31

Conmoción afuera, en el pasillo. Pasos acelerados, insultos en voz baja, algún que otro golpe seco.

Todo ese ruido despertó a Manny y, en una fracción de segundo, mientras la marea de ruidos parecía avanzar por el corredor, pasó de estar prácticamente inconsciente a encontrarse del todo y alerta. El estruendo pasó de largo, antes de que fuera interrumpido de súbito, como si alguien hubiese cerrado una puerta.

Después de levantar la cabeza del lugar donde la había apoyado, sobre la cama de Payne, Manny observó a su paciente. Hermosa. Sencillamente hermosa. Y seguía durmiendo tranquilamente…

El rayo de luz le dio directamente en la cara.

La voz de Jane sonó tensa desde el umbral.

—Necesito otro par de manos aquí. Ya.

Manny no lo pensó dos veces. Corrió hacia la puerta, impulsado por su alma de cirujano siempre dispuesto a trabajar, sin hacer ninguna pregunta.

—¿Qué tenemos?

Mientras los dos corrían por el pasillo, Jane se alisó la ropa manchada de sangre.

—Múltiples traumas. La mayor parte, heridas de cuchillo, y también un balazo. Y hay otro en camino.

Entraron juntos en la sala de reconocimientos. ¡Joder! Era más de lo que imaginó mientras corrían. Había hombres heridos por todas partes: de pie en los rincones, recostados contra la mesa, inclinados sobre la encimera, maldiciendo mientras se paseaban de un lado al otro. Elena o Eleloquefuera, la enfermera, se apresuraba a sacar bisturís e hilo de sutura en grandes cantidades y un hombrecillo viejo se movía entre todo el mundo ofreciendo agua en una bandeja de plata.

Jane le hablaba con dramática precisión.

—Todavía no he podido clasificarlos. Hay demasiados heridos.

—¿Tienes un estetoscopio y un tensiómetro de sobra?

Jane se dirigió a un pequeño armario abrió un cajón y sacó lo que Manny le pedía.

—La tensión en esta gente es mucho más baja de la que estás acostumbrado a ver. Así que hay que guiarse por el ritmo cardíaco.

Lo cual significaba que, como médico, Manny no tenía manera de juzgar con precisión el estado de los heridos.

Manny dejó los instrumentos a un lado.

—Entonces será mejor que la enfermera y tú hagáis la evaluación general. Yo me encargo de los preparativos.

—Probablemente es lo mejor, sí.

Manny se acercó a la enfermera rubia que en ese momento revolvía con gestos precisos y eficaces en el gabinete de suministros.

—Yo sigo con esto. Tú ayuda a Jane a hacer la evaluación preliminar.

La enfermera hizo un gesto rápido de asentimiento y se fue a tomar signos vitales.

Manny abrió todos los cajones y comenzó a sacar equipo quirúrgico, que fue organizando sobre la mesa. Los analgésicos estaban en un cajón, arriba; las jeringuillas, abajo. Mientras revisaba rápidamente todo lo revisable, pensó que era impresionante la calidad de todo el material. No sabía cómo lo había hecho Jane, pero todo parecía directamente traído de un hospital de alto nivel.

Diez minutos después, Jane, la enfermera y él se reunieron en el centro de la sala.

Jane habló.

—Tenemos dos en mal estado. Rhage y Phury están perdiendo mucha sangre. Me preocupa que las arterias estén perforadas porque las malditas heridas son demasiado profundas. Z y Tohr necesitan radiografías y creo que Blaylock tiene una conmoción cerebral, aparte de una herida muy fea en el estómago.

Manny se dirigió al lavabo y comenzó a prepararse.

—Entonces, no perdamos tiempo. —Una vez que se hubo lavado, el cirujano miró a su alrededor y señaló al rubio que parecía un mamut y tenía un charco de sangre debajo del pie izquierdo—. Yo me encargo de él.

—Bien. Yo me encargaré de Phury. Ehlena, tú empieza a sacar radiografías de los huesos rotos.

Puesto que se trataba de una operación de campo, Manny tomó su equipo y se acercó al paciente, que estaba tumbado en el suelo, justo donde se había desplomado hacía un momento. El cabrón iba vestido de cuero negro de los pies a la cabeza. Al parecer, sufría agudos dolores, pues tenía la cabeza echada hacia atrás y apretaba los dientes.

Manny le apretó cordialmente un brazo.

—Me voy a ocupar de ti. ¿Algún problema con eso?

—Ninguno, si logra evitar que me desangre.

—Dalo por hecho. —Manny agarró unas tijeras—. Voy a cortar la pernera del pantalón, pero primero te voy a quitar los botines.

—Botas de combate. —El rubio era de armas tomar, a lo que parecía.

—Bueno. Como quieras. En todo caso, a hacer puñetas con ellas.

Nada de desatar cordones: Manny simplemente cortó por toda la caña y sacó la bota, dejando expuesto un pie del tamaño de una maleta. Y luego cortó fácilmente los pantalones de cuero hasta la cadera.

—¿Qué se ve, doc?

—Un pavo de Navidad, amigo.

—¿Tan profunda es?

—Peores las he visto. —No había necesidad de decir que se alcanzaba a ver el hueso y que la sangre brotaba a borbotones—. Tengo que volver a lavarme. Enseguida estoy aquí.

Después de pasar por el lavabo, Manny se puso un par de guantes, se volvió a sentar junto al rubio y tomó un frasco de lidocaína.

El rubio gigante a punto de desangrarse lo detuvo.

—No se preocupe por el dolor, doc. Cósame y ocúpese de mis hermanos; ellos lo necesitan más que yo. Yo lo haría solo, pero Jane no me deja.

Manny se quedó quieto por un momento.

—¿Te coserías a ti mismo?

—Lo he hecho durante muchas más décadas de las que han visto sus ojos, doc.

Manny sacudió la cabeza.

—Lo siento, muchachote. No me voy a arriesgar a que pegues un brinco mientras te estoy cosiendo la arteria.

—Doc…

Manny apuntó la jeringuilla directamente a la cara increíblemente apuesta de su paciente.

—Cállate y acuéstate. Hay que dormirte para hacer esto, así que no te preocupes. Ya tendrás tiempo de jugar a hacerte el héroe.

Otra pausa.

—Está bien, está bien. No se altere. Solo le pido que termine cuanto antes conmigo y ayude a los demás.

Era difícil no admirar la lealtad de ese tío.

Trabajando a toda velocidad, Manny anestesió la zona afectada lo mejor que pudo, mientras pinchaba la carne con la aguja formando un círculo. Por Dios, era como si hubiese vuelto a la época de la facultad de medicina y, extrañamente, se sintió más vivo de lo que se sentía cuando hacía las prodigiosas operaciones a las que se dedicaba en los últimos tiempos.

Esto era… la realidad en su máxima expresión, rock duro a todo volumen. ¡Y vaya si le gustaba ese sonido!

Agarró un montón de toallas limpias, las metió debajo de la pierna y limpió la herida. Al ver que su paciente se ponía rígido y gemía, trató de calmarle.

—Tranquilo, muchachote. Sólo estamos limpiando la herida.

—No hay… problema…

Claro que había problema y Manny querría haber podido hacer más para controlar el dolor, pero no había tiempo. Había varias fracturas múltiples de las cuales ocuparse. Así que había que estabilizarlo y seguir con el próximo.

Al oír que alguien gemía y desde la izquierda se escuchaba otra sarta de insultos, Manny tapó el minúsculo agujero que encontró en la arteria y luego cosió el músculo y procedió a restaurar la parte superficial, carne y piel.

El joven tenía los puños apretados, dominando el dolor.

—Lo estás haciendo muy bien.

—No se preocupe por mí.

—Sí, sí, ya lo sé… tus hermanos. —Manny se detuvo por un segundo—. Estás bien, no te apures.

—A la… mierda… con eso. —El guerrero sonrió y enseñó sus colmillos—. No estoy bien, estoy perfecto.

Luego el rubio cerró los ojos y se recostó, con la mandíbula tan apretada que era increíble que pudiera tragar saliva. O incluso respirar.

Manny trabajó tan rápido como pudo sin sacrificar la calidad de su tarea. Y justo cuando estaba secando la línea de sesenta puntos con una gasa, oyó que Jane gritaba.

Miró hacia ella.

—¡Su puta madre!

En la puerta de la sala de reconocimientos, el marido de Jane estaba en brazos de Red Sox y parecía que lo hubiese atropellado un camión: tenía la piel reseca y los ojos entornados. Para colmo, su bota apuntaba en la dirección equivocada.

Manny llamó a la enfermera.

—¿Podrías vendar esto? —Luego miró de reojo a su paciente—. Tengo que mirar…

—Vaya. —El rubio le dio un golpecito en el hombro—. Y gracias, doc. No olvidaré esto.

Mientras se dirigía a atender al recién llegado, Manny se preguntó si ese cabrón de la perilla le permitiría operarlo. Porque esa pierna auguraba horas de quirófano. Parecía completamente destruida aun desde esa distancia.

‡ ‡ ‡

Cuando al fin llegó a la sala de examen en brazos de Butch, Vishous entraba y salía del estado consciente. El dolor de la rodilla y la cadera estaba mucho más allá de la agonía para adentrarse en un territorio totalmente nuevo, cuyas abrumadoras sensaciones minaban su fuerza y su capacidad de pensar.

Sin embargo, V no era el único que estaba en baja forma. Al atravesar la puerta de la sala de examen, caminando sobre piernas temblorosas, Butch, agotado, golpeó la cabeza de su amigo herido contra el marco.

—¡Mierda!

—Mierda, lo siento.

—Bájame, joder. —V creía que su cabeza comenzaba a dar alaridos y a cantar una versión a capella de Welcome to the Jungle.

Para acallar ese endemoniado concierto, V abrió los ojos con la esperanza de distraerse.

Jane estaba justo frente a él, con una jeringuilla en una de las manos enguantadas y llenas de sangre, y el pelo recogido con una cinta.

El vampiro herido gruñó.

—Ella no. Ella… no…

Los profesionales de la medicina nunca deben tratar a sus parejas; eso es garantía de un desastre. Si su rodilla o su cadera quedaban lesionadas de por vida, Vishous no quería que Jane lo tuviera en la conciencia. Dios sabía que ya tenían suficientes problemas entre ellos.

En ese momento intervino Manny.

—Entonces yo soy tu única opción. Bienvenido.

Vishous entornó los ojos. Genial. Vaya opción.

El humano no se anduvo por las ramas.

—¿Estás de acuerdo? O tal vez quieres pensarlo un rato, hasta que tus articulaciones se suelden solas y queden como las de un flamenco. O la pierna se gangrene y se caiga y un problema menos.

—Eres un buen vendedor…

—Ya te digo. Pero ¿la respuesta es…?

—Vale. Sí.

—Ponlo sobre la mesa.

Butch lo acostó con mucho cuidado, pero a pesar de eso V estuvo a punto de vomitar sobre ellos, torturado por los abismales dolores.

—Hijo de puta… —Cuando esas palabras estaban terminando de salir de su boca, la cara del cirujano apareció en su campo visual—. Cuidado, Manello… no debes… estar tan cerca de mí…

—¿Quieres golpearme? Bien, pero espera a que me haya ocupado de tu pierna.

—No, no es eso, tengo… náuseas.

Manello sacudió la cabeza.

—Necesito controlar la situación desde aquí. Dame un poco de Demer…

—Demerol no. —V y Jane habían soltado la exclamación al unísono.

Enseguida, V desvió la mirada hacia donde estaba ella. Al otro extremo de la sala, la doctora transparente estaba arrodillada en el suelo, inclinada sobre el estómago de Blaylock, cosiendo una herida de aspecto muy feo. Sus manos trabajaban con la firmeza de una roca y la sutura era absolutamente perfecta. Todo en aquella mujer era la representación misma de la competencia profesional. Excepto las lágrimas que resbalaban por su cara.

Al tiempo que dejaba escapar un gemido, V miró hacia la lámpara que colgaba sobre él.

—¿La morfina os vale? —Manello, que no podía perder tiempo, preguntó cortando la manga de la chaqueta de motero de V—. Y no trates de hacerte el fuerte. Lo último que necesito es que vomites todo lo que tienes en el estómago, mientras yo trabajo aquí abajo.

Jane no contestó esta vez, así que lo hizo V.

—Sí, eso está bien.

Mientras Manello llenaba la jeringuilla, Butch se le acercó y lo miró de frente. A pesar del mal estado en que se encontraba el policía después de su trabajo de inhalación, habló con un tono absolutamente letal.

—No necesito advertirte que no debes joder con mi amigo. ¿Entiendes?

El cirujano lo miró desde atrás del frasco de morfina.

—No estoy pensando en el sexo en este momento, gracias. Pero, si lo estuviera, te aseguro que no sería con él. Así que, en lugar de andar pensando en con quién me acuesto, ¿por qué no nos haces un favor a todos y te das una ducha? Hueles a demonios.

Butch parpadeó y luego esbozó una sonrisa.

—Tienes pelotas.

—Y están hechas de bronce. También son tan grandes como una campana de iglesia.

V sintió algo frío sobre la parte interior de la articulación del codo; luego un pinchazo, y poco después creyó estar volando. Su cuerpo se convertía en una bola de algodón. De vez en cuando sentía una punzada de dolor que le subía desde las entrañas hasta el corazón. Pero no estaba relacionada con lo que Manello estaba haciendo en la herida. V no podía quitar los ojos de su compañera, que seguía atendiendo a los hermanos.

A pesar de su visión borrosa, V pudo observar cómo Jane terminaba con Blay y luego comenzaba a atender a Tohrment. No podía escuchar lo que estaba diciendo, porque sus oídos no estaban funcionando muy bien, pero era evidente que Blay había quedado muy agradecido y Tohr parecía más tranquilo solo por sentir su presencia. De vez en cuando, Manello le preguntaba algo, o Ehlena llegaba con una pregunta, o Tohr hacía una mueca de dolor y ella suspendía lo que estaba haciendo para consolarlo.

Bien, aquella era la vida de Jane, ¿no? Esa dedicación a curar, a reparar daños, a buscar la excelencia en los cuidados, esa tenaz dedicación a sus pacientes.

Su deber hacia ellos la definía, ¿no?

Y al verla así, V tuvo que reconsiderar lo que había ocurrido entre ella y Payne. Si Payne estaba decidida a quitarse la vida, Jane seguramente había tratado de detenerla. Pero cuando fue evidente que no iba a poder…

De pronto, como si supiera que la observaba, Jane se volvió a mirarlo. Sus ojos estaban tan ensombrecidos que V apenas podía ver de qué color eran y, por un momento, Jane perdió su forma corporal, como si él le hubiese robado la voluntad de vivir.

Entonces la cara del cirujano se interpuso.

—¿Necesitas más analgésicos?

V apenas podía hablar, con aquella lengua seca, gruesa, torpe.

—¿Qué?

—Acabas de gruñir.

—No… es… por la rodilla.

—No es solo la rodilla.

—¿Qué?

—Creo que tienes la cadera dislocada. Voy a quitarte los pantalones.

—Lo que sea…

Mientras volvía a concentrarse en Jane, V apenas sintió las tijeras que subieron por las dos costuras de sus pantalones de cuero, pero se dio cuenta del momento exacto en que el cirujano retiró todo el cuero, porque el maldito dejó escapar una discreta exclamación, que procuró disimular rápidamente.

V, pese a su semiinconsciencia, estaba seguro de que la reacción no tenía nada que ver con los tatuajes de advertencia escritos en Lengua Antigua. Algo malo habría visto.

—Lo siento, doc. —El vampiro no sabía muy bien por qué se estaba disculpando.

—Yo… coño, no… te voy a tapar. —El humano desapareció por un instante y regresó con una manta que puso sobre la parte baja del abdomen de V—. Sólo necesito ver tus articulaciones.

—Adelante.

Los ojos de Vishous volvieron a clavarse en Jane y de pronto se sorprendió preguntándose… si hubieran tratado de tener hijos, en el caso de que ella no hubiese muerto y regresado como un fantasma. No era muy probable que él pudiese procrear, con todo el daño que su padre le había hecho. Además, nunca había querido tener descendencia, y en eso no había cambiado.

Sin embargo, ella habría sido una madre maravillosa. Jane todo lo hacía bien.

¿Echaría de menos la sensación de estar viva?

¿Por qué no se lo había preguntado nunca?

El regreso de la cara del cirujano interrumpió sus pensamientos.

—Tienes la cadera dislocada, como imaginaba. Voy a tener que volver a ponerla en su sitio antes de intervenir en la rodilla, porque me preocupa el tema de la circulación. ¿Te encuentras bien?

—Sólo cúrame. —No hablaba: gemía—. Haz lo que se necesite.

—Bien. He colocado en la rodilla una férula provisional mientras me ocupo de lo otro. —El humano miró a Butch, que, haciendo caso omiso del consejo de que se diera una ducha, se había recostado contra la pared, a menos de medio metro de donde estaba V—. Necesito tu ayuda. Eres el único que está disponible.

El policía nunca escurría el bulto. Rápidamente reunió la energía que le quedaba y se acercó.

—¿Qué quieres que haga?

—Mantener la pelvis en su lugar. —El humano se subió sobre la mesa de acero inoxidable a la altura de las piernas de V y se agachó para no golpearse la cabeza con la lámpara—. Esto va a ser un tirón tremendo, pero no hay otra manera de hacerlo. Quiero que me mires y te mostraré dónde debes poner las manos.

Butch obedeció y se acercó.

—¿Dónde?

—Aquí. —V tuvo la vaga sensación de que algo tibio lo tocaba a la altura de la cadera—. Un poco más hacia fuera… Bien. Bien.

Butch volvió la cabeza y se dirigió a V por encima del hombro.

—¿Estás listo para esto?

Qué pregunta. Como preguntarle a alguien si está listo para recibir un golpe en la cabeza.

—Estoy… impaciente.

—No pienses en nada, solo mírame a mí.

Y eso fue lo que hizo V: observar los ligeros matices verdes que brillaban en los ojos almendrados del expolicía, los contornos de su singular nariz torcida y la sombra de la barba.

Cuando el humano agarró la parte baja de los muslos de V y comenzó a levantarlos, V se sacudió contra la mesa y se golpeó la cabeza, apretando los dientes con una fuerza desconocida para él.

El policía siguió consolándolo.

—Tranquilo, calma. Concéntrate en mí.

En ese momento V no podía concentrarse nada más que en el dolor. Era una sensación nueva. Incluso para él, especialista en sufrimientos. Aquello sí era dolor, no lo que él había conocido antes. DOLOR con mayúsculas.

Vishous respiraba con dificultad, no sabía si podría soportar aquello. Sentía que se iba.

Se oyó una voz, posiblemente la del humano.

—Dile que respire.

Sí, eso era lo que quería. Pero no podía.

—Está bien, a la de tres voy a empujar la articulación para volver a colocarla. ¿Listo?

V, loco de dolor, asfixiado, no sabía con quién estaba hablando el cirujano, porque, si era con él, no había manera de responder. El corazón le latía como loco, los pulmones se habían vuelto de piedra y su cerebro parecía Las Vegas por la noche y…

—¡Tres!

Vishous soltó un terrible alarido.

Lo único que resonó con más fuerza fue el crujido de la cadera al volver a su sitio. Y lo último que V vio antes de entregar su habitación en el Hotel de la Conciencia fue cómo la cabeza de Jane giraba abruptamente y sus ojos reflejaban un incontrolable pánico, como si lo peor que le pudiera pasar en la vida era que él estuviese sufriendo…

Así supo que todavía la amaba.