19
Cuando Manny regresó a su casa, cerró la puerta, echó la llave y se quedó allí. Como un mueble. Con el maletín en la mano.
Es asombroso ver cómo, cuando pierdes la razón, te quedas sin opciones. Su voluntad no había cambiado; todavía quería tener el control de su mente y de lo que no era capaz de describir, es decir, de lo que estaba pasando con su vida, fuera lo que fuese. Pero no había nada a lo que agarrarse, no había riendas con las cuales dominar aquella bestia.
Mierda, así era como se debían de sentir los enfermos de Alzheimer: su personalidad seguía intacta, al igual que la mayor parte de su intelecto, pero estaban rodeados de un mundo que ya no tenía sentido, porque no podían retener sus recuerdos, ni hacer asociaciones de ideas, ni sacar conclusiones.
Y todo lo que le ocurría estaba vinculado con aquel fin de semana; o, al menos, ahí había comenzado. Pero ¿qué era exactamente lo que había cambiado? Tenía perdida en las brumas de la memoria al menos una noche, si no más. Recordaba la carrera en el hipódromo y la caída de Glory, y luego la clínica veterinaria. Después, el viaje de regreso a Caldwell, cuando él había ido a…
El anuncio de otro demoledor dolor de cabeza lo hizo maldecir y darse por vencido.
Así que se dirigió a la cocina, dejó el portafolio en el suelo y terminó contemplando la cafetera. La había dejado encendida al salir hacia el hospital. Genial. Así que el café que se había tomado por la mañana era en realidad de ayer, y era todo un milagro que no hubiera declarado un incendio y hubiese acabado con todo el edificio.
Se sentó en uno de los taburetes que estaban junto a la encimera de granito y se quedó mirando como una estatua la pared de cristal que tenía frente a él. Más allá de su terraza, la ciudad brillaba como una dama camino al teatro, con todos sus diamantes. Las luces de los rascacielos le hicieron sentirse realmente solo.
Silencio. Vacío.
El ático parecía más bien un ataúd.
Dios, si ya no podía operar, ¿qué le quedaba?
La sombra apareció como por arte de magia en su terraza. Solo que no era una sombra… No tenía nada de traslúcida. Era como si las luces y los puentes y los rascacielos fueran un telón que tuviera un hueco en medio.
Un hueco en forma de hombre.
De hombre grande.
Manny se puso de pie, con los ojos fijos en la figura. En lo más profundo de su cerebro, en la base del tallo cerebral, el cirujano supo que allí estaba la causa de todo, un «tumor» antropomorfo, que caminaba y respiraba y que venía a por él.
Como si lo estuvieran llamando, se acercó, abrió la puerta corredera de cristal y enseguida sintió el golpe del viento en la cara y cómo le volaba el pelo sobre la frente.
Hacía frío. Dios, mucho frío… pero el golpe de frío no se debía solo a la brisa nocturna de abril. Ese viento helado procedía de la figura que permanecía inmóvil y amenazante, a solo unos metros de él, y Manny tuvo la impresión de que la causa del ambiente glacial era que ese desgraciado, que iba vestido de cuero negro de pies a cabeza, lo odiaba. Y sin embargo, el doctor no tenía miedo. La respuesta a lo que le estaba sucediendo estaba relacionada con ese hombre enorme que había aparecido de la nada, a más de veinte pisos de altura…
Una mujer… una mujer con el pelo negro recogido en una trenza… ella era su…
El dolor de cabeza volvió a atacarlo, agarrándolo por la nuca y subiendo enseguida a la coronilla para enseguida amenazar con hacerle estallar el lóbulo frontal.
Sintiendo que perdía el equilibrio, Manny se agarró de la puerta y perdió la paciencia.
—La puta madre que te parió, no te quedes ahí. Háblame o mátame, pero haz algo.
Más viento contra su cara.
Y luego una voz profunda.
—No debí venir aquí.
—Sí, sí tenías que venir. —Manny hablaba superando el dolor—. Porque me estoy volviendo loco y tú lo sabes, ¿no es así? ¿Qué coño me has hecho?
Ese sueño… sobre la mujer que deseaba, pero no podía…
Manny sintió que le temblaban las rodillas, pero a la mierda con eso.
—Llévame con ella… y no me jodas. Sé que ella existe… La veo todas las noches en mis sueños.
—Esto no me gusta nada.
—Qué cabrón, y ¿crees que yo estoy muy feliz? —Manny decidió reservarse el «hijo de puta» que pensaba agregar al final. También se reservó la determinación de que, si aquel degenerado decidía hacer algo más que provocarle migrañas, él también lo atacaría como fuera, con los recursos que tuviese a su alcance. Seguramente lo aplastaría, pero, fuese o no una locura, no se iba a dejarse vencer sin presentar oposición—. ¡Vamos! Hazlo.
Entonces se oyó una carcajada.
—Tú me recuerdas a un amigo.
—¿Estás diciendo que hay algún otro cabrón que se volvió loco por tu culpa? Genial. Ya podemos fundar un grupo de apoyo mutuo, una bonita asociación de afectados.
—Está bien, maldita sea.
El tío levantó una mano y en ese mismo instante los recuerdos estallaron en la cabeza de Manny y fluyeron por todo su ser. Todas las imágenes y los sonidos de aquel fin de semana perdido parecieron regresar en tropel.
Tambaleándose, Manny se agarró la cabeza con las manos.
Jane. Unas instalaciones secretas. Una operación.
Vampiros.
Entonces el hermano de su paciente lo agarró y esa mano de acero sobre sus bíceps fue lo único que evitó que Manny se cayera al suelo de madera.
—Tienes que venir a ver a mi hermana. Se va a morir si no vas.
Manny tomó aire por la boca y tragó saliva. La paciente… su paciente…
Reunió fuerzas y preguntó con voz débil.
—¿Todavía está paralizada?
—Sí.
—Llévame, cuanto antes. Ya.
Si la médula espinal había sufrido un daño permanente, no había nada que pudiera hacer por ella desde el punto de vista clínico, pero no importaba. Tenía que verla.
El cabrón de la perilla lo miró con cara de muy pocos amigos.
—¿Dónde está tu coche?
—Abajo.
Manny se soltó y fue directo a recoger el maletín y las llaves que había dejado sobre la encimera de la cocina. Al tropezar con algo en el ático, sintió que su cerebro se llenaba de una bruma que lo aterrorizó. Si seguían jodiéndole de esa manera, su cerebro terminaría por sufrir un daño irreparable. Pero esa era una discusión para otro momento.
Tenía que ir junto a esa mujer.
Cuando llegó a la puerta del ático, el vampiro iba tras él. Manny se pasó el portafolio y las llaves a la mano izquierda.
Luego dio un giro rápido y lanzó un gancho de derecha que dibujó un arco perfectamente calculado para impactar en la mandíbula del desgraciado.
Crac. Fue un golpe seco y la cabeza del maldito salió disparada hacia atrás.
Al ver que el vampiro volvía a enfocar los ojos en él y torcía la boca mientras gruñía, Manny no se amilanó.
—Eso, por joder con mis recuerdos.
El hombre se pasó el dorso de la mano por la boca ensangrentada.
—Buen gancho.
—Cuando quieras, lo repito —dijo Manny, al tiempo que salía del ático.
—Podría haber detenido ese puño sin inmutarme. Te lo digo solo para que quede claro.
Sin duda, eso era cierto.
—Sí, pero no lo hiciste, ¿verdad? —Manny se dirigió al ascensor, oprimió el botón de bajar y miró hacia atrás por encima del hombro—. Así que eso te convierte en un idiota o un masoquista. Lo que prefieras.
El vampiro se le acercó.
—Cuidado, humano, solo estás vivo porque me resultas útil.
—¿Ella es tu hermana?
—No lo olvides.
Manny sonrió enseñando todos sus dientes.
—Entonces hay algo que debes saber.
—¿Qué?
Manny se irguió y miró al desgraciado directamente a los ojos.
—Si ahora piensas que quieres matarme, esto no es nada comparado con lo que vas a sentir cuando vuelva a verla.
Manny estaba excitado solo de pensar en ella.
Al sonar una campana, las puertas dobles se abrieron y él entró en el ascensor y dio media vuelta. Los ojos del vampiro eran como flechas en busca de un blanco; pero Manny siguió sin intimidarse.
—Sólo quería aclararte mi posición. Ahora entra, o evapórate hasta abajo y te recojo en la calle.
El vampiro masoquista lo miró con desprecio.
—Debes de pensar que soy un idiota, ¿me equivoco?
—Pues no, en absoluto.
Pausa.
Después de otro momento de silencio, el vampiro farfulló algo y luego entró en el ascensor antes de que las puertas comenzaran a cerrarse. Ambos hombres se quedaron hombro con hombro, mientras observaban cómo se iban iluminando los números de los pisos al bajar…
Cinco… cuatro… tres… dos…
Como si fuera el conteo regresivo de una explosión.
—Cuidado, humano. No es bueno presionarme demasiado.
—Y yo no tengo nada que perder. —A excepción de la hermana del enorme degenerado, se dijo—. Supongo que tendremos que esperar a ver cómo termina esto.
—Así es.
‡ ‡ ‡
Payne parecía un triste bloque de hielo mientras contemplaba el reloj que estaba junto a la puerta de su habitación. El aparato circular era tan blanco como la pared de la que colgaba, y la única diferencia eran los doce números negros, separados por rayas negras. Las manecillas del aparato, dos negras y una roja, se movían lentamente, en redondo, como si estuvieran tan aburridas con su trabajo como se sentía Payne al mirarlas.
Sin duda Vishous había ido a ver a su madre. ¿A qué otro lugar podría acudir?
Así que aquello era una pérdida de tiempo; con seguridad, V regresaría con las manos vacías. Era un acto de absoluta arrogancia pensar que la Dama Que No Se Dejaba Influir se sentiría afectada por los peligros que corrían sus hijos.
Llamar a esa mujer Madre de la Raza… ¡Qué estupidez!
Payne frunció el ceño.
El ruido comenzó como un vago golpeteo, pero rápidamente fue volviéndose más fuerte. Pasos. Pesados pasos que avanzaban por un suelo de madera a toda prisa. Y había dos tipos de pisadas, dos caminantes. Tal vez no eran más que los Hermanos de su gemelo, que regresaban para un exa…
Cuando la puerta se abrió, lo único que Payne alcanzó a ver fue la figura de Vishous, siempre tan alta e intransigente.
—Te traigo algo.
Pero antes de que V pudiera hacerse a un lado, el «algo» lo empujó…
—Querida Virgen Escribana… —Los ojos de Payne se llenaron de lágrimas.
Su sanador había irrumpido en la habitación y, ay, era tal como ella lo recordaba… con ese pecho ancho y esas piernas largas, el abdomen plano y la mandíbula varonil, elegante, afilada. Tenía el pelo despeinado, como si se lo hubiese estado revolviendo con los dedos, y respiraba de manera agitada, con la boca ligeramente abierta.
—Sabía que eras real —dijo enseguida el sanador—. Maldición, ¡lo sabía!
El hecho de ver a su sanador tuvo el efecto de un rayo que la recorrió de arriba abajo, llenándola de energía y lanzando sus emociones al aire.
—Sanador. —Casi no podía hablar, entre la debilidad y la emoción—. Mi sanador…
Le interrumpió la voz de V.
—La puta que te parió.
El humano dio media vuelta y se dirigió a Vishous.
—Danos un poco de intimidad. Ya habrá…
—Cuidado con lo que dices…
—Soy su médico. Me trajiste aquí para que la evaluara desde el punto de vista clínico…
—No seas ridículo.
Hubo una pausa.
Entonces, ¿por qué cojones estoy aquí?
—Precisamente por la misma razón por la cual te odio.
Eso produjo un largo silencio, así como un sollozo de Payne. Se sentía inmensamente feliz de ver a su sanador en carne y huesos. Y ese sollozo hizo que los dos machos se volvieran a mirarla enseguida. La expresión de su sanador cambió de inmediato, pasando de la furia pura a la actitud protectora, enternecida.
—Cierra la puerta al salir. —Implacable, el médico seguía despreciando a quien podía matarle, al tiempo que se acercaba a ella.
Payne se pasó las manos por los ojos para secarse las lágrimas y miró hacia el fondo del cuarto, mientras su sanador se sentaba en el borde de la cama. Vishous había dado media vuelta y se dirigía a la salida.
Él lo sabía, pensó Payne. Consciente de que nada de lo que su madre pudiera haber hecho por ella la salvaría, V le había llevado lo único capaz de hacer que ella deseara seguir viviendo.
Clavó los ojos en el vampiro que se retiraba.
—Gracias, hermano mío.
Vishous se detuvo. La tensión que parecía estar sintiendo era tan grande que los puños apretados parecían echar humo. Cuando volvió lentamente la cabeza, sus ojos de hielo ardían.
—Haría cualquier cosa por ti. Cualquier cosa.
Y con esas palabras, V abrió la puerta y salió… Al ver cómo se cerraba la puerta, Payne se dijo que ciertamente se podía decir te quiero sin tener que pronunciar exactamente esas palabras.
En efecto, los hechos significaban más que las palabras.