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Tradicionalmente, era costumbre dentro de la glymera que, cuando alguien llegaba a la casa de otra persona, dejara una tarjeta de visita sobre la bandeja de plata que le ofrecía el doggen mayordomo del huésped. La tarjeta debía tener inscritos el nombre único de cada uno y su linaje. El propósito era anunciar al visitante, así como rendir homenaje a las costumbres sociales que definían y caracterizaban a las clases altas.

Sin embargo, ¿qué sucedía cuando uno no podía leer ni escribir… o, más precisamente, cuando prefería métodos de comunicación más viscerales que señoriales?

Bueno, entonces uno dejaba en un callejón los cadáveres de aquellos que había asesinado, para que su «anfitrión» los encontrara.

Xcor se levantó de la mesa donde había estado sentado durante un rato y se llevó la taza de café en la mano. Los otros estaban durmiendo abajo y él sabía que debería seguir su ejemplo, pero no podía descansar. Ese día le resultaba imposible. Tal vez tampoco lo lograra el siguiente.

Dejar abandonados a esos restrictores mutilados pero aún vivos había sido un riesgo fríamente calculado. ¿Qué pasaría si los humanos los hallaban? Problemas. Sin embargo, habría valido la pena. Wrath y la Hermandad habían gobernado en ese continente a lo largo de mucho tiempo. ¿Y con qué resultados? La Sociedad Restrictiva seguía viva. La población de vampiros estaba dispersa. Y esos humanos arrogantes, flácidos y casquivanos estaban por todas partes.

Xcor se detuvo en el pasillo del primer piso y echó un vistazo a su nueva residencia permanente. La casa que Throe había conseguido era ciertamente muy apropiada. Construida en piedra, era vieja y estaba localizada a la salida de la ciudad, dos condiciones que resultaban muy apropiadas para sus propósitos. En algún momento la casa había sido un lugar fastuoso, pero ese tiempo había pasado, igual que su fastuosidad. Ahora era sólo la sombra de lo que había sido, pero tenía todo lo que él necesitaba: paredes sólidas, un techo firme y fuerte y espacio más que suficiente para alojar a sus machos.

Aunque, la verdad, nadie planeaba utilizar con mucha frecuencia todos esos salones del primer piso, ni las siete habitaciones del segundo. Pues, a pesar de que tenían cortinas pesadas en cada ventana, los numerosos ventanales de cristal tendrían que ser tapiados para convertirla en una residencia suficientemente segura durante el día.

Por ahora, todos se habían quedado bajo tierra, en el sótano.

Era como un retorno a los viejos tiempos, pensó Xcor, porque la costumbre de ocupar habitaciones independientes era algo que solo había arraigado en los tiempos modernos. Antes todos comían juntos, follaban juntos y reposaban en grupo.

Tal como debían hacer los soldados.

Xcor acariciaba la idea de pedirle que se quedaran en la parte subterránea. Todos juntos. Tal vez lo hiciera, sí.

Y, sin embargo, en estos momentos él no se encontraba allá abajo con ellos ni tenía intención de bajar. Ansioso e inquieto, listo para cazar pero sin tener ninguna presa a la vista por el momento, había estado caminando de una habitación vacía a la otra, agitando el polvo al tiempo que pensaba en sus deseos de conquistar ese nuevo mundo.

—Los tengo. A todos.

Xcor se detuvo y dio un sorbo a su taza de café. Luego dio media vuelta.

—Muy audaz por tu parte.

Throe entró en lo que alguna vez debió ser un imponente salón de recepciones, pero que ahora no era más que un espacio frío y vacío. El guerrero todavía estaba vestido de cuero, pero su porte irradiaba una natural elegancia. Lo cual no era ninguna sorpresa. A diferencia de los demás, el pedigrí de Throe era tan perfecto como su cabello dorado y sus ojos del color del cielo. Y lo mismo podía decirse de su cuerpo y su rostro: no tenía ningún defecto por fuera ni por dentro.

Por el contrario, él era ciertamente uno de los bastardos.

Al oír que el macho se aclaraba la garganta, Xcor sonrió. Aun después de todos los años que llevaban juntos, Throe todavía se sentía incómodo en su presencia. ¡Qué curioso!

—Informa.

—Por el momento hay algunos miembros de dos familias en Caldwell. Lo que queda de los otros cuatro linajes principales está desperdigado por lo que llaman Nueva Inglaterra. Así que algunos están, quizás, a ochocientos o mil kilómetros de aquí.

—¿Con cuántas familias estás relacionado?

Throe carraspeó otra vez.

—Con cinco.

—¿Cinco? Eso llenaría muy rápidamente tu agenda social. ¿Estás planeando alguna visita?

—Tú sabes que no puedo hacerlo.

—Ah… es cierto. —Xcor se terminó el café—. Se me había olvidado que fuiste censurado. Entonces supongo que tendrás que quedarte con estos plebeyos aquí.

—Sí, así es.

Xcor esperó un momento para disfrutar del incómodo silencio.

Sólo que el otro macho tuvo que estropearlo abriendo la boca otra vez.

—No tienes manera de seguir adelante. No formamos parte de la glymera.

Xcor sonrió y enseñó los colmillos.

—Te preocupas demasiado por las reglas, amigo mío.

—No puedes convocar una reunión del Consejo. No tienes derecho a hacerlo.

—Cierto. Sin embargo, darles razones para que lo convoquen ellos mismos es otra historia. ¿No fuiste tú el que dijo que había muchas reservas sobre el rey después de los ataques?

—Sí. Pero sé muy bien qué es lo que buscas y el objetivo final es una traición, en el mejor de los casos, o un suicidio, en el peor.

—Tienes una concepción del mundo muy estrecha, Throe. A pesar de la gran educación práctica que posees, careces por completo de visión de conjunto.

—No puedes derrocar al rey, y me imagino que no estarás pensando en tratar de matarlo.

—¿Matar? —Xcor alzó las cejas—. No le deseo un ataúd. En absoluto. Le deseo una larga vida, para que se pueda cocer a fuego lento en los jugos de su fracaso.

Throe negó con la cabeza.

—No sé por qué lo odias tanto.

—¡Por favor! —Xcor entornó los ojos—. No tengo nada contra él en lo personal. Lo que ansío es su posición, nada más. Y el hecho de que permanezca vivo mientras yo me siento en su trono solo añade sabor a mi cena.

—A veces pienso que estás loco.

Xcor sonrió malignamente.

—Te aseguro que no estoy cegado por la rabia ni loco. Y deberías tener más cuidado de expresar comentarios de ese tipo.

Xcor era muy capaz de matar a su viejo amigo. Ese día. Esa noche. Al día siguiente. Su padre le había enseñado que los soldados no eran distintos de cualquier otra arma. ¿Qué pasaba cuando los arcos estaban a punto de fallar? Había que deshacerse de ellos. Puro sentido común.

—Perdóname. —Throe hizo una leve inclinación—. Mi deuda contigo sigue en pie, por supuesto. Y mi lealtad también.

Qué ingenuidad. Aunque, la verdad, el detalle de que Xcor hubiese asesinado al macho que deshonró a la hermana de Throe había sido una gran inversión en términos de tiempo y energía. De esa forma había atado a sí para siempre a aquel guerrero inquebrantable y sincero.

Fue el mismo Throe quien le pidió a Xcor que lo hiciera. En esa época, Throe no era más que un dandi, incapaz de cometer el crimen con sus propias manos, así que se había internado en el reino de las sombras para buscar algo que nunca habría dejado entrar en su mansión, ni siquiera por la puerta de servicio. A Throe le había sorprendido que rechazaran el dinero que ofrecía, y ya se alejaba cuando Xcor planteó sus exigencias.

Una rápida mención del estado en que habían hallado a su hermana había sido suficiente para arrancarle la promesa.

El entrenamiento que recibió después había obrado milagros. Bajo la tutela de Xcor, Throe se había ido endureciendo con el tiempo, como el acero templado al fuego. Ahora era un asesino. Ahora servía para algo más que hacer de adorno social en cenas y bailes.

Era una lástima que su linaje no hubiese visto con buenos ojos la transformación; a pesar de que su propio padre había sido un Hermano, joder. Uno pensaría que la familia habría estado agradecida, pero, ay, en lugar de eso habían repudiado al pobre desgraciado.

Cada vez que pensaba en eso, a Xcor le daban genuinas ganas de llorar.

—Les vas a escribir. —Xcor volvió a sonreír, mientras sentía un cosquilleo en los colmillos y en la entrepierna—. Escribirás a todos y les anunciarás nuestra llegada. Señalarás todo lo que han perdido y les recordarás a los jóvenes y a las hembras que fueron masacrados aquella noche de verano. Les hablarás de todas las audiencias que no han tenido con el rey. Expresarás el absoluto sentimiento de indignación que eso te causa y lo harás de manera que puedan entenderte, porque tú fuiste alguna vez parte de ellos y conoces su lenguaje. Y luego esperaremos… a que nos llamen.

Throe hizo una reverencia.

—Como desees, mi leahdyre.

—Entretanto, cazaremos restrictores y llevaremos la cuenta de nuestros asesinatos. De manera que, después de que pregunten por nuestro estado de salud y otras pamplinas, cosa que siempre hace la aristocracia aunque le importe una mierda, podamos contarles que, aunque los caballos de pura raza están hermosos en los establos, hay peligro, y lo que quieres que vigile tu puerta es una manada de lobos.

La glymera era despreciable en muchos aspectos, pero eran tan predecibles como un reloj de bolsillo. Lo que hacía que sus manecillas dieran la vuelta una y otra vez era el instinto de conservación.

—Será mejor que vayas a descansar. —Xcor hablaba despacio—. ¿O es que ya estás a la caza de una de tus distracciones? —Al ver que guardaba silencio, el jefe frunció el ceño, pues la falta de respuesta ya llevaba implícita una contestación—. Tienes un propósito distinto al que ocupó nuestras horas previas. Pero el humano muerto tiene mucho menos interés que nuestros enemigos que están vivos.

—Sí señor.

Entiéndase: no.

—No te distraigas con otros propósitos en perjuicio de nuestros objetivos.

—¿Alguna vez te he fallado?

—Todavía hay tiempo, viejo amigo. —Xcor se quedó mirando al macho por debajo de unos párpados colocados a media asta—. Siempre habrá tiempo para que des rienda suelta a tu inclinación natural a meterte en líos. Y, a menos que estés en desacuerdo, permíteme recordarte cuáles han sido tus circunstancias durante los últimos dos siglos.

Throe se puso rígido.

—No es necesario. No tienes que hacerlo. Soy perfectamente consciente del lugar en que me encuentro.

—Bien. —Xcor asintió con la cabeza—. Eso es muy importante en esta vida. Sigue adelante, entonces.

Throe hizo otra inclinación de cabeza.

—Te deseo un buen descanso, leahdyre mío.

Xcor observó cómo el macho se alejaba y, cuando se encontró solo de nuevo, sintió un ardor en todo el cuerpo que lo contrarió. El deseo sexual no era más que una pérdida de tiempo, porque no servía para matar ni para alimentarse, pero, de cuando en cuando, los genitales necesitaban algo más que una sesión de lucha.

Cuando se hiciera de noche, Throe iba a tener que conseguirles algo nuevo a sus malditos testículos, y a los bastardos del sótano, y esta vez Xcor se vería obligado a recibir su parte.

Y también iban a necesitar sangre. Preferiblemente que no fuera humana, pero si tenían que conformarse por el momento con ella, lo harían.

Al fin y al cabo, solo tendrían que deshacerse después de los cuerpos.