18

Abajo, en la clínica del centro de entrenamiento, Payne estaba haciendo sus ejercicios, como los llamaba ella.

Acostada en la cama, con las almohadas a los lados, cruzaba los brazos sobre el pecho y contraía el abdomen, al tiempo que levantaba el torso lentamente hasta quedar sentada. Cuando se encontraba perpendicular al colchón, extendía los brazos hacia el frente y los sostenía allí, mientras volvía a acostarse. Con hacerlo una o dos veces, ya sentía que el corazón le latía con fuerza y que le faltaba el aire, pero se daba sólo un breve momento de descanso antes de repetirlo. Y repetirlo. Y repetirlo.

Cada vez el esfuerzo se volvía más agotador, hasta que la frente se le cubría de sudor y los músculos del estómago comenzaban a dolerle. Jane le había enseñado cómo hacerlo y le había dicho que eso le sentaría bien, aunque comparado con lo que solía ser capaz de hacer, aquellos ejercicios eran una nimiedad. Nada.

En realidad, Jane había intentado que la convaleciente hiciera mucho más… hasta le había llevado una silla de ruedas para que se pudiera mover dentro del complejo, pero Payne no podía ni ver semejante aparato y tampoco soportaba la idea de pasarse la vida rodando de un lugar a otro.

A lo largo de la semana anterior, Payne había ido descartando todas las esperanzas vanas, incubadas con la esperanza de que ocurriera un milagro… que nunca se había hecho realidad.

Parecía que habían pasado años desde que peleara con Wrath… desde aquella bendita época en la que controlaba a la perfección sus fuertes y muy bien coordinadas extremidades. Había dado por sentadas tantas cosas, como si fueran eternas. Buenas y malas. Estuvo angustiada, insatisfecha de su vida como Elegida, y ahora añoraba volver a ser la que era, con un dolor que, según suponía, solo se podía sentir al pensar en los muertos.

Pero, claro, Payne prácticamente daba por hecho que en realidad había muerto. Seguía medio viva porque su cuerpo no era lo suficientemente inteligente como para dejar de funcionar.

Maldijo en Lengua Antigua, se dejó caer hacia atrás y se quedó inmóvil. Cuando pudo, tanteó con las manos hasta encontrar la correa de cuero que se había puesto alrededor de los muslos. Estaba tan apretada que sabía que debía de estar cortando la circulación, pero la verdad era que no había sentido ni la más leve presión de la correa y tampoco notó el dulce alivio que debía haberle producido soltarla.

Y así habían sido las cosas desde la operación.

Ningún cambio.

Payne cerró los ojos y volvió a sumirse en una guerra interna en la que sus temores cruzaban las espadas con la razón, con resultados siempre trágicos. Después de siete ciclos de noche y día, el ejército de los pensamientos racionales se estaba quedando sin munición, sus tropas totalmente agotadas.

Cada día la misma lucha. Al principio se había sentido impulsada por una corriente optimista, pero luego la ilusión se había desvanecido y había pasado por un periodo de paciencia obligada, que tampoco había durado mucho. Desde entonces, estaba estancada en el reino estéril de las esperanzas infundadas.

Sola.

En verdad, la soledad era lo peor de todo: porque a pesar de toda la gente que iba y venía, que entraba y salía de la habitación, la Elegida se sentía terriblemente aislada, aunque unos y otros se sentaran a hablar con ella o la ayudaran con sus necesidades básicas. Confinada en la cama, se hallaba en un plano de realidad distinto al de ellos, separada de los demás por un vasto desierto invisible, que podía ver con claridad, pero que no podía atravesar.

Y había una cosa más extraña. El dolor de todo lo que había perdido se volvía más intenso cada vez que pensaba en su sanador humano, lo cual ocurría con una frecuencia enorme. Cada vez mayor.

Cuánto echaba de menos a ese hombre. Muchas eran las horas que había pasado recordando su voz, su rostro, aquel último momento entre ellos… hasta que los recuerdos se convirtieron en una manta con la que se calentaba durante las largas y frías horas de angustia y preocupación.

Sin embargo, por desgracia, esa manta, al igual que su capacidad de raciocinio, se iba gastando por el exceso de uso, y no había manera de repararla.

El sanador no formaba parte de su mundo y nunca regresaría; no era más que un sueño fugaz, y vívido, sí, pero efímero, que se había ido desvaneciendo. Empezaba a deshilacharse, a convertirse en filamentos, retales.

De pronto la Elegida reaccionó.

—¡Ya es suficiente!

Aprovechando la fuerza que le quedaba en la parte superior del tronco, se volvió hacia un lado para acomodar las almohadas, pero mientras luchaba contra el peso muerto de la parte baja de su cuerpo perdió el equilibrio y cayó bruscamente sobre el colchón, arrastrando con un brazo el vaso de agua que estaba en la mesita junto a la cama.

Un vaso, claro, no era un objeto que resistiera bien los impactos.

Al ver cómo el vaso se hacía trizas, Payne cerró la boca, porque esa era la única manera que conocía de retener los gritos en los pulmones. De no ser por eso, los chillidos habrían roto el sello de sus labios y jamás se habrían detenido. Porque era demasiado.

Pero no, no era para tanto. Al fin logró dominarse. Cuando sintió que ya tenía suficiente control de sí misma, miró desde la cama el desastre que había causado en el suelo. En condiciones normales, sería un asunto muy sencillo: cosa de pasar la fregona tras recoger los cristales.

En otras épocas, lo único que habría tenido que hacer sería agacharse y limpiar, nada más.

Pero ahora, ¿qué? Pensó. Tenía dos opciones: quedarse allí y pedir ayuda, como una inválida, o estrujarse el cerebro y hacer un intento de ser independiente.

Le costó un buen rato localizar los mejores puntos de apoyo para poner las manos y luego calcular la distancia hasta el suelo. Por fortuna, no estaba conectada a ningún aparato. Bueno, todavía tenía un catéter en la mano, que aunque le daba cierta autonomía, tal vez significaba que no era tan buena idea tratar de hacerlo por sí misma.

Pero la verdad era que no podía soportar la indignidad de quedarse allí sin hacer nada. Una guerrera como ella, ¿ahora se había convertido en una chiquilla incapaz de ocuparse de sus propias cosas?

Eso era insoportable.

Así que procedió a sacar unos cuantos pañuelos de papel, bajó la barandilla de seguridad de la cama, se agarró a ella e inclinó la parte superior del tronco hacia un lado. La torsión hizo que sus piernas saltaran como las de una marioneta, sin gracia alguna, pero al menos pudo alcanzar la suave superficie del suelo con los pañuelos blancos que se había puesto en la palma de la mano.

Mientras se estiraba intentando mantener un precario equilibrio sobre el borde de la cama y pensaba que estaba cansada de que se lo hicieran todo, que la bañaran y la envolvieran como a una criatura recién llegada al mundo, su cuerpo siguió el ejemplo del vaso.

Sin previo aviso, la barandilla se escapó de su mano y, al tener las caderas tan lejos del colchón, se fue de cabeza contra el suelo, sin poder luchar contra la fuerza de gravedad. Payne estiró las manos enseguida para apoyarse en el suelo mojado, pero las dos resbalaron sin remedio, de modo que fue la cara la que terminó recibiendo el impacto. En la fracción de segundo que duró el castañazo sintió que todo el aire salía de sus pulmones.

Y luego ya no hubo ningún movimiento más.

Quedó atrapada, con las piernas inservibles aún extrañamente apoyadas en la cama, de modo que colgaban directamente sobre su cabeza y su torso, los cuales reposaban en el suelo.

Tomó aire, resignada, y gritó:

—¡Auxilio… auxiiiilio!

Con la cara aplastada contra el suelo, los brazos casi adormecidos por la incómoda posición en que se encontraban y los pulmones ardiendo por efecto de la falta de aire, Payne sintió cómo la rabia se encendía dentro de ella hasta que todo su cuerpo empezó a temblar…

Empezó como un crujido. Luego el ruido se convirtió en movimiento, a medida que la mejilla comenzaba a deslizarse por las baldosas, estirando tanto la piel que Payne pensó que se estaba despellejando. Y luego creció la presión sobre la nuca, que se encontraba atrapada entre dos fuerzas: la que ejercía en una dirección su voluntad y la del peso de su cuerpo en la otra.

Apelando a toda su energía, Payne concentró su rabia y logró mover los brazos hasta apoyar al fin las palmas de las manos sobre el suelo. Y después de una gran inhalación, se impulsó con fuerza hacia arriba, para levantarse y girar hasta quedarse de espaldas…

Pero su trenza quedó atrapada entre los soportes de la barandilla de la cama y la pobre ya no pudo moverse más. Con la cabeza torcida hacia un hombro por culpa de la trenza y sin poder ir a ninguna parte, lo único que Payne podía ver desde esa posición eran sus piernas, esas piernas largas y esbeltas a las que hasta entonces no había dedicado ningún pensamiento.

Mientras la sangre fluía lentamente hacia el torso, Payne observó cómo la piel de las pantorrillas iba palideciendo hasta quedarse tan blanca como un papel.

Entonces cerró los puños con fuerza y ordenó a sus dedos que se movieran.

—Maldición… moveos… —También habría cerrado los ojos para concentrarse, pero no quería perderse el milagro, si es que ocurría.

Pero no ocurrió.

No pasó nada.

Y comenzó a darse cuenta de que nunca iba a pasar.

Cuando las uñas de los dedos de los pies comenzaron a adquirir una tonalidad grisácea, Payne reconoció que iba a tener que aceptar lo que le estaba sucediendo. Su ridícula y enrevesada postura era una metáfora del trance que atravesaba en su puñetera vida.

Torcida. Inútil. Un peso muerto.

La crisis que esto finalmente desató no provocó lágrimas ni sollozos. Eso sí, estuvo marcada por una drástica decisión.

—¡Payne!

Al oír la voz de Jane, la convaleciente cerró los ojos. No era la persona que ella quería que la salvara. Necesitaba a su gemelo… Payne necesitaba que su gemelo la ayudara.

Lo pidió con voz ronca.

—Por favor llama a Vishous. Por favor.

La voz de Jane sonaba muy cerca.

—Vamos a levantarte del suelo.

—¡Vishous!

Se oyó un clic y Payne se dio cuenta de que la alarma que ella no había alcanzado a tocar, acababa de sonar.

—Por favor, llama a Vishous.

—Vamos a…

Vishous.

Silencio. Hasta que se oyó que se abría la puerta.

Volvió a sonar la voz de Jane.

—Ayúdame, Ehlena.

Payne era consciente de que su boca se estaba moviendo, pero dejó de oír lo que pasaba a su alrededor cuando las dos hembras la volvieron a subir a la cama y le acomodaron de nuevo las piernas, alineándolas una junto a otra, antes de cubrirlas con una sábana blanca.

Mientras se desarrollaban varias tareas de limpieza a su alrededor, en la cama y en el suelo, Payne clavó los ojos en la pared blanca que había estado observando eternamente desde que la habían trasladado a ese lugar.

—Payne.

Al ver que no respondía, Jane repitió:

—Payne, mírame.

La Elegida desvió la mirada, pero no sintió nada al clavar los ojos en el rostro preocupado de la shellan de su gemelo.

—Necesito a mi hermano.

—Claro, ahora lo llamo. En este momento está en una reunión, pero le pediré que baje antes de que se vaya. —Hubo una larga pausa—. ¿Puedo preguntarte para qué lo necesitas?

El tono sereno y neutro de las palabras le indicó a Payne que la buena doctora no era ninguna imbécil.

—¿Payne? ¿Me oyes?

La enferma cerró los ojos y se oyó decir:

—Me hizo una promesa cuando todo esto empezó. Y necesito que la cumpla.

‡ ‡ ‡

A pesar de ser un fantasma, el corazón de Jane seguía teniendo la extraña facultad dejar de latir súbitamente en su pecho.

Por eso, al sentarse en el borde de la cama, Jane sintió que no había nada moviéndose detrás de su esternón.

Con voz estremecida hizo la pregunta cuya respuesta no quería ni imaginar.

—¿Y qué promesa fue esa?

—Es un asunto entre nosotros dos.

A la mierda con eso, pensó Jane, segura de que su suposición era correcta.

—Payne, siempre, siempre podemos hacer algo más.

Pero no tenía ni idea de qué podría ser. Las radiografías mostraban que los huesos habían quedado perfectamente alineados, gracias a la extraordinaria habilidad de Manny. Sin embargo, la médula espinal era un misterio, la carta que desconocían. Jane tenía la esperanza de que se produjera una regeneración de los nervios. Todavía estaba aprendiendo a conocer el organismo de los vampiros, muchas de cuyas cualidades parecían cosa de magia. Sobre todo, las posibilidades de recuperación, que comparadas con lo que los humanos podían hacer eran asombrosas.

Pero no habían tenido suerte esta vez.

Y no se necesitaba ser Einstein para imaginarse qué era lo que Payne estaba buscando.

—Háblame con sinceridad, shellan de mi gemelo. —Los ojos de cristal de Payne se clavaron en los de Jane—. Sé sincera contigo misma.

Si había algo que Jane odiaba de su profesión médica eran esos momentos en que hay que tomar una decisión basada en juicios de valor. En la práctica de la medicina había muchas situaciones en las que las decisiones eran fáciles de tomar, muy claras: ¿Alguien llegaba a urgencias con la mano entre hielo y un torniquete en el brazo? Había que volver a poner el miembro en su sitio y restaurar los nervios. ¿Mujer en trabajo de parto con el cordón umbilical enredado en el cuello de la criatura? Cesárea. ¿Fractura compuesta? Abrir y colocar.

Pero no todo era así de «sencillo». Con frecuencia, la bruma de puede-ser-esto-o-aquello se instalaba en un caso y ella tenía que enfrentarse a un panorama nublado y…

Por Dios, a quién quería engañar.

El resultado clínico de la ecuación de la que se trataba en este caso ya estaba claro, aunque no quisiera aceptarlo.

—Payne, déjame ir a llamar a Mary…

—No quise hablar con la hembra consejera hace dos noches y tampoco hablaré con ella ahora. Para mí, se acabó. Y a pesar de lo mucho que me atormenta recurrir a mi gemelo, por favor, ve a llamarlo. Tú eres una buena hembra y no debes ser la que se encargue de esto.

Jane se miró las manos. Nunca las había usado para matar. Jamás. Eso era antiético no solo con su vocación y su compromiso con la profesión, sino a los ojos de ella misma como simple persona.

Y sin embargo, al pensar en su hellren y el rato que habían pasado juntos cuando se despertaron, se dio cuenta de que no podía permitir que V viniera a hacer lo que Payne quería que hiciera. V se había alejado solo un poco del borde del precipicio al que había estado a punto de saltar y no había nada que Jane no estuviera dispuesta a hacer para mantenerlo alejado de su borde.

—No puedo ir a llamarlo. Lo siento. Sencillamente, no lo voy a poner en esa posición. De ninguna manera.

El gemido que brotó de la garganta de Payne era la nítida expresión del dolor de su corazón.

—Sanadora, esta es una decisión mía. Es mi vida. No la tuya. ¿Quieres ser mi salvadora de verdad? Entonces haz que parezca un accidente, o tráeme un arma y yo lo haré. Pero no me dejes en este estado. No lo soporto y no habrás hecho nada bueno por tu paciente si sigo así.

De alguna manera, Jane sabía que eso iba a suceder. Lo había visto con la misma claridad que observara las pálidas sombras de las radiografías, aquellas que indicaban que todo debía estar funcionando bien… y que, si ese no era el caso, la médula espinal había sufrido una lesión irreparable.

Jane se quedó mirando las piernas que yacían bajo la sábana, tan inmóviles, y pensó en el juramento hipocrático que había hecho hacía ya varios años: «No harás daño» era el primer mandamiento.

Era difícil no ver que Payne sufriría un gran daño si permanecía como estaba; en especial porque ella no había querido que se hiciera el procedimiento. Jane había sido la que había insistido en salvarla y la había presionado por sus propias razones… Y V había hecho lo mismo.

Payne estaba serenamente desesperada.

—Encontraré una manera. De alguna forma, encontraré una forma de hacerlo.

Era difícil no creerla.

Y habría muchas más posibilidades de tener éxito si Jane contribuía… Payne estaba muy débil y cualquier arma en su mano podía causar el desastre definitivo

—No sé si podré hacerlo. —Las palabras salieron de la boca de Jane lentamente—. Tú eres su hermana. Dudo que pudiera perdonarme algún día.

—No tiene por qué saberlo.

Dios, ¡qué encrucijada! Si ella estuviera atrapada en esa cama, se sentiría exactamente igual que Payne y querría que alguien la ayudara a ejecutar su última voluntad. Pero ¿cómo podría soportar la carga de ocultarle a V algo así? ¿Cómo podría hacerlo?

Pero peor aún podría ser que lo hiciese él mismo, y así nunca regresara de ese lado oscuro de su alma en el que parecía desterrado. Matar a su hermana sería encerrarse en las tinieblas interiores para la eternidad.

La mano de su paciente encontró su mano y la agarró.

—Ayúdame, Jane. Ayúdame…

‡ ‡ ‡

Cuando salió de la reunión nocturna con la Hermandad y se dirigió a la clínica del centro de entrenamiento, Vishous estaba más cerca de sentirse como el de siempre, y no en un sentido negativo. El sexo con su shellan había sido clave para los dos, una especie de reinicio, no solo físico.

Joder, había sido muy bueno estar otra vez con su hembra. Sí, claro, todavía tenían problemas… y, bueno, mierda, cuanto más se aproximaba a la clínica, más sentía la presión del estrés, que volvía a presionarle los hombros como dos inmensas pesas. Había ido a ver a su hermana al comienzo de cada noche y luego otra vez al amanecer. En los primeros días se respiraba un clima lleno de esperanza, pero ahora eso se había desvanecido. El clima era triste, casi asfixiante.

En todo caso, su hermana gemela necesitaba salir de ese cuarto y eso era lo que V planeaba hacer enseguida. Tenía la noche libre e iba a llevarla a la mansión, para mostrarle que había más cosas que disfrutar en la vida, lejos de la jaula blanca que era la sala de reanimación.

Payne no se estaba recuperando físicamente, desde luego.

Así que el aspecto mental pasaba a primer plano. Así estaban las cosas, y así había que afrontarlas.

¿Conclusión? V no estaba preparado para perderla en este momento. Sí, ya habían pasado toda una semana juntos, pero eso no significaba que la conociera mejor que al principio. El vampiro estaba convencido de que los dos se necesitaban mutuamente. No había ningún otro descendiente de esa maldita deidad que era su madre, y tal vez juntos podrían entender toda la mierda que habían recibido por cuenta de su origen. Joder, no existía un manual que explicara los pasos necesarios para saber ser hijo de la Virgen Escribana.

Con los hombros cada vez más tensos, se imaginó su diálogo con la sociedad que le rodeaba.

Hola, me llamo Vishous. Soy hijo de la Virgen Escribana y he sido su hijo durante trescientos años.

Hola, Vishous.

Ella me ha vuelto a hacer otro truco terrible y estoy tratando de no ir al Otro Lado para matarla.

Te entendemos, Vishous.

Y, por cierto, también quisiera desenterrar a mi padre para volver a matarlo, pero no puedo. Así que sólo voy a tratar de mantener viva a mi hermana, aunque ella está paralizada de la cintura para abajo, y voy a tratar de resistir el impulso de causarme dolor para poder lidiar con esta mierda.

Eres un maricón de mierda, Vishous, pero nos das lástima y por eso te apoyamos.

Después de salir del túnel y atravesar la oficina, V cruzó la puerta de cristal y siguió avanzando por el pasillo. Al pasar por el gimnasio, oyó que alguien corría como si tuviese las zapatillas en llamas, pero nada más. Salvo el gimnasta solitario no había nadie más por allí. V presentía que Jane probablemente estaba todavía en su cama matrimonial, descansando después de lo que le había hecho.

Esa idea causó una gran satisfacción al macho enamorado que llevaba dentro. Enorme.

Al llegar a la sala de reanimación, V no llamó, sino que…

Al entrar, lo primero que vio fue la aguja hipodérmica. Después vio que esta se encontraba a punto de cambiar de manos y pasar de su shellan a su hermana gemela.

No había ninguna razón terapéutica para eso.

—¿Qué estáis haciendo? —Había hecho la pregunta en voz baja, súbitamente aterrorizado.

Jane volvió la cabeza enseguida, pero Payne no lo miró. Tenía los ojos fijos en aquella jeringuilla, como si fuera la llave que abriera la puerta de su prisión.

Y sin duda la iba a ayudar a salir de la cama, en dirección a un ataúd.

—¡Qué coño estáis haciendo! —No era una pregunta. Porque ya lo sabía.

Payne por fin se dirigió a él, con rostro lúgubre.

—Es mi decisión.

Su shellan lo miró a los ojos.

—Lo siento, V.

El vampiro sintió que se le nublaba la vista, pero eso no impidió que se abalanzara sobre ellas con todo su cuerpo. Al llegar al pie de la cama, sus ojos se aclararon y vio cómo su mano enguantada agarraba la muñeca de su shellan.

Su puño de acero era lo único que mantenía a su gemela lejos de la muerte y enseguida se dirigió a ella, no a su compañera.

No te atrevas.

Los ojos de Payne brillaban de la rabia cuando los clavó en él.

—¡Eres tú el que no tiene derecho a atreverse!

V retrocedió por un momento. Había contemplado las caras de sus enemigos cuando los derrotaba, las de muchos esclavos descartados y muchos amantes olvidados, tanto masculinos como femeninos, pero nunca había visto un odio tan profundo.

Jamás.

—¡Tú no eres mi dios! —Payne parecía fuera de sí—. ¡Solo eres mi hermano! Y no vas a encadenarme a este cuerpo, ¡ni tú ni nuestra mahmen!

Se trataba de una ira tan comprensible, tan justificada que, por primera vez en su vida, V se sintió perdido. Ella tenía razón y tenía tanta fuerza de voluntad como él. ¿Cómo luchar, en esas condiciones?

El problema era que, si se marchaba ahora, si se tomaba un respiro para pensar, volvería demasiado tarde, tan solo para asistir a un funeral. Necesitaba un momento para controlar su furia, pero no disponía de él, prefería morirse antes que desviar la mirada un segundo de la mortal jeringuilla.

—Dame dos horas. No te detendré, no tengo derecho a hacerlo, pero sí te puedo pedir que me des ciento veinte minutos.

Payne entornó los ojos.

—¿Para qué?

Para hacer algo que habría sido inconcebible cuando todo esto comenzó. Pero se había declarado una especie de guerra y, en consecuencia, V no podía permitirse el lujo de elegir sus armas; tenía que usar lo que tenía, aunque detestara la idea.

—Te diré exactamente por qué. —V le quitó la aguja de la mano a Jane—. Vas a hacerlo para que esto no me atormente durante el resto de mi maldita vida. ¿Qué opinas de esa razón? ¿Te parece suficiente?

Payne bajó los párpados pesadamente y luego hubo un largo silencio hasta que la yacente volvió a hablar.

—Te concederé lo que pides, pero no voy a cambiar de opinión si permanezco en esta cama. Revisa bien tus expectativas antes de partir… y ten cuidado si tratas de razonar con nuestra mahmen. No cambiaría jamás esta prisión por una al lado de ella, en su mundo. La muerte es mil veces mejor.

Vishous se guardó la aguja en el bolsillo y desenfundó el cuchillo de cacería que siempre llevaba colgado del cinturón de sus pantalones de cuero.

—Dame la mano.

Cuando ella la extendió, V le cortó la palma con la hoja del cuchillo y luego hizo lo mismo en su propia mano. Después unió las dos heridas.

—Júralo. Por la sangre que compartimos, promételo.

Payne torció la boca como si, en otras circunstancias, hubiese podido sonreír.

—¿No confías en mí?

—No. —El vampiro no estaba para eufemismos—. Ni lo más mínimo, corazón.

Al cabo de un momento Payne estrechó la mano a su hermano, al tiempo que se le aguaban los ojos.

—Lo prometo.

Vishous se relajó por un instante y respiró hondo.

—Está bien.

Soltó a su hermana, dio media vuelta y se encaminó a la puerta. No podía perder tiempo. Se dispuso a volar pasillo adelante.

—Vishous.

Al oír la voz de Jane, dio media vuelta y sintió ganas de maldecir.

—No me sigas. No me llames. Nada bueno puede salir de todo esto si estoy cerca de ti ahora.

Jane cruzó los brazos sobre el pecho.

—Ella es mi paciente, V.

—Ella es mi sangre. —Impulsado por la frustración, V cortó el aire con la mano—. No tengo tiempo para esto. Me voy.

Y diciendo eso, salió corriendo. Mientras Jane se quedaba atrás.