29
Mientras permanecía sentada en el borde de la cama, con los pies colgando, Payne comenzó a flexionar primero uno y luego el otro, al tiempo que se maravillaba del milagro que era pensar una orden y lograr que las piernas la obedecieran.
—Ven, ponte esto.
Al levantar la vista, se sintió momentáneamente distraída por la boca de su sanador. Ahora, la Elegida no podía creer que ellos hubiesen… que él hubiese… hasta que ella…
Sí, ponerse una bata era buena idea, se dijo Payne.
—No dejaré que te caigas, tranquila. —El cirujano la tranquilizaba mientras la ayudaba a ponerse la bata—. No te quepa la menor duda de que estarás muy segura.
Le creyó. Creía ciegamente en aquel maravilloso humano.
—Gracias.
—No hay de qué. —Manny le tendió el brazo—. Vamos… hagámoslo de una vez.
Pero la gratitud que sentía era tan compleja que no podía dejar de explicarla. El «no hay de qué» no sirvió para frenar su discurso apasionado.
—Por todo, sanador. Gracias por todo, por venir, por ayudarme, por… bueno por eso que…
Manny le sonrió brevemente, ayudándola luego a salir del atolladero.
—Estoy aquí para hacer que mejores. Es lo mío.
—Eso es verdad, pero no todos los sanadores se portan así.
Y diciendo eso, Payne se impulsó con cuidado hasta ponerse de pie.
Lo primero que notó fue el frío del suelo bajo las plantas de los pies, y enseguida notó su propio peso y las cosas se pusieron francamente feas: los músculos sufrieron espasmos al recibir inesperadamente la presión de todo el cuerpo y las piernas se doblaron como si fueran frágiles cañas… Sin embargo, su sanador estaba allí cuando lo necesitó y enseguida le pasó el brazo por detrás de la cintura y la sostuvo.
Trató de afirmarse en pie durante unos segundos. Finalmente habló entre jadeos provocados por el esfuerzo y por la emoción.
—Estoy de pie. Estoy… de pie.
—Claro que lo estás.
La parte inferior de su cuerpo no se parecía a la de antes: los muslos y las pantorrillas temblaban tanto que Payne sentía que sus rodillas se golpeaban una contra otra. Pero lo importante era que estaba de pie.
Estaba entusiasmada:
—Ahora vamos a caminar.
Del desánimo más absoluto había pasado a la mayor osadía.
—Tal vez sea mejor hacer esto con calma…
—Al baño. —Se sentía capaz de cualquier cosa—. Vamos al baño, donde me ocuparé de mis necesidades personales sin la ayuda de nadie.
La independencia era un factor absolutamente vital. Tener el privilegio de disfrutar de la sencilla pero profunda dignidad de hacerse cargo de las necesidades de su cuerpo le parecía, después de todo lo sufrido, como maná caído del cielo, una prueba de que todo en la vida podía acabar siendo una bendición. O todo lo contrario, claro.
Solo que, cuando trató de dar el primer paso, no pudo levantar el pie.
—Cambia el peso del cuerpo. —El médico la hizo girar ciento ochenta grados y se colocó detrás de ella—. Tranquila, haz lo que te digo, que yo me ocuparé del resto.
Obedeció y notó que una mano de su sanador se apoyaba en la parte posterior de su muslo y le levantaba la pierna. Sin que él tuviera que decírselo, Payne intuyó que debía inclinarse hacia delante y descargar delicadamente el peso sobre esa pierna, mientras él le acomodaba la rodilla e impedía que la articulación fallara.
El milagro tenía mucho de maniobra mecánica, pero no por ello era menos emocionante.
Lo cierto es que Payne caminó hasta el baño.
Al alcanzar su objetivo, el enamorado cirujano la dejó a solas y ella utilizó la barra lateral incrustada en la pared para ayudarse.
Payne sonreía todo el tiempo. Lo cual, se decía a sí misma, era completamente ridículo.
Cuando terminó, se puso de pie apoyándose en la barra y abrió la puerta. Su sanador estaba esperando allí mismo. Ambos se ofrecieron los brazos al unísono.
—Vanos de vuelta a la cama. —Manny no rogaba, ordenaba—. Voy a examinarte y luego te conseguiré unas muletas.
Payne asintió con la cabeza y se desplazó lentamente hasta la cama. Cuando por fin se acostó, estaba jadeando, pero se sentía más que satisfecha. La debilidad era algo que podía soportar. Pero el horrible frío y la falta de sensibilidad eran como una sentencia de muerte.
Una sentencia que a punto estuvo de ejecutarse.
La vampira cerró los ojos, tragó saliva y respiró hondo. Mientras tanto, el doctor comprobaba sus constantes vitales con diligencia.
—Tienes la tensión un poco alta. Pero eso puede ser debido a lo que nosotros… en fin, lo que hicimos… lo que hicimos. Puede que yo también la tenga. —Manny se aclaró la garganta, algo que parecía estar haciendo mucho últimamente—. Ahora examinemos las piernas. Quiero que te relajes y cierres los ojos. No mires, por favor.
La mujer obedeció y Manny hizo su trabajo.
—¿Puedes sentir esto?
Payne frunció el ceño y se concentró en distinguir las diferentes sensaciones de su cuerpo, desde la suavidad del colchón, pasando por la casi imperceptible brisa fría que le acariciaba la cara, hasta la sábana sobre la que reposaba su mano.
Nada. No sentía…
Se incorporó de repente, como un resorte, impulsada por el pánico. Clavó la vista en sus piernas y vio que Manny no la estaba tocando: tenía las manos a los lados de su propio cuerpo.
—Me has engañado.
—No. Simplemente hago pruebas.
Volvió a acostarse y a cerrar los ojos con enormes deseos de maldecir, pero podía entender las razones de su sanador.
—¿Qué tal ahora?
Payne sintió un ligero peso debajo de la rodilla. Lo notaba con claridad meridiana.
—Tu mano está sobre mi pierna… —Entonces abrió un ojo y vio que no había engaño—. Sí, me estás tocando.
—¿Alguna diferencia con respecto a lo que sentiste antes, es decir, la primera vez que empezaste a tener sensaciones?
Payne frunció el ceño.
—Es ligeramente… más fácil de sentir.
—El aumento de la sensibilidad es una magnífica señal.
Manny palpó el otro lado. Luego subió casi hasta la cadera. Después bajó hasta el pie. Luego examinó la parte interna del muslo… la parte externa de la rodilla.
Así llegó a la última zona.
—¿Y ahora?
En medio de la oscuridad, Payne se concentró por enésima vez en sus sensaciones.
—No, no siento… ahora nada.
—Bien. Ya hemos terminado.
Payne abrió los ojos y miró a su sanador. Experimentó un extraño estremecimiento. ¿Cómo sería el futuro que les esperaba a ellos dos?, se preguntó. ¿Qué pasaría después de este periodo de convalecencia? Con todos sus dramáticos inconvenientes, la parálisis tenía una ventaja: simplificaba mucho las cosas. Pero si se recuperaba, eso terminaría.
Llegado ese momento, ¿querría Manny estar con ella?
Payne estiró la mano y agarró la de su sanador.
—Eres como una bendición para mí.
—¿Por tu mejoría? —El médico negó con la cabeza—. No, esto es obra tuya, bambina. Tu cuerpo se está recuperando solo. Es la única explicación. —El sanador se inclinó sobre ella, le acarició el pelo y le estampó un casto beso en la frente—. Ahora tienes que dormir. Estás exhausta.
—No te irás, ¿verdad?
—Claro que no. —Manny miró de reojo el asiento que había usado para apagar la lámpara del techo—. Estaré aquí.
—Esta cama… es suficientemente ancha para los dos.
Al ver que el hombre vacilaba, ella tuvo la impresión de que algo había cambiado en él. Y, sin embargo, acababa de tratarla con maestría erótica y ese aroma suyo se había hecho más intenso… es decir que sin duda otra vez estaba excitado. No obstante… ahora parecía haber entre ellos una sutil distancia, una barrera invisible.
—¿Vienes? Por favor.
Manny se sentó en el borde de la cama y comenzó a acariciarle el brazo lenta y rítmicamente… Y esa actitud la puso nerviosa.
El médico trató de explicarse dulcemente.
—No creo que sea una buena idea.
—¿Por qué no?
—Creo que será más fácil para todos si los detalles del tratamiento quedan solo entre tú y yo.
—Ah, entiendo.
—Ese hermano tuyo me trajo aquí porque está dispuesto a hacer cualquier cosa para que mejores. Pero hay una diferencia entre la teoría y la práctica. Si él entra y nos encuentra juntos en la cama, solo estaremos añadiendo otro problema a los que ya tenemos.
—¿Y si te digo que no me importa lo que él piense?
—Debes tener paciencia con él. —El sanador se estremeció—. Seré sincero contigo. No soy el mayor admirador de tu hermano, pero, por otro lado, le ha tocado verte aquí sufriendo, y eso…
Payne respiró hondo y pensó: ah, si solo fuera eso.
—Yo tengo la culpa de todo.
—Tú no pediste que te lesionaran.
—No me refiero a la lesión… sino a la preocupación de mi hermano. Antes de que llegaras, le pedí algo que nunca debí pedirle y luego lo empeoré todo… —Payne movió la mano como si quisiera cortar el aire—. Soy una maldición para él y su compañera. En verdad, soy una maldición.
Que a ella le hubiese faltado fe en la benevolencia del destino era, quizás, comprensible, pero lo que había hecho al pedirle a Jane que la ayudara era imperdonable. La intervención del sanador había sido una revelación y una bendición más allá de todo lo imaginable, pero ahora en lo único en lo que podía pensar era en su hermano y su shellan… y en las repercusiones que su cobardía estaba teniendo y podía tener en ellos.
La vampira se estremeció, mascullando maldiciones.
—Necesito hablar con mi hermano.
—Está bien. Lo llamaré.
—Por favor.
Manny se levantó y se dirigió a la salida. Cuando tenía la mano sobre el picaporte, se detuvo.
—Necesito saber algo.
—Pregunta y te diré lo que sea.
—Quiero saber qué sucedió justo antes de que me trajeran de vuelta. Por qué fue a buscarme tu hermano.
No eran exactamente preguntas, sino solicitudes de confirmación, o de confesión. Payne sospechó, por ello, que Manny lo había adivinado todo.
—Eso es algo que debe quedar entre él y yo.
El cirujano entornó los ojos.
—¿Qué hiciste?
Ella suspiró y jugueteó con la manta.
—Dime, sanador, si no tuvieras esperanzas de volver a levantarte de la cama, y no tuvieses posibilidad de conseguir un arma, ¿qué harías?
Manny apretó los párpados por un momento. Luego abrió la puerta.
—Iré a buscar a tu hermano enseguida.
Cuando Payne se quedó a solas con sus remordimientos, trató de resistir la necesidad de maldecir. De arrojar objetos. De gritar a las paredes. Siendo la noche de su resurrección, debería estar eufórica, pero su sanador parecía distante, su hermano estaba furioso y ella tenía miedo al futuro.
Sin embargo, ese estado no duró mucho tiempo.
Aunque la cabeza le daba vueltas, la fatiga física terminó por aplacar en pocos minutos a la mente. La criatura celestial se sumió en un agujero negro sin sueños, que la abrazó en cuerpo y alma.
Su último pensamiento, antes de que todo quedara a oscuras y dejara de oír ruidos, fue que esperaba poder corregir sus errores.
Y quedarse, de una u otra forma, con su sanador para siempre.
‡ ‡ ‡
Afuera, en el pasillo, Manny se recostó contra la pared de bloques de hormigón y se restregó la cara, agobiado.
No era ningún idiota, así que en el fondo del corazón intuía, con enorme dolor, lo que había ocurrido: lo único que podría haber obligado a ese maldito vampiro a regresar al mundo humano a buscarlo tenía que ser un genuino sentimiento de desesperación. Pero, por Dios… ¿qué habría sucedido de no haberle encontrado a tiempo? ¿Qué habría ocurrido si el hermano de Payne hubiese…?
—Qué mierda de vida.
Manny se separó de la pared y se dirigió al cuarto de suministros, donde buscó un traje de cirugía nuevo, se cambió y dejó el que se había quitado en el contenedor de la ropa sucia.
La sala de reconocimiento fue la primera parada de su recorrido, pero Jane no estaba allí, así que siguió caminando hasta la oficina con puerta de cristal.
Nadie.
De vuelta en el pasillo, oyó el mismo golpeteo que había escuchado antes y que venía del cuarto de pesas, así que decidió echar un vistazo: un tío con los pelos de punta estaba sudando sangre en la cinta andadora. El hijo de puta estaba literalmente bañado en sudor y su cuerpo parecía tan consumido que casi daba lástima.
Manny salió sin hacer ruido. No tenía sentido preguntarle a ese desgraciado. ¿Qué podría haber visto?
—¿Me estás buscando a mí?
Manny se volvió al oír la voz de Jane.
—Qué oportuna. Payne necesita ver a su hermano. ¿Sabes dónde está?
—En la calle, peleando, pero regresará antes del amanecer. ¿Sucede algo?
Manny sintió la tentación de responder: «¿Por qué no me lo cuentas tú?», pero decidió no hacerlo.
—Es algo entre ellos dos. Lo único que sé es que ella quiere verlo.
Jane desvió la mirada.
—Bien. Se lo diré. ¿Cómo está Payne?
—Ya anda.
Jane volvió la cabeza enseguida.
—¡Dios! ¿Sola?
—Con un poco de ayuda, pero muy poca. ¿No tendrás, por casualidad, unas muletas o algo parecido?
—Ven conmigo.
Jane lo condujo a un gimnasio prácticamente profesional, por tamaño y equipamiento. Lo cruzaron, hasta llegar al cuarto donde se guardaba el material. Sin embargo, en contra de lo que esperaba el cirujano, tan acostumbrado a ese tipo de instalaciones, no se encontraron con un cuarto lleno de balones ni cuerdas de ningún tipo. En lugar de eso, de las estanterías colgaban cientos de armas distintas: cuchillos, estrellas Ninja, espadas, catanas, puños de hierro…
—Bonita gimnasia practicáis aquí.
—Todo esto es para el programa de entrenamiento.
—¿Entonces están educando a la nueva generación en la ciencia y el amor?
—No te burles. Tienen que defenderse, y aquí practicaban… al menos hasta los ataques.
Jane pasó de largo frente a las estanterías llenas de armas hasta llegar a una puerta marcada con una etiqueta que decía «terapia física». Allí Manny se encontró con un cuarto de rehabilitación perfectamente equipado con todo lo que un atleta profesional necesitaría para mantenerse ágil y rápido como un rayo.
—¿Has hablado de unos ataques?
Jane se puso muy seria.
—Sí. La Sociedad Restrictiva asesinó a muchas familias y los que quedaron abandonaron Caldwell. Poco a poco están empezando a regresar, pero últimamente las cosas no han sido fáciles.
Manny frunció el ceño.
—¿Qué demonios es la Sociedad Restrictiva?
—Los humanos no son la principal amenaza para los vampiros. —Jane abrió un armario y enseñó a Manny toda clase de muletas, bastones y aparatos ortopédicos—. ¿Qué estás buscando exactamente?
—¿Contra eso, esa sociedad, es contra lo que pelea tu marido todas las noches?
—Sí, así es. Ahora, dime, ¿qué quieres?
Manny se quedó mirando el perfil de Jane y rápidamente ató cabos.
—Ella te pidió que la ayudaras a quitarse la vida, ¿verdad?
Jane cerró los ojos.
—Manny, no te ofendas, pero realmente en este momento no tengo fuerzas para sostener esta conversación.
El médico insistió, pese a todo.
—¿Eso fue lo que sucedió?
—Más o menos, sí.
Manny resopló y habló con un punto de emoción en la voz.
—Payne está mejor ahora. Creo que se va a poner bien.
—Nunca dejaré de admirarte. —Jane esbozó una sonrisa—. Siempre aparece tu toque mágico.
Manny estuvo a punto de clavar la mirada en el suelo, como si fuera un adolescente al que acaban de poner por las nubes.
—Bueno, tampoco hay que exagerar. Pero vamos a lo que interesa: me llevaré un par de férulas y un par de muletas. Creo que eso será suficiente.
Mientras Manny tomaba lo que necesitaba, sintió la mirada de Jane posada sobre él. Sin que la mujer dijera nada, la sorprendió.
—Y antes de que lo preguntes, la respuesta es no.
Jane se echó a reír.
—No sabía que fuera a hacerte una pregunta.
—Claro que lo sabías. Estabas a punto de hacerla. No me voy a quedar, no. La dejaré de pie y caminando, y luego volveré a mi vida de siempre.
—No era eso lo que estaba pensando. —Jane frunció el ceño—. Pero podrías quedarte, ¿sabes? Ya ha sucedido en otros casos. Yo misma me quedé. Y Butch. Y Beth. Porque me parece que ella te gusta.
Manny hizo una confesión en voz baja.
—La palabra «gustar» no refleja ni la décima parte de lo que siento.
—Entonces no hagas ningún plan hasta que esto termine.
El cirujano negó con la cabeza.
—Tengo una carrera que se está yendo a hacer puñetas debido, casualmente, a todas las cosas que habéis hecho con mi cerebro. Tengo una madre que, aunque no me adora, de todas maneras se preguntará por qué no aparezco en ciertas fechas. Y tengo un caballo que está seriamente lesionado. ¿Me estás diciendo que tu marido y sus amigos van a aceptar que yo tenga un pie en cada mundo? No lo creo. Además, ¿qué coño podría hacer con mi vida? Atender a Payne es un placer, no lo dudes, pero no lo quiero convertir en una profesión. En realidad tampoco quiero que ella termine con un tío como yo.
—¿Y qué es lo que tienes tú de malo? —Jane cruzó los brazos sobre el pecho—. No es por nada, pero eres un hombre maravilloso.
—Gracias por ahorrarme los detalles.
—Hay cosas que se pueden negociar.
—Está bien, supongamos que eso es cierto. Pero ahora respóndeme esto: ¿Cuánto tiempo viven ellos?
—¿Cómo dices?
—¿Cuál es la esperanza de vida de los vampiros? ¿Cuánto duran?
—Eso varía.
—Sí, varía, ¿pero por un margen de décadas o de siglos? —Al ver que Jane no respondía, Manny movió la cabeza—. Eso me imaginaba. En cambio a mí me quedan, ¿cuánto crees? ¿Unos cuarenta años de vida? Y en unos diez años voy a comenzar a envejecer. Ya tengo infinidad de dolores y achaques cuando me levanto por las mañanas y me está comenzando a atacar una artritis en las caderas. Ella necesita enamorarse de alguien de su propia especie, no de un humano que, en un abrir y cerrar de ojos, se convertirá en un paciente geriátrico. —Manny volvió a sacudir la cabeza—. El amor puede conquistarlo todo, menos la realidad. La puta realidad siempre gana, Jane.
Jane soltó una amarga carcajada.
—Eso es algo que no te puedo discutir.
Manny miró las férulas.
—Gracias por darme estos cacharros.
—De nada. Le diré a V que Payne quiere verlo.
—Perfecto.
Al regresar a la habitación de Payne, Manny entró con cuidado y se detuvo tan pronto cruzó la puerta. Estaba profundamente dormida en medio de la penumbra; el brillo ya había desaparecido por completo de su piel. ¿Volvería a estar paralizada cuando se despertara o serían definitivos los progresos que había hecho?
Se dijo que no había más remedio que esperar para averiguarlo.
Entonces dejó las muletas y las férulas contra la pared, se dirigió a una silla que había junto a la cama y se sentó. Se movió, cruzó y descruzó las piernas, tratando de encontrar una posición cómoda. No pretendía dormir. Sólo quería observar a Payne…
Y Payne se revolvió de repente.
—Ven aquí, por favor. Necesito tu calor.
El hombre se quedó donde estaba, y se dio cuenta de que si no se movía en realidad no era por temor al hermano de la celestial criatura. Era una especie de mecanismo de defensa lo que ahora le impulsaba a mantenerse alejado de ella. Estaba seguro de que, al menor acercamiento, se verían otra vez enredados en una situación comprometedora, porque sabía Dios que estaba dispuesto a darle placer durante horas, si era necesario. Pero no se podía permitir el lujo de soñar siquiera con que tuviesen futuro juntos.
Vivían en dos mundos distintos.
Y él sencillamente no pertenecía al mundo de Payne.
Manny se inclinó hacia delante, puso su mano sobre la de ella y le acarició el brazo.
—Tranquila, estoy aquí.
Para su sorpresa, cuando ella se giró, vio que no le dedicaba una mirada suplicante. Tenía los ojos cerrados, es decir que solo estaba hablando dormida.
—No me dejes, sanador.
—Me llamo Manny. Manello… Doctor Manello, pero llámame Manny.