26
En el centro de Caldwell, Vishous exploraba la noche completamente solo, mientras atravesaba la explanada que se extendía debajo de los puentes de la ciudad. Había comenzado en el ático, pero no se había quedado allí más de diez minutos, y a fe que era paradójico pensar que todas esas ventanas de cristal, tras las que tanto se había desahogado, ahora le resultaban opresivas. Después de lanzarse al aire desde la terraza, sus moléculas habían vuelto a fusionarse junto al río. Los otros Hermanos debían de andar por los callejones buscando restrictores y encontrándolos, pero V no quería compañía hoy. Quería pelear.
Solo.
Al menos eso fue lo que se dijo a sí mismo.
Sin embargo, después de una hora caminando sin rumbo, se dio cuenta de que en realidad no estaba buscando una confrontación. En realidad no estaba buscando nada.
Se sentía completamente vacío, tan vacío que sentía curiosidad por saber de dónde venía el impulso que le hacía seguir caminando, pues le parecía estar actuando de manera inconsciente.
Se detuvo a observar las perezosas y fétidas aguas del Hudson y soltó una amarga carcajada.
A lo largo de toda su vida, había acumulado una cantidad de conocimientos que podía equipararse con los de la maldita Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Algunos eran útiles, tales como el arte de pelear, cómo fabricar armas, cómo obtener información y mantenerla en secreto. Y también había otros muchos relativamente inútiles para la vida cotidiana, como el peso molecular del carbono, la teoría de la relatividad de Einstein, las ideas políticas de Platón. También había conocimientos, ideas, en los que se había detenido una sola vez y luego nunca había vuelto a recordarlos. Y saberes que retomaba de vez en cuando, a intervalos regulares, y con los que disfrutaba como si fueran juguetes, hasta que se cansaba.
También había cosas en las que nunca, jamás se permitía pensar.
Y en medio de todos esos ejércitos cognitivos había un inmenso destacamento, afincado en el cerebelo o sus alrededores, que no era más que la cloaca a la que iban a parar muchas mierdas en las que no creía. Teniendo en cuenta que era un escéptico, allí había montañas y montañas de bolsas llenas de basura. Por ejemplo la idea de que los padres aman a sus hijos, o que las madres son un regalo de Dios y bla, bla, bla. Ese tipo de sandeces.
Si existía en la mente algo así como un Ministerio de Medio Ambiente, esa parte de su cerebro ya debería haber sido citada a un juzgado, multada y clausurada.
Pero era gracioso. El pequeño paseo de esta noche por los sórdidos pasajes subterráneos junto al río le había hecho escarbar en esa zona de su cerebro y rescatar algo de allí:
Los machos enamorados no son nada sin sus hembras. Eso no era basura. Eso era una puta verdad.
Era muy extraño. Siempre había sabido que amaba a Jane, pero como era un maldito discapacitado emocional había reprimido sus sentimientos sin darse cuenta. Mierda, ni siquiera cuando volvió a él después de morir y él descubrió brevemente no solo lo que significaba la felicidad absoluta sino cómo se sentía, ni siquiera en ese momento se había permitido soltarse.
Claro, la capa de hielo que lo recubría por fuera se había derretido gracias al calor que ella le brindaba, pero por dentro, en lo profundo de su ser, V había seguido igual. Por Dios, Jane y él ni siquiera se habían apareado formalmente. Él solo había llevado las cosas de ella a su habitación y, eso sí, gozando y reverenciando cada minuto que habían pasado allí. Pero cada uno hacía su vida independiente por las noches.
Ahora sentía que había desperdiciado todas esas horas.
Las había malgastado de una manera casi criminal.
Y ahora Jane y él se encontraban en una encrucijada, separados por brechas que no sabía cómo rellenar, a pesar de toda esa inmensa cultura e inteligencia que poseía.
Joder, cuando había visto a Jane con esos malditos pantalones en la mano y esperando a que él dijera algo, se había sentido como si alguien le hubiese cosido los labios… Probablemente porque se sentía culpable por lo que había hecho en su ático. Pero ¿no era una locura sentirse culpable por eso? Su propia mano no podía ser considerada una rival amorosa. No había traición alguna.
Sin embargo, el problema era que el hecho de sentirse atraído hacia la clase de alivio que solía buscar en otras épocas le parecía un horror. Pero eso era porque el sexo siempre formaba parte del asunto.
Naturalmente, eso le hizo pensar en Butch. La solución que su amigo había sugerido era tan obvia que V se preguntaba por qué no la había considerado antes él mismo. Pero, claro, pedirle a tu mejor amigo que te dé una paliza no es exactamente algo que se te ocurra en cualquier momento.
Ojalá hubiera tenido esa posibilidad hacía una semana. Tal vez eso habría ayudado.
Pero la escena en la habitación no era el único problema que Jane y él tenían, ¿verdad? Ella tenía que haber acudido a él para hablar de la situación desesperada de su hermana. Tenía que haberle consultado antes de decidir darle aquella puta jeringuilla.
La rabia comenzó a propagarse en su interior como una peste, y sintió miedo de lo que había al otro lado de esa sensación de vacío. Él no era como otros machos, nunca lo había sido, y no solo porque su mami fuera una maldita deidad hija de la gran puta; conociendo su suerte, podía ser el único macho enamorado sobre la superficie de la tierra que lograra superar el inútil aturdimiento que producía el hecho de perder a su shellan… para llegar a un lugar, ay, mucho más terrible.
La locura, por ejemplo.
Un momento, él no sería el primero, ¿o sí? Murhder había perdido la razón. De manera absoluta e irrevocable.
Tal vez pudieran fundar un club de pirados. Y el saludo podría incluir el uso de dagas.
Eran unos malditos paralíticos emocionales.
Con un gruñido, V dio media vuelta y se dirigió al lugar de donde venía el viento… y en ese momento habría elevado una plegaria de agradecimiento, si no odiara tanto a su madre. Porque en medio de la bruma, flotando sobre los vapores y la humedad, el dulce olor de su enemigo brindó a su estado de aturdimiento un propósito y una definición que le hicieron sentirse mucho mejor.
El vampiro masoquista notó que sus pies comenzaban a caminar y luego a trotar y enseguida a correr. Y cuanto más rápido avanzaba, mejor se sentía: ser un asesino despiadado era mucho, pero que mucho mejor que ser un zombi vacío. V quería mutilar y matar; quería destrozar con los colmillos y con las manos; quería sentir la sangre de sus enemigos sobre él y dentro de él.
Quería que los gritos de aquellos que mataba resonaran en sus oídos.
Atraído por el asqueroso olor, V procuró atajar por distintas avenidas y atravesó un laberinto de callejones y pasajes, persiguiendo una peste que se volvía cada vez más intensa. Y cuanto más se acercaba, más aliviado se sentía. Tenía que haber varios de ellos. Y lo mejor era que no había rastro de sus hermanos, lo cual significaba que los tendría todos para él.
Un banquete privado.
Al dar vuelta a la última esquina, entró en una cloaca urbana no muy profunda, pero amplia, y frenó en seco. El callejón no tenía salida por el otro lado, pero los edificios que había a lado y lado encajonaban el viento que venía del río y lo devolvían directamente a sus fosas nasales enriquecido con todos los olores del lugar.
¿Qué demonios era eso?
El hedor era tan fuerte que su nariz comenzó a pedir a gritos una tregua, pero, para su sorpresa, no se encontró con ningún grupo de descoloridos armados con cuchillos y esperándolo.
El callejón estaba vacío.
Solo entonces notó el sonido de un goteo. Como si hubiese un grifo a medio cerrar.
Después de crear a su alrededor un poco de mhis, V se quitó el guante de la mano resplandeciente y utilizó la palma de su mano para alumbrar el lugar. Mientras caminaba, la luz formaba un haz frente a él y lo primero que vio fue una bota… que estaba unida a una pantorrilla forrada en tela de camuflaje… y a un muslo y una cadera…
Pero eso era todo.
El cuerpo del asesino había sido cortado por la mitad como si fuera un trozo de jamón y el corte horizontal dejaba ver parte del tracto intestinal y el muñón de la columna vertebral, que brillaba con su color blanco en medio de la grasa negra.
Un ruidito atrajo su atención hacia la derecha.
Esta vez vio primero una mano… una mano pálida que clavaba las uñas en el asfalto húmedo y luego se alzaba, como si estuviera tratando de cavar un agujero en el suelo.
El restrictor no era más que un torso, pero todavía estaba vivo. Sin embargo, eso no era ningún milagro, sino algo natural en ellos: hasta que no los apuñalas en el corazón con algo hecho de acero, los asesinos siguen viviendo, sin importar el estado en que se encuentren sus cuerpos.
Cuando V movió lentamente su mano-lámpara hacia arriba, pudo ver algo mejor la cara de aquella cosa. Tenía la boca abierta y la lengua se movía como si estuviera tratando de hablar. Como se había vuelto habitual en la más reciente cosecha de asesinos, se trataba de un recluta nuevo, cuyo pelo oscuro todavía tenía que decolorarse hasta volverse tan blanco como la harina.
V saltó por encima del desgraciado y pasó de largo. Un par de metros más allá, encontró las dos mitades de un segundo asesino.
Al sentir que se le erizaban los pelos de la nuca en señal de alerta, V movió su mano resplandeciente a su alrededor, alejándose de los cadáveres mientras trazaba círculos concéntricos.
Vaya, vaya, vaya… esto sí que era un regreso al pasado.
Y no se trataba precisamente de un buen pasado.
‡ ‡ ‡
Entretanto, en el complejo de la Hermandad, Payne yacía en su cama, esperando.
No solía ser muy paciente ni en sus mejores días, y sentía que habían pasado diez años desde que su sanador se había marchado. Cuando por fin regresó, llevaba consigo un panel delgado que parecía un libro.
El hombre se sentó en la cama y Payne notó una gran tensión en su rostro fuerte y atractivo.
—Siento haberme demorado tanto. Jane y yo estábamos analizando el asunto en el ordenador.
Payne no entendía de qué estaba hablando su sanador.
—Dime sin rodeos lo que tengas que decir.
Con manos rápidas y hábiles, el hombre abrió la parte superior de aquel adminículo.
—Tienes que verlo por ti misma, es lo mejor.
Reprimiendo unas enormes ganas de maldecir, la vampira paralítica obligó a sus ojos a fijarse en la pantalla. De inmediato reconoció la imagen de la habitación en la que se encontraba. Sin embargo, se trataba de una imagen anterior, porque mientras estaba en la cama, ella observaba fijamente el baño. La imagen estaba congelada, como si fuera un cuadro, pero luego, cuando el hombre tocó algo, una pequeña flecha blanca se movió en la pantalla y la imagen se volvió animada.
Payne frunció el ceño y se concentró en su imagen. Estaba brillando con luz propia: cada centímetro de piel que se veía parecía iluminado desde dentro. ¿Por qué pasaría eso?
Luego se vio enderezándose, levantando el tronco de las almohadas, y torciendo el cuello para poder espiar a su sanador. Después siguió ladeándose y comenzó a desplazarse hacia los pies de la cama…
—Estoy sentada. ¡Sobre las rodillas!
En efecto, su figura resplandeciente se había enderezado perfectamente y se había sostenido con total equilibrio, mientras observaba a Manny en la ducha.
—Ciertamente, lo hiciste. —Sonreía, y ahora el iluminado parecía él.
—También estoy irradiando una luz. ¿Por qué sucede eso?
—Teníamos la esperanza de que tú pudieras explicárnoslo. ¿Alguna vez te había sucedido eso anteriormente?
—Que yo sepa, no. Pero pasé tanto tiempo encerrada en prisión que siento como si no me conociera a mí misma. —La grabación se detuvo—. ¿Podrías pasarla nuevamente?
Al ver que su sanador no contestaba y las imágenes no volvían a moverse, Payne miró de reojo a Manny… pero se sobresaltó. El rostro del hombre expresaba una rabia tormentosa tan profunda que sus ojos se habían vuelto casi negros.
—¿En prisión? ¿Quién te encerró y por qué?
Qué extraño, pensó vagamente Payne. Siempre le habían dicho que los humanos eran criaturas mucho más débiles que los vampiros. Pero el instinto protector de su sanador parecía tan inmortal como el de su propia especie.
A menos, claro, que no se tratara de instinto protector. Pudiera ser que le disgustara mucho que hubiera estado prisionera, sin más.
¿Y quién podría culparlo?
—¿Me has oído, Payne?
—Sí… Perdóname, sanador… tal vez no usé la palabra correcta, pues ésta no es mi lengua materna. Quería decir que he pasado mucho tiempo bajo la custodia de mi madre.
Aunque era casi imposible, Payne trató de que en su voz no se notara el disgusto que le producía pensar en eso, y al parecer la estrategia funcionó, porque enseguida Payne vio cómo su sanador se relajaba y volvía a respirar.
—Ah, bueno. Desde luego, esa palabra no significa lo que crees que significa.
En efecto, los humanos también tenían estándares de comportamiento, ¿no es así? Y el alivio que Manny parecía haber sentido era tan grande como la tensión que Payne había visto en sus ojos. Pero, claro, era normal buscar tanto en las hembras como en los machos un comportamiento moral y decente.
Cuando el sanador volvió a poner las imágenes de la grabación, Payne se concentró en el milagro que había tenido lugar. Y se sorprendió sacudiendo la cabeza ante lo que veía.
—En verdad no me di cuenta. ¿Cómo puede ser posible?
El cirujano suspiró.
—Lo he discutido con Jane… y ella, bueno, nosotros tenemos una teoría. —Manny se puso de pie y se acercó a una de las lámparas del techo para inspeccionarla—. Es una locura, pero… tal vez Marvin Gaye sí sabía de qué estaba hablando.
—¿Marvin?
Con un movimiento rápido, Manny agarró un asiento y lo puso directamente debajo de la lámpara.
—Era un cantante. Tal vez algún día te deje oír una de sus canciones. —El médico apoyó un pie sobre el asiento y se levantó hasta el techo, donde desconectó algo de un tirón, antes de bajarse—. También hizo música específica para baile.
—No sé bailar.
Manny se volvió a mirarla y entornó los ojos.
—Otra cosa que te puedo enseñar. —Mientras el cuerpo de Payne comenzaba a arder, Manny se acercó a la cama—. Y estoy seguro de que me va a gustar mucho enseñarte a bailar.
El hombre se inclinó, los ojos de Payne se clavaron en sus labios y luego sintió que comenzaba a respirar más rápido. Iba a besarla… Santo Cielo, él iba a…
—Querías saber qué era correrse. —Ahora la voz del hombre parecía más bien un resuello. Las bocas se encontraban a escasos centímetros la una de la otra—. ¿Qué tal si te lo muestro en lugar de explicártelo con palabras?
Y diciendo eso, Manny accionó un interruptor y apagó las luces, sumiendo la habitación en una penumbra interrumpida solamente por la luz del baño y la claridad que se colaba por debajo de la puerta que daba al pasillo.
El galán insistió en voz baja.
—¿Quieres que te lo muestre?
En ese momento, Payne sintió que solo había una y nada más que una palabra en su vocabulario:
—Sí.
Pero entonces él retrocedió.
Y cuando una protesta estaba a punto de brotar de su garganta, la enferma se dio cuenta de que su sanador se había ubicado justamente en el camino del rayo de luz que venía del baño.
—Payne…
El sonido de su nombre pronunciado por esos labios hizo que Payne empezara a tener serias dificultades para respirar.
—Sí…
—Quiero que tú… —Al tiempo que empezaba a hablar, bajaba la mano hasta el borde de la camisa para levantarla lentamente e ir dejando a la vista los espectaculares músculos abdominales— me desees.
Por todas las vírgenes, claro que lo deseaba.
Y él también la deseaba a ella, porque cuanto más miraba a Payne, más se contraían y se relajaban esos abdominales, como si él también tuviera dificultades para respirar.
Entonces el sanador deslizó la mano hasta la cintura.
—Mira lo que tú me haces.
En ese momento alisó la tela de los pantalones a la altura de la entrepierna y quedó muy claro eso, que la deseaba.
La mujer reaccionó de inmediato.
—¡Eres un phearsom! Ya lo creo que lo eres.
—Y dime, ¿eso es bueno?
—Es…
Payne clavó la mirada en el abultamiento poderoso que se erguía alzando la tela frontal de los pantalones, que ya no parecían anchos, como ocurría un poco antes. No estaba al aire, pero lo imaginaba grande, apetecible, suave. Enorme. Aun con muchas lagunas, la mecánica del sexo no le era del todo desconocida en el plano teórico, lógicamente, pero hasta ahora no se había podido explicar la razón por la cual las hembras se sentían atraídas hacia los machos. Sin embargo, al mirar a su sanador, ahora le parecía natural. La Elegida sintió que su corazón dejaría de latir y la sangre se le detendría en las venas si no lo tenía dentro de ella cuanto antes.
Manny no se detuvo en sus propuestas tentadoras.
—¿Quieres tocarme?
—Por favor, sí, cuanto antes, por favor.
—Pero primero mírate a ti misma, bambina. Levanta un brazo y mírate.
Payne bajó la vista solo para complacerlo y así poder seguir cuanto antes con lo que estaban haciendo…
Pero su piel estaba brillando desde adentro, como si el calor y las sensaciones que él había producido se hubiesen manifestado en forma de luz.
—Dios. No sé… no sé qué me está pasando.
—Creo que estamos viendo la solución. —Manny se sentó junto a los pies de Payne—. Dime si sientes esto. —Posó suavemente la mano sobre una pantorrilla de la mujer.
—Calor —dijo Payne con voz ahogada—. Siento calor.
—¿Y aquí?
—¡Sí, sí!
Como Manny se movió hacia arriba, hacia los muslos, Payne apartó las mantas con brusquedad para que nada impidiera el contacto. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.
El cirujano puso la mano sobre la otra pierna.
Esta vez… no sintió nada.
—No, no… ¡tócame otra vez, tócame otra vez! —La devoraba la ansiedad, pese a lo cual parecía totalmente concentrada en las sensaciones—. Tócame.
—Espera…
—¿Qué pasa?… ¡Hazlo otra vez! Por lo que más quieras, hazlo otra vez.
—Payne. —Manny le agarró las manos que estaba agitando incontroladamente—. Payne, mírate.
El resplandor había desaparecido. Su piel, su carne, volvía a ser normal.
—¡Maldita sea!
—Tranquila, preciosa. Escucha, mírame. —Después de un momento, los ojos de Payne se encontraron con los del sanador—. Respira hondo y relájate. Vamos, respira conmigo. Eso es. Así está bien… Vamos a intentar recuperar las sensaciones.
Manny se inclinó sobre ella, y la Elegida notó el suave roce de sus dedos sobre el cuello.
—¿Sientes esto?
—Sí… —La impaciencia de la enferma parecía crecer por el efecto de aquella voz profunda, aquel contacto lento, premioso.
—Cierra los ojos.
—Pero…
—Ciérralos, por favor.
Obedeció. Las yemas de los dedos de su sanador desaparecieron… y fueron reemplazadas por su boca. Los labios le rozaron el cuello y enseguida comenzó a chuparle suavemente la piel.
Ese contacto desató un creciente calor entre las piernas de la criatura celestial.
—¿Sientes esto? —preguntó él con voz grave.
—Claro que sí.
—Entonces déjame seguir. —La empujó suavemente hasta que su espalda quedó de nuevo sobre las almohadas—. Tu piel es tan suave…
Mientras la acariciaba con la nariz, el sonido de la voz del sanador era como una música excitante y tranquilizadora al mismo tiempo. Los maravillosos dedos del cirujano se deslizaban por su clavícula… y luego comenzaron a bajar. Al sentir eso, Payne experimentó un curioso calor en el torso y sintió cómo sus pezones se ponían duros. Fue como si cobrara conciencia de todo su cuerpo… de cada centímetro de sí misma. Incluso de las insensibles piernas.
—¿Lo ves, bambina? Ya sientes otra vez.
Payne, embelesada, casi prefería no abrir los ojos, pero lo hizo y cuando los abrió y miró hacia abajo, el brillo le supuso un gran alivio… y la hizo aferrarse a las sensaciones que él le estaba causando.
El cirujano estaba lanzado de nuevo.
—Dame tu boca, déjame entrar en ella.
Aunque sonó como una orden que anunciara un asalto brusco, el beso fue suave y provocador. Manny se dedicó entonces a acariciar y chupar sus labios, a lamerla con delicada fuerza.
Payne notó el tacto de la mano del sanador sobre la pierna.
—Te siento. —En medio del interminable beso, los ojos se le llenaron de lágrimas—. Puedo sentir tu mano.
—Me alegra. —Manny se alejó un poco, con expresión seria—. No sé qué es esto exactamente, no te voy a mentir. Jane tampoco está segura.
—No me importa. Solo quiero recuperar mis piernas.
Manny se quedó pensando por un momento. Pero luego asintió con la cabeza, como si le estuviera haciendo una promesa.
—Y yo voy a hacer todo lo que pueda para devolvértelas.
Luego sus ojos se posaron sobre los senos de Payne y la respuesta fue inmediata… cada vez que respiraba, la tela que cubría los pezones parecía acariciarla y eso hacía que se pusieran más duros.
—Deja que te dé placer, Payne. Y ya veremos adónde nos lleva esto.
—Sí, eso es lo que quiero. —Payne tomó entre sus manos la cara del hombre y la acercó a su boca una vez más—. Por favor.
Como si se estuviera alimentando de una vena, Payne comenzó a nutrirse ahora del calor de los labios del médico, de la energía que irradiaba la lengua del médico cuando entraba en su boca.
Mientras gemía, se sumergió en las sensaciones que estaba recibiendo: el peso de su cuerpo sobre la cama, el flujo vital, maravilloso, de su sangre corriendo por las venas, el palpitante deseo que sentía entre las piernas, el exquisito dolor que experimentaba en los senos.
Notó la mano del macho humano sobre sus muslos, y habló entre jadeos.
—Sanador, escucha.
Manny se alejó un poco y ella se sintió feliz al ver que él también estaba jadeando.
—Payne, quiero hacer algo.
—Lo que sea. —El hombre sonrió—. Pero, antes, ¿puedo soltarte el pelo?
Ciertamente, su peinado era lo último en lo que ella en ese momento podía estar pensando, pero la expresión de su sanador parecía tan suplicante, tan intensa, que no podía negarle el capricho. En realidad no podía negarle ningún contacto de ningún tipo con ninguna parte de su cuerpo.
—Desde luego. Suéltamelo.
Los dedos de Manny temblaban ligeramente mientras se acercaban al extremo de la trenza.
—He querido hacer esto desde el primer momento en que te vi.
Poco a poco, centímetro a centímetro, fue liberando las fascinantes ondas negras de aquella melena maravillosa, enorme simplemente porque la elegida no tenía interés en ocuparse de ella, recortarla, retocarla. Sin embargo, al ver la profunda atracción que su hermosa y salvaje cabellera parecía despertar en él, Payne comenzó a preguntarse si no habría subestimado la importancia del pelo.
Terminada su excitante labor, el matasanos dejó que la melena reposara sobre las sábanas, y se quedó mirando lo que para él era un espectáculo asombroso.
—Eres indescriptiblemente hermosa.
Tras siglos sin sentirse femenina, y mucho menos «hermosa», el sentimiento de admiración, por no decir adoración, que su sanador manifestaba no solo a través de las palabras sino del tono de voz, fue para ella la mejor de las sorpresas.
—Me has vuelto a dejar sin palabras —dijo Payne.
—Permíteme que haga otra cosa con tu boca.
Se metió con ella en la cama y se acostó a su lado. Payne se recostó sobre el mejor de los almohadones: el pecho y el vientre de su amado. Comparada con otras vampiras, Payne era grande. Sentía que su cuerpo había heredado todo el poder de su padre, hasta el extremo de sentirse con frecuencia un poco desproporcionada cuando se comparaba con otras hembras. A diferencia de la gracia sinuosa con que se movía la Elegida Layla, en verdad el cuerpo de Payne parecía diseñado para el combate y no para desempeñar funciones espirituales o sensuales.
Sin embargo, allí, con su sanador, se sintió a gusto con las proporciones de su cuerpo. Y aunque el sanador no tenía el tremendo peso de su hermano gemelo, era más grande y más corpulento que ella en todos los lugares donde debía ser más fuerte un macho. Acostada junto a él en medio de la penumbra, con los cuerpos tan cerca y la temperatura cada vez más ardiente, Payne había dejado de ser algo que no debería ser, una mole contrahecha y voluminosa, para convertirse en objeto de deseo y pasión.
Manny le susurró en la boca.
—Estás sonriendo.
—¿Lo estoy?
—Sí, y me encanta.
A la altura de la cadera, las manos del sanador penetraron por debajo del camisón y Payne lo sintió todo: desde el roce ligero del meñique, hasta la suavidad de la piel de la mano y el rastro ardiente que fue dejando mientras subía lentamente por el cuerpo. La hembra cerró los ojos y arqueó el cuerpo contra el macho, con plena conciencia de que estaba pidiendo algo, aunque sin saber todavía qué era lo que buscaba. Y aun sin saberlo, estaba segura de que se lo daría.
Sí, su sanador sabía exactamente qué era lo que ella necesitaba. La mano siguió subiendo por el costado y se detuvo debajo de los senos pesados y tiernos.
El cirujano seguía hablando con sugerentes susurros.
—¿Esto está bien?
Ella respondió con un hilo de voz.
—Lo está, y lo estará cualquier cosa que me sirva para poder sentir de nuevo mis piernas.
Pero no deseaba las caricias solo por eso, ni siquiera principalmente por eso. Lo que ahora la impulsaba en realidad era el deseo de tenerlo a él de tener su miembro dentro de ella.
—¡Sanador!
Una delicada caricia en los pechos había obligado a Payne a levantar el cuerpo del colchón y abrir las piernas, apoyándose sobre los talones. Y luego el pulgar del hombre se entretuvo en el pezón y el roce produjo una explosión de fuego en lo más profundo de su intimidad.
Las piernas de la hembra se movieron sobre la cama, impulsadas por la presión que sentía en el sexo.
—Me estoy moviendo.
La emoción y el deseo le volvieron la voz ronca. En efecto, ya no estaba paralizada, se movía; pero lo que más la emocionaba ahora no era eso, sino la inminencia de la consumación, de la posesión.
—Lo sé, bambina. Y me voy a asegurar de que tu movilidad sea permanente.