27
En el centro de Caldwell, Butch dejó el Escalade en el aparcamiento subterráneo del Commodore y tomó el ascensor de servicio hasta el último piso del edificio. No tenía idea de qué se iba a encontrar al llegar al ático de V, pero de ahí era de donde venía la señal del GPS, así que hacia allí que iba.
En el bolsillo de su chaqueta de cuero llevaba todas las llaves necesarias para entrar en el santuario de Vishous: la tarjeta plástica para entrar en el estacionamiento, la tarjeta metálica para el ascensor y la llave de cobre que permitía abrir las cerraduras de las puertas.
El corazón le palpitaba aceleradamente cuando oyó una campanita y las puertas del ascensor se abrieron en silencio. Aquello de libre acceso a todas las instalaciones parecía adquirir un nuevo significado esa noche y, al salir al pasillo, Butch pensó que necesitaba una copa. La necesitaba con urgencia.
Frente a la puerta, Butch sacó la llave de cobre, pero primero utilizó los nudillos. Un par de veces.
Pasó cerca de un minuto antes de que se convenciera de que no había respuesta y nadie le iba a abrir. Pero no quedó convencido de que no hubiese alguien allí dentro.
Al diablo con los nudillos. Butch golpeó la puerta, esta vez con el puño.
—¡Vishous, abre la puta puerta o entraré por mis medios!
Contó: uno, dos, tres, cuatro…
—A la mierda. —El expolicía metió la llave en la cerradura y la giró antes de apoyar el hombro contra el sólido metal de la puerta y abrirla de par en par.
Irrumpió como una tromba y oyó que la alarma se disparaba. Lo cual significaba que V no podía estar allí.
—Joder.
Rápidamente marcó una clave en el panel de control, apagó la alarma y cerró la puerta tras él. No había rastros de velas encendidas ni olor a sangre. En la atmósfera del santuario de su amigo no había nada más que aire frío y limpio.
Encendió las luces y parpadeó debido al resplandor que se produjo de repente.
Sí, joder… Tenía muchos recuerdos de ese lugar… Se vio entrando en el ático y desplomándose sobre el suelo después de que el Omega entrara dentro de él y saliera de la cuarentena… vio a V perdiendo la razón y saltando desde la maldita terraza…
Butch se acercó a la pared donde estaba el «equipo». Allí también había ocurrido otro montón de cosas. Algunas de las cuales ni siquiera se alcanzaba a imaginar.
Avanzó revisando aquella selección de objetos de metal y cuero. El ruido de sus botas rebotaba contra el techo y sentía que la cabeza le daba vueltas. En especial al llegar al final de la exposición: en la esquina, un par de esposas de acero colgaban del techo sostenidas por gruesas cadenas.
Si le ponías las esposas a alguien, podías alzarlo del suelo y dejarlo colgando como si fuese un trozo de carne.
Butch estiró la mano y tocó las esposas. No tenían almohadilla de protección, sino…
Clavos. Clavos romos que sin duda penetraban en la piel como si fueran dientes.
Se forzó a mantener la concentración en la tarea que lo ocupaba en ese momento, así que se puso a registrar el apartamento, revisando todos los recovecos… y encontró un pequeño chip sobre la encimera de la cocina. Era la clase de cosa que sólo V sabría cómo sacar de un teléfono móvil.
Así le había despistado.
—Hijo de puta.
Así que no había manera de saber dónde…
En esas, el teléfono sonó y Butch miró la pantalla. Gracias a Dios.
—¿Dónde diablos estás?
La voz de V sonó muy seria.
—Te necesito aquí. Novena y Broadway. Ya.
—A la mierda con eso… ¿Por qué está tu GPS en la cocina?
—Porque ahí lo dejé cuando lo saqué del teléfono.
—Vete a la mierda, V. —Butch apretó el puño sobre el teléfono y deseó que existiera una aplicación que te permitiera estirar la mano a través del éter y darle una bofetada al que estaba al otro lado—. No puedes…
—Ven aquí ahora mismo. Novena y Broadway. Tenemos problemas.
—Me estás jodiendo, ¿no crees? Primero haces lo posible para que no te puedan localizar y…
—Alguien está matando restrictores, policía. Y si es quien creo que es, tenemos problemas.
Pausa. Una larga pausa.
Butch preguntó con voz trémula.
—¿Qué has dicho?
—Novena y Broadway. Ya. Voy a llamar a los demás.
Butch colgó y corrió a la puerta.
Como solo le tomaría cinco minutos llegar a pie al punto en cuestión, decidió dejar el todoterreno en el aparcamiento. Al comenzar a avanzar por el laberinto de calles de Caldwell, supo que se estaba acercando debido al asqueroso olor que flotaba en el aire y al rumor que despertaba la proximidad del enemigo en sus entrañas.
Dobló la esquina de un callejón sin salida, se lanzó contra una pared de mhis y la penetró. Al salir al otro lado, percibió aroma a tabaco turco y vio una diminuta llama amarilla en el fondo del callejón.
Echó a correr hacia donde estaba V y solo se detuvo cuando llegó al primer cuerpo. O, mejor… una parte del primero.
—Hola, piernas.
Vishous se acercó y se quitó el guante para darle luz. Butch pudo ver de un solo golpe aquel panorama de piernas y entrañas.
—Joder.
—Partidos por la mitad —murmuró V—. Como si fueran trozos de mantequilla cortados por un cuchillo caliente.
El hermano tenía mucha razón. Parecía un corte casi quirúrgico.
Butch se arrodilló y sacudió la cabeza.
—Esto no puede ser resultado de la política de la Sociedad Restrictiva. Ellos nunca abandonarían los cuerpos de esta manera.
Dios sabía que los asesinos solían pasar por épocas de gran turbulencia, ya fuera porque el Omega se aburría con el líder de turno o debido a luchas de poder internas. Pero al enemigo le preocupaba tanto como a los vampiros mantener sus asuntos fuera de los radares humanos, así que no había manera de que dejaran ese desastre para que lo encontrara la policía.
Butch adivinó la llegada de los otros hermanos y se puso de pie. Phury y Z se materializaron primero. Luego lo hicieron Rhage y Tohr. Y Blay. Esos eran todos por esa noche: Rehvenge solía pelear con frecuencia con la Hermandad, pero estaba en la colonia de los symphath, representando su papel de Rey de los Malditos, y Qhuinn, Xhex y John Matthew tenían la noche libre.
Rhage habló con gesto lúgubre.
—Dime que no estoy viendo esto.
—Tus ojos están funcionando perfectamente bien. —V apagó el cigarro contra la suela de su bota—. Yo tampoco podía creerlo.
—Pensé que él estaba muerto.
—¿Él? —Butch miró alternativamente a V y a Rhage—. ¿De quién habláis?
Hollywood, mirando los despojos, estaba a otra cosa
—¿Por dónde comenzar? Si al menos tuviéramos a mano un asador, podríamos hacer pinchos de restrictor.
—Sólo tú puedes pensar en comida en un momento como este —comentó alguien.
—Sólo digo…
Si la conversación siguió después de eso, Butch no la escuchó porque su alarma interna se disparó de repente.
—¡Atentos, estamos a punto de tener compañía!
Entonces dio media vuelta y se plantó de cara a la entrada del callejón. El enemigo se estaba acercando. Con rapidez.
V se le acercó.
—¿Cuántos son?
—Al menos cuatro, tal vez más. Esto puede ser una trampa, no tenemos retirada posible.
‡ ‡ ‡
Entretanto, en el centro de entrenamiento de la Hermandad, Manny prestaba cuidados especiales a su paciente.
Mientras acariciaba los senos de Payne con una mano, ella se retorcía debajo de él y sus piernas se agitaban con impaciencia sobre el colchón, al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y su cuerpo resplandecía como la luna en una noche despejada de invierno.
—No te detengas, sanador. —Gemía mientras el cirujano trazaba círculos alrededor del pezón con el pulgar—. Siento… lo siento todo…
—No te preocupes, no voy a detenerme, sería lo último que pensara en este maravilloso instante.
No, Manny no tenía ninguna intención de echar el freno. Aquello era un tratamiento médico experimental. Y un placer incontenible.
—Sanador, dame más, más, por favor.
Manny se abrió paso con la lengua en la boca de Payne y a la vez le apretó ligeramente el pezón. Luego empezó a levantarle el camisón.
—Déjame quitarte esto. Voy a ocuparme de ti… allí abajo.
Payne le ayudó mientras la desnudaba y le retiraba con sumo cuidado el material médico que la protegía. Cuando quedó completamente desnuda, el humano se quedó inmóvil por un momento. Se le secó la boca contemplándola. Tenía unos senos perfectamente formados, con pequeños pezones de color rosa, y su vientre largo y plano llevaba hacia una hendidura despejada que hacía que la cabeza le diera vueltas.
—¿Estás bien, sanador?
Pero lo único que Manny era capaz de hacer era tragar saliva. En vista de ello, Payne agarró la sábana y se la echó encima para ocultar su cuerpo.
—¡No! —La reacción fue fulminante—. Lo siento. Sólo necesito un minuto.
—¿Para qué?
Clímax, en una palabra. A diferencia de Payne, Manny sí sabía con precisión hacia dónde se dirigía el encuentro: en menos de minuto y medio, su boca iba a recorrerla por todas partes.
—Para reponerme. Eres increíble, y no tienes nada de lo que avergonzarte, sino lo contrario.
El cuerpo de Payne era una locura, pura armonía sexual recubierta de una piel suave y luminosa; en su opinión, musculosa y todo, era la mujer perfecta. Punto. Por Dios, nunca se había sentido tan excitado por ninguna de aquella muñequitas de club, con su artificial perfección, cuyo trato tanto había frecuentado.
Payne no solo era bella, sino que estaba llena de fuerza, y eso para él era puro sexo.
No obstante, la criatura debía salir de esta experiencia con su virginidad intacta. Claro que la mujer deseaba dar lo que él pidiera, pero en estas circunstancias no era justo tomar de ella algo que nunca podría recuperar. Movida por el deseo de devolver a sus piernas algo de su funcionamiento normal, seguramente estaría dispuesta a ir mucho más lejos de lo que lo haría si se tratara solamente de sexo sin más.
Aquella mierda entre ellos tenía un propósito claro, un fin terapéutico. No podía aprovecharse de ello, por mucho que le frustrara.
Manny se acercó a ella y repitió las palabras mágicas de un rato antes.
—Dame tu boca, bambina. Déjame entrar.
Se besaron y el hombre puso las manos sobre los perfectos senos.
Excitada como nunca, la vampira estuvo a punto de saltar de la cama.
—Calma, quieta. No digas nada, tranquila.
Aquella mujer era como un rayo dentro de una botella. Una maravilla, una tentación, un mortal peligro.
Imágenes de ambos copulando salvajemente pasaron por la cabeza del cirujano.
«Termina ya con esa mierda, Manello», se dijo para sus adentros.
Y entonces Manny se separó de la boca de Payne y fue hacia el cuello, acariciándola con la nariz, hasta hundir delicadamente sus dientes en el pecho; sólo lo suficiente para que lo sintiera. Y cuando las manos de ella se hundieron entre su pelo, Manny se dijo, con razón, que ella deseaba que se dirigiera exactamente al lugar al que se dirigía. No había más que ver la fuerza con que le apretaba la cabeza y la forma en que jadeaba.
Siguieron las caricias. El matasanos sacó la lengua y la deslizó lentamente por la piel hasta llegar a la cima sonrosada que coronaba el seno. Delicadamente, trazó círculos con la lengua alrededor del pezón.
La vampira, a punto de enloquecer, se mordía el labio inferior. Los colmillos, finalmente, dejaron un hilillo de sangre roja.
Sin pensarlo, el médico se levantó y atrapó con la lengua la sangre que había brotado…
Manny, que jamás habría pensado que sería capaz de hacer algo así, cerró los ojos. Aquella sangre tenía un sabor fuerte y misterioso, espeso, extrañamente suave al paladar.
El hombre sintió un cosquilleo en la boca, y después en las entrañas.
Nada más ocurrir esto, la mujer habló con voz gutural.
—¡No! No debes hacer eso.
Manny, sorprendido, abrió los ojos y vio cómo ella sacaba su propia lengua y lamía la sangre que había quedado.
—Sí, debo hacerlo.
Él también necesitaba más. Mucho más…
Pero la vampira le puso un dedo sobre los labios y negó con la cabeza.
—No. Te podrías volver loco.
Más bien se volvería loco si no tomaba un vaso entero de aquella preciosa sangre cuyo efecto parecía el de una sublime mezcla de cocaína pura y escocés de cien años. Sólo con aquella gotita que había lamido Manny se sentía como Supermán, notaba que su pecho latía con glorioso vigor y que todos sus músculos crecían, poseedores de nueva potencia.
Como si le hubiese leído el pensamiento, Payne insistió.
—No, no, no es prudente, de verdad.
Probablemente ella tenía razón; bueno, sin el probablemente. Pero eso no significaba que Manny no quisiera intentarlo de nuevo, suponiendo que tuviera otra oportunidad.
Manny volvió a concentrarse en el pezón, que besó y lamió una y otra vez. Cuando vio que ella volvía a arquear el cuerpo, le pasó un brazo por debajo y la levantó hacia él. En lo único en lo que podía pensar ya era en el deseo de meterse entre las piernas de Payne con la boca… pero no estaba seguro de qué podría pasar si lo hacía. Se decía que necesitaba mantenerla en esa dulce fase de excitación, no asustarla con la clase de mierdas que a los hombres les gusta hacer a las mujeres.
Así que se conformó con bajar la mano hacia el lugar donde quería poner los labios. Deslizó lentamente la palma de la mano sobre el esternón y el abdomen. Y más abajo, hacia las caderas. Y más abajo, hasta la parte superior de los muslos.
—Ábreme paso, Payne. —Hablaba con suavidad, sin abandonar las caricias a los pezones—. Ábrete para que pueda tocarte.
La hembra hizo lo que le pedía y sus elegantes piernas se abrieron.
—Confía en mí.
La voz baja, excitada, inspiraba confianza, en efecto. Y ella confiaba.
Manny no las tenía todas consigo. Se sentía culpable por estar haciéndole aquellas cosas a una inocente criatura por primera vez en su vida, de modo que estaba decidido a no violar los límites que él mismo se había impuesto.
Y la criatura hablaba entre gemidos.
—Te obedezco y confío ciegamente en ti.
Dios tuviera piedad de ellos, pensó Manny, al tiempo que deslizaba la palma de su mano hacia la unión de…
—Mierda. —La vagina de Payne estaba caliente y empapada, parecía seda pura. Era imposible contenerse.
En un acto reflejo, Manny retiró la mano enseguida. La brusquedad del movimiento hizo que las sábanas salieran volando. Pero la hembra arqueó el cuerpo, ofreciéndose entre gemidos de suplicante deseo.
—Sanador, por favor… no te detengas.
—No sabes lo que quiero hacerte —dijo Manny para sus adentros.
—Estoy sufriendo.
Manny apretó los dientes.
—¿Dónde te duele?
—Donde me tocaste y después retiraste la mano. No te detengas, te lo suplico.
Manny abrió la boca y soltó todo el aire en un inmenso suspiro que pareció un rugido atávico.
—Querida, tú no…
—Haz lo que deseas hacerme, sanador. Lo que sea. Sé que te estás conteniendo.
No pudo aguantarse más. Se sumergió en las profundidades de la mujer con todo el deseo del mundo. Nada podía ya detenerlo, salvo una palabra de la amada.
Como un rayo, Manny se había metido entre las piernas de Payne. Le apartó los muslos con las manos, para quedar frente a una vagina tentadora, brillante, lubricada, que palpitaba frente al impulso masculino de dominarla y aparearse.
Manny se entregó, pese a todas sus prevenciones. Ya le daba igual que lo partiera un rayo. Se dejó ir y la besó justamente allí. Y aquel beso no tuvo nada de gradual o delicado; Manny se sumergió con toda su fuerza, chupando y lamiendo, mientras ella gritaba y le arañaba los brazos.
Y el hombre se corrió. A pesar del infinito número de orgasmos que había tenido hacía bien poco en la oficina, eyaculó de nuevo. Y en abundancia. El zumbido que sentía en la sangre y el dulce sabor del sexo de Payne, la forma en que ella se movía contra sus labios, restregándose, buscando todavía más… todo eso fue demasiado.
—Sanador… estoy… al borde de… No sé qué… Yo…
Manny la lamió el sexo de extremo a extremo, una y otra vez.
—Entrégate, te voy a hacer disfrutar mucho.
Mientras jugueteaba con la lengua, Manny comenzó a acariciarla entre las piernas, sin penetrarla pero dándole exactamente lo que ella quería, tocándole el clítoris, con una cadencia e intensidad que la hacía batallar contra la sensación de impaciencia. El hombre quería enseñarle que esta expectativa previa al orgasmo era casi tan placentera como el propio orgasmo que estaba a punto de experimentar.
Dios, ella era increíble: su cuerpo duro flexionando y relajando los músculos, la barbilla apenas visible más allá de los senos perfectos y la cabeza que se echaba hacia atrás y tumbaba las almohadas… Todo era la cumbre de la excitación sexual.
Manny se dio cuenta del momento en que tuvo lugar la explosión del orgasmo femenino porque la hembra jadeó y se agarró de la sábana que cubría el colchón, rasgándola con sus uñas mientras se ponía rígida de pies a cabeza.
Y su sexo fue una fuente de increíble néctar.
Entonces él pasó la lengua.
Y con solo asomarse al corazón del sexo de Payne… pudo sentir sutiles contracciones que lo embriagaron definitivamente.
Cuando estuvo seguro de que Payne había terminado, se echó hacia atrás apoyándose sobre los brazos. Miró y maldijo. Dios, allí estaba, entregada, lista para recibirle, mojada y resplandeciente…
Abruptamente, Manny se bajó de la cama y retrocedió unos pasos. Sentía que su verga tenía las dimensiones del Empire State Building y sus testículos dos bombas atómicas al final de la cuenta atrás. Pero eso no era todo. Algo dentro de él rugía al sentir que no estaba dentro de ella… y ese impulso tenía que ver con algo más que el sexo puro. Manny deseaba «marcarla» de alguna manera. ¿Marcarla? Eso no tenía ningún sentido.
Desesperado, jadeando y al borde de la locura, el cirujano terminó por colocar las manos contra el marco de la salida al pasillo e inclinarse hacia delante, apoyando la frente contra el acero de la puerta. En cierto sentido, casi deseaba que alguien entrara en ese momento y lo golpeara hasta dejarlo inconsciente.
—Sanador, aún persiste…
Durante un momento, Manny cerró los ojos. No estaba seguro de poder repetir lo mismo tan pronto. Sentía que se moría por el hecho de no…
—Mírame —dijo ella.
El hombre hizo un esfuerzo para levantar la cabeza y mirar por encima del hombro… y entonces se dio cuenta de que Payne no estaba hablando de sexo: estaba sentada en el borde de la cama, con las piernas colgando y acercándose cada vez más hacia el suelo, mientras la extraña luz que irradiaba de ella la iluminaba de pies a cabeza. Al principio lo único que Manny pudo ver con claridad fueron los senos, y la forma grácil en que colgaban, llenos y redondos, con los pezones rígidos, en medio del aire frío de la habitación. Pero luego se dio cuenta de que estaba haciendo girar los tobillos. Primero uno y luego el otro.
¡Te lo dije, cretino! ¿Lo ves? Esto no tenía nada que ver con el sexo. De lo que se trataba era de la lucha de Payne contra la parálisis.
«¿Entendiste eso, imbécil?», se dijo Manny. Esto tenía que ver con la posibilidad de que ella volviera a caminar: el sexo como medicina… y sería mejor que no lo olvidara. Esto no tenía nada que ver con él ni con su polla.
Manny se apresuró a acercarse, con la esperanza de que ella no notara la evidencia de la eyaculación que acababa de tener. Pero, la verdad, no tenía de qué preocuparse. Payne tenía los ojos fijos en sus pies y los observaba con feroz concentración.
—Ven… —Manny hubo de esforzarse para que no se le quebrara la voz—. Déjame que te ayude a ponerte de pie.