡Claro, doctor! Está en el mismo sitio donde la dejó. El doctor ha pasado mucho tiempo con ella hoy.
—Sí, lo sé. Me lo ha contado por teléfono. —Manello dio un cordial golpecito al escritorio con los nudillos—. Nos vemos en un rato.
—Claro, doc. Encantado de conocerla, Pamela.
Payne inclinó la cabeza y respondió.
—También es un placer para mí conocerlo.
Hubo un incómodo silencio mientras ella volvía a levantar la cabeza. El humano parecía completamente impactado, fascinado con ella. Sin darse cuenta, se había quedado otra vez boquiabierto, admirado.
El cirujano se dirigió a él con pícara ironía, dando unas palmadas.
—Tranquilo, muchachote. Ya puedes volver a parpadear. Vamos.
Manello se interpuso entre Payne y el guardia y la tomó de la mano. Así la ocultaba de ojos indiscretos y, como cualquier macho, marcaba su territorio, es decir el dominio sobre ella. Y eso no fue todo: un aroma a especias oscuras brotó de su cuerpo y ese olor no era más que una advertencia al otro macho de que la hembra que estaba contemplando solo estaría disponible pasando por encima de su cadáver.
Payne lo notó todo, y estuvo a punto de reventar de orgullo, felicidad y excitación.
—Vamos, Pay… Pamela. —Manello le dio un tirón y los dos comenzaron a caminar. El médico hablaba en susurros—. Alejémonos antes de que a nuestro amigo se le empiece a caer la baba sobre el periódico.
Payne, feliz, daba saltitos.
Manello la miró de reojo.
—Ese pobre guardia casi se muere, ¿y tú tan contenta?
La vampira le dio un beso rápido en la mejilla, sin dejarse engañar por la fingida cara seria de su amante humano.
—Yo te gusto.
Manello entornó los ojos y la acercó a sí para besarla.
—Ajá…
Ella lo imitó.
—Ajá…
Embelesados, tropezaron. Quizás fuera el médico quien cometiera la torpeza que provocó el tropezón, pero fue él quien sostuvo a la hembra para que no se fuese al suelo.
—Será mejor que miremos por dónde pisemos —dijo el cuarentón—. Antes de que seamos nosotros los que necesitemos reanimación.
Payne le dio un codazo.
—Eres un sabio.
Diciendo esto, lo miró de reojo y le dio una palmada en el trasero. Él gritó, ella le hizo un guiño y el cirujano soltó una carcajada que llenó el pasillo y resonó por todas partes.
Volvieron a tropezar y Manello levantó una mano pidiendo calma.
—Espera, tenemos que hacerlo mejor. —Le pasó el brazo por encima, le dio un beso en la frente, se puso paralelo a ella y le habló al oído—. A la de tres, empezamos con la derecha. ¿Lista? Uno, dos y tres.
Simultáneamente, los dos estiraron sus largas piernas y luego avanzaron marcando el paso: derecha, izquierda, derecha, izquierda…
Perfectamente acompasados.
Uno al lado del otro.
Así avanzaron por el pasillo, felices.
‡ ‡ ‡
A Manny nunca se le había ocurrido pensar que su sensual vampiresa pudiera tener sentido del humor. ¡Tenía todas las virtudes!
Eran maravillosos el asombro y la dicha con que lo miraba todo, la sensación que transmitía de estar siempre dispuesta a cualquier cosa. Payne no se parecía lo más mínimo a las bellezas frágiles y neuróticas de la alta sociedad, ni a las modelos caprichosas y convencionales con las que solía salir.
—Oye, Payne.
—¿Sí?
—Si te dijera que quiero subir a una montaña escarpada esta noche…
—¡Ay, me encantaría! Sería maravilloso contemplar las vistas desde…
¿Ves? Dispuesta a cualquier cosa. Era su perfecta media naranja. La dolorosa paradoja consistía en que su compañera ideal era incompatible, de otra raza, de otro mundo.
Llegaron a las puertas hospitalarias, dobles, que daban paso a la zona de pacientes equinos. Manny empujó una hoja, y sin perder el paso, izquierda, derecha, izquierda, los dos se pusieron de medio lado y la atravesaron.
Y ese fue el preciso instante en que sucedió.
El momento en que Manny se enamoró por completo de ella.
La conversación alegre, el juego de los pasos, los ojos de hielo que brillaban como el cristal. Fue todo eso, y también las historias del pasado que compartió con él, y la dignidad que mostró en todo momento, y la comparación con las mujeres con las que solía salir, y con las cuales ya no sería capaz ni de sentarse a la mesa. Y la potencia de ese cuerpo, la rapidez de su mente y… Todo eso se le vino a la cabeza en ese glorioso segundo, y su corazón se entregó por completo.
De pronto pensó que en su lista de las razones por las que se había enamorado no había aparecido el sexo.
Irónico. Payne le había proporcionado los mejores orgasmos de su vida, pero ni siquiera figuraban en su repaso mental, aunque fuera en los últimos lugares.
Así debía ser el amor verdadero, se dijo el médico mirando a Payne.
—¿Por qué sonríes ahora, Manello? ¿Estás pensando en que vuelva a poner la mano en tu trasero?
—Pues mira, ya que lo dices: sí. Eso es lo que estoy pensando exactamente.
Manny la acercó a él para darle otro beso… y trató de hacer caso omiso del dolor en su pecho. No había necesidad de arruinar el tiempo que les quedaba pensando en la despedida que les esperaba. Ya llegaría, a su debido tiempo.
Además, ya casi habían llegado a su destino.
—Está por aquí.
Doblaron a la izquierda y entraron en la zona de recuperación.
Cuando se abrió la puerta, Payne vaciló y frunció el ceño. Se oían relinchos y ruido de cascos. Olía a heno y a estiércol.
—Un poco más allá. —Manny tiró de su mano—. Se llama Glory.
Glory estaba en el último compartimiento a mano izquierda. En cuanto Manny pronunció su nombre, su cuello largo y elegante y su cabeza perfectamente proporcionada se asomaron por encima de la puerta.
El médico la saludó.
—Hola, preciosa. —En respuesta, Glory lo saludó moviendo las orejas y olfateando el aire.
—Santo Cielo. —Payne se soltó de la mano de Manny y se le adelantó.
La Elegida se aproximó al set del animal, Glory sacudió la cabeza y agitó sus maravillosas crines negras. Manny tuvo el súbito temor de que la potranca pudiera morderla.
—¡Ten cuidado! A ella no le gustan…
Pero Payne puso la mano sobre el sedoso hocico, y a Glory pareció gustarle, hasta el punto de que comenzó a cabecear pidiendo más, como si buscara una verdadera caricia.
El doctor remató la advertencia con voz débil.
—No le gustan los extraños… Bueno, no le gustaban.
—Hola, belleza. —Payne recorría a la yegua con ojos dulces—. Eres tan hermosa, tan grande y fuerte… —Sus manos pálidas comenzaron a acariciar el hermoso cuello negro del animal con un ritmo sostenido—. ¿Por qué tiene las patas de adelante vendadas?
—Porque se rompió la mano derecha. Una fractura fea. Ocurrió hace una semana.
—¿Puedo entrar?
—Joder, bueno, no sé… —Dios, Manny no podía creerlo, pero Glory parecía estar enamorada de la mujer, pues entornaba los ojos al sentir que la acariciaban detrás de las orejas—. Sí, creo que sí puedes pasar sin problemas.
Manny quitó el cerrojo de la puerta y los dos pasaron al compartimiento. Y cuando Glory retrocedió, cojeó un poco, por el lado contrario al de la fractura.
Había perdido tanto peso que se le veían las costillas por encima de la piel.
Manny se dijo que en cuanto se le pasara la excitación por la visita, el animal acusaría un gran cansancio.
El mensaje que el veterinario había dejado en su buzón era muy contundente: Glory no estaba bien. El hueso roto se iba curando, pero no con la suficiente rapidez, y la redistribución del peso había hecho que las capas que formaban el casco del otro lado se debilitaran y se separaran.
Glory lo golpeó en el pecho con el hocico.
—Hola, preciosa.
—Es extraordinaria. —Payne daba palmaditas a la yegua por todo el cuerpo—. Sencillamente extraordinaria.
Y ahora Manny tenía otro cargo de conciencia. De repente se le ocurrió que llevar a Payne allí tal vez no era un regalo, sino una crueldad. ¿Para qué enseñarle un animal que probablemente habría que…?
Dios, Manny ni siquiera podía pensar en el verbo sacrificar.
La vampira le habló en voz baja, desde detrás de la cabeza de la yegua.
—Además de celosa, soy una especie de adivina, o de bruja.
—¿Perdón?
—Cuando me dijiste que me ibas a presentar a una hembra, yo… yo deseé que tuviera cara de caballo.
Manny soltó una carcajada y acarició la frente de Glory.
—Bueno, pues se cumplió tu deseo.
—¿Qué vas a hacer con ella?
Mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas para explicar sus dudas, Manny acarició el pelo que caía sobre los ojos casi negros de la yegua.
La Elegida comprendió, entristecida.
—La falta de respuesta es suficiente respuesta.
—No sé por qué te traje aquí. Quiero decir que… —Manny carraspeó—. De hecho, sí sé por qué, y es bastante patético. Lo único que tengo es mi trabajo… y Glory es la única cosa que tengo aparte del trabajo. Es algo muy personal.
—Debes de sentir un dolor muy grande.
—Así es. —Súbitamente, Manny miró por encima del lomo de su yegua a la vampira de pelo negro—. Me siento… completamente destrozado cuando pienso en perderla.