21

Cuando Vishous empujó la puerta de la sala de reconocimiento, se encontró con una escena que le hizo pensar con gusto en la castración.

Lo cual, teniendo en cuenta su propia experiencia con el manejo de cuchillos cerca de las partes íntimas, era mucho decir.

Pero, claro, su hermana estaba sentada prácticamente a horcajadas sobre la verga del maldito humano de mierda, mientras los brazos de él la rodeaban y sus cabezas permanecían unidas. Solo que no se estaban mirando el uno al otro… y esa fue la única razón por la cual decidió no interrumpir la fiesta. Estaban mirando la pantalla de un ordenador, donde se veía a un hombre en una silla de ruedas, corriendo junto a otro montón de tíos.

«La estatura no es más que un dato, pero no significa ni mierda en lo que tiene que ver con el carácter o la clase de vida que llevas».

«¿Puedes mover el… esa cosa?».

Por alguna razón, el corazón de V dio un brinco cuando vio que el humano le mostraba a su hermana cómo usar un ratón de ordenador. Y luego oyó algo que le dio razones para tener esperanzas:

«Puedo hacerlo», dijo Payne.

«Esa es la idea», replicó Manello con voz suave. «Puedes hacer cualquier cosa».

Bueno, mierda, el juego estaba dando sorpresas, había que reconocerlo. V había traído al humano solo por un rato, con el fin de hacerla desistir de sus impulsos suicidas. Pero nunca pensó que ese tío zarrapastroso pudiera brindarle a su hermana algo más que el cariño que se tiene por una mascota.

Y sin embargo, el hijo de puta estaba mostrándole muchas cosas, aparte de cómo besar.

V quería ser el que salvara a Payne y supuso que, al traer a Manello, podría ser el que lo lograra, pero, si tenía esa posibilidad, ¿por qué no había hecho algo más de lo que hizo antes? ¿Por qué la propia Jane no había hecho algo más? Ellos deberían haberla sacado de ese lugar, haberla llevado a la mansión… haber comido y charlado con ella.

Haberle mostrado que su futuro era diferente, pero que no se había evaporado.

V se restregó la cara, mientras la rabia lo consumía. Maldita Jane, ¿cómo era posible que ella no supiera que los pacientes necesitan algo más que medicinas para el dolor y baños de esponja? Su gemela necesitaba un maldito horizonte. Cualquiera enloquecería encerrado en ese asqueroso cuarto.

¡La puta madre que los parió!

V volvió a concentrarse en su hermana y el humano. Ahora se estaban mirando fijamente el uno al otro y parecía como si se fuera a necesitar una palanca para separarlos.

Lo cual hizo que V volviera a sentir deseos de matar al desgraciado.

Mientras su mano enguantada se dirigía al bolsillo en busca de un cigarro, V consideró la idea de carraspear con fuerza. O mejor sacar la daga y clavarla en la cabeza del humano. Pero el problema era que ese cirujano constituía una herramienta que podía usar hasta que ya no la necesitara más. No podía perforarle el cerebro porque aún no habían llegado a ese momento.

V se obligó a dar marcha atrás…

—¿Cómo estás?

Al dar media vuelta, V dejó caer su maldito cigarro.

Butch lo recogió.

—¿Necesitas un mechero?

—Mejor un cuchillo. —V tomó el cigarro y sacó su nuevo encendedor Bic, que funcionó perfectamente. Después de dar una calada, dejó que el humo saliera lentamente por la boca—. ¿Vamos a tomarnos una copa?

—Luego. Creo que primero tienes que ir a hablar con tu hembra.

—Créeme, no es el momento. Cuando lo sea, lo sabré.

—Está haciendo las maletas, Vishous.

El macho enamorado que llevaba dentro se volvió loco, pero a pesar de eso V se esforzó por quedarse allí, en el pasillo, y seguir fumando como si no pasara nada. Dio gracias a Dios por su adicción a la nicotina, pues eso era lo único que impedía que estuviera maldiciendo como un demente e incluso que se dedicara a estrangular al expolicía, más que nada para entretenerse un rato y no tener que pensar en su fantasmal amada.

—V, hermano, ¿qué diablos está pasando?

V apenas podía oír las palabras de Butch a causa del estruendo que sentía dentro de su cabeza. Y no logró articular una explicación muy completa.

—Mi shellan y yo tuvimos una diferencia de opinión.

—Entonces hablad del asunto, resolvedlo.

—No, ahora no. —El vampiro apagó el cigarro contra la suela de su bota y lo arrojó a la papelera—. Vámonos.

Solo que no arrancó. A la hora de moverse, no pudo comenzar a caminar hacia el garaje donde le estaban cambiando el aceite al Escalade. Se sentía literalmente incapaz de marcharse y parecía como si sus pies se hubiesen quedado pegados al suelo.

Miró hacia la oficina y se lamentó al pensar en que, hacía solo una hora, parecía como si las cosas estuvieran marchando bien de nuevo. Pero no. Era como si lo que había pasado antes no fuera más que una tregua para dar paso a la situación en la que se encontraban ahora.

—No tengo nada que decirle, de veras.

Menuda novedad.

—Tal vez se te ocurra algo.

V lo dudaba.

Butch le puso una mano sobre el hombro.

—Escúchame. Tienes un gusto fatal para la ropa y la misma capacidad de relación con los demás que un cuchillo de carnicero.

—¿Se supone que esas palabras tan bonitas deben ayudarme?

—Déjame terminar…

—¿Terminar? ¿Qué sigue ahora? ¿Algo sobre el tamaño de mi polla?

—Sí, ya que lo dices. Hasta una polla fina como un lápiz puede lograr su cometido… he oído los gemidos que salen de tu habitación y eso lo prueba. —Butch le dio un cordial empujón a su amigo—. Solo te digo que tú necesitas a esa hembra en tu vida. No arruines esa mierda. No la arruines ahora, ni nunca. ¿Me entiendes?

—Ella iba a ayudar a Payne a quitarse la vida. —Al ver que Butch se estremecía, V asintió con la cabeza—. Sí. Esto no es una insignificante discusión sobre cómo dejas el tapón de la puta pasta de dientes.

Después de un momento, Butch habló casi en un murmullo.

—Debe de haber tenido una muy buena razón.

—No hay ninguna razón posible. Payne es el único familiar que tengo y ella me la iba quitar para siempre.

Al plantear la situación con tanta claridad, V sintió que el zumbido en la base de su cráneo se volvía más fuerte y se preguntó si estaría a punto de sufrir algún tipo de ataque.

En ese momento, por primera vez en su vida, sintió miedo de sí mismo y de lo que era capaz de hacer. Desde luego, nunca le haría daño a Jane, independientemente de lo enloquecido que estuviera, nunca sería capaz de tocarla con rabia…

Butch dio un paso atrás y levantó las manos.

—Oye. Tranquilo, compañero.

V bajó la vista. No se había dado cuenta de que estaba empuñando sus dos dagas… y tenía los puños tan apretados que se preguntó si no iría a necesitar una intervención quirúrgica para que se las extirparan de la palma de la mano.

—Toma. —Aturdido, V se las tendió—. Aleja esto de mí.

Rápidamente, V le entregó las dagas y todas sus armas a su mejor amigo, hasta quedar totalmente desarmado. Y Butch aceptó la carga con alivio y solemne eficiencia.

—Sí, tal vez tengas razón. Será mejor que hables con ella más tarde.

—Ella no es la persona que debería preocuparte ahora, policía.

Al parecer, los impulsos suicidas parecían estar disparados ese día en su familia.

V dio media vuelta para marcharse y el amigo lo agarró del brazo.

—¿Qué puedo hacer para ayudar?

Una impactante imagen cruzó fugazmente por la mente de V.

—Nada que seas capaz de manejar. Desgraciadamente.

—No decidas por mí, maldito hijo de puta.

V se acercó hasta que sus caras quedaron apenas a unos centímetros de distancia.

—No tienes estómago para eso, créeme.

Los ojos almendrados de su amigo le sostuvieron la mirada y no parpadearon.

—Te sorprendería lo que estoy dispuesto a hacer para mantenerte vivo.

Abruptamente, V abrió la boca y se quedó sin aire. Y mientras los dos permanecían allí, frente a frente, el masoquista notó que se le tensaba el cuerpo.

—¿Qué estás diciendo, policía?

—¿De verdad crees que los restrictores son ahora la mejor opción? —Butch hablaba con voz ronca—. Al menos yo me puedo asegurar de que no estés muerto al terminar la sesión.

Por la mente de V cruzaron rápidamente muchas imágenes llenas de detalles gráficos y abrumadoramente perversos. Y él era el protagonista de cada una de ellas.

Después de un momento en que nadie dijo nada, Butch dio un paso atrás.

—Qué cojones. Sí que es el momento. Ve a ver a tu hembra. Te estaré esperando en el Escalade.

—Butch, no sabes lo que dices. No es posible.

Su mejor amigo lo miró con frialdad.

—A la mierda con eso. —Dio media vuelta y se fue caminando por el pasillo—. Ven a buscarme. Cuando estés listo.

Mientras V lo veía irse, se preguntó si todo eso tendría que ver con salir a tomarse un trago… o con la posibilidad de que él y Butch cruzaran la peligrosa puerta que el policía acababa de abrir.

En el fondo de su corazón, el vampiro sabía que se trataba de las dos cosas.

Mierda de vida.

‡ ‡ ‡

Entretanto, en la sala de reconocimientos, mientras miraba a Payne a los ojos, Manny tuvo la sensación de que alguien estaba fumando cerca de allí. Con su suerte, debía de ser ese maldito hermano de Payne, y el desgraciado debía de estar llenándose de nicotina antes de entrar allí para fregar el suelo con su cara, se dijo el cirujano empalmado.

Que sea lo que Dios quiera, se dijo. En todo caso, la boca de Payne estaba a solo unos centímetros de la suya y el cuerpo de Payne proyectaba su calidez contra el suyo y su miembro ardía de deseo. Manny era un hombre con gran fuerza de voluntad y determinación, pero detener lo que estaba a punto de suceder era algo que superaba ampliamente sus capacidades. Y las de cualquiera.

Así que levantó las manos y las puso alrededor de la cara de Payne. Al sentir el contacto, ella abrió los labios y él pensó que debía decir algo, pero su voz parecía haber decidido retirarse, como el cerebro, para dejar vía libre a los puros sentidos.

Más cerca. Manny empezó a estrecharla y se encontró con ella a medio camino. Ambas bocas se fundieron en una. Y aunque su cuerpo parecía tener la paciencia de un tigre hambriento, Manny tuvo mucho cuidado cuando la besó. Dios, qué labios tan suaves… Sí, muy suaves… tanta suavidad le llevó a querer abrirle las piernas y penetrarla con todo lo que tenía, con los dedos, con la lengua, con su sexo. Con la cabeza, si se terciaba.

Pero nada de eso iba a suceder en ese momento. Ni esa noche. Y ni siquiera al día siguiente. Manny no había tenido mucha experiencia con vírgenes, pero estaba seguro de que aunque Payne estuviera experimentando una respuesta sexual, había que andarse con mucho cuidado. Virgen y paralizada: demasiada fragilidad para un sátiro revenido como era el cirujano.

Pero las palabras de la virgen no dejaban entrever fragilidad alguna.

—Más, más… Más…

Durante una fracción de segundo, Manny sintió que su corazón dejaba de latir y reconsideró el plan de ir con calma: ese tono de voz no parecía el de una chiquilla extraviada. Era el de toda una mujer, lista para entregarse a su amante. O más bien para que su amante se entregase a ella.

Y, apelando a la teoría de que una mujer nunca debe tener que pedir nada dos veces, el médico obedeció, acariciando la boca de Payne con la suya, mordiéndole el labio inferior, sacando de excursión su cálida lengua. Cuando su mano se deslizó por el cuello femenino, Manny sintió deseos de soltarle la trenza y meterse entre el pelo, pero eso era igual que desnudarla, y en aquella estancia los podía ver cualquiera.

Y, además, él ya estaba a punto de correrse, así que mejor echar el freno, muchas gracias.

Pero no había freno posible.

Manny deslizó la lengua dentro de la boca de Payne y gruñó. La abrazó, primero con gran fuerza, luego más relajadamente, pues la pobre ya tenía bastantes huesecillos rotos.

Joder, aquella criatura sublime era como combustible puro que le hacía hervir la sangre, convirtiendo su cuerpo en un motor encendido y rugiente. ¿De verdad había pensado que los sueños que tenía en los últimos días eran ardientes? La experiencia real hacía que parecieran cosa de monjitas.

Más juegos con la lengua, más entrar y salir, más de todo, hasta que Manny tuvo que obligarse a parar. Sus caderas se sacudían vigorosamente contra el trasero de Payne que reposaba sobre sus piernas, y eso no parecía muy justo, teniendo en cuenta que ella no podía sentir nada en tan apetecible zona.

Así que el médico respiró hondo y se detuvo.

Pero no pasó mucho tiempo antes de que bajara la cabeza y comenzara a besarle el cuello y la parte superior del pecho, camino de los senos…

Las uñas de Payne se clavaron con tanta fuerza en sus hombros que Manny pensó que, de haber estado desnudo, le habría hecho sangre. Y esa idea lo excitó todavía más. Mierda, la idea de que pudiera haber algo más que sexo puro, que ella pudiera aferrarse a su cuello y morder y beber su esencia…

Con una especie de resoplido, Manny se separó de la piel de Payne y dejó caer la cabeza hacia atrás, mientras respiraba de manera agitada.

—Creo que debemos calmarnos un poco.

—¿Por qué? —Le miraba fija, ansiosamente. Entonces se acercó un poco más y gruñó—. Tú deseas esto.

—Hombre, claro. Pero…

Las manos de Payne se dirigieron a la parte de delante de la camisa de Manny.

—Entonces, sigamos…

El sanador le agarró rápidamente las muñecas, conteniendo la respiración porque estaba a punto de correrse, allí, con los pantalones puestos, como un adolescente descontrolado.

—Tienes que dejar de hacer eso. Ya mismo.

Dios, apenas podía respirar.

De pronto ella se separó y bajó la cabeza. Luego se aclaró la garganta y habló.

—En verdad, lo lamento mucho.

La vergüenza que ella parecía sentir le partió el corazón.

—No, no… no es por ti. No me has entendido.

Al ver que la criatura celestial no respondía, Manny le levantó la cabeza y se preguntó si ella sabría algo acerca de lo que hacía el cuerpo masculino cuando estaba excitado. Por Dios, ¿sabría por lo menos qué era una erección?

—Escucha con atención. —Procuró ser lo más persuasivo posible—. Yo deseo estar contigo. Aquí. En tu cuarto. Sobre el suelo del pasillo. Contra la pared. De cualquier manera, en cualquier parte, a cualquier hora. ¿Está claro?

Los ojos de Payne brillaron.

—Pero entonces ¿por qué no…?

—Creo que tu hermano está en el pasillo, eso en primer lugar. En segundo lugar, tú me dijiste que nunca habías estado con nadie. Y yo, por mi parte, sé muy bien adónde puede llevar todo esto y lo último que quiero es asustarte por ir demasiado deprisa.

Los dos se quedaron mirándose a los ojos durante un rato. Finalmente, Payne esbozó una sonrisa tan amplia que se le hicieron hoyuelos y sus dientes perfectamente blancos brillaron.

Por Dios… sus colmillos ahora eran más largos. Mucho más largos. Y parecían tan afilados…

Manny no pudo evitarlo: en lo único en lo que pudo pensar fue en qué se sentiría si uno de ellos se deslizaba suavemente por la parte inferior de su pene.

El fantasma de la eyaculación atacó de nuevo.

Y eso fue antes de que la lengua rosada de Payne se asomara a sus labios y diera un paseo por las afiladas puntas de sus colmillos.

—¿Te gustaría?

Manny sintió que el corazón le palpitaba con fuerza.

—Sí. Joder, sí…

Un segundo después, las luces se apagaron y la habitación quedó en tinieblas. Y luego se oyeron dos clics… ¿cerraduras? ¿Podrían ser las cerraduras de las puertas?

Iluminados por el reflejo de la pantalla del ordenador, Manny vio cómo cambiaba la cara de Payne. Cómo desaparecía todo residuo de timidez y pasión inocente, para ser reemplazada por un deseo salvaje que le recordó que ella no era humana. Payne era una hermosa depredadora, un magnífico y poderoso animal lo suficientemente humano como para que él se olvidara de quién y qué era ella en realidad.

Sin pensarlo más, Manny levantó una mano y agarró el cuello de su bata blanca. Mientras se sentaban, las rígidas solapas de la bata se habían doblado hacia arriba y ahora quería bajárselas para dejar expuesto su cuello.

Manny jadeaba como un animal.

—Tómame —gruñó—. Hazlo. Quiero saber qué se siente.

Ahora fue ella la que tomó el mando y sus fuertes manos subieron hasta la cara de Manny para bajar luego por su cuello, hasta la clavícula. Payne no tuvo que ladearle la cabeza. Él ya lo había hecho sin que le dieran ninguna instrucción y su garganta resplandecía allí, desnuda e invitadora.

—¿Estás seguro? —Hizo la pregunta con aquel maravilloso y exótico acento que alargaba las erres.

Manny tenía la respiración tan agitada que no estaba seguro de que pudiera responder, así que sólo asintió con la cabeza. Y luego, al pensar que quizás eso no era suficiente, puso sus manos sobre las de ella y las apretó contra su cuello.

Payne, definitivamente dominadora, se concentró en la yugular de Manny, mientras sus ojos parecían brillar como dos estrellas nocturnas. Cuando se acercó, lo hizo gradualmente, como si devorase con dolorosa lentitud los centímetros que separaban sus colmillos de la piel de Manny.

El roce de sus labios pareció un contacto de terciopelo, pero la expectativa de lo que estaba a punto de pasarle era tan grande que Manny parecía estar magnificando todas las sensaciones. Por eso supo exactamente el momento en que…

Los colmillos tocaron su piel con una suavidad casi perversa.

Luego sintió que la mano de Payne le envolvía la nuca y lo sujetaba manteniéndolo tan inmóvil, con tal fuerza, que él se dio cuenta de que podría partirle el cuello en cualquier momento. Pero no le dio ningún miedo. Todo lo contrario.

—Ay, Dios… —Manny gemía, entregándose por completo—. Ay, mierda…

El mordisco fue firme y decidido, dos puntas que se clavaban profundamente y un dolor dulce que lo privaba de toda sensación distinta a la succión de que era objeto.

Eso y la torrencial eyaculación que ya no pudo contener y llegó palpitando a la cabeza de su verga, mientras sus caderas se estrellaban contra ella y el miembro se sacudía y… seguía sacudiéndose.

Manny no sabía cuánto tiempo estuvo eyaculando. ¿Diez segundos? ¿Diez minutos? ¿O tal vez fueron horas? Lo único que sabía era que a cada sorbo que ella daba, él eyaculaba más y el placer era tan intenso que sintió que había llegado a su fin…

Porque supo que nunca iba a volver a experimentar nada similar con nadie que no fuera Payne. Ya se tratara de un vampiro o un humano.

Entonces Manny le pasó una mano por detrás de la cabeza y la apretó más contra él, sin importarle que le sacara toda la sangre. Maravillosa manera de morir…

Después de unos minutos, ella hizo ademán de alejarse, pero él deseaba tanto que ella siguiera que trató de forzarla a permanecer contra su garganta. Sin embargo, no era rival para ella, pues era tan fuerte que ni siquiera notó su resistencia.

La comprobación de la fuerza de su amada le hizo correrse otra vez.

A pesar de lo aturdido que estaba, Manny sintió con claridad el momento exacto en que los colmillos retrocedieron y ella salió de él. Luego el dolor fue reemplazado por un lametón suave, que pareció cerrar los pinchazos.

En medio de un semitrance, Manny bajó los párpados y su cabeza quedó colgando de los hombros como si fuera un globo desinflado. Con el rabillo del ojo, y gracias a la luz que proyectaba la pantalla, pudo observar el perfil perfecto de Payne mientras se lamía el labio inferior…

Pero no, no era la luz del ordenador.

El aparato, tras el rato sin usarlo, había entrado en estado de hibernación y lo único que se veía era el fondo negro con el logo de Windows.

Era ella la que brillaba. Toda ella. De pies a cabeza.

Manny supuso que debía de ser cosa normal en los vampiros, y le pareció extraordinario.

Pero entonces vio que ella fruncía el ceño.

—¿Estás bien? Tal vez tomé demasiado…

—Yo… —Manny tragó saliva. Dos veces. Sentía la lengua dormida—. Yo estoy…

Una sombra de pánico cruzó por el hermoso rostro de Payne.

—Santo Dios, qué he hecho…

Pero Manny hizo un gran esfuerzo y logró levantar la cabeza.

—Payne, ha sido enorme, maravilloso. Sólo corriéndome dentro de ti habría podido resultar aún mejor.

Payne pareció momentáneamente aliviada y luego preguntó:

—¿Qué es correrse?