30

Qhuinn oyó el agudo silbido que rebotaba como una bala contra las paredes del vestíbulo de la mansión. Se dijo que tenía que ser cosa de John Matthew.

Joder, como si no lo hubiese oído miles de veces a lo largo de los últimos tres años.

Tras poner un pie en el primer escalón de la enorme escalera, Qhuinn se detuvo y se secó el sudor de la cara con la camisa que llevaba en la mano. Tuvo que agarrarse de la barandilla tallada para no perder el equilibrio. Después de hacer tanto ejercicio la cabeza parecía írsele un poco, como si fuese especialmente liviana, lo cual contrastaba con el resto de su cuerpo: las piernas y el trasero le pesaban tanto como debía de pesar aquella condenada mansión…

Sonó de nuevo el silbido, y Qhuinn se dijo que definitivamente alguien parecía estar hablando con él. Así que dio media vuelta y vio a John Matthew de pie, en medio de las puertas del comedor.

—¿Qué demonios te has hecho? —dijo John Matthew por señas, apuntando luego el dedo hacia su propia cabeza.

Qué vida ésta, pensó Qhuinn. En el pasado, una pregunta semejante habría hecho referencia a muchas más cosas aparte de un cambio de peinado.

—Se llama rapado.

—¿Seguro? A mí me parece un absoluto desastre.

Qhuinn se pasó la mano por la cabeza rapada.

—No es nada raro.

—Al menos sabes que tienes la opción de usar peluca. —Los ojos azules de John se entornaron—. ¿Y dónde está el metal?

—En el armario de las armas.

—No me refiero a las armas, sino a toda la mierda que llevabas en la cara.

Qhuinn se limitó a sacudir la cabeza y dio media vuelta, pues no estaba interesado en hablar sobre todos los piercings que se había quitado. Estaba aturdido y exhausto físicamente y se sentía tan dolorido por el ejercicio que hacía a diario que…

Sonó otro silbido y sintió ganas de mandar a John a la mierda. Pero resistió la tentación porque eso implicaría más demora: John nunca lo dejaba escaparse cuando tenía el día pesado.

Qhuinn miró hacia atrás y gruñó.

—¿Qué coño pasa?

—Tienes que comer más. Ya sea con todos o por tu cuenta. Te estás convirtiendo en un esqueleto…

—Estoy bien…

—Tonterías. Será mejor que empieces a comer o haré que clausuren ese gimnasio y te prohíban la entrada. Tú decides. Aparte de eso, he llamado a Layla. Ya está en tu habitación esperándote.

Qhuinn apretó los puños y arrugó la despejada frente. Agitó con fuerza la cabeza. Mala idea, porque sintió como si el vestíbulo comenzara a dar vueltas a su alrededor. Así que tuvo que agarrarse otra vez de la barandilla. Una vez seguro, tronó.

—Yo puedo apañarme solo.

—Pero como no ibas a hacerlo, lo hice por ti… Aparte de matar a una docena de restrictores, esa será mi buena acción de la semana.

—¿Quieres dártelas de Madre Teresa? Pues búscate otro menesteroso a quien beneficiar. Yo no sirvo.

—Lo siento. Te elegí a ti y será mejor que te muevas. No querrás hacer esperar a una dama. Ah, y mientras Xhex y yo estábamos en la cocina, le pedí a Fritz que te preparara algo de comer y te lo llevara a tu cuarto. Chao.

Al ver que John se marchaba hacia la cocina, Qhuinn le gritó con rabia.

—No quiero que te conviertas en mi salvador, imbécil. Me puedo valer por mí mismo.

La respuesta de John fue un corte de mangas por encima de la cabeza, prosiguiendo su camino, sin darse la vuelta.

—¡Vete a la mierda!

Realmente no quería ver a Layla en ese momento.

No es que tuviera nada contra la Elegida, pero la idea de encerrarse ahora con una persona siempre interesada en mantener relaciones sexuales sencillamente lo dejaba extenuado. Lo cual era toda una ironía, ¿no? Hasta ahora, el sexo no es que hubiera formado parte de su vida, sino que era toda su vida. Pero ¿qué había ocurrido en la última semana? La idea de estar con alguien le causaba náuseas.

Por Dios, de seguir así, el pelirrojo de la otra noche sería la última persona con la que habría follado en su vida. Era evidente que la Virgen Escribana tenía un perverso sentido del humor.

Con ánimo sombrío, se obligó a marchar escaleras arriba, casi arrastrándose. Por el camino se preparó para decirle a Layla, de la manera más amable, que por favor se ocupara de sus propios asuntos.

Pero al llegar al segundo rellano sintió un mareo que lo obligó a frenar en seco.

Durante las últimas siete noches, se había acostumbrado a la permanente sensación de aturdimiento que le producía la combinación de hacer todo el ejercicio que estaba haciendo en el gimnasio y comer como un pajarillo. En realidad, eso era exactamente lo que buscaba: marearse. Joder, era más barato que emborracharse y la sensación de estar volando sólo cesaba cuando comía.

Pero este mareo era distinto. Se sentía como si alguien lo hubiese empujado por detrás y sus piernas ya no fueran capaces de sostenerlo; aunque, a juzgar por lo que podía percibir, al parecer todavía estaba de pie. Además, tenía las caderas apoyadas en la barandilla.

Hasta que, súbitamente, sin que mediara ningún aviso, una de sus rodillas se dobló y Qhuinn se desplomó como un libro que cae de una estantería. Cataplás.

Gracias a sus rápidos reflejos, no cayó del todo, pero se quedó prácticamente colgando de la maldita barandilla. Entonces clavó la mirada en la pierna y se dio un par de golpes, mientras respiraba profundamente y apelaba a toda su fuerza de voluntad para obligar a su cuerpo a seguir subiendo.

Sin embargo, todo fue en vano.

En lugar de eso, se fue escurriendo lentamente y tuvo que dar media vuelta y agacharse, hasta quedarse en cuclillas sobre la alfombra. Además, no parecía poder respirar… o, mejor dicho, respiraba pero no servía de nada.

Joder… Maldición… Vamos…

A la mierda.

Desde arriba le llegó una voz.

—¿Le ocurre algo, señor?

Dos veces a la mierda.

Mientras apretaba los ojos, Qhuinn pensó que la aparición de Layla era como la comprobación de las malditas leyes de Murphy en vivo y en directo.

—Señor, ¿puedo ayudarte?

Pero, claro, tal vez había una cosa buena en aquella lamentable situación: mejor que lo hubiera encontrado Layla y no uno de los Hermanos.

—Sí. Es la rodilla. Creo que me he lesionado en el gimnasio.

Qhuinn levantó la vista cuando la Elegida se apresuró a bajar a auxiliarlo y, mientras ella parecía flotar, su túnica blanca contrastaba con el rojo profundo de la alfombra y el deslumbrante entorno dorado del vestíbulo.

Se sintió como un perfecto idiota cuando ella le tendió la mano. Qhuinn trató de ponerse de pie; pero no lo logró.

—Yo, verás, te advierto que soy muy pesado.

Entonces la preciosa mano de Layla agarró la suya con más fuerza y Qhuinn se sorprendió al ver que a él le temblaban los dedos. Y más se sorprendió al ver cómo Layla lo levantaba del suelo con un solo movimiento.

—Eres muy fuerte, Layla.

La Elegida le pasó el brazo por la cintura y lo ayudó a mantenerse en pie.

—Ven, te ayudaré a caminar.

—Estoy completamente sudado, perdona.

—No importa.

Y diciendo esas palabras, comenzaron a avanzar. Muy lentamente, terminaron de subir las escaleras y enfilaron el pasillo del segundo piso. Renqueaba a su paso frente a toda clase de puertas, que por fortuna estaban cerradas: el estudio de Wrath, la habitación de Tohrment, la de Blay… Qhuinn no quería ni mirar esa puerta. Luego pasaron ante la de Saxton. Bien, tampoco iba a echar abajo esa para lanzar a su primo por la ventana de una patada.

Más adelante, las habitaciones de John Matthew y Xhex, y finalmente la suya.

La Elegida le habló con dulzura.

—Abriré la puerta.

Tuvieron que entrar de lado debido a lo grande que era Qhuinn, que se sintió muy agradecido cuando por fin Layla cerró la puerta tras ellos y lo llevó hasta la cama. Nadie tenía que enterarse de lo que estaba ocurriendo. Lo más probable era que la Elegida aceptara su explicación de que solo era un dolor sin importancia provocado por una lesión de nada.

El plan era sentarse, pero en cuanto Layla lo soltó, el enflaquecido vampiro se desplomó hacia atrás sobre el colchón, y allí se quedó sin poder moverse. Bajó la vista hacia su cuerpo y se preguntó por qué no podría ver el coche que sin duda tenía aparcado encima. Definitivamente no era un Prius. Parecía más una Chevrolet Tahoe. O algo más grande. Un camión, incluso.

En todo caso, un coche bastante grande.

—Escucha, Layla, ¿podrías mirar en el bolsillo de mi chaqueta? Tengo ahí una barra de proteínas.

De pronto se oyeron ruidos en la puerta. Y luego llegó el aroma de algo que parecía una cena.

—¿No quieres probar mejor un poco de asado, señor?

Qhuinn sintió que el estómago se le apretaba como si fuera un puño.

—Dios… no…

—También hay arroz.

—Sólo quiero una de esas barras, por favor.

Un sutil chirrido le sugirió a Qhuinn que Layla debía estar acercando la bandeja y, un segundo después, llegó hasta sus narices mucho más que el mero aroma de lo que Fritz había preparado.

—Espera… espera, mierda… —Qhuinn se estiró hacia la papelera y metió allí la cabeza a la espera de que se le pasaran las arcadas—. Comida, no, joder…

—Necesitas comer. —Layla le hablaba de pronto con sorprendente autoridad—. Y además yo te voy a alimentar.

—No te atrevas a…

—Toma. —En lugar de la carne o el arroz, Qhuinn se encontró frente a un trozo de pan—. Abre la boca. Necesitas la comida, señor. Eso fue lo que dijo tu John Matthew.

Qhuinn se dejó caer sobre las almohadas y se puso un brazo sobre la cara. Sentía el corazón dando brincos detrás del esternón y de repente se dio cuenta de que, si seguía así, realmente se podía matar.

Y curiosamente la idea no le pareció tan mala. En especial cuando recordó la cara de Blay.

Era tan hermoso. Tan absolutamente hermoso. Parecía estúpido, una completa mariconada, decir eso de su amigo, pero era cierto. Esos malditos labios eran el problema; atractivos y carnosos. ¿O tal vez eran los ojos, tan jodidamente azules?

Qhuinn había besado esa boca y le había encantado hacerlo. Había visto encenderse la chispa en aquellos ojos.

Él podría haber sido el primero, y el único, en tener a Blay. Pero ¿qué había ocurrido? Había llegado su primo y…

—No, joder —gruñó, ante la cercanía del pan, que le había sacado de sus pensamientos.

—Señor. Come.

Sin energía para batallar, Qhuinn hizo lo que le decían, abrió la boca, masticó de manera mecánica y tragó la comida a pesar de que sentía la garganta seca. Y luego lo volvió a hacer otra vez. Y otra más. Resultó que los hidratos de carbono apaciguaron el terremoto que había en su estómago y, más rápido de lo que cabría esperar, se vio deseando algo un poco más sustancioso. Sin embargo, lo que seguía en el menú era un poco de agua mineral, que Layla le dio en pequeños sorbos.

—Tal vez deberíamos descansar un rato. —Qhuinn rechazó otro trozo de pan.

Se echó de lado, y notó, cosa que jamás le había ocurrido, que los huesos de sus piernas chocaban uno contra otro. Más le sorprendió ver que el brazo se posaba en el pecho de una manera distinta a la habitual: ahora había menos músculos pectorales que le sirvieran de colchón.

El pantalón de deporte Nike le quedaba ancho, muy flojo ya en la cintura.

Y pensar que se había hecho todo ese daño apenas en siete días.

A ese paso, en dos o tres sesiones de gimnasio más, dejaría de parecerse por completo al de siempre.

Al diablo con eso, la verdad era que ya no se parecía al de siempre. Tal como John Matthew había notado, no solo se había rapado la cabeza, sino que se había quitado el piercing de la ceja, el del labio inferior y otros, además de la docena de aros que llevaba en las orejas. También se había quitado los anillos del pecho. Todavía tenía un piercing en la lengua, pero no era visible. En realidad no se lo había quitado por eso, porque nadie podía verlo.

Estaba descontento, por no decir harto consigo mismo en muchos aspectos. Harto de ser el raro de la panda. Harto de arrastrar su reputación de promiscuo.

Y ya no le interesaba rebelarse contra un montón de cadáveres. Por favor, Qhuinn no necesitaba que ningún psiquiatra le explicara por qué era así: su familia parecía salida de una revista de la glymera, perfecta y conservadora, y como pago habían recibido a un maldito puto bisexual lleno de piercings, con atuendo gótico y enfermiza fascinación por las agujas. Pero ¿cuánto de todo aquello se correspondía verdaderamente con su personalidad y cuánto era simple expresión de rebeldía por tener los ojos de distintos colores?

¿Quién era él realmente?

De pronto sonó de nuevo la voz de la Elegida.

—¿Quieres más?

Menuda pregunta.

Cuando vio que la Elegida volvía a ofrecerle pan, el vampiro famélico dejó de oponer resistencia. Abrió la boca y se comió el maldito pan como si fuera un bebé. Y luego más. Finalmente Layla le acercó a los labios el tenedor con un trozo de asado.

—Probemos con esto, señor. Por favor, mastica lentamente.

¿Lentamente? No, guapa, imposible, mala suerte. Su organismo reaccionó enseguida ante el estímulo de la comida y empezó a devorar la carne, a veces con tanta prisa que mordía hasta el tenedor. Layla decidió seguirle el ritmo, dándole un bocado tras otro, tan rápido como él podía recibirlo.

—Espera un momento. —De repente, Qhuinn, otra vez mareado temió devolverlo todo.

Se acostó de nuevo sobre la espalda y apoyó una mano sobre el pecho. Hacer respiraciones cortas y pausadas fue su salvación.

Si llenaba demasiado los pulmones creía reventar.

Después de un rato, la cara de Layla apareció en su campo visual.

—Señor, tal vez deberíamos parar aquí. Por ahora ha sido suficiente.

Qhuinn entornó los ojos y, por primera vez desde que había aparecido, la vio con claridad.

Dios, era preciosa, con ese pelo rubio recogido en la parte alta de la cabeza y ese rostro perfecto. Con esos labios de color fresa y esos ojos verdes que brillaban con la luz, Layla era todo lo que la raza valoraba en términos de ADN: no tenía ningún defecto visible.

Qhuinn levantó la mano y le acarició el moño. Era tan suave. No necesitaba ponerse laca; era como si las ondas de su pelo supieran que su trabajo era subrayar los rasgos y estuvieran ansiosas por cumplir lo mejor posible con su oficio.

—¿Qué ocurre, señor? —Se puso muy tensa.

Qhuinn sabía lo que había debajo de esa túnica: Layla tenía unos senos absolutamente maravillosos y su estómago era plano como una tabla… y esas caderas y el sexo sedoso entre las piernas eran tesoros por los que un hombre aceptaría caminar sobre cristales.

Qhuinn conocía esos detalles porque lo había visto todo, y había tocado y hasta puesto la boca en la mayor parte.

Sin embargo, no la había poseído. Y tampoco había llegado muy lejos. Siendo una ehros, Layla había sido entrenada para el sexo, pero al no haber un Gran Padre que sirviera a las Elegidas de esa manera, ella solo tenía conocimientos teóricos. Nunca había hecho trabajo «de campo», por decirlo de alguna manera. Durante un tiempo, Qhuinn había disfrutado de la oportunidad de mostrarle algunas cosas.

Pero no se sentía bien haciéndolo.

Bueno, ella había sentido muchas cosas que creía que estaban bien, pero sus ojos parecían tener demasiadas expectativas, mientras que el corazón de Qhuinn albergaba muy pocas como para que las cosas pudieran seguir adelante.

—¿Te gustaría alimentarte de mi vena, señor? —Layla, más tranquila, hablaba con voz sensual.

Qhuinn se quedó mirándola en silencio.

Los labios rojos de Layla se entreabrieron de nuevo.

—Señor, ¿te gustaría… tomarme?

Al cerrar los ojos, Qhuinn volvió a ver la cara de Blay. Pero no como era ahora, no. No vio al frío desconocido que él mismo había creado. Volvió a ver al antiguo Blay, el de los ojos azules que siempre estaban fijos en él.

—Señor, sigo aquí, estoy a tus órdenes. Todavía. Siempre.

Cuando Qhuinn volvió a concentrarse en Layla, vio que tenía los dedos sobre las solapas del manto y que había abierto las dos mitades, exhibiendo ante sus ojos aquel elegante cuello y la gloriosa hendidura del pecho.

—Señor, deseo servirte. —Layla, con gesto indescriptiblemente erótico, se separó un poco más las dos partes del manto y se ofreció al vampiro no solo para que se alimentara de la vena sino de todo su cuerpo—. Tómame…

Qhuinn detuvo aquellas delicadas manos cuando bajaron hacia la cinta que ceñía la cintura.

—Para.

Layla abrió los ojos desmesuradamente. Se había quedado petrificada. Hasta que reaccionó y se recolocó bruscamente el manto.

—Entonces puedes tomar sangre de mi muñeca. —La mano le temblaba cuando se subió la manga—. Toma de mis venas lo que necesitas de manera tan evidente.

Layla no lo miró. Probablemente no podía hacerlo.

Y sin embargo allí estaba… rechazada por una desgracia que no tenía nada que ver con ella y que él nunca había querido imponerle… ofreciéndosele todavía, pero no de manera patética, sino porque había nacido y había sido criada para cumplir un propósito que no tenía nada que ver con lo que ella deseaba y sí mucho que ver con las rígidas normas sociales.

La Elegida, inocente pero digna, estaba decidida a cumplir con su deber. Aunque no la desearan por ser la persona que era.

Por Dios, Qhuinn sabía perfectamente lo que ella sentía en ese momento.

—Layla…

—No te disculpes, señor. Eso es más humillante.

Qhuinn la agarró del brazo porque tuvo la impresión de que la mujer estaba a punto de ponerse de pie.

—Mira, esto es culpa mía. Nunca debí comenzar ese juego sexual contigo…

—Ahora soy yo la que dice que es suficiente. —Layla y tenía la espalda tan tiesa como una tabla, la barbilla levantada y la voz un poco alterada—. Por favor, déjame ir.

Qhuinn frunció el ceño.

—Mierda, estás helada.

—¿Lo estoy?

—Sí. —Qhuinn pasó la mano por el brazo de Layla, como para comprobarlo—. ¿Tú también necesitas alimentarte? ¿Layla? ¿No me respondes?

La Elegida pareció relajarse un poco.

—He permanecido en el Otro Lado, en el Santuario, así que no lo necesito.

Bueno, eso tenía sentido, ciertamente. Si una Elegida vivía en el Otro lado, existía sin existir, así que no necesitaba beber sangre… aunque, al parecer, esa necesidad sí se podía reactivar. Durante los últimos dos años, Layla era quien se había encargado de alimentar a los Hermanos que no podían hacerlo de sus shellans. Ella era la Elegida elegida por todo el mundo.

Entonces el vampiro pareció caer en la cuenta de algo.

—Espera, ¿no has ido a la casa de los Adirondacks?

Ahora que Phury había liberado a las Elegidas de la existencia rígida y aislada que llevaban, la mayor parte de ellas habían abandonado el Santuario en el que habían pasado encerradas siglos enteros y habían ido a la gran casa de campo de los Adirondacks, donde aprendían a disfrutar de las libertades que ofrecía la vida en este lado.

—¿Layla?

—No, no he vuelto a ir.

—¿Por qué?

—No puedo. —Layla hizo un gesto que pretendía acabar con la conversación y se volvió a subir la manga—. Señor, ¿vas a beber de mi vena?

—¿Por qué no has vuelto?

Los ojos de Layla por fin se clavaron en los de Qhuinn. Parecía estar francamente furiosa, lo cual supuso para Qhuinn un extraño alivio, pues la sumisa actitud con que ella parecía aceptar todo le hacía dudar de su inteligencia. Pero, a juzgar por la expresión que tenía en ese momento, aquella criatura era bastante más que un simple cuerpo perfecto.

—Layla, respóndeme. ¿Por qué no has vuelto?

—Porque no puedo.

—¿Quién dice que no puedes? —Qhuinn no era muy cercano a Phury, desde luego, pero conocía lo suficientemente bien al Hermano como para no vacilar en plantearle un problema—. ¿Quién dice que no puedes?

—No se trata de que alguien lo diga, no te inquietes. —Layla volvió a sacudir la muñeca—. Bebe para que vuelvas a tener la fortaleza que necesitas y así te podré dejar en paz.

—Está bien, si no se trata de alguien, entonces dime qué te lo impide.

Una expresión de frustración cruzó como una sombra por el rostro de Layla.

—Eso no tiene por qué preocuparte.

—Yo decidiré por qué cosas me preocupo, gracias. —A Qhuinn no le gustaba maltratar a las hembras, pero tampoco era un marqués, y sin embargo, al parecer, el caballero que llevaba dentro acababa de levantarse de la cama donde llevaba años dormido, y ahora quería recuperar todo el tiempo perdido—. Dime.

Qhuinn detestaba todo ese rollo de hablar y compartir las tristezas con los demás, y embargo allí estaba, tratando de averiguar qué le sucedía a Layla. Desde luego, le irritaba que algo estuviera haciendo daño a aquella hembra.

—Está bien. —Layla levantó las manos, como rindiéndose—. Si me quedo mucho tiempo en la casa de campo, no puedo cubrir vuestras necesidades de sangre. Así que debo ir al Santuario para recuperarme y esperar a que me llamen. En ese momento vengo a este lado y os atiendo y después tengo que regresar de nuevo al Santuario. De modo que no, no puedo ir a las montañas.

—Por Dios…

—No importa.

Todos ellos no eran más que un montón de cabrones egoístas. Deberían haber previsto este problema. Joder, por lo menos Phury debería haberlo tenido en cuenta. A menos que…

—¿Has hablado con el Gran Padre?

—¿Acerca de qué exactamente? —La respuesta fue brusca—. Dime, señor, ¿tú tendrías mucha prisa para exponer ante tu rey tus debilidades en el campo de batalla?

—¿Y cuáles son tus supuestas debilidades? Si tú te encargas de la alimentación de al menos cuatro de nosotros…

—Por eso mismo. Es mi obligación, y mi capacidad para atenderos es muy limitada.

Layla se puso de pie y caminó hasta la ventana. Mientras miraba hacia fuera, Qhuinn sintió no ser capaz de desearla: en ese momento, habría dado cualquier cosa por sentir por ella lo que ella sentía por él; después de todo, era todo lo que su familia valoraba, el pináculo social para una hembra. Y lo deseaba.

Pero al mirar en el fondo de su corazón, Qhuinn sabía que ya había alguien que ocupaba ese lugar. Y nada podría cambiar eso. Nunca, al parecer.

—Yo no sé quién o qué soy exactamente.

Ahora Layla parecía estar hablando consigo misma.

Bueno, parecía que los dos iban en el mismo tren hacia ninguna parte en lo de conocerse a uno mismo.

—Y no lo vas a averiguar si no abandonas ese Santuario.

—Eso es imposible si debo atender…

—Pues usaremos a alguien más. Es así de simple.

Layla volvió a ponerse en guardia al oír estas palabras.

—Por supuesto, señor. Podéis hacer lo que queráis.

Qhuinn se quedó mirando la expresión dura de aquella preciosa cara.

—Se supone que eso debería ayudarte.

Ella lo miró, no ya con dureza, sino casi con odio.

—Pues no ayuda, porque de hacerlo me dejaríais sin nada. Vuestra decisión me perjudicaría.

—Es tu vida. Tú puedes elegir.

—No hablemos más de esto. —Layla levantó las manos—. ¡Querida Virgen Escribana! Tú no tienes idea de lo que se siente al desear cosas que no estás destinado a tener.

Qhuinn soltó una carcajada cargada de amargura.

—Claro que sí. —Vio que Layla abría los ojos y levantaba las cejas con gesto de asombro, así que entornó los ojos y se explicó—. Tú y yo tenemos más cosas en común de lo que crees.

—Pero si tú tienes toda la libertad del mundo. ¿Qué más puedes desear?

—Créeme, las cosas no son lo que parecen.

—Bueno, yo te deseo a ti y no te puedo tener. Eso no es decisión mía. Al menos si te atiendo a ti y a los demás, tengo un propósito en la vida, aparte de lamentarme por haber perdido algo con lo que soñaba.

Qhuinn respiró profundamente. La actitud de Layla era muy digna de respeto. No había ni una pizca de autocompasión en su voz. Solo estaba exponiendo los hechos tal como los entendía.

Mierda, ella era exactamente la clase de shellan que él había deseado en otro tiempo. A pesar de que llevaba años follando con cualquier cosa que caminara, en el fondo de su mente siempre se veía comprometido con una hembra, y para siempre. Una hembra con un linaje impecable y mucha clase; una hembra como ella, que sus padres no solo habrían aprobado sino por la cual lo habrían respetado por primera vez en la vida.

Ese siempre había sido su sueño. Sin embargo, ahora que había aparecido frente a sus ojos… ahora que estaba de pie al otro extremo de su habitación y lo estaba mirando a la cara… él deseaba algo totalmente distinto.

—Quisiera sentir algo realmente profundo por ti. —Qhuinn hablaba con voz ronca, un punto emotiva, respondiendo a la verdad con otra verdad—. Haría casi cualquier cosa por sentir por ti lo que debería sentir. Tú eres mi hembra perfecta. Todo lo que siempre deseé, y que creí que nunca podría tener.

Layla abrió tanto los ojos que parecían un par de lunas, hermosas y brillantes.

—Entonces ¿por qué…?

Qhuinn se restregó la cara y se preguntó qué coño estaba diciendo.

Era un perfecto cretino.

Cuando se quitó las manos de la cara, sintió una cierta humedad en la que no quería pensar mucho.

—Estoy enamorado de otra persona —dijo con voz apagada—. Esa es la razón.