25

En el centro de entrenamiento del complejo de la Hermandad, Butch se sentía inclinado a odiar al cirujano por pura lealtad a V. En especial después de verlo andar por ahí medio desnudo, como si fuera miembro de un grupo de danza erótica o de una grotesca secta.

Joder, pensar que ese desgraciado andaba así cerca de Payne, envuelto apenas en una toalla. Era una pésima idea por muchas razones.

Habría sido diferente si el cirujano tuviera el cuerpo de un jugador de ajedrez, por ejemplo. Pero tal como estaban las cosas, Butch se sintió como si John Cena, el célebre culturista, hubiera estado tratando de seducir a la hermanita de V. ¿Cómo era posible que un cirujano tuviera semejante cuerpo?

Sin embargo, había dos cosas que salvaban al puto doctor: el desgraciado se había puesto el traje de cirugía que Butch le había dado, para no seguir dando ningún espectáculo. Y, cuando se sentaron frente al Dell de la sala de examen, el tío parecía sinceramente preocupado por Payne y su bienestar.

Aunque, la verdad, no estaban avanzando mucho en ese frente. Los dos miraban la pantalla del ordenador como si fueran un par de perros mirando Animal Planet: con mucha concentración, pero incapaces de comprender nada, y menos de subir el volumen al televisor o cambiar de canal.

En condiciones normales, Butch habría llamado a Vishous. Pero eso no iba a ocurrir esa noche, teniendo en cuenta lo que debía de estar sucediendo en ese momento en la Guarida. Bastante tenía su amigo, como para preocuparse por la informática.

Butch esperaba que V y Jane lograran arreglar las cosas entre ellos.

El cirujano lo miró.

—¿Y ahora qué?

El expolicía salió de sus pensamientos para volver a concentrarse en la tarea que tenía enfrente y puso la mano sobre el ratón.

—Ahora cogemos y rezamos para que pueda encontrar los malditos registros de seguridad. Pero los encontraré, así me los tenga que sacar del culo.

—Qué tío tan refinado. Y pensar que andabas jodiéndome por la maldita toalla.

Butch sonrió.

—Vete a la mierda.

Sorprendentemente, los dos se inclinaron al mismo tiempo sobre la pantalla, como si esa sincronización pudiera ayudar mágicamente al ratón a encontrar lo que estaban buscando.

El médico se enrabietó.

—Joder, soy un desastre con los ordenadores. Soy mejor trabajando con las manos.

—Yo también.

—Ve al menú del comienzo.

—Ya voy, ya voy…

—Mierda.

Los dos habían lanzado la exclamación al unísono, al ver cómo se desplegaba un montón de archivos, o de programas, o lo que fuera.

Naturalmente, no había nada que se llamara «seguridad» ni «cámaras» ni «haga clic aquí, imbécil, para encontrar lo que está buscando».

—Espera, ¿podría estar en «vídeos»?

El expolicía asintió.

—Buena idea.

Los dos se acercaron un poco más al ordenador, casi hasta pegar la punta de la nariz contra la pantalla.

—¿Puedo ayudaros, chicos?

Butch se volvió.

—Gracias a Dios, Jane. Escucha, necesitamos encontrar los archivos digitales de la cámara de seguridad… —De pronto Butch se quedó callado—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, sí.

Ajá, claro. Desde su posición, Butch podía ver que Jane no estaba bien. Ni siquiera remotamente bien. Parecía tan perturbada que Butch se dio cuenta de que no debía preguntar dónde estaba V y que éste no iba a aparecer en un buen rato.

—Oye, doc. —Butch habló mientras se incorporaba.

—¿Sí?

—¿Puedo hablar contigo un segundo?

—Yo…

Antes de que Jane pudiera resistirse, Butch se apresuró a continuar.

—Gracias. Vamos al pasillo. Manello, tú trata de encontrar algo en ese ordenador.

—Eso haré.

Cuando Butch y Jane salieron de la sala de reconocimiento, Butch bajó la voz.

—¿Qué sucede? Ya sé que no es de mi incumbencia. Pero de todas maneras quiero estar al tanto.

Después de un momento, Jane cruzó los brazos sobre la bata blanca y se quedó mirando al vacío. Pero no porque quisiera cerrarse como una ostra, sino porque, al parecer, estaba reviviendo algo desagradable en su mente.

Butch insistió

—Dime qué pasa.

—Tú sabes la razón por la cual V fue a por Manny, ¿verdad?

—No conozco los detalles, no. Pero… me los puedo imaginar. —Francamente, los instintos suicidas de Payne eran bastante evidentes.

—Como médico, me encuentro sometida a distintas presiones. No sé si puedes ponerte en la piel e…

Ay, Dios, era peor de lo que Butch había pensado.

—Sí, claro que puedo imaginarlo. Mierda.

—Pero eso no es todo. Cuando estaba haciendo las maletas, encontré unos pantalones de V en el fondo del armario. Y estaban llenos de cera negra. Y de sangre y… —Jane se estremeció—. Algo más.

Butch sintió ganas de estrangular al imbécil de su amigo.

—Joder.

Al ver que Jane se quedaba callada, el expolicía se dio cuenta de que ella no quería ponerlo en una posición incómoda y por eso no iba a preguntar nada. Pero era evidente lo que quería saber.

Puta mierda, le había prometido a V que se mantendría al margen, pero no podía permitir que esos dos se separaran.

—V no te traicionó. Esa noche, creo que ya hace una semana, ¿no?, dejó que lo golpearan, Jane. Dejó que unos restrictores le dieran una paliza. Lo encontré rodeado de tres asesinos, que lo estaban azotando con cadenas.

Jane lanzó una exclamación y se llevó las manos a la boca.

—Ay… Dios…

—No sé qué habrás encontrado en el armario, pero te aseguro que V no estuvo con nadie más. Él mismo me lo dijo.

—Pero ¿qué pasa con la cera? Y con…

—¿No se te ocurrió que todo eso pudo hacérselo él mismo?

Jane se quedó sin palabras por un momento.

—No. Pero no entiendo por qué no pudo decírmelo.

El antiguo policía decidió hablar con la más descarnada franqueza, aunque le resultara un poco violento.

—Ningún tío quiere confesarle a su esposa que se está haciendo una paja. Eso es demasiado patético… y probablemente, para V eso es, de todas maneras, una especie de traición. Él realmente te adora.

Al ver que los ojos verdes como los bosques de Jane se llenaban de lágrimas, Butch se quedó momentáneamente desconcertado. La buena doctora era tan fuerte y sólida como su hellren… y esa fuerza era, precisamente, la razón por la cual era tan buena médica. Pero eso no significaba que no tuviera sentimientos, claro, y ahí estaban aflorando.

—Jane, no llores.

—Te confieso que no sé cómo vamos a superar esto. De verdad no lo sé. Él está mal. Yo también. Y además está Payne. —Abruptamente, Jane agarró el brazo a Butch y se lo apretó—. ¿Podrías ayudarlo, por favor? Con lo que necesita. Tal vez lo que nos pueda ayudar sea romper el hielo.

Mientras los dos se miraban a los ojos, Butch se preguntó si estarían pensando realmente en lo mismo. Pero ¿cómo podría plantear eso de una manera sensata? ¿Entonces quieres que lo golpee yo en lugar de que lo haga un restrictor?

Jane respondió casi entre sollozos.

—Yo no puedo hacerlo. Y no solo porque ahora tengamos problemas. Sencillamente, es algo que excede a mis capacidades. Él confía en ti… Yo confío en ti… y él lo necesita. Me preocupa que si V no logra romper esa muralla de la que se ha rodeado, terminemos separándonos inevitablemente… o peor… Llévalo al Commodore, por favor.

Bueno, eso aclaraba el asunto.

Butch carraspeó.

—Para serte sincero, hace días que vengo pensando en eso. Y, de hecho, acabo… de ofrecérselo.

—Gracias.

Butch estiró la mano y le acarició la mejilla a Jane.

—Lo voy a cuidar bien. No te preocupes.

Jane le agarró la mano.

—Gracias.

El expolicía con colmillos y la difunta transparente se abrazaron por un momento y, mientras lo hacían, Butch pensó que no había nada que no estuviera dispuesto a hacer para mantener juntos a Jane y a V.

—¿Dónde está ahora?

—No tengo ni idea. V me tiró una mochila y yo… guardé mis cosas y me marché. No lo vi en la Guarida al salir, pero tampoco lo busqué.

—Perfecto. Yo me encargo. ¿Tú ayudas a Manello?

Al ver que Jane asentía con la cabeza, Butch le dio un apretón y salió corriendo por el túnel subterráneo en dirección a la última parada: la Guarida.

Sin tener idea de qué se podría encontrar, Butch marcó el código de seguridad y asomó la cabeza por la puerta. No había humo, así que no se estaba quemando nada. Tampoco se oían gritos. El único olor era el del pan que Marissa había horneado hacía un rato.

—¿Vishous? ¿Estás aquí?

Nada.

Dios, todo estaba demasiado silencioso.

Al fondo del pasillo, Butch vio que el cuarto de V y Jane estaba hecho un desastre, pero no había nadie. La puerta del armario estaba abierta y se veía que había muchas perchas vacías, pero eso no fue lo que llamó su atención.

Se dirigió al lugar donde estaban los pantalones de cuero y los levantó. Un buen católico como él no sabía mucho acerca de las prácticas sadomasoquistas, pero todo indicaba que pronto iba a aprender mucho sobre eso.

Butch sacó el móvil y llamó a V, pero sabía que no iba a tener respuesta. Así que supuso que iba a tener que usar de nuevo el GPS.

‡ ‡ ‡

—Me siento como en los viejos tiempos.

Manny tenía la vista fija en la pantalla del ordenador mientras hablaba. Era difícil decir qué era lo más raro de estar otra vez sentado junto a su antigua colega. Con tantas cosas que decirse, el silencio entre ellos era como jugar al escondite con unos niños de tres años: aunque todos están prácticamente a la vista, siempre pretendes no verlos.

—¿Por qué quieres ver los archivos digitales de la cámara?

—Ya lo verás.

Jane no tuvo ninguna dificultad para localizar el programa que buscaban y, un momento después, en la pantalla apareció la imagen en vivo del cuarto de Payne. Un momento, la cama estaba vacía… sólo se veía una bolsa.

Jane sacudió la cabeza.

—Imagen equivocada. Esta sí es.

Allí estaba. Su Payne. Acostada contra las almohadas, con el extremo de la trenza entre las manos y los ojos fijos en el baño, como si tal vez se estuviera imaginando que Manny seguía en la ducha.

Maldición. Payne es muy hermosa.

Jane le miró y le preguntó con voz suave.

—¿Eso crees?

Muy bien, había llegado el momento de que su boca dejara de funcionar, pensó Manny, creyendo que estaba pensando en voz alta.

Así que carraspeó.

—¿Podemos retroceder con las imágenes una media hora?

—Claro.

La imagen comenzó a retroceder y el contador que había en la esquina inferior derecha empezó a correr a toda velocidad.

Al verse examinándola con solo una toalla a modo de taparrabos, le pareció absolutamente obvio que los dos se sentían muy atraídos el uno hacia el otro. Ay, Dios… esa maldita erección dio a Manny otra razón para no mirar a Jane.

—Espera… —Manny se irguió, expectante—. Despacio. Ahí está.

Manny vio cómo regresaba al baño y…

Jane soltó una exclamación impropia de ella, pero muy reveladora de la sorpresa que acababa de llevarse.

—¡La madre que me parió!

Ahí estaba: Payne aparecía sentada sobre las rodillas, al borde de la cama, y su cuerpo largo y esbelto se mantenía perfectamente erguido mientras miraba hacia la puerta del baño.

—Pero, por Dios, ¿no está resplandeciendo?

—Sí. —Manny también afirmó con la cabeza solemnemente—. Así es.

—Espera… —Jane puso otra vez en marcha la grabación hacia delante—. ¿Aquí estás examinándola para ver si siente algo?

—Sí, pero no encontré nada. Nada. No sintió nada. Y, sin embargo, retrocede de nuevo… gracias. —Manny y señaló las piernas de Payne—. Aquí es evidente que tiene control muscular.

—Pero esto no tiene ninguna lógica. —Jane volvió a pasar la grabación varias veces—. Aunque lo hizo… Ay, Dios… se está moviendo. Es un milagro.

En efecto, parecía todo un milagro. Solo que…

Manny, con su olfato médico, se hizo una pregunta en voz alta.

—¿Cuál es el estímulo?

—Tal vez eres tú.

—En absoluto. Es evidente que la operación fue un fracaso, o se habría arrodillado antes. Tú misma la has reconocido y has visto que sigue paralizada.

—No estoy hablando del estímulo de tu escalpelo.

Jane echó atrás la grabación hasta el momento en que Payne se levantaba y ahí congeló la imagen.

—Eres tú.

Manny se quedó mirando la imagen y trató de ver algo más aparte de lo obvio: era clarísimo que, mientras Payne lo miraba, la luz que irradiaba se hacía más brillante y que llegaba un momento en que se podía mover.

Jane fue parando el vídeo fotograma a fotograma, por así decirlo. En cuanto Manny salía del baño y ella se volvía a acostar, el brillo desaparecía y la paciente perdía la sensibilidad.

Manny casi no podía articular palabra.

—Esto no tiene sentido.

—Te equivocas, creo que sí lo tiene. Es por su madre.

—¿Cómo? ¿Pero qué galimatías es éste?

—Dios, ¿por dónde comenzar? —Jane señaló su propio cuerpo—. Yo soy lo que soy gracias a la Virgen Escribana.

—¿Quién? —Manny sacudió la cabeza—. ¿Una virgen escribana, o sea que copia papeles y esas cosas? No entiendo nada.

Jane sonrió.

—No es necesario que entiendas demasiado; ni siquiera creo que sea conveniente. Sencillamente es algo que está sucediendo. Solo tienes que quedarte con Payne y ver cómo evoluciona.

Manny volvió a clavar la vista en la pantalla. Bueno, mierda, parecía que el cabrón de la perilla había tenido razón. De alguna manera, ese degenerado se había imaginado lo que iba a ocurrir. O quizás solo fue a buscarlo como recurso desesperado, sin mucha fe. En todo caso, ciertamente parecía que el cirujano fuera una especie de medicina para la extraordinaria criatura que yacía en la cama.

Por muchas razones, era una magnífica idea seguir adelante con el experimento.

Pero no debía llamarse a engaño. Sin duda, al final no tendría nada que ver con el amor ni con el sexo; tendría que ver con levantarla de aquella maldita cama y hacerla moverse, de modo que pudiera volver a vivir su vida, independientemente de las circunstancias, los tratamientos y todo lo demás. Bien sabía el cuarentón dueño de una potranca que al final no le iban a permitir quedarse con aquella mujer. Se desharían de él como quien se deshace de un vaso de plástico. Sí, era posible que ella se encaprichara con él, pero también era verdad que Payne era una virgen que no conocía nada mejor.

Y tenía un hermano que iba a obligarla a tomar las decisiones correctas.

¿Y qué pasaría con él? Cuando acabara, no iba a recordar nada de la bonita historia de fantasmas, vampiros y vírgenes copiadoras de legajos, ¿verdad?

Gradualmente, Manny se fue dando cuenta de que Jane tenía los ojos fijos en él, en su perfil.

—¿Qué pasa? —Hizo la pregunta sin desviar la vista de la pantalla.

—Nunca te había visto tan enganchado a una mujer.

—Nunca había conocido a nadie como ella. —Nada más decirlo, levantó la palma de la mano para impedir cualquier posible conversación al respecto—. Y te puedes ahorrar el discurso de ten-mucho-cuidado-que-es-muy-delicada. Ya lo sé, y también sé lo que me espera al final de esto.

Joder, tal vez esos desgraciados incluso terminarían por matarlo y arrojarlo al río. Y hacer que pareciera un accidente.

—No iba a decirte que tuvieses cuidado. —Jane se movió en el asiento—. Y, créeme, sé lo que estás sintiendo.

Manny la miró de reojo.

—¿Ah sí?

—Es lo mismo que sentí cuando conocí a Vishous. —Los ojos se le aguaron, pero enseguida pareció recuperarse—. Pero ahora estamos hablando de Payne y de ti.

—¿Qué está sucediendo, Jane? Cuéntame.

—No está sucediendo na…

—¡Venga, por favor, déjate de cuentos! Y te digo lo mismo que acabas de decirme a mí. Nunca te había visto así. No tienes buen aspecto.

Jane respiró hondo.

—Problemas matrimoniales. Simple y llanamente eso. Bueno, en realidad no es tan simple, pero no importa.

Era evidente que Jane no quería hablar del tema.

—Está bien. Pero ya sabes que puedes hablar conmigo. Mientras me permitan quedarme, claro.

Manny se restregó la cara. Era una tontería preocuparse por cuánto tiempo iría a durar aquella historia, pero también era inevitable. La posibilidad de perder a Payne le resultaba inasumible, a pesar de que apenas la conocía.

De repente recordó que Jane había sido humana. Y estaba allí. Tal vez había…

¡Joder!

—Oye, Jane… —Miró con gesto preocupado a su vieja amiga—. ¿Qué…?

En ese momento se quedó sin palabras. Jane estaba sentada en el mismo asiento, en la misma posición, vestida con la misma ropa… pero él podía ver la pared que estaba detrás de ella… y los armarios metálicos… y la puerta del otro lado. Y no los veía más allá de los hombros de Jane. Los estaba viendo a través de ella.

La muerta viviente debió de darse cuenta, porque enseguida se excusó.

—Ay, lo siento.

Frente a los ojos del cirujano, Jane pasó de ser una figura translúcida a convertirse de nuevo en una persona normal.

Manny se levantó de un salto y fue retrocediendo hasta estrellarse contra la camilla de reconocimiento.

—Tienes que decirme qué es lo que pasa. —Manny la miraba con ojos desorbitados—. Por… Dios… Santo…

Al ver que Manny se agarraba el crucifijo que llevaba al cuello, Jane bajó la cabeza y se acarició el pelo nerviosamente.

—Querido Manny, hay muchas cosas que no sabes.

—Entonces, cuéntamelas. —Al ver que ella no respondía, Manny sintió que el alarido que oía en su cabeza subía cada vez más de volumen—. Será mejor que empieces a hablar, porque realmente estoy harto de sentirme como un maldito loco.

Hubo un largo silencio.

—Yo estoy muerta, Manny, pero no fallecí en un accidente de coche. Eso fue un montaje.

Manny sintió que el suelo cedía bajo sus pies.

—¿Cómo?

—Me pegaron un tiro. Me dispararon. Fallecí en los brazos de Vishous.

—Ah, bueno, entonces ya está todo explicado.

El cirujano, hombre racional, usaba la mordacidad para no acabar como un cencerro.

—Fue así, no creas que bromeo.

—¿Y quién lo hizo, quien te disparó?

—Los enemigos de Vishous.

Manny se aferró a su crucifijo y el católico que llevaba dentro comenzó a creer súbitamente que los santos eran mucho más que ejemplos de buen comportamiento: probablemente eran su último recurso en aquel manicomio.

—Ya no soy la que conociste, Manny. En muchos sentidos. —Había una enorme tristeza en la voz de Jane—. Ni siquiera estoy viva de verdad. Esa fue la razón por la que no volví a verte. No fue por aquello de la separación entre los vampiros y los humanos, no, sino porque en realidad ya no estoy aquí.

Manny parpadeó. Como una vaca aturdida. Varias veces.

Cojonudo. ¿Entonces se suponía que lo más consolador de todo esto era descubrir que su antigua cirujana de traumatología era un fantasma? Manny sintió que su radar se apagaba por completo. Había sufrido tantas explosiones últimamente que, como una articulación dislocada, ahora su cerebro tenía total libertad de movimiento.

Y, desde luego, ya no funcionaba.

Pero ¿a quién le interesaba?