32
En la mansión, en la habitación de Qhuinn, lo único que se oía era un pesado silencio, lo cual suele suceder cuando arrojas una bomba, ya sea real o figurada.
Joder, Qhuinn no podía creer que hubiese pronunciado esas palabras: aunque los únicos que estaban en la habitación eran Layla y él, Qhuinn se sentía como si se hubiese subido al edificio más alto de Caldwell y hubiese anunciado el asunto a través de un altavoz.
Layla habló en un susurro.
—Tu amigo. Blaylock.
Qhuinn sintió que el corazón se le congelaba, pero después de un momento se sintió obligado a asentir.
—Sí, él.
Qhuinn se quedó a la espera de alguna expresión de disgusto o de asco… o aunque fuera de sorpresa. Viniendo de donde venía, la homofobia no le era ajena en absoluto y Layla era una Elegida, por Dios Santo, es decir de un ámbito comparado con el cual toda esa mierda de la vieja escuela de la glymera parecía claramente progresista.
Sin embargo, los hermosos ojos siguieron mirándolo fijamente, inalterables.
—Creo que lo sabía. Vi la manera en que él te miraba.
Claro, pero eso ya había cambiado. Decidió ser claro con aquella mujer.
—¿No te molesta el hecho de que se trate de otro macho?
Hubo una breve pausa y, luego, la respuesta que ella le dio lo dejó descolocado.
—Ni lo más mínimo. ¿Por qué habría de molestarme?
Qhuinn tuvo que desviar la mirada, porque le preocupaba lo que sabía que revelaban sus ojos.
—Gracias.
—¿Por qué?
Lo único que Qhuinn pudo hacer fue encoger los hombros.
Quién habría pensado que la aceptación sería tan dolorosa como todo el rechazo que siempre había soportado.
Al fin miró de nuevo a la Elegida.
—Creo que será mejor que te vayas.
—¿Por qué?
Porque él estaba considerando seriamente la posibilidad de convertirse en un maldito aspersor y no quería que nadie lo viera así. Ni siquiera ella.
—Señor, todo está bien. —La voz de Layla sonaba muy seria—. No te juzgo por el sexo de la persona a la que amas, sino por la manera en que la amas.
—Entonces deberías odiarme. —Por Dios, ¿por qué su boca seguía hablando?—. Porque le rompí el maldito corazón.
—Entonces, ¿él no conoce tus sentimientos?
—No. —Qhuinn entornó los ojos—. Y no los va a conocer, ¿está claro? Nadie sabe nada.
Layla inclinó la cabeza.
—Tu secreto está a salvo conmigo. Pero conozco bien la forma en que te mira. Tal vez deberías decirle que…
—Déjame ahorrarte el sufrimiento por una lección que yo aprendí por las malas. Hay ocasiones en las que es demasiado tarde. Él es feliz ahora, y se lo merece. Joder, quiero que él conozca el amor, aunque yo solo pueda observarlo desde la barrera.
—Pero ¿qué pasa contigo?
—¿Qué pasa conmigo? —Qhuinn hizo el ademán de pasarse la mano por el pelo, pero luego recordó que se había rapado—. Escucha, no hablemos más de esto. Solo te lo he contado porque necesito que sepas que esta mierda entre tú y yo no tiene nada que ver con que tú no seas lo suficientemente buena o lo suficientemente atractiva. ¿Quieres que sea sincero? Estoy harto de estar con otras personas solo por el sexo. Ya no quiero hacer eso. Eso no me lleva a ningún lado. En resumen, que hasta aquí he llegado con todo eso.
Vaya ironía. Ahora que no estaba con Blay, iba a comenzar a serle fiel.
Layla caminó hasta la cama y se sentó. Mientras acomodaba las piernas y se alisaba el manto con sus manos elegantes y pálidas, habló.
—Me alegra que me lo hayas dicho.
—¿Sabes lo que te digo? A mí también me alegra. —Qhuinn estiró el brazo y le acarició la palma de la mano—. Y tengo una idea.
—¿De veras?
—Amigos. Tú y yo. Vienes aquí, me alimentas o te alimento y charlamos. Como amigos.
La sonrisa de Layla reflejaba una tristeza increíble.
—Siempre supe que yo no te interesaba de esa manera especial. Tú me tocabas con mucha cautela y me mostrabas cosas que me fascinaban, es verdad, pero la pasión que sentía no me impedía notar que…
—Tú tampoco estás enamorada de mí, Layla. Sencillamente no lo estás. Sentiste muchas cosas físicas y eso te hizo pensar que se trataba de emociones. Pero el problema es que el cuerpo necesita mucho menos que el alma para establecer una conexión.
Layla se puso sobre el corazón la mano que tenía libre.
—Pero me duele aquí.
—Porque estás encaprichada conmigo. Pero eso se desvanecerá. En especial cuando conozcas al macho adecuado.
Dios, qué cosas pasaban. Tal parecía que Qhuinn había pasado, en solo una semana, de ser un maldito promiscuo a convertirse en un circunspecto consejero del corazón. De seguir así iba a terminar haciendo un consultorio televisivo.
Qhuinn le ofreció el brazo.
—Toma de mi vena para que puedas quedarte más tiempo a este lado y descubrir qué es lo que deseas en la vida. No lo que tu cuna dicta, sino lo que tú quieres. Incluso, si puedo, te voy a ayudar. Dios sabe que sé muy bien lo que es sentirse perdido.
Hubo un largo silencio y luego ella lo miró.
—Blaylock no sabe de lo que se está perdiendo.
Qhuinn sacudió la cabeza con tristeza infinita.
—Te equivocas, claro que lo sabe. Créeme.
‡ ‡ ‡
La limpieza no era una tarea menor.
En el armario correspondiente buscó un cubo y una fregona. Mientras lo hacía, Jane pensaba en todo lo que iba a tener que pedir para reponer los suministros que se necesitaban: habían usado cientos de paquetes de gasa, la cantidad de jeringuillas que le quedaba parecía un chiste, se les habían acabado las vendas…
Volvió, abrió la puerta de la sala de reconocimientos con el trasero, arrastró el cubo ayudándose de la cabeza de la fregona y respiró profundo. Había sangre por todas partes, en el suelo y también en las paredes. Y en lugar de pelusillas, en los rincones se acumulaban las bolas de gasa blanca manchada de rojo.
Además, había tres bolsas repletas de residuos biológicos.
Era un absoluto caos.
Contemplando ese panorama, Jane se dio cuenta de que, si Manny no hubiese estado allí, es posible que hubiesen perdido a alguno de los Hermanos. Rhage, por ejemplo, podría haberse desangrado. O Tohr, porque lo que parecía una simple herida en el hombro había resultado mucho más serio.
Al final Manny había tenido que operarlo después de terminar con Vishous.
La doctora fantasma cerró los ojos y apoyó la cabeza en el mango de la fregona. Siendo una difunta, ya no se fatigaba de la manera en que solía hacerlo: no sentía dolores ni calambres, ni aquella casi olvidada sensación de tener que arrastrarse como si alguien le hubiese amarrado un par de piedras a los tobillos. Ahora lo que se cansaba era su mente, hasta el punto de que necesitaba cerrar los ojos y no ver ni hacer absolutamente nada; como si su circuito cerebral requiriese que lo apagaran y lo dejaran enfriarse.
Y entonces dormía. Y soñaba.
O… como probablemente le sucedería hoy… no dormía. El insomnio todavía le molestaba de vez en cuando.
—Primero vas a tener que barrer.
Jane levantó la cabeza y trató de sonreír al ver a Manny.
—Creo que tienes razón.
—¿Qué tal si dejas que yo me encargue?
De ninguna manera. Jane no tenía ganas de encerrarse en el otro cuarto del área de recuperación para ponerse a contemplar el techo. Además, Manny tenía que estar tan cansado como ella, o más.
—¿Cuánto hace que no comes nada?
El humano respondió con otra pregunta.
—¿Qué hora es?
Jane miró su reloj.
—La una.
—¿De la tarde?
—Sí.
—Hace unas doce horas que comí por última vez. —Manny parecía sorprendido.
Jane se dirigió hacia el teléfono que había sobre el escritorio.
—Llamaré a Fritz.
—Espera, no tienes que…
—Debes de estar a punto de desmayarte.
—Pues mira, me siento genial.
Eso no podía ser cierto. Aunque al mirarle, la verdad era que sí parecía lleno de energía.
En todo caso, Jane le iba a pedir algo de comer.
En un momento encargó la comida de su amigo y colega. Fritz estaba encantado. Por lo general, después de la Última Comida el mayordomo y su personal se retiraban para descansar un poco antes de comenzar con la limpieza diaria, pero la verdad es que preferirían seguir trabajando en lo suyo.
—Dime dónde se guardan los trastos de limpieza —comentó Manny.
—Afuera, en el pasillo. A mano izquierda.
Mientras Jane llenaba el balde de agua y desinfectante, Manny encontró una escoba, regresó y comenzó a barrer.
Pasaron un rato trabajando hombro con hombro. Jane se dio cuenta de que en lo único en lo que podía pensar era en Vishous. Mientras atendían a los hermanos, había demasiadas cosas que reclamaban su atención, pero ahora, mientras movía la fregona de un lado a otro sobre el suelo de baldosas, le parecía que toda la angustia que se había mantenido entre bambalinas a lo largo de esas horas había dado un paso al frente y ocupaba el centro del escenario.
Ella no.
Jane lo oía repetir esas palabras una y otra vez. Veía su rostro ceniciento y sus ojos de hielo y la manera en que le había impedido acercarse.
Curioso… la eternidad que le había sido concedida siempre le había parecido la bendición más grande. Hasta que pensaba en la posibilidad de estar lejos del hombre al que amaba. Entonces era una horrible maldición.
Y era lo que estaba pasando.
¿Adónde podría ir? Lógicamente, no podría quedarse en el complejo de la Hermandad si se separaban. Sería demasiado duro para todo el mundo…
—Toma.
Jane se sobresaltó al ver el pañuelo de papel que se agitaba frente a su cara. El pequeño cuadrado blanco colgaba de los dedos de Manny, que lo volvió a agitar al ver que ella se quedaba allí mirándolo.
—Estás llorando, ¿no te has dado cuenta?
Jane dejó la fregona, tomó el pañuelo y se sorprendió al ver que Manny tenía razón: cuando se secó los ojos y miró el kleenex, vio que estaba mojado.
—¿Sabes una cosa? —Manny arrastraba las palabras—. Viéndote así desearía haberle amputado esa maldita pierna.
—Él solo tiene parte de la culpa.
—Eso crees tú, pero yo tengo derecho a ver las cosas como me dé la gana.
Jane lo miró de reojo.
—¿Tienes otro kleenex?
Manny le alcanzó una caja y Jane sacó un par de pañuelos más. Se secó las lágrimas. Se sonó. Se volvió a secar las lágrimas. Y terminó el ataque de llanto arrojando uno… dos… tres kleenex a la papelera.
—Gracias por ayudarme. —Jane levantó la mirada. Manny parecía furioso y ella no tuvo más remedio que sonreír—. Cómo lo echaba de menos.
—¿Qué echabas de menos?
—Esa cara de furia que pones con tanta frecuencia. Me recuerda los viejos tiempos. —Jane le sostuvo la mirada—. ¿V va a quedar bien?
—Si no le doy una patada por joderte la vida, sí.
—¡Qué galante! —No lo decía en broma. A su modo, Manny era un caballero de los pies a la cabeza—. Estuviste increíble esta noche.
Otra cosa que también creía de verdad.
Manny puso la caja de kleenex sobre la encimera.
—Igual que tú. ¿Eso sucede con frecuencia?
—En realidad no. Pero tengo la sensación de que las cosas pueden estar cambiando.
La mujer volvió a centrarse en el trabajo. Fregó con más energía, pero eso realmente no estaba mejorando el estado del suelo, sino moviendo la sangre de un lado para otro, difundiéndola. Probablemente lo mejor sería lavar con manguera todo el lugar.
Minutos después, se oyó un golpecito en la puerta y Fritz asomó la cabeza.
—Su cena está lista. ¿Dónde le gustaría cenar?
Fue Jane quien respondió.
—Cenará en la oficina. En el escritorio. —Miró de reojo a su antiguo colega—. Será mejor que vayas, antes de que se enfríe.
La mirada que le lanzó Manny fue el equivalente ocular de un corte de mangas. Pero la doctora, implacable, se limitó a decirle adiós.
—Vete, y después de comer descansa un rato.
Solo que nadie le decía qué hacer a Manny Manello.
Manny sonrió al mayordomo.
—Voy enseguida.
Cuando Fritz salió, su antiguo jefe se llevó las manos a las caderas y, aunque Jane se preparó para enfrentarse a una discusión, Manny se salió por la tangente.
—¿Dónde está mi maletín?
La mujer parpadeó, sorprendida. Él se encogió de hombros.
—No te voy a obligar a hablar conmigo.
—Entonces has pasado página.
—Imagínate. —Manny hizo un gesto con la cabeza hacia el teléfono que estaba empotrado en la pared—. Tengo que escuchar mis mensajes de voz y quiero que me devuelvan mi maldito teléfono.
—Ah… claro, tu coche tiene que estar en el aparcamiento. Al fondo del pasillo está el acceso. Crees que el maletín puede estar en el Porsche.
—Puede, gracias…
—¿Estás pensando en marcharte?
—Todo el tiempo. —Manny dio media vuelta y se dirigió a la puerta—. Es en lo único en lo que pienso.
Bueno, pues ya eran dos. Pero, claro, al contrario que el médico, Jane nunca se había imaginado que acabaría marchándose.
Una prueba más de que no tenía ningún sentido hacer muchos planes para el futuro.