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CALDWELL, NUEVA YORK
CENTRO DE ENTRENAMIENTO, COMPLEJO DE LA HERMANDAD
Maldito encendedor… pedazo de mierda…
Vishous estaba de pie en el pasillo exterior de la clínica privada de la Hermandad, con un cigarro entre los labios y un pulgar que padecía un terrible ataque de frustración. No había ninguna llama con la cual hablar, a pesar de que ya había frotado la ruedecilla del mechero de todas las maneras posibles, con suavidad y con violencia, por lo civil y por lo criminal.
Chic. Chic, chic…
Con evidente disgusto, Vishous arrojó el encendedor a la papelera y se quitó el guante de cuero forrado de plomo que le cubría la mano. Al hacerlo, se quedó mirando fijamente la palma resplandeciente, mientras movía los dedos y giraba repetidamente la muñeca.
Se dijo que aquello no era una mano, sino en parte un lanzallamas y en parte una bomba nuclear, capaz de derretir cualquier metal, de convertir la piedra en vidrio, de acabar con cualquier avión, cualquier ferrocarril, carro de combate o lo que quisiera. También servía, oh maravilla, para hacerle el amor a su shellan. Era, en fin, una de las dos herencias que había recibido de su madre-diosa.
Pero no servía para hacer funcionar un puto mechero.
Harto, alzó el arma mortal con dedos hasta ponerla a la altura de su rostro y acercó a ella la punta del cigarrillo, pero no demasiado, pues siempre corría el peligro de quemarlo de una llamarada, filtro incluido, antes de dar una sola calada. La mano no podía hacer funcionar el encendedor, pero era un encendedor cojonudo, usándolo con moderación.
Ah, qué deliciosa calada. Qué bien le sentaban en sus días buenos y normales, qué necesarias eran en jornadas como esta.
Vishous se recostó contra la pared y se puso a fumar. El cigarrillo no calmó su ansiedad, pero le dio algo mejor que hacer que la otra opción que se le había estado pasando por la cabeza durante las últimas dos horas. Al volver a ponerse el guante, sintió deseos de agarrar su «don» e irse a incendiar algo, cualquier cosa…
¿La que estaba al otro lado de esa pared era de verdad su hermana gemela? ¿De verdad se encontraba postrada en una cama de hospital, paralizada una mujer que era de su misma sangre?
¡Por Dios! Era increíble tener trescientos años de edad y acabar de enterarse de que tenía una hermana.
Qué buena broma, mami. De verdad, genial, insuperable.
Y él, Vishous, que creía que ya había superado todos los problemas con sus padres. Pero, claro, solo uno de ellos estaba muerto. Si la Virgen Escribana siguiera el camino del Sanguinario y se muriera, tal vez Vishous lograra recuperar el equilibrio.
Sin embargo, tal como estaban las cosas en este momento, esta última noticia bomba, sumada a la búsqueda que Jane estaba haciendo por su cuenta y riesgo en el mundo humano, lo estaba volviendo… No acertaba a decirlo.
No, no había palabras para expresarlo.
Sacó su móvil y lo miró. Luego volvió a guardarlo en el bolsillo de los pantalones de cuero.
Maldición, al fin y al cabo era lo de siempre. Cuando Jane se centraba en algo, todo lo demás desaparecía. Nada más importaba.
No es que él no fuera parecido, por no decir igualito, pero en ocasiones como esta lo mínimo era informar un poco de vez en cuando.
Maldito sol. Lo tenía atrapado en la mansión. Si por lo menos estuviera con su shellan, no habría posibilidades de que el «gran» Manuel Manello cuestionara nada. V sencillamente lo golpearía hasta dejarlo inconsciente, arrojaría su cuerpo dentro del Escalade y lo llevaría con sus talentosas manos al complejo para que operara a Payne, quisiera o no.
En su opinión, el libre albedrío era un privilegio, no un derecho.
Vio que el cigarro se había consumido, lo apagó contra la suela de la bota y arrojó la colilla a la papelera. Quería beber algo, se moría por beber algo. El problema era que no estaba pensando en soda ni agua. Media caja de Grey Goose lograría calmarlo mínimamente, pero con un poco de suerte, pronto tendría que ayudar en la sala de cirugía, así que nada de vodka, necesitaba estar sobrio.
Al empujar la puerta de la sala de reconocimientos, Vishous apretó los puños y los dientes y se llenó los pulmones. Durante una fracción de segundo, se preguntó si podría soportar mucho más. Si había algo que lo enfurecía eran los puñeteros trucos de su madre, y no podía imaginar otro peor que esta mentira entre las mentiras.
El problema era que la vida no venía con instrucciones que te dijeran cómo parar el juego cuando la máquina parecía perder el rumbo.
—¿Vishous?
El interpelado cerró los ojos por un instante al escuchar aquella voz suave y ronca.
—Sí, Payne. —Cambió rápidamente a la Lengua Antigua y agregó—. Soy yo.
Cruzó la sala, y volvió a acomodarse en el taburete con ruedas que estaba al lado de la camilla. Acostada, abrigada con varias mantas, Payne estaba inmovilizada, con la cabeza entre dos planchas y un cuello ortopédico que le cubría desde la barbilla hasta la clavícula. Una vía intravenosa mantenía su brazo unido a una bolsa que colgaba de un atril de acero inoxidable, por la cual corría algo que entraba por el catéter que Ehlena le había puesto.
Aunque la sala embaldosada era luminosa y limpia y parecía brillar, y el equipo médico y todos los suministros resultaban tan amenazadores como una vajilla, Vishous se sentía como si estuviera en una cueva oscura rodeado de osos salvajes, o mejor, de monstruos infernales.
Le resultaría mucho más agradable salir y matar al desgraciado que había dejado a su hermana en ese estado. Lástima que eso significara matar a Wrath, lo cual sería un lío. Ese maldito sinvergüenza no solo era el rey, también era un hermano. Encima, estaba el pequeño detalle de que lo que le había ocurrido a Payne fue consentido. No fue una agresión por sorpresa, no. Las prácticas de combate que los dos llevaban haciendo los dos últimos meses los habían mantenido en forma, pero tenían su peligro, claro. Wrath no tenía en realidad ni idea de con quién había estado peleando debido a que el tío era ciego. ¿Que si sabía que se trataba de una hembra? Sí, claro. Todo eso había sucedido en el Otro Lado, y allí no hay machos. Pero la falta de visión del rey había hecho que no se diera cuenta de lo que V y todo el mundo notaba tan pronto entraba a la sala:
La larga trenza de Payne era del mismo color del pelo de V y su piel también tenía el mismo tono y tenía exactamente la misma constitución: alta, delgada y fuerte. Pero los ojos… ¡mierda, los ojos!
V se restregó la cara. Su padre, el Sanguinario, había tenido cientos de hijos bastardos antes de ser asesinado en una escaramuza con restrictores, allá en el Viejo Continente. Pero V no consideraba a esas hembras como parientes suyas.
Sin embargo Payne era diferente. Los dos tenían la misma madre y no se trataba de cualquier mahmen. Se trataba de la Virgen Escribana. La madre de toda la raza.
Una maldita perra.
Payne fijó sus ojos en él y V contuvo la respiración. Los ojos que se encontraron con los suyos tenían un color blanco como de hielo. Eran exactos a los suyos. El aro azul marino que los rodeaba era algo que él veía cada noche en el espejo. Y la inteligencia… la inteligencia que se apreciaba en esas profundidades árticas era exactamente igual a la que hervía bajo su cráneo.
La mujer se quejó.
—No siento nada.
—Lo sé. —Vishous sacudió entonces la cabeza y lo repitió en Lengua Antigua—. Lo sé.
La boca de Payne se torció en un penoso intento de sonreír.
—Puedes hablar en la lengua que quieras. —Manejaba un inglés con cierto acento—. Hablo con fluidez… muchos idiomas.
Igual que él. Lo cual significaba que en ese momento Vishous no encontraba nada que decir en más de dieciséis lenguas distintas. Un idiota políglota.
Fue ella la que sí encontró algo que preguntar.
—¿Has tenido noticias… de tu shellan?
—No. ¿Quieres más analgésicos para el dolor? —Payne parecía estar más débil que hacía un rato.
—No, gracias. Esos medicamentos me hacen sentir… extraña.
Siguió un prolongado silencio.
Un silencio que se alargó un poco más.
Y más.
Joder, tal vez debería tomarla de la mano, se dijo Vishous. Al fin y al cabo la pobre tenía sensibilidad por encima de la cintura. Sí, pero ¿eso serviría para darle un poco de aliento y seguridad? La mano izquierda le temblaba como una hoja y la derecha parecía muerta.
—Vishous, no tenemos mucho…
Como su hermana dejó la frase sin terminar, Vishous la remató mentalmente: tiempo.
Joder, cómo deseaba que no tuviese razón. Cuando se trataba de lesiones de la columna vertebral, igual que ocurría con los ataques cardíacos y cerebrales, las posibilidades iban disminuyendo con el paso de cada minuto sin tratamiento.
Más valía que ese humano fuera tan brillante como Jane decía.
—¿Vishous?
—¿Sí?
—¿Habrías preferido que no viniese aquí?
Vishous frunció el ceño.
—¿Qué estás diciendo? No seas idiota, claro que te quiero tener conmigo.
Vishous movía un pie involuntariamente, nervioso. Se preguntó cuánto tiempo tendría que quedarse allí antes de poder salir a fumarse otro cigarro. Sencillamente, sentía que no podía respirar, sentado allí, sin poder hacer nada mientras su hermana sufría y a él se le llenaba la cabeza de preguntas. Miles de porqués bullían en su cerebro, pero no podía darles salida. Payne parecía estar a punto de entrar en coma en cualquier momento a causa del dolor, así que no era el mejor momento para tomarse un cafetito y ponerse a charlar.
Mierda, los vampiros podían curarse a la velocidad del rayo, pero aun así estaban lejos de ser inmortales.
Era muy posible que perdiera a su hermana gemela incluso antes de llegar a conocerla un poco.
Vishous echó un vistazo al monitor, para ver los signos vitales. La raza solía tener una presión arterial bastante baja, pero la de Payne estaba por los suelos. El pulso era débil e irregular, como una batería tocada por un chico blanco. Y habían tenido que dejar sin sonido la alarma del oxímetro, porque saltaba continuamente. El personal médico ya sabía que estaba hecha una ruina, no necesitaba pitidos para confirmarlo.
Al ver que Payne cerraba los ojos, Vishous se sobresaltó, temiendo que pudiera estar haciéndolo por última vez. Dios, en realidad, ¿qué había hecho por ella? Poco más que gritarle cuando ella le hizo una pregunta.
Se acercó un poco a la enferma, acongojado, sintiéndose como un idiota.
—Tienes que aguantar, Payne. Te voy a traer lo que necesitas, y mientras tienes que resistir.
Los ojos de su hermana gemela se abrieron y se quedó mirándolo intensa, extrañamente.
—Esto ha sido demasiado para ti.
—No te preocupes por mí.
—Eso es lo único que he hecho en la vida.
Era evidente que este asunto de tener una hermana solo era nuevo para él, así que se preguntó cómo demonios aquella criatura habría tenido noticias de la existencia de él, el hermano manos-antorchas. Y se preguntó qué sería lo que en realidad sabía.
Mierda, otra vez sentía deseos de haber sido un chico bueno. Sólo faltaba que su hermanita estuviese al tanto de que había sido una buena pieza toda su vida.
La hermana volvió a hablar con voz apagada.
—¿Por qué estás tan seguro de este sanador que buscas?
No, en realidad no lo estaba. Sólo estaba seguro de que si el maldito matasanos la mataba, esa noche habría un funeral doble, suponiendo que del humano quedara algo que se pudiera enterrar o incinerar.
—¿Por qué no me contestas, Vishous?
—Mi shellan confía en él.
Payne, que había tenido los ojos girados hacia su hermano, desvió la mirada hacia arriba y la clavó allí. ¿Estaría mirando el techo?, se preguntó Vishous. ¿La lámpara de examen que colgaba encima de ella? ¿Algo que él no podía ver?
No miraba, recordaba. Y eso hizo que la joven hablara de nuevo.
—Pregúntame cuánto tiempo pasé bajo la supervisión de nuestra madre.
—¿Estás segura de que tienes energía para esto? —Al ver que ella prácticamente lo fulminaba con la mirada, a Vishous le entraron ganas de sonreír—: ¿Cuánto tiempo, pues?
—¿En qué año estamos aquí en la Tierra? —Cuando Vishous se lo dijo, ella abrió mucho los ojos—. Caramba. Bueno, entonces han sido cientos de años. Estuve presa de nuestra madre durante varios siglos.
Vishous sintió que los colmillos le palpitaban de la rabia. Esa madre que les había tocado en suerte…
—Pero ahora estás libre.
—¿Lo estoy? —Payne bajó la mirada hacia sus piernas—. No puedo vivir en otra prisión.
—No lo harás.
Ahora la gélida mirada se llenó de suspicacia.
—Déjate de tópicos. Te he dicho que no puedo vivir así. ¿Comprendes lo que estoy diciendo?
Vishous sintió que se le congelaban las entrañas.
—Escucha, voy a traer a ese médico aquí y…
—Vishous, escucha. —Le cortó con voz ronca—. En verdad, yo lo haría si pudiera, pero no puedo, y no tengo nadie más a quien acudir. ¿Me comprendes?
Se miraron. Vishous tuvo deseos de gritar. Le ardía el pecho y el sudor le cubría la frente. Era un asesino por naturaleza y por formación y entrenamiento, pero esa no era una habilidad que tuviera intención de usar contra los de su propia sangre. Bueno, exceptuando a su madre, claro. Y a su padre, que no era problema porque se había muerto por su cuenta.
En resumen, no era una habilidad que quisiera poner en práctica con su hermana.
—Vishous. ¿Comprendes lo que quiero decir?
—Sí. —El vampiro llameante bajó la mirada hacia su maldita mano y flexionó los dedos—. Lo entiendo.
En el fondo de su ser, en lo más profundo de su corazón, Vishous sintió que vibraba algo muy íntimo. Se trataba de una sensación que conocía muy bien desde hacía muchos años… pero su vibración también representaba una absoluta sorpresa en este momento. No había tenido esa sensación desde que conociera a Jane y a Butch. Tenerla de nuevo era… una mierda.
En el pasado, esa sensación lo había descarrilado por completo y lo había lanzado al territorio del sexo violento y la vida arriesgada.
La vida a la velocidad del sonido. O de la luz.
Entonces oyó de nuevo la voz de Payne, esta vez todavía más débil.
—¿Qué me dices, entonces?
Maldición, ¡si acababa de conocerla!
—Sí, te digo que sí. —Vishous flexionó su mano letal—. Me encargaré de ello si las cosas llegan a ese punto.
‡ ‡ ‡
Cuando Payne levantó la vista desde la jaula de su cuerpo muerto, lo único que pudo ver fue el lúgubre perfil de su gemelo y se despreció a sí misma por la posición en que acababa de ponerlo. Desde su llegada a este lado, había tratado de encontrar otro camino, otra opción, otra… vida.
Pero lo que ahora necesitaba no era algo que le pudiera pedir a un desconocido, solo se lo podía pedir a su hermano.
Aunque, claro, Vishous era un desconocido. No obstante, lo sentía próximo.
—Gracias, hermano mío.
Vishous sólo asintió una vez con la cabeza y volvió a adoptar la misma posición, con los ojos fijos hacia delante, es decir hacia la nada. En persona era mucho más que la suma de rasgos faciales y el inmenso tamaño de su cuerpo que tantas veces contemplara en sus visiones del Otro Lado. Antes de que fuera apresada por su mahmen, solía observarlo en los sagrados cuencos de cristal de las Elegidas que se dedicaban a escribir la historia de la raza. La primera vez que lo vio aparecer en el agua supo cuál era su relación con ella. Fue mirarlo y verse a sí misma.
Vaya vida la que había llevado. Comenzando con el campamento de guerreros y la brutalidad de su padre. Y ahora esto.
Bajo su fría actitud, realmente hervía de rabia. Payne podía sentirlo en sus propios huesos, un cierto vínculo entre ellos le permitía tener una percepción de su hermano más allá de lo que sus ojos le mostraban: desde afuera parecía tan sólido como un muro de ladrillo, con todos sus elementos en orden y bien pegados, cada uno en su lugar. Pero, por debajo de la piel, Vishous bullía. Y una señal externa de esa agitación era su mano derecha enguantada. Por debajo del borde del guante brillaba una luz resplandeciente… que se volvía cada vez más intensa. En especial desde el momento en que ella le pidió lo que le pidió.
El presente podría ser el único rato que pasaran juntos, pensó Payne, y volvió a fijar los ojos en él.
—¿Tu pareja es la hembra curandera?
—Sí.
Al ver que solo siguió un silencio, Payne deseó poder entablar una conversación con él, pero era evidente que solo le había respondido por cortesía. Y, sin embargo, le creía cuando había dicho que se alegraba de que ella hubiese acudido a su casa. Payne no creía que Vishous dijese mentiras, y no porque le importaran la moral o la cortesía, sino porque consideraba que mentir era una pérdida de tiempo y energía.
Payne volvió a fijar sus ojos en el aro de fuego, la lámpara que colgaba sobre su cabeza. Deseaba que Vishous la tomara de la mano o la tocara de alguna forma, pero ya le había pedido demasiado.
La pobre chica se encontraba muy mal, pese a su aspecto sereno. Sentía el cuerpo pesado e ingrávido a la vez, y su única esperanza brotaba de los espasmos que notaba en las piernas y le producían un cosquilleo en los pies, haciéndolos moverse. Si eso estaba ocurriendo, seguramente era porque no todo estaba perdido, se decía como agarrándose a un clavo ardiendo.
Sólo que al mismo tiempo que se refugiaba en ese pensamiento esperanzado, otros signos venían a decirle lo contrario: cuando movía las manos, aunque no podía vérselas, sentía, es verdad, el recubrimiento frío y suave de la mesa sobre la que se encontraba. Pero cuando les decía a sus pies que hicieran lo mismo, era como si se encontrara en las aguas tranquilas y tibias de las piscinas del Otro Lado, envuelta en un abrazo invisible que no le permitía sentir nada.
¿Dónde estaba ese médico prodigioso?
El tiempo seguía corriendo.
Mientras la espera pasaba de ser intolerable a convertirse en una verdadera agonía, era difícil saber si la sensación de asfixia que tenía en la garganta provenía de su estado o del silencio reinante, capaz de ahogar a cualquiera. Ambos permanecían en la misma rígida inmovilidad, solo que por razones muy diferentes: ella se dirigía hacia la nada con celeridad y él estaba a punto de explotar.
Desesperada por tener algún estímulo, algo, cualquier cosa, Payne volvió a hablar.
—Háblame del sanador que va a venir.
La enferma pensó que tenía que ser un macho. Y las palabras del hermano parecieron confirmarlo.
—Es el mejor. Jane siempre habla de él como si fuera un dios.
El tono de la voz parecía menos elogioso que las propias palabras, pero, claro, a los vampiros machos no les gusta que otros machos tengan influencia sobre sus hembras.
¿Qué miembro de la raza podía ser?, se preguntó Payne. El único sanador que había visto en los cuencos era Havers. Y sin duda no habría razón para tener que ir a buscarlo.
Tal vez había otro sanador que ella no había visto nunca. Después de todo, tampoco se había dedicado a mirarlo todo, todo el tiempo. Si su gemelo estaba en lo cierto, habían pasado muchos, muchos, muchos años entre su encarcelamiento y su libertad, así que sin duda se perdió muchísimas cosas ocurridas en la Tierra.
De repente, Payne sintió que la fatiga interrumpía sus pensamientos como si fuera una ola que penetraba en su cuerpo y la aplastaba todavía más contra la mesa metálica.
Sin embargo, cuando cerró los ojos solo pudo soportar la oscuridad por un momento, pues el pánico la obligó a abrirlos de nuevo. Mientras su madre la había mantenido en un estado de animación suspendida, Payne había conservado la conciencia del espacio ilimitado y vacío que la rodeaba y del lento transcurrir de los momentos y los minutos. Esta parálisis se parecía demasiado a lo que había sufrido durante cientos de años.
Y esa era la razón por la cual le había hecho esa solicitud tan terrible a Vishous. Payne no era capaz de soportar venir a este lado solo para encontrarse con lo mismo de lo que había huido con tanta desesperación.
Las lágrimas nublaron su vista y de repente la luz brillante comenzó a temblar.
Cómo le habría gustado que su hermano la tomara de la mano.
Vishous se estremeció.
—Por favor no llores. No… llores.
—Tienes razón. Llorar no sirve de nada.
Así que Payne decidió mantenerse firme y se obligó a ser fuerte, pero era toda una batalla. Aunque su conocimiento de las artes médicas era limitado, la simple lógica le hacía comprender lo que le estaba ocurriendo: como provenía de un linaje extraordinariamente fuerte, su cuerpo había comenzado a curarse desde el momento mismo en que se había lastimado mientras luchaba con el Rey Ciego. Sin embargo, el problema era que el proceso regenerativo que normalmente salvaría su vida volvía su estado incluso más crítico… y era probable que ese estado se convirtiera en permanente.
Las columnas vertebrales que se fracturaban y se curaban por su cuenta no solían quedar bien y la parálisis de la parte inferior de sus piernas era claro indicio de ello.
Pero la parálisis no le impedía percibir muchas cosas.
—¿Por qué no dejas de mirarte la mano?
Hubo un momento de silencio que rompió el vampiro.
—¿Por qué crees que eso es lo que estoy haciendo?
Payne suspiró.
—Porque te conozco, hermano mío. Yo lo sé todo sobre ti.
Al ver que él no decía nada más, el silencio se volvió agobiante.
¿Qué habría evocado en su turbulento hermano con aquella pregunta?