23

En la sala de reconocimientos, el sanador de Payne parecía medio muerto, pero enteramente feliz con aquella especie de defunción parcial.

Mientras esperaba a que el exhausto cirujano respondiera a su pregunta, Payne parecía más preocupada por él que él por ella. La sangre de su sanador tenía un sabor exquisito y aquel vino oscuro se había deslizado por su garganta, entrando en su organismo y llenando no sólo su estómago sino todo su cuerpo.

Y su espíritu.

Era la primera vez que se alimentaba de una vena del cuello. Las Elegidas, cuando estaban en el Santuario, no necesitaban del sustento de la sangre. Ni siquiera tenían periodos de necesidad en las épocas en que no se encontraban en un estado de animación suspendida, como había sido su caso durante tantos años.

Y la verdad es que apenas recordaba haberse alimentado de las venas de la muñeca de Wrath.

Curioso… las dos sangres tenían más o menos el mismo sabor, aunque la del rey era más fuerte.

Payne, entre meditación y meditación, volvió a la carga.

—¿Qué es correrse?

El médico exangüe resopló.

—Es, vamos a ver, pues es lo que ocurre cuando estás dentro de alguien durante la relación sexual.

—Muéstramelo.

El pobre hombre no tuvo más remedio que echarse a reír.

—Me encantaría. Créeme.

—¿Por qué ríes? ¿Es algo que yo… puedo hacerte?

Manny tosió para pensar un instante.

—Ya lo hiciste.

—¿De veras?

El sanador asintió con la cabeza.

—Claro que lo hiciste. Y por eso ahora necesito una ducha.

—Pues dúchate y luego me muestras eso. —No era una solicitud; era una orden. Y al sentir que los brazos de Manny se apretaban a su alrededor, Payne tuvo la impresión de que estaba excitado—. No lo dudes, me lo tienes que enseñar todo.

—Joder, claro que lo voy a hacer. —Sonrió con picardía—. Te lo voy a mostrar todo.

Al ver que la miraba como si conociera secretos que ella no alcanzaba a imaginar, Payne se dio cuenta de que, aunque siguiese paralizada, eso era algo por lo cual la vida valía la pena. Esa especie de conexión y ese deseo intenso y maravilloso eran más valiosos que sus piernas. Payne sintió un súbito terror al pensar que había estado a punto de perder todo eso.

Tenía que dar las gracias a su gemelo de la forma adecuada. Pero ¿cuál era esa forma?, ¿cómo podría corresponder a semejante regalo?

—Déjame llevarte de vuelta a la habitación. —El maltrecho cirujano se puso de pie, a pesar de que iba soportando todo su peso—. Cuando me asee un poco, habrá que pensar en bañarte con la esponja, ya sabes.

Payne arrugó la nariz con disgusto.

—Qué aburrimiento.

Manny volvió a sonreír con picardía.

—No tendrá nada de aburrido en la forma en que yo voy a hacerlo. Confía en mí. —La miró un momento en silencio—. Oye, ¿crees que podrías encender las luces por mí, para que no tropecemos? Estás resplandeciendo, pero no estoy seguro de que esa luz sea suficiente.

Payne tuvo un momento de confusión. Luego levantó un brazo. El sanador tenía razón. Su cuerpo brillaba con una luz suave y su piel emitía una vaga fosforescencia… ¿Qué era aquello? ¿Tal vez esa era su respuesta sexual?

Lógico, pensó Payne. Porque lo que aquel humano le hacía sentir era tan incontenible como la felicidad y tan luminoso como la esperanza.

La vampira encendió las luces con el pensamiento y abrió las cerraduras de las puertas de igual manera. Manny sacudió la cabeza y reanudó la marcha.

—Joder, haces unos trucos muy interesantes, qué bárbaro.

Tal vez, pero no eran los trucos que le gustaría hacer en ese momento, pensó Payne. Le encantaría poder devolverle lo que él había compartido con ella… pero no tenía ningún secreto importante que enseñarle y tampoco podía ofrecerle su sangre, pues los humanos no sólo no la necesitaban, sino que podían morir si la ingerían.

Confesó su frustración en un susurro.

—Me gustaría poder pagarte.

—¿Pagarme qué?

—Tu generosidad por venir aquí y mostrarme…

—¿A mi amigo? En verdad, es toda una inspiración.

Payne se refería más al hombre de carne y hueso que al de la pantalla.

—Así es. —No quiso deshacer el equívoco.

De regreso en la sala de recuperación, Manny la llevó hasta la cama y la acostó con sumo cuidado, arreglando las sábanas y las mantas para que ninguna parte de su piel quedara descubierta. También se tomó el tiempo necesario para reorganizar los monitores que supervisaban sus funciones corporales y para acomodar y airear un poco las almohadas que sostenían su cabeza.

Mientras trabajaba, Manny siempre trataba de cubrir sus caderas con algo. Una parte de las sábanas. Las dos mitades de su bata.

Terminó y la miró con una sonrisa.

—¿Cómoda? —La enferma movió la cabeza afirmativamente—. Enseguida vuelvo. Grita si me necesitas, ¿de acuerdo?

El sanador desapareció en el baño. La puerta quedó entornada, tapando la mayor parte de la vista, pero no toda. Se veía una parte de la cabina de la ducha, donde caía un haz de luz, y Payne vio con claridad cómo el brazo cubierto con la bata blanca se alargaba, agarraba un grifo y hacía brotar la lluvia caliente.

Luego vio ropa que caía al suelo. Mucha ropa.

También alcanzó a vislumbrar por un instante el glorioso cuerpo de su sanador, al tiempo que entraba en el cubículo y cerraba la puerta de cristal. El ruido del agua al caer cambió, lo que le indicó a Payne que el cuerpo desnudo de su sanador se encontraba bajo la cascada.

¿Cuál sería su aspecto, cubierto de agua y jabón, con la piel brillante y tibia, tan masculino?

Apoyándose en las almohadas, la vampira se inclinó hacia un lado… y luego se inclinó un poco más… y todavía más, hasta quedar prácticamente colgando…

Dios.

El cuerpo del doctor estaba de perfil, pero Payne pudo tener una panorámica casi completa: con los músculos bien marcados, tenía un pecho y unos brazos pesados, que se apoyaban sobre caderas sólidas y piernas largas y poderosas. Un manto de pelo negro se extendía por los pectorales y formaba una línea que bajaba hasta el abdomen y seguía hacia abajo, más abajo… y más abajo…

Maldición, Payne no alcanzaba a ver lo suficiente y su curiosidad era demasiado fuerte para hacer caso omiso de ella.

¿Cómo era su sexo? ¿Qué tacto tendría?

Payne soltó una maldición y se movió con torpeza hasta que quedó prácticamente en el otro extremo de la cama. Ladeando la cabeza, trató de aprovechar al máximo la limitada perspectiva que le ofrecía la rendija de la puerta. Pero así como ella se había movido, él también lo había hecho y ahora estaba enseñando la espalda y su… la parte baja de su cuerpo…

Payne tragó saliva y se estiró un poco más hacia arriba para ver todavía más. Mientras el sanador le quitaba la envoltura a una pastilla de jabón, el agua corría por los hombros y bajaba por la espalda, cayendo luego sobre las nalgas y la parte posterior de los muslos. Después empezó a enjabonarse la nuca y la espuma que producía con sus manos iba cayendo con el agua a medida que restregaba.

Payne estaba fascinada.

—Media vuelta. Déjame verte entero.

El deseo de ver más no hizo sino aumentar cuando las manos enjabonadas del sanador se dirigieron hacia lo que estaba debajo de la cintura. Mientras levantaba una pierna y luego la otra, las manos resultaban eróticamente eficientes, lavando a conciencia los muslos y las pantorrillas.

De pronto Payne se dio cuenta de que el sanador se ocupaba de su sexo. Porque echó la cabeza hacia atrás y sus caderas se sacudieron con fuerza.

Estaba pensando en ella. Payne estaba segura de eso.

Y luego dio media vuelta.

Todo pasó tan rápido cuando sus ojos se cruzaron que los dos se echaron hacia atrás.

La había pillado in fraganti.

Payne se apresuró a recostarse de nuevo contra las almohadas y adoptó la misma posición en la que estaba anteriormente, mientras arreglaba por segunda vez las mantas que él había organizado con tanto cuidado. Con la cara roja como un tomate, Payne quería ocultar…

Entonces se oyó un chirrido y Payne levantó la vista. El médico llegaba en tromba desde el baño, donde había dejado el agua de la ducha corriendo. Todavía tenía jabón sobre el abdomen y el agua le goteaba desde…

El sexo de su sanador le causó una honda y magnífica impresión. Allí estaba aquella maravilla, en primer plano, orgullosa, enorme, dura.

—¡Pero…!

El médico había empezado a decir algo, pero ella estaba demasiado cautivada para escucharlo, demasiado fascinada. En el fondo de su cuerpo pareció brotar una fuente, mientras su sexo se hinchaba y se preparaba para aceptarlo.

En realidad el cirujano se estaba tapando ahora las vergüenzas con las manos.

—¡Payne, por Dios!

De inmediato ella se sintió avergonzada y se llevó las manos a las muy acaloradas mejillas.

—Siento mucho haberte espiado.

El humano se agarró de la puerta.

—No, no es eso… —Sacudió la cabeza como si quisiera aclarar sus ideas—. ¿Te das cuenta de lo que estabas haciendo?

Payne no pudo evitar sonreír.

—Sí. Y créeme, mi sanador, soy totalmente consciente de lo que estaba mirando con tanta atención.

—¡Estabas erguida, Payne. Estabas sentada sobre las rodillas, en el borde de la cama!

La vampira sintió que el corazón dejaba de latirle. No era posible que estuviese en lo cierto.

No era posible.

‡ ‡ ‡

Al ver que Payne fruncía el ceño, Manny se abalanzó sobre ella, pero luego se dio cuenta de que estaba jodidamente desnudo. Desnudo es una cosa, jodidamente desnudo quiere decir que un tío no sólo tiene el trasero al aire sino que está completa y totalmente excitado y no lleva nada encima. Así que regresó rápidamente al baño, agarró una toalla, se la envolvió alrededor de las caderas y, entonces sí, se acercó a la cama.

La mujer balbuceaba, incrédula.

—Yo… no, debes de estar equivocado. No pude haber…

—Lo hiciste. Lo he visto.

—Solo me estiré un poco.

—Entonces ¿cómo lograste llegar al borde de la cama? ¿Y cómo volviste a ponerte en la posición en la que estás ahora?

Payne clavó los ojos en el extremo de la cama, mientras apretaba las cejas sin entender nada.

—No lo sé. Yo estaba… mirándote y tú eras lo único que parecía existir.

Manny se sintió asombrado en el primer instante, y enseguida sintió una extraña transformación. No podía creer que una hembra tan celestial como ella pudiera desearlo de esa manera.

Halagado en su masculinidad, estuvo a punto de perder la cabeza, pero logró dominarse.

—Espera, déjame ver qué es lo que está sucediendo, ¿vale?

Manny sacó las sábanas y las mantas que estaban dobladas por debajo del colchón y las subió hasta la altura de los muslos de Payne. Luego deslizó un dedo por la planta de uno de sus hermosos pies.

El médico creyó que el pie se iba a mover, pero no lo hizo.

—¿Sientes algo?

La enferma negó con la cabeza. Repitió la misma operación en el otro lado. Luego se movió hacia arriba y apretó con las palmas de las manos los delicados tobillos de Payne.

—¿Algo?

Los ojos de Payne tenían una expresión trágica cuando respondió.

—No siento nada. Y no entiendo qué es lo que dices haber visto.

Manny siguió subiendo, hacia las pantorrillas.

—Estabas sobre las rodillas. Te lo juro.

Todavía más arriba, hasta llegar a los muslos firmes.

Nada.

Por Dios, pensó Manny. Necesariamente, debía de tener algún grado de control sobre las piernas. No había ninguna otra explicación. A menos que estuviera alucinando.

Ella seguía sumida en la tristeza.

—No lo entiendo.

Y él tampoco, pero estaba decidido a descubrir lo que estaba sucediendo.

—Voy a revisar tus radiografías. No tardo.

Al pasar a la sala de reconocimientos, Manny pidió ayuda a la enfermera para tener acceso a la historia clínica de Payne a través del ordenador. Con experimentada eficiencia, lo revisó todo: los signos vitales, los resultados de los exámenes, las radiografías, hasta encontró las pruebas que le había practicado en el St. Francis, lo cual fue toda una sorpresa. No tenía ni idea de cómo habían tenido acceso a la resonancia original. Estaba seguro de haber borrado el archivo poco después de que entrara en el sistema del hospital. Pero sin duda se alegró de verlo de nuevo.

Cuando terminó, se recostó en la silla y el frío que golpeó sus hombros le recordó que lo único que llevaba encima era una toalla.

Lo cual explicaba la extraña mirada que le había lanzado la enfermera al verlo llegar.

Levantó las cejas como pidiendo excusas a la mujer, y siguió a lo suyo, que era mirar la última radiografía.

—¡Qué demonios!

La columna estaba en perfecto estado, con las vértebras bellamente alineadas y muy derechas. Su brillo fantasmagórico sobre el fondo negro brindaba una perfecta fotografía de lo que estaba ocurriendo en la espalda de Payne.

Todo, desde la historia clínica hasta el examen que acababa de practicarle en la cama, sugería que la conclusión que había sacado al verla de nuevo era la correcta: él había hecho el mejor trabajo técnico de su vida, pero la médula espinal había sufrido un daño irreparable y no había nada que hacer.

Y de repente Manny recordó la expresión de la cara de Goldberg, que casi le tomó por loco cuando vio que al parecer no podía distinguir entre el día y la noche.

Mientras se restregaba los ojos, Manny se preguntó si habría tenido una alucinación cuando vio a la mujer erguida, es decir si otra vez estaría perdiendo la noción de la realidad. Sin embargo, estaba seguro de lo que había visto… ¿O no?

De pronto se hizo la luz en su mente.

El médico se dio la vuelta y levantó la vista hacia el techo. Sin duda alguna, allá en la esquina había un adminículo pegado a un panel. Lo cual significaba que la cámara de seguridad podía ver cada centímetro cuadrado del cuarto.

Tenía que haber otra en la sala de recuperación. Tenía que haber una igual.

Manny se puso de pie, se dirigió a la puerta y se asomó al corredor, con la esperanza de poder encontrar de nuevo a la amable enfermera rubia, que acababa de salir a sus quehaceres.

—¿Hola?

Su voz resonó por todo el pasillo, pero no hubo respuesta, así que no tuvo otra opción que explorar un poco, aunque estuviera descalzo y medio desnudo. Sin saber adónde dirigirse, se decidió por la derecha y comenzó a caminar rápidamente. Golpeó en todas las puertas que se encontró y luego trató de abrirlas. La mayoría estaban cerradas, pero las que no lo estaban, daban paso a… aulas. Y alguna sala de conferencias. Y un gimnasio inmenso, que parecía profesional.

Cuando llegó a la que tenía un letrero que decía «sala de pesas», oyó el golpeteo de los pasos de alguien que estaba tratando de machacar una máquina andadora y decidió pasar de largo. Después de todo, no era más que un humano medio desnudo en un mundo de vampiros, y ciertamente no creía que fuera la enfermera la que se estuviera entrenando para el maratón.

Además, a juzgar por lo pesados que parecían esos pasos, lo más probable era que terminara activando una bomba en lugar de abrir simplemente una puerta… y aunque tenía suficientes impulsos suicidas como para enfrentarse con cualquier cosa que lo atacara, ahora se trataba de ayudar a Payne, no de alimentar su ego ni practicar sus conocimientos de boxeo.

Entonces decidió dar media vuelta y hacer una pequeña exploración en la otra dirección. Siguió llamando a las puertas y abriendo las que podía. Cuanto más se alejaba, el lugar parecía alojar menos salones aulas para convertirse más en una especie de central de policía, con salas de interrogatorio y mierdas así. Al final, había una puerta inmensa que parecía sacada de una película, con paneles reforzados y llenos de pernos.

Más allá debía de estar el mundo exterior, pensó el despelotado cirujano.

Empujó con todas sus fuerzas.

¡Sorpresa!

Salió al aparcamiento en el que estaba su Porsche.

—¿Qué coño crees que estás haciendo?

Manny clavó los ojos en un Escalade totalmente negro, que tenía los cristales oscurecidos y las llantas y la parrilla pintadas de negro. Y junto al vehículo estaba el tío que había visto aquella primera noche, el que pensó que había reconocido…

—Yo te he visto en alguna parte. —Mientras hablaba Manny notó que la puerta se cerraba detrás de él.

El vampiro sacó del bolsillo una gorra de béisbol y se la puso. Los Red Sox. Por supuesto, teniendo en cuenta el acento de Boston.

Aunque la pregunta del millón era: ¿cómo demonios hace un vampiro para terminar hablando como un tío nacido en el sur de Boston?

—Bonito crucifijo. —El de la gorra contemplaba la cruz que Manny llevaba al cuello—. ¿Qué haces? ¿Estás buscando tu ropa?

Manny entornó los ojos.

—Sí. Alguien me la robó.

—¿Para poder hacerse pasar por médico?

—Tal vez hoy es Halloween, ¿cómo diablos voy a saberlo?

Por debajo de la visera azul oscura apareció una sonrisa que dejaba ver una corona dental ligeramente torcida. Y, por supuesto, también tenía un buen par de colmillos.

Manny se esforzaba por recordar. Ya había alcanzado una conclusión definitiva: ese hombre había sido humano antes. Pero, ¿se había convertido en chupasangre? Joder, ¿cómo había podido ocurrir tal cosa?

El antiguo humano le habló con tono irónico.

—Hazte un favor. Deja de romperte la cabeza con eso, regresa a la clínica y vístete antes de que aparezca Vishous.

—Yo sé que te he visto en alguna parte y en algún momento voy a descubrir la verdad. Pero, en fin… por ahora necesito tener acceso a los registros de las cámaras de seguridad instaladas aquí abajo.

Aquella especie de sonrisa sarcástica se evaporó de repente.

—¿Y por qué cojones quieres hacer eso?

—Porque mi paciente acaba de enderezarse por sus propios medios… y no estoy hablando de que haya levantado el torso de las malditas almohadas. Yo no estaba ahí cuando ocurrió y necesito ver cómo sucedió.

Red Sox pareció dejar de respirar.

—¿Qué dices? ¿Qué coño estás diciendo?

—¿Acaso tengo que explicártelo con mímica, como si estuviéramos jugando a los personajes o alguna mierda así?

—No gracias, realmente no necesito verte de rodillas delante de mí, cubierto únicamente con una toalla.

—Ya somos dos.

—Espera, ¿estás hablando en serio?

—Sí. Te juro que yo tampoco estoy interesado en chupártela.

Hubo una pausa. Y luego el desgraciado soltó una carcajada.

—Eres un pedazo de cabrón manipulando las palabras, eso te lo reconozco. A ver: yo te puedo ayudar, pero tienes que vestirte, amigo. Si V te ve andando así cerca de su hermana, vas a necesitar hacer otra operación, pero en tus propias piernas.

Mientras el tío comenzaba a caminar hacia la puerta, Manny recordó. No era en el hospital donde le había visto.

—La catedral de St. Patrick. Ahí es donde te he visto. Siempre te sientas solo en los bancos de atrás, durante la misa de medianoche, y siempre llevas esa gorra.

El hombre abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Debido a la visera, no había manera de saber qué estaba mirando, pero Manny estaba seguro de que no lo estaba mirando a él.

—No sé de qué hablas, amigo.

Lo sabes de sobra, pensó Manny.