17
Jane oyó el grito desgarrador a pesar de que se encontraba en la oficina del centro de entrenamiento. El ruido la despertó y le hizo levantar bruscamente la cabeza de la almohada improvisada que formaban sus brazos, al tiempo que enderezaba la espalda, que hasta ese momento había permanecido encorvada sobre el escritorio.
Un ruido de algo que se rasgaba… y luego un aleteo…
Inicialmente pensó que debía tratarse de una ráfaga de viento, pero enseguida descartó la idea y se puso en guardia. No había ventanas en esa zona subterránea. Y se necesitaría una gigantesca tempestad para que el ruido llegase hasta allí.
Se levantó de la silla de un salto, rodeó el escritorio y salió corriendo por el pasillo hacia la habitación de Payne. Todas las puertas estaban abiertas precisamente por esa razón: solo tenía un paciente y, aunque Payne era muy tranquila, si algo sucedía…
¿Qué demonios era todo ese ruido? Porque también se oían gruñidos…
Al llegar a la puerta de la sala de reanimación, Jane no pudo contener un grito. Por Dios… sangre.
Corrió hacia la cama.
—¡Payne!
La gemela de V estaba como loca, agitando los brazos sin ton ni son, mientras trataba de quitarse las sábanas de encima y se clavaba las afiladas uñas en los brazos y los hombros, arañándose salvajemente.
—¡No puedo sentirlas! —gritaba, enseñando los colmillos y abriendo tanto los ojos que se le alcanzaba a ver la parte blanca que rodeaba el iris—. ¡No siento nada!
Jane se acercó a ella y le agarró uno de los brazos, pero Payne se zafó enseguida y siguió haciéndose daño.
—¡Payne! ¡Detente!
Mientras Jane trataba de contener a su paciente, gotas de sangre roja caían sobre su cara y su bata blanca.
—¡Payne! —Si la cosa seguía así, las heridas irían a más, acabaría haciéndoselas tan profundas que se alcanzaría al ver el hueso—. ¡Ya basta!
—¡No siento nada!
Un bolígrafo apareció en la mano de Payne como por arte de magia. Pero el asunto no tenía nada de mágico: el bolígrafo era de Jane y solía guardarlo en el bolsillo de su bata. De pronto, a Jane todo aquel frenesí enloquecido le pareció una imagen surrealista, a cámara lenta, en la cual Payne levantaba la mano…
El movimiento fue tan rápido y tan decidido que no hubo manera de detenerlo.
La punta afilada del bolígrafo dibujó un arco en el aire antes de penetrar a través del corazón de la mujer, con toda potencia, y luego su torso se levantó bruscamente y de su boca abierta salió una exhalación mortal.
Jane gritó:
—Noooooooo…
—¡Jane, despierta!
La voz de Vishous no parecía tener sentido, pero en ese momento Jane abrió los ojos… y se encontró en medio de la oscuridad. La clínica, la sangre y la respiración agitada de Payne fueron reemplazadas por un velo negro que…
Enseguida se encendieron unas velas y lo primero que Jane vio con claridad fue el rostro duro de Vishous. Estaba en la cama junto a ella, a pesar de que no se habían acostado al mismo tiempo.
—Jane, tranquila, no era más que un sueño.
—Entiendo, estoy bien. —Tragó saliva y se retiró el pelo de la cara—. Estoy…
Mientras se incorporaba apoyándose sobre los brazos y jadeaba, todavía no estaba segura de qué era sueño y qué era realidad. En especial teniendo en cuenta que Vishous se encontraba a su lado. Últimamente no solo no se habían acostado juntos, sino que tampoco se habían despertado juntos. Jane había pensado que V dormiría abajo, en su taller de forja, pero al parecer no era así.
—Jane…
En medio del silencio y la penumbra, la fantasmal mujer captó en esa voz toda la tristeza que V nunca habría expresado en ninguna otra situación. Y ella se sentía igual. Los últimos días, en los que casi no habían hablado, el estrés por la recuperación de Payne, la distancia… la maldita distancia… eran jodidamente tristes.
Sin embargo allí, a la luz de las velas, en su cama matrimonial, todo eso pareció desvanecerse un poco.
Con un suspiro, Jane se recostó sobre el cuerpo tibio y pesado de V y el contacto la transformó enseguida: sin tener que hacer un esfuerzo consciente para volverse sólida, su cuerpo adquirió firmeza y el calor que fluía entre los dos la convirtió en un ser tan real como él. Entonces Jane levantó la vista y se quedó contemplando el rostro fiero y hermoso del vampiro, con el tatuaje en la sien, el magnífico pelo negro que siempre se echaba hacia atrás, las cejas bien definidas y aquellos ojos pálidos y bellos como el hielo.
Durante la última semana, ella había recreado varias veces en su mente la noche en que todo pareció derrumbarse entre ellos. Y aunque muchas de las situaciones eran frustrantes y estresantes, había una especialmente que no parecía tener sentido alguno.
Cuando se encontraron en el túnel, Vishous llevaba un suéter de cuello alto. Y él nunca usaba suéteres de cuello alto. Los odiaba porque le parecía que coartaban su libertad física, por así decirlo. Una bobada, desde luego, sobre todo teniendo en cuenta lo desinhibido que podía ser a veces. Por lo general siempre usaba camisetas sin mangas, o andaba desnudo. ¿Por qué esta vez no iba así? ¿Quería ocultar algo? Fue lo que Jane, que no era ninguna idiota, creyó desde el primer momento.
V había dicho que había tenido una pelea con restrictores, pero él era un experto en el combate cuerpo a cuerpo, muy superior a casi todos los vampiros y a todos los restrictores. Podía sufrir unos cuantos golpes, claro; pero si tenía el cuerpo lleno de cardenales, eso sólo podía haber sucedido por una razón: porque él mismo lo había permitido.
Y Jane no podía evitar preguntarse quién le habría hecho eso.
V interrumpió las meditaciones de la mujer.
—¿Estás bien?
Jane levantó la mano y la puso sobre la mejilla de su pareja.
—¿Y tú?
V ni siquiera parpadeó.
—¿Qué estabas soñando?
—Tenemos que hablar sobre lo que está pasando, V.
El vampiro apretó los labios y se puso más tenso de lo que ella esperaba. Finalmente habló.
—Payne está donde está. Solo ha pasado una semana y…
—No quiero decir que tengamos que hablar sobre Payne. Tenemos que hablar sobre lo que ocurrió esa noche que te quedaste solo.
En ese momento V se relajó y se recostó contra las almohadas, al tiempo que entrelazaba las manos sobre sus sólidos músculos abdominales. En medio de la penumbra, los rasgos de su cara dibujaban sombras afiladas.
—¿Me estás acusando de haber estado con alguien más? Pensé que ya lo habíamos aclarado.
—Deja de salirte por la tangente. —Jane lo miró fijamente—. Y si quieres una pelea, ve a buscar algún restrictor.
Con cualquier otro hombre, esa respuesta habría provocado una discusión abierta, con todo el dramatismo que se pudiera imaginar.
Pero, en el caso de Vishous, solo se volvió hacia Jane y sonrió.
—Qué cosas dices.
—Preferiría que fueras tú el que dijera cosas.
Aquella chispa de deseo que Jane conocía tan bien, pero que no había visto en la última semana, centelleó en los ojos de V mientras se volvía hacia ella. Luego bajó los párpados y clavó la mirada en los senos que se mecían bajo la sencilla camiseta con la que Jane se había acostado.
La mujer interpuso su cara en el campo visual de V. Ella también estaba sonriendo. Las cosas se habían puesto tan tensas entre ellos últimamente, que ese encuentro era un alivio.
—No voy a permitir que me distraigas.
Mientras el deseo sexual brotaba a oleadas del cuerpo de V, Jane sintió que su compañero le acariciaba delicadamente el hombro con un dedo. Y luego abría la boca para enseñar las puntas blancas de sus colmillos, que se comenzaron a alargar mientras se pasaba la lengua por los labios.
En ese momento, la sábana que V tenía encima comenzó a escurrirse hacia abajo, dejando al descubierto su escultural abdomen. Y siguió bajando y bajando. El motor que tiraba de la sábana era la mano enguantada de V y con cada nuevo centímetro que quedaba expuesto, Jane se sentía más y más atraída. No podía apartar los ojos de allí. La sábana se detuvo justo antes de dejar al descubierto una enorme erección, pero a cambio V le brindó a Jane un pequeño espectáculo: mientras sus caderas se contraían y se relajaban, Jane pudo ver cómo los tatuajes que tenía alrededor de la pelvis se estiraban y se recomponían en una magnífica danza.
—Vishous…
—¿Qué?
V metió la mano enguantada debajo de la sábana y Jane no necesitó ver adónde se dirigía para saber que V acababa de agarrarse el miembro: la forma en que su cuerpo se arqueó le dijo todo lo que necesitaba saber. Eso y el hecho de que se mordiera el labio inferior.
—Jane…
—¿Qué?
—Solo quieres mirar, ¿verdad?
Dios, Jane recordó la primera vez que lo había visto así, tendido en la cama, erecto y completamente listo para eyacular. Ella le estaba dando un baño con una esponja y él leyó sus pensamientos como si fueran un libro abierto: a pesar de que no quería admitirlo, Jane estaba desesperada por verlo masturbarse.
Y por eso se había asegurado de excitarlo lo suficiente.
Sofocada, Jane se echó sobre V y acercó su boca a la de él, casi hasta tocarlo.
—Sigues saliéndote por la tangente.
En un segundo, V la agarró de la nuca con la mano que tenía libre, dejándola atrapada en esa posición. Y aquella demostración de poder tuvo un magnífico efecto entre sus muslos, que se humedecieron.
—Sí, te estoy esquivando, —V sacó la lengua y le lamió los labios—. Pero podemos hablar cuando… terminemos… Ya sabes que nunca miento.
—Pensé que lo que siempre decías era que nunca te equivocas.
—Bueno, eso también. —Un palpitante gruñido brotó de la boca de V—. Y ahora, en este momento, tú y yo necesitamos esto. Lo sé, no me equivoco.
Esa última frase no fue pronunciada con pasión, como las otras, sino con toda la seriedad que ella necesitaba escuchar. Y lo cierto era que V tenía razón. Los dos habían estado dando vueltas en círculo durante los últimos siete días, pisando con cuidado para evitar las minas que amenazaban con volar su relación. De modo que conectarse de esa manera, piel contra piel, iba a ayudarlos a superar los desencuentros que no podían paliar las palabras.
—Entonces, ¿qué dices?
Ella gimió antes de replicar con otra pregunta.
—¿Qué quieres que diga?
V soltó una carcajada sensual y excitante y su brazo empezó a contraerse y relajarse mientras se acariciaba la verga.
—Quita la sábana, Jane.
La orden fue apenas un susurro, pero la mujer la oyó con claridad y enseguida se puso alerta. Como siempre sucedía.
—Hazlo, Jane. Mírame.
Jane puso una mano sobre los pectorales de V y la fue bajando lentamente, mientras sentía las costillas y las firmes protuberancias de los abdominales y oía los incipientes gemidos de su excitado macho. Cuando levantó la sábana, tuvo que tragar saliva al ver cómo la cabeza del pene se asomaba por encima del puño, liberándose de las restricciones y ofreciéndose a sus ojos con una única lágrima transparente.
Cuando Jane estiró la mano para tocarla, V le agarró la muñeca y la inmovilizó.
—Mírame, Jane… —Casi gruñía, más que otra cosa—. Pero no toques.
Hijo de puta. Jane lo odiaba cuando hacía eso. Y también lo adoraba.
Sin soltarla, Vishous siguió trabajando en su erección con la mano enguantada, y su cuerpo se volvió aún más hermoso al encontrar un ritmo constante. La luz de las velas dio a toda la escena un aire misterioso, pornográfico, excitante y sublime. Claro, se dijo Jane, las cosas siempre eran así con V. Con él, nunca sabía qué esperar, y no sólo porque fuese el hijo de una deidad. Con él, el sexo siempre era una experiencia llevada al límite, a un punto brusco y tortuoso, retorcido y exigente. Maravilloso.
Y eso que Jane sabía que solo tenía acceso a una versión descafeinada de su novio, por así decirlo.
En su laberinto interno había cuevas más profundas, cuevas que ella nunca había visitado y a las que nunca podría ir.
V le habló con tono autoritario y sugerente.
—Jane, sea lo que sea lo que estás pensando, olvídalo. Quédate conmigo aquí y ahora y no te preocupes de nada más. Disfruta.
Jane cerró los ojos. Ella sabía muy bien quién era su compañero, el macho al que amaba. Un año atrás, cuando se había comprometido con él por toda la eternidad, era muy consciente de la existencia de muchos hombres y mujeres a los que él había poseído de aquella forma tan suya. En ningún momento se le pasó por la cabeza que ese pasado pudiera interponerse entre ellos…
—No estuve con nadie esa noche. —V seguía usando un tono fuerte y seguro—. Esa noche estuve solo. No puedes dudarlo.
Jane abrió los ojos. V había dejado de masturbarse y estaba completamente inmóvil.
Abruptamente, Jane sintió que la visión se le volvía borrosa. Las lágrimas asomaban, ardientes.
—Lo siento —dijo con voz ronca—. Solo necesitaba oírlo. Yo confío en ti, de verdad, pero es que…
—No digas nada, todo está bien. —V estiró la mano enguantada y atrapó con ella la lágrima que iba rodando por la mejilla de Jane—. Está bien. ¿Por qué no habrías de preocuparte por mí y por lo que me sucede?
—Porque está mal.
—No, soy yo el que se comporta mal. —V respiró hondo—. Me he pasado la última semana diciéndome que debía hablar. Me arrepiento de lo que pasó, pero sencillamente no sabía qué demonios decir para que las cosas no empeoraran.
Jane estaba sorprendida de ver que V reaccionaba de una manera tan comprensiva. Los dos eran muy independientes y esa era la razón por la cual la relación funcionaba: él era reservado y ella no necesitaba mucho apoyo emocional. Por lo general, eso funcionaba a la perfección.
Sin embargo, no había sido así la última semana.
—Lo lamento —murmuró V—. Cuánto quisiera ser distinto.
De alguna manera, Jane sabía que V se refería a muchas más cosas que su naturaleza reservada.
—No hay nada que no puedas hablar conmigo, V. En este momento estás sometido a mucho estrés. Lo sé, no creas que no me doy cuenta de ello. Y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para ayudarte.
—Te amo.
—Entonces tienes que hablar conmigo. El silencio es la única cosa que te garantizo que no funciona.
—Lo sé. Pero es como mirar en un cuarto oscuro. Quiero contarte mis mierdas, pero no puedo, no puedo expresar nada de lo que siento.
Jane le creía y sabía que ese era uno de los problemas con los que tenían que lidiar los adultos que habían sido víctimas de abusos en la infancia. El mecanismo de defensa que desarrollaban desde temprana edad, y que los ayudaba a salir adelante, era una especie de división de la personalidad en compartimentos estanco: cuando las cosas se salían de madre, escondían las emociones muy, muy lejos, en cualquiera de los cubículos en que habían dividido su yo interno para defenderse.
El peligro, desde luego, estaba en la presión que inevitablemente se iba acumulando.
Sin embargo, al menos habían logrado romper el hielo entre ellos. Y ahora se encontraban en terreno más tranquilo.
Como si tuvieran voluntad propia, los ojos de Jane se clavaron en la verga de V, que yacía sobre su estómago, llegando más allá del ombligo. De repente sintió que lo deseaba tanto que no podía ni hablar.
V jadeó.
—Tómame, Jane. Hazme lo que quieras.
Lo que tenía ganas de hacer era chupársela, y eso hizo, doblándose sobre las caderas de V y tomándola en su boca hasta que la verga de su compañero tocó el fondo de su garganta. V emitió un gemido casi animal y sus caderas se levantaron bruscamente, empujando todavía más el miembro dentro de la boca de la hembra. Luego dobló abruptamente una de sus rodillas, de modo que ya no sólo estaba boca arriba sino que sus genitales quedaron totalmente expuestos, ofreciéndose completamente a ella, mientras le ponía una mano detrás de la cabeza al sentir que ella encontraba un ritmo que lo excitaba…
El cambio de postura se produjo de manera rápida y fluida.
Con su tremenda fuerza, V reacomodó el cuerpo de Jane en un abrir y cerrar de ojos, girándola ciento ochenta grados al tiempo que quitaba las sábanas del camino para poder levantar las caderas de Jane y apoyarlas sobre su torso. Luego le abrió las piernas contra su cara y…
—Vishous… —Jane se sintió morir de gusto mientras seguía chupando el enorme pene.
La boca de V se sentía húmeda y caliente y estaba justo frente a su objetivo, jugueteando con el sexo de Jane, mordisqueando y chupando, antes de que la lengua se aventurara a penetrarla y lamerla. En ese momento Jane sintió que su cerebro se apagaba o, mejor, que explotaba, y al no tener nada en que pensar, se perdió dichosa en lo que estaba sucediendo en ese momento, sin recordar lo que había ocurrido antes. Jane tenía la sensación de que a V le pasaba lo mismo… Estaba totalmente concentrado en acariciarla, lamerla, devorar su vagina, mientras le clavaba las manos en los muslos y gemía su nombre contra el húmedo sexo.
Era imposible concentrarse en lo que él le estaba haciendo, al mismo tiempo que ella le hacía lo mismo a él, pero eso no era un problema serio. Disfrutaban salvajemente, de todas formas. La erección de V se percibía caliente y dura en su boca, mientras él se desenvolvía con maestría entre sus piernas, y esas sensaciones eran prueba de que, aunque fuera un fantasma, Jane seguía experimentando las mismas reacciones físicas que cuando estaba «viva».
—Joder, cómo te necesito.
Tras decir esto, en otra rápida demostración de poder, Vishous la levantó como si no pesara más que la sábana y esta vez el cambio de posición no fue ninguna sorpresa. Él siempre prefería correrse dentro de ella, en lo más profundo de su sexo, y le abrió bien las piernas antes de acomodarla sobre sus caderas y dejar que la cabeza roma del miembro viril entrara en la vagina… y regresara a casa con toda su fuerza.
La invasión de V no solo tuvo que ver con el sexo, sino con algo así como la necesidad de reclamar lo que era suyo, y a Jane le encantó. Así debía ser.
Mientras se dejaba caer hacia delante y se apoyaba contra los hombros de V, Jane clavó sus ojos en los de su compañero y se siguió moviendo con él, a su ritmo, cada vez más rápido, hasta que alcanzaron el orgasmo al mismo tiempo y los dos se quedaron rígidos al sentir que él estallaba dentro de ella y el sexo de ella lo exprimía. Y luego V la acostó de espaldas y volvió a bajar rápidamente por su cuerpo, regresando a donde estaba antes, para acariciarla con la boca, mientras las palmas de sus manos se cerraban sobre los muslos femeninos y sencillamente la devoraba.
Al sentir que Jane llegaba otra vez al orgasmo, V se levantó sin que mediara ninguna pausa, le abrió las piernas y la penetró de nuevo con un solo movimiento fluido. El cuerpo de V era como una máquina inmensa que bombeaba dentro de ella y su olor a macho enamorado invadió toda la habitación.
El vampiro alcanzó otro magnífico orgasmo, y otro. Y ella igual. Una semana de abstinencia concluía con aquella gloriosa sesión de sexo incontenible.
Mientras V eyaculaba profusamente, Jane se quedó mirándolo y pensando en cuánto amaba todas sus facetas, incluso aquellas que a veces le costaba tanto trabajo entender.
Y luego V siguió. Con más sexo. Y todavía más.
Cerca de una hora después, saciado por fin su deseo, V y Jane yacían inmóviles sobre la cama, respirando profundamente a la luz de las velas.
Entonces Vishous se colocó en otra posición, pero siempre abrazado a ella, y sus ojos exploraron la cara de Jane un largo momento.
—No tengo palabras. Hablo dieciséis lenguas, pero no tengo palabras.
En su voz resonaban el amor y la angustia al mismo tiempo. Realmente, V era como un inválido cuando se trataba de emociones. Ni siquiera el hecho de haberse enamorado había eliminado esa tara… por lo menos no la había eliminado del todo. Pero no había que angustiarse… después de lo que acababan de vivir juntos, todo volvía a marchar bien.
—Tranquilo. —Jane le dio un beso en el pecho—. Yo te entiendo.
—Sólo desearía que no tuvieras que hacerlo.
—Y tú me entiendes.
—Sí, pero tú no eres una persona problemática, eres clara.
Jane se levantó apoyándose en los brazos.
—Soy un maldito fantasma, por si no lo has notado. Y eso es algo que desquiciaría a muchos hombres. No puede ser tan fácil relacionarse con un espectro, ¿no te parece?
V la estrechó para darle un beso rápido, casi brusco.
—Te voy a tener durante el resto de mi vida.
—Así es. —Después de todo, los humanos no vivían ni la décima parte de lo que vivían los vampiros.
Cuando la alarma del despertador comenzó a sonar, V miró el reloj con odio.
—Ahora sé por qué duermo con un arma bajo la almohada.
Al ver que V estiraba la mano para apagarlo, Jane pensó que estaba de acuerdo.
—¿Sabes lo que te digo? Más que apagarlo, podrías dispararle.
—No, ni hablar, Butch terminaría entrando aquí como un loco, y no quiero tener un arma cerca si veo que te encuentra desnuda.
Jane sonrió y luego se volvió a recostar, mientras V se levantaba de la cama y se dirigía al baño. Al llegar a la puerta, se detuvo y la miró.
—Siempre vine a buscarte, Jane. Todas las noches de esta semana, vine para estar contigo. No quería que estuvieras sola y tampoco quería dormir sin ti.
Y con esas palabras, desapareció en el baño y un momento más tarde Jane oyó que abría la ducha.
Después de todo, V no era tan torpe como pensaba usando las palabras.
Mientras se desperezaba con un sentimiento de satisfacción, Jane se decía que ella también tenía que levantarse; ya era hora de relevar a Ehlena en la clínica. Pero, joder, cuánto le gustaría quedarse allí toda la noche. O por lo menos unos minutos más…
Diez minutos después, Vishous se marchó para reunirse con Wrath y la Hermandad y, antes de salir, le dio un beso. Dos besos.
Cuando se levantó, Jane se demoró un rato en el baño y luego se dirigió al armario. Bien alineados en sus perchas, había varios pantalones de cuero, de él; varias camisetas blancas, de ella; un par de batas blancas, de ella, y un par de chaquetas de motero, de él. Las armas estaban guardadas en una caja de seguridad a prueba de fuego y los zapatos se encontraban en el suelo.
Su vida era incomprensible en muchos sentidos. ¿Una mujer fantasma casada con un vampiro? Por favor…
Pero al mirar ese armario, tan ordenado y a la vez tan en consonancia con sus locas vidas, mientras contemplaba esa ropa tan cuidadosamente arreglada, Jane se sintió a gusto con sus circunstancias. Ser como ella no era tan malo en este mundo desquiciado; de verdad que no.
A su manera, era normal. Traslúcida a ratos, ciertamente, pero normal.