34
En el centro de entrenamiento del complejo de la Hermandad, Manny se despertó en la cama, no en la silla. Tras un momento de confusión, brumosos recuerdos se lo aclararon todo al cabo de unos instantes: después de que el mayordomo apareciera con los manjares, Manny había comido en la oficina, tal como Jane le había dicho que hiciera, y allí, y no dentro del coche, era donde había encontrado su teléfono móvil, la cartera, las llaves y el portafolio. La pequeña colección de elementos de Manello estaba a plena vista, sobre un asiento. A Manny incluso le sorprendió la falta de vigilancia en aquel rincón, teniendo en cuenta la cantidad de seguridad que había alrededor.
Pero al encender el teléfono descubrió que faltaba la tarjeta SIM. Y estaba seguro de que necesitaría una bomba atómica para entrar en ese aparcamiento sin permiso. Así que las llaves del coche tampoco servían de nada.
¿Y el maletín? ¿Para qué iban a vaciarlo? Solo había una barra de cereal y unos cuantos papeles que no tenían nada que ver con instalaciones subterráneas, con vampiros ni con Payne.
Manny supuso que eso explicaba la falta de vigilancia. ¿Para qué molestarse?
Empeñado, de todas formas, en escuchar sus mensajes, buscó un teléfono fijo por el lugar. Lo encontró y marcó los números adecuados.
Manny revisó tres buzones distintos: el de su casa, el del móvil y el de la oficina. En el primero había dos mensajes de su madre. Nada importante, reparaciones rutinarias que había que hacer en la casa y cómo en su nueva afición al golf había logrado superar el temido hoyo nueve. En el móvil había un mensaje del veterinario que Manny tuvo que escuchar dos veces. Y en el buzón del despacho… todo había sido tan deprimente como las noticias sobre Glory: había siete mensajes de colegas de todas partes del país y todo parecía tristemente normal. Le invitaban a viajar para dar su opinión en algún caso, o dar conferencias en congresos, o le pedían que hiciera un hueco en su programa de residencia para el hijo o el amigo de alguien.
La triste verdad era que todos esos mensajes comunes y corrientes se hallaban estancados en un lugar que le parecía remoto. Era como si sus nuevas circunstancias dejaran todo eso atrás, muy atrás. Hasta le parecía raro que sus colegas no se dieran cuenta de que ahora él estaba en otra dimensión. Claro que, ¿cómo iban a saber nada?
Manny no tenía idea de lo que iba a ocurrir con él después de que los vampiros manipularan otra vez su cerebro: ignoraba si quedaría suficiente materia gris como para poder contar hasta diez, y no digamos para operar a pacientes o dirigir un departamento de cirugía. No había manera de saber en qué estado quedaría cuando saliera de todo el lío…
El ruido de una cisterna lo sobresaltó.
La puerta del baño se abrió y Manny vio la silueta de Payne iluminada desde atrás, de modo que la bata de hospital prácticamente desaparecía para convertirse en una tela transparente.
Santo cielo.
El miembro se le encabritó de inmediato y eso le llevó al arrepentimiento. Maldito imbécil, tenía que haber dormido otra vez en la maldita silla. El problema había sido que, cuando por fin volvió al cuarto de Payne, no había tenido la fuerza de voluntad de decir que no cuando Payne le pidió que se acostara con ella en la cama.
La criatura celestial le habló con voz sensual.
—Estás despierto.
—Y tú estás levantada. —Manny sonrió—. ¿Cómo van esas piernas?
—Débiles. Pero funcionan. —Payne sonrió—. Me gustaría darme una ducha…
Mierda, la forma en que esas palabras habían quedado flotando en el aire hacía evidente que estaba pidiendo ayuda… El cirujano se vio enseguida a sí mismo y a Payne separados apenas por una tenue película de jabón.
—Creo que hay un taburete para sentarse. —Manny se levantó por el otro lado de la cama, para ocultar su evidente erección. Cuando se acercó, trató de tener el menor contacto posible con ella mientras entraba al baño—. Sí, aquí está.
Manny se inclinó y abrió el grifo, luego colocó el taburete.
—Te voy a dejar esto preparado…
Miró hacia atrás y se quedó paralizado, porque en ese momento la mujer había soltado las tirillas que mantenían la bata de hospital en su sitio y estaba dejando que ésta cayera lenta e inexorablemente desde los hombros.
Al sentir que el agua golpeaba su brazo y comenzaba a empapar la parte superior de la ropa de cirugía, Manny tragó saliva. Sintió ganas de gritar cuando vio que las manos de Payne agarraban el borde de la bata y la apretaban contra los senos.
La Elegida se quedó así, como si estuviera esperando a ver qué decía él. Sus ojos se encontraron y el cirujano sintió que el miembro crecía todavía más. Fue un verdadero milagro que no rompiera la cremallera de la bragueta.
Manny, tembloroso, le hizo una repentina propuesta.
—Suéltala, bambina.
Y ella obedeció.
El cirujano, científico al fin y al cabo, nunca se había sentido tan impresionado por la ley de la gravedad como en ese momento; ahora sentía ganas de postrarse ante el altar de Newton y llorar de gratitud por el privilegio de vivir en un mundo donde todas las cosas, incluso las batas, caían inevitablemente al suelo.
—Qué maravilla. —Manny parecía en trance mientras contemplaba los sonrosados pezones que se ponían tiesos de repente.
Sin previo aviso, y de manera casi instintiva, el brazo que se había mojado se estiró y la agarró con fuerza, acercándola a su boca y apretándola contra él mientras chupaba uno de los pezones y la acariciaba con la lengua.
El excitado médico cuarentón no tuvo que preocuparse por haberla ofendido, pues, en respuesta, las manos de Payne se hundieron entre su pelo y lo acercaron más a ella mientras la chupaba, al tiempo que arqueaba la espalda para facilitarle las cosas.
Era una hembra completamente desnuda que se entregaba plenamente, ansiosa de recibir y dar placer.
Manny dio un giro de ciento ochenta grados y apagó la luz. Luego empujó a Payne con el cuerpo y ambos se metieron debajo del chorro de agua caliente.
El cuerpo de la Elegida se iluminó desde dentro. El doctor se puso de rodillas y trató de atrapar con su lengua el agua caliente que caía de aquellos senos maravillosos y bajaba por el delicado estómago.
Al ver que ella estiraba la mano en busca de apoyo para no caerse, Manny se la guió hasta sentarla con seguridad sobre la banqueta. Luego le puso una mano debajo de la nuca y la besó con pasión, mientras tomaba la barra de jabón y se preparaba para asegurarse de que ella quedara muy, pero que muy limpia.
Las lenguas se encontraron. El hombre estaba tan absorto en la sensación que le producían aquellos pezones apretados contra su pecho y los labios que estaba besando que no se dio cuenta —ni le importó— de que el pelo comenzaba a aplastársele sobre la cabeza y la ropa de cirugía se le pegaba al cuerpo.
Empezó a enjabonarla y ella gimió.
—Sanador…
La parte superior del cuerpo de Payne ya era una delicia empapada, resbaladiza, cálida. Las manos del sanador la recorrían entera, desde el cuello hasta la parte superior de las caderas.
Tras un rato consagrado a esas delicias, Manny comenzó a trabajar en las piernas, con masajes en los delicados pies y los sublimes tobillos. Después subió gradualmente hacia las pantorrillas y la parte posterior de la rodilla.
El agua los rodeaba por completo, cayendo entre ellos, enjuagándola en cuanto la enjabonaba. El ruido del chorro cayendo sobre las baldosas sólo era superado por los gemidos que brotaban de los labios de Payne.
Gemidos que iban subiendo de volumen al ritmo de las caricias.
Mientras le chupaba el cuello, Manny le fue abriendo las rodillas cada vez más. Pronto se adentró en el espacio que quedó abierto.
La mordisqueaba y susurraba.
—Te dije que te iba a gustar la hora del baño.
Como respuesta, las manos de Payne se clavaron en sus hombros y las uñas en su piel haciendo que se preguntara si no sería hora de empezar a pensar en estadísticas deportivas, o códigos postales o precios de coches… cualquier cosa antes que volverse loco.
Eleanor Roosevelt.
—Tenías razón, sanador —dijo ella, jadeando—. Me encanta… pero tú estás vestido.
Manny cerró los ojos y se estremeció. Aún le quedaba fuerza de voluntad para poner alguna barrera a su deseo.
—No te preocupes. Así estoy bien. Échate hacia atrás y déjame ocuparme de esto. —Antes de que ella pudiera alegar algo, Manny le selló la boca con otro beso y la empujó hacia atrás con el pecho.
Y para que se olvidara por completo de si estaba vestido o desnudo, el médico deslizó las dos manos por el interior de los muslos de Payne y pasó los dedos por encima de su sexo.
Y notó su humedad, una humedad que no tenía nada que ver con el agua. Manny se apartó un poco y bajó la vista.
Joder, estaba completamente lista para recibirle. Qué maravilloso aspecto tenía la vagina de la Elegida y qué invitador el cuerpo entero: echada hacia atrás, con las piernas abiertas, los senos brillantes por efecto del agua, los labios entreabiertos y un poco hinchados por sus besos.
—¿Me tomarás ahora? —Los ojos de la hembra resplandecían y los colmillos se alargaban.
—Sí…
Manny se apoyó sobre las rodillas de ella y se inclinó para poner la boca donde antes había clavado los ojos. Y cuando ella gritó, él entró rápidamente y con fuerza, abarcando toda la vagina y chupándola con pasión, gritando obscenidades, sin ocultar lo mucho que la deseaba.
Notó que la Elegida llegaba al clímax, y entonces la penetró con la lengua, que lo percibió todo: la nueva lubricación, las palpitaciones, la manera como ella se lanzó contra su barbilla y su nariz, la fuerza con que las manos de Payne se hundían en su cabeza.
Pero no había razón para detenerse allí.
Con ella, Manny tenía una carga infinita de energía y él sabía que, mientras mantuviera los pantalones en su lugar, podría seguir así… para siempre.
‡ ‡ ‡
Vishous se despertó en una cama que no era la suya, pero no le tomó más de una fracción de segundo saber dónde estaba: la clínica. En uno de los cuartos de la zona de reanimación y recuperación.
Después de restregarse los ojos con fuerza, miró a su alrededor. La luz del baño estaba encendida y la puerta entreabierta, de modo que se podía ver. Y lo primero que saltó a la vista fue un macuto que reposaba en el suelo, en el otro extremo de la habitación.
Era una de sus mochilas. Concretamente, la que le había dado a Jane.
Sin embargo, su hembra fantasmagórica no se encontraba en la habitación.
Se incorporó y se sintió como si acabase de sufrir un accidente automovilístico, pues un concierto de dolores y molestias comenzó a sonar por todo su cuerpo. Era como si su cuerpo fuese una antena y todas las señales de radio del mundo estuvieran pasando por su sistema nervioso. Con un gruñido, bajó las piernas y las dejó colgando del borde de la cama; luego tuvo que tomar aire.
Un par de minutos después, se preparó y comenzó a rezar antes de ponerse en pie. Levantó su peso del colchón y esperó a que…
Bingo. Las piernas no se le doblaron.
La pierna en la que había trabajado Manello no estaba exactamente lista para correr el maratón, pero cuando V se quitó las vendas y la flexionó un par de veces, tuvo que reconocer que estaba impresionado. Las cicatrices de la operación en la rodilla ya habían desaparecido casi por completo y sólo quedaba una pálida raya de color rosa. Pero lo más importante era que lo que estaba debajo parecía un milagro: la articulación funcionaba de forma fantástica. A pesar de que le quedaba, lógicamente, una cierta rigidez, se adivinaba que había quedado como nueva.
Y lo mismo se podía decir de la cadera.
Ese maldito cirujano humano era un verdadero mago.
Camino al baño, los ojos de V pasaron por la mochila. Se le vinieron a la cabeza imágenes de lo ocurrido antes de la operación, lo que pudo contemplar bajo los efectos de la morfina. Lo que entonces fue borroso ahora parecía mucho más claro. Dios, Jane era una médica espectacular. Como hacía mucho que no era su paciente, parecía haberlo olvidado. Pero ahora se le refrescaba la memoria. Siempre hacía por sus pacientes incluso más de lo que el deber le exigía. Siempre. Jane no trataba a los Hermanos tan bien solo por su relación con él. Eso no tenía nada que ver con él; cuando los estaba tratando, esa gente tenía una relación directa con ella. Jane habría tratado de la misma manera a civiles, a miembros de la glymera… o incluso a humanos.
Ya en el baño, el vampiro se metió en la ducha y sintió ganas de gritar. Mientras pensaba en Jane y su hermana, tuvo la terrible sensación de haber simplificado en exceso la escena que había visto hacía un par de noches. No se había detenido a pensar que entre esas dos hembras había otra relación que no tenía nada que ver con él. En lo único que había pensado era en sí mismo y en Payne… no se le había ocurrido pensar en el vínculo entre médico y paciente.
A la mierda con eso. Mentía. Ni siquiera había pensado en su hermana: solo en él mismo. Nada sobre los deseos de su pobre hermana ni sobre lo que Jane había hecho o no había hecho por su paciente.
De pie, con la cabeza gacha y el agua cayéndole en la nuca, V se quedó mirando fijamente el desagüe que estaba a sus pies.
Nunca se le había dado bien pedir disculpas. Ni siquiera hablar.
Pero tampoco era un cobarde.
Diez minutos después, se puso una bata de hospital y fue cojeando por el pasillo hasta la oficina. Pensó que si su Jane estaba allí se habría echado a dormir sobre el escritorio. Las camas del área de recuperación sin duda estarían ocupadas por todos los hermanos que había atendido.
V todavía no tenía ni idea de qué iba a decirle a Jane acerca de los pantalones que había encontrado en el armario, pero al menos podían hablar sobre Payne.
Pero la oficina estaba vacía.
Suspiró y se sentó frente al ordenador. No necesitó más de quince segundos para encontrar a su shellan. Cuando había diseñado el sistema de seguridad de la mansión, la Guarida y estas instalaciones, puso cámaras en cada habitación, a excepción de la suite que ocupaba la Primera Familia. Desde luego, el equipo podía ser fácilmente desconectado. Casualmente, las habitaciones de todos sus hermanos mostraban la pantalla en negro.
Lo cual era bueno. V tampoco necesitaba verlos follando como locos.
Sin embargo, la habitación azul de huéspedes que había en la casa grande todavía tenía imágenes. Gracias a que la luz de la mesita de noche estaba encendida, V pudo ver la figura encorvada de su compañera. Jane estaba muerta para el mundo, pero era evidente que no descansaba en paz: tenía las cejas apretadas, como si su cerebro estuviera tratando desesperadamente de aferrarse al sueño. O tal vez estaba soñando cosas que la angustiaban en vez de tranquilizarla.
Su primer instinto fue ir junto a ella, pero cuanto más lo pensaba, más se daba cuenta de que lo más amable que podía hacer era quedarse quieto y dejarla descansar. Manello y ella habían trabajado durante horas sin parar. Además, tiempo habría. Wrath les había dado la noche libre a todos tras la tremenda batalla que acababan de librar.
Joder… esa maldita Sociedad Restrictiva. Hacía años que V no veía tantos asesinos, y no solo estaba pensando en la docena que había aparecido la noche anterior. V estaba seguro de que, a lo largo de las últimas dos semanas, el Omega había inducido a cientos de desgraciados. Dios, eran como cucarachas: por cada una que veías, había diez que no veías.
Menos mal que los Hermanos eran absolutamente letales. Y que Butch se recuperaba con relativa facilidad después de hacer su papel de Destructor.
Era increíble cómo le había curado el puto humano. Incluso había podido ocuparse del policía poco después de que le operara. No es que recordara mucho del asunto, pero sabía que lo había hecho.
Agobiado por tantos pensamientos, fue a buscar en los bolsillos tabaco y papel de fumar; pero enseguida se dio cuenta de que llevaba puesta una bata de hospital. Imposible encontrar un cigarrillo, claro.
Así que se levantó de la silla. Regresó al pasillo y se dirigió al lugar donde había dormido.
La puerta de la habitación de Payne estaba cerrada, pero no vaciló en abrirla y entrar. Era posible que el cirujano humano estuviera ahí con ella, pero en cualquier caso dormiría como un tronco, porque ese tío había trabajado como un loco.
Al entrar, Vishous debería haber captado el aroma que flotaba en el aire. Y tal vez debería haber prestado un poco más de atención al hecho de que se oía correr la ducha. Pero se quedó demasiado sorprendido al ver que la cama estaba vacía… y que, recostadas contra la pared, había un par de férulas ortopédicas y dos muletas.
¿Pero no estaba paralítica? En ese caso, necesitas una silla de ruedas, no equipo ortopédico para facilitar la movilidad. Así que ¿Payne se estaba recuperando? ¿Ya podía caminar?
—¡Payne!
V levantó un poco más la voz.
—¡Payne!
La única respuesta que obtuvo fue un gemido. Un gemido muy profundo y placentero…
Esa reacción no la causa una simple ducha, ni siquiera la mejor ducha de la historia.
El vampiro cruzó la habitación como una bala y casi rompió la puerta cuando irrumpió en el baño húmedo y caliente.
¡Puta mierda! La escena que apareció frente a sus ojos era mucho peor de lo que temía.
Sin embargo, lo irónico era que lo que Payne y el humano estaban… Joder, ni siquiera podía poner en palabras lo que estaban haciendo… El caso es que eso fue lo que salvó la vida del cirujano. V estaba tan horrorizado que tuvo que desviar la mirada y esa actitud de avestruz fue lo que impidió que le hiciera inmediatamente a Manello un agujero en el cuello del tamaño de una alcantarilla.
Mientras retrocedía tambaleándose, V oyó toda clase de ruidos que salían del baño. Y luego se quedó tan aturdido que parecía que le hubiesen dado un golpe en la cabeza: se estrelló contra la cama, rebotó, chocó contra la silla, rebotó contra la pared.
A ese paso, encontraría la salida más o menos en una semana. O incluso un poco más.
—Vishous…
Viendo que Payne se acercaba, mantuvo los ojos clavados en el suelo y solo vio los pies descalzos de su hermana gemela.
Así que había recuperado la sensación en las piernas.
¡Vaya!
—Por favor ahórrame la explicación. —Fulminó con la mirada a Manello, en el que sí clavó los ojos. El asqueroso degenerado estaba empapado, con la ropa de cirugía pegada al cuerpo—. Y tú no te acostumbres a ella. Estarás aquí solo hasta que no te necesite más… y teniendo en cuenta lo bien que va, no será por mucho más tiempo…
—¿Cómo te atreves? Tengo todo el derecho a elegir con quién me apareo.
El vampiro se atrevió al fin a mirar a su hermana.
—Entonces elige algo distinto a un humano que no te llega ni a los hombros y tiene la cuarta parte de tu fuerza. La vida aquí no es como la vida en las nubes, cariño, y al igual que el resto de nosotros, tú eres un objetivo de guerra para la Sociedad Restrictiva. Él es débil, implica un gran riesgo para la seguridad general y tiene que regresar al lugar y al mundo al que pertenece, y quedarse allí.
Las palabras de V palabras enfurecieron a su gemela. Sus ojos como el hielo adquirieron una expresión letal, al tiempo que apretaba las cejas negras.
—Fuera. Fuera de aquí, inmediatamente.
—Pregúntale qué hizo toda la mañana. —El vampiro ahora vociferaba—. ¿No se lo preguntas?, yo te lo diré. Me estuvo cosiendo a mí y a toda la Hermandad porque estábamos tratando de defender a nuestras hembras y a nuestra raza. En cuanto a este humano, no es más que un restrictor en potencia, en mi opinión. Nada más y nada menos que eso.
—¡Será posible tanta estupidez! Tú no sabes nada sobre él.
V se inclinó sobre su hermana.
—Y tú tampoco. Eso es precisamente lo que te estoy diciendo.
Antes de que las cosas se salieran de madre y alguno de ellos dijera o hiciera algo de lo que luego tendría que arrepentirse, el vampiro dio media vuelta para marcharse; pero se quedó frente al espejo que había en la pared y que mostraba el reflejo de los tres. Menuda escena: su hermana desnuda y desvergonzada; el humano, empapado y lúgubre; y él, con mirada de loco y ganas de matar.
La rabia creció con tanta rapidez dentro de su cuerpo que brotó como una fuente antes de que pudiera incluso darse cuenta.
Retrocedió dos pasos, echó la cabeza hacia atrás y golpeó el cristal violentísimamente con la cara, rajando el espejo por toda la mitad.
Al oír que su hermana soltaba un alarido y el cirujano gritaba, V se marchó rápidamente, dejándolos solos.
Una vez en el pasillo, sabía exactamente adónde dirigirse.
Mientras avanzaba por el túnel era muy consciente de lo que estaba a punto de hacer.
Entretanto, la sangre le corría por las mejillas y la barbilla. Una creciente lluvia de gotas rojas caía sobre el pecho y el vientre del masoquista.
Pero no sentía ningún dolor.
Aunque, con suerte, pronto lo sentiría. Muy pronto.