14

Sentado junto a Butch en el Escalade, V no era más que una contusión de uno noventa y siete de estatura y ciento diecisiete kilos de peso.

Y dos colmillos.

Mientras avanzaban a toda velocidad hasta el complejo, V sentía que le dolía cada centímetro del cuerpo. Tenía tantos dolores que era como si no le doliera nada, porque era imposible concentrarse en el sufrimiento de un solo punto. Por eso no gritaba.

Así que había obtenido algo de lo que necesitaba.

El problema era que el alivio ya estaba comenzando a desvanecerse y eso lo ponía más furioso con el buen samaritano que iba tras el volante. Aunque el policía no parecía darse por aludido. Había estado marcando insistentemente un número en su móvil y colgaba y volvía a marcar, como si los dedos de su mano derecha tuvieran Parkinson.

Probablemente estaba llamando a Jane y luego cambiaba de opinión. Gracias a…

—Sí, me gustaría informar de un cadáver. —Butch hablaba al fin—. No, no voy a darle mi nombre. Está en un contenedor de basura en uno de los callejones que salen de la calle Diez, a dos calles del Commodore. Parece una mujer caucásica, de dieciocho o diecinueve años, quizás veintitantos… No, no voy a dejar mi nombre… Oiga, ¿por qué no apunta lo que le digo, que es lo importante, y deja de preocuparse por mí?

Mientras Butch sostenía esa conversación con la telefonista, V cambió de posición en el asiento y sintió cómo aullaban las costillas que tenía rotas. No estaba nada mal. Si necesitaba otra paliza para calmarse, podía hacer unos cuantos abdominales y así volvería a subirse al bendito carrusel de la agonía…

Butch arrojó el móvil en la guantera. Lanzó una maldición. Y volvió a maldecir.

Y luego decidió expresar su desagrado.

—¿Hasta dónde pensabas dejar avanzar las cosas, V? ¿Hasta que te apuñalaran? ¿Hasta que te dejaran tirado en la calle para que el sol te achicharrara? ¿Qué hubieras considerado suficiente?

V trató de hablar con claridad a pesar de que tenía el labio superior muy hinchado.

—No te hagas, ¿vale?

—¿Qué? —Butch volvió la cabeza con brusquedad. Sus ojos tenían una expresión absolutamente violenta—. ¿Qué has dicho?

—No te hagas… el que no sabe de qué va esto. Te he visto bebiendo como un loco, borracho como una cuba… he visto… —Vishous tosió con glorioso dolor—. Te he visto medio inconsciente, a cuatro patas, con un vaso entre las manos. Así que no te hagas el santo conmigo.

Butch volvió a concentrarse en la carretera.

—Eres un miserable hijo de puta.

—Como quieras.

Esa fue toda la conversación.

Cuando Butch aparcó frente a la mansión, los dos tenían los ojos entornados y parpadeaban como si los acabaran de rociar con un espray de pimienta: el sol todavía estaba hundido en el horizonte, pero se encontraba lo suficientemente cerca como para que el cielo hubiese adquirido un tono rosa que resultaba sólo un poco menos que letal para un vampiro.

Ninguno de los dos entró en la casa grande. De ninguna manera. La Última Comida debía de estar a punto de empezar y, teniendo en cuenta su estado de ánimo, no había razón para alimentar los chismes.

Sin decir ni una palabra más, V entró en la Guarida y fue directo a su habitación. No era cuestión de que Jane o su hermana lo vieran en ese estado. Demonios, teniendo en cuenta el dolor que sentía en la cara, tal vez ni siquiera podría presentarse ante ellas después de darse una ducha.

En el baño, abrió la llave del agua y se quitó las armas en la oscuridad, lo cual implicaba sacar su daga de la funda que llevaba a la espalda y ponerla sobre la encimera. Esfuerzo titánico, una bendita tortura. Tenía la ropa sucia, cubierta de sangre, cera y otras mierdas. V la dejó caer al suelo, sin saber muy bien qué iba a hacer con ella.

Luego se metió debajo del agua antes de que saliera caliente. Al sentir el golpe del agua fría en la cara y los pectorales, gruñó, pues el impacto bajó hasta el pene y lo hizo ponerse duro. Pero ahora no tenía ningún interés en ocuparse de la erección. Se limitó a cerrar los ojos, mientras su sangre y la sangre de sus enemigos se desprendía de su cuerpo y se iba por el desagüe.

Joder, después de quitarse todo eso de encima, iba a tener que ponerse un suéter de cuello alto. Tenía la cara llena de cardenales, pero tal vez eso se podría explicar diciendo que había tenido una pelea con restrictores. Pero ¿cómo justificar un cuerpo lleno de cardenales de pies a cabeza?

Difícil.

V relajó la cabeza y dejó que el agua corriera por la nariz y la mandíbula, mientras trataba desesperadamente de regresar a la bruma en que se había sentido inmerso cuando volvía en el coche. Pero el dolor se estaba desvaneciendo, de modo que su droga preferida estaba perdiendo el efecto que tenía sobre él y el mundo empezaba a resultarle más claro de nuevo.

Joder, esa sensación de estar fuera de control lo asfixiaba como si alguien lo estuviese estrangulando.

Maldito Butch. Ese imbécil hijo de puta se pasaba la vida haciendo el bien, interfiriendo en sus asuntos, metiendo la nariz donde no lo llamaban.

Diez minutos después, V salió de la ducha, agarró una toalla negra y se envolvió en ella mientras se dirigía a la habitación. Al abrir el armario, encendió una vela negra con el pensamiento y… lo único que vio fue una gran cantidad de camisetas sin mangas. Y pantalones de cuero.

Eso es lo que le sucede a tu guardarropa cuando te dedicas a pelear y pelear, y sólo pelear, y duermes desnudo.

No había ningún jersey de cuello alto a la vista.

Bueno, tampoco era tan grave…

Un rápido giro hacia el espejo que colgaba detrás de la puerta y hasta él mismo se asustó. Parecía que hubiese tenido un encuentro sadomasoquista con Godzilla, pues tenía el torso, los hombros y los pectorales llenos de heridas de color rojo vivo. La cara parecía una broma, pues uno de los ojos estaba tan hinchado que prácticamente no podía abrir el párpado… Había una herida profunda en el labio inferior… y su mandíbula parecía la de una ardilla que estuviera haciendo acopio de bellotas.

Genial. Parecía un mutante.

Después de recoger la ropa sucia y esconderla en el fondo del armario, asomó la cabeza al pasillo y aguzó el oído. A la izquierda se oía el ruido del televisor. Y a la derecha se oía el chapoteo de un líquido.

Así que se dirigió desnudo al cuarto de Butch y Marissa. No había razón para ocultarle los golpes a Butch… el desgraciado cabrón había visto cómo se los daban.

Al asomarse a la puerta, encontró al policía sentado en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas, un vaso de Lag en las manos y la botella entre sus mocasines.

—¿Sabes en qué estoy pensando en este momento? —El policía hablaba sin levantar la mirada.

V supuso que estaba a punto de escuchar una larga retahíla.

—Cuéntame.

—En la noche en que te vi arrojarte desde el balcón del Commodore. En la noche en que creí que habías muerto. —Butch dio un sorbo a su vaso y suspiró—. Creía que ya habíamos superado esa etapa.

—Si te sirve de consuelo, yo pensaba lo mismo.

—¿Por qué no vas a ver a tu madre? Habla de esta mierda con ella.

Como si hubiese algo que esa hembra pudiese decir a estas alturas.

—La mataría, policía, bien lo sabes. No sé cómo lo haría, pero mataría a esa perra por esto. Primero me deja en manos de un padre sociópata, a pesar de ser muy consciente de cómo era, porque, joder, no en vano lo ve todo. Luego decide ocultarme su identidad durante trescientos años, antes de aparecer el día de mi cumpleaños porque quiere que le sirva de semental para perpetuar su estúpida religión. Aunque yo pude superar esa mierda, ¿no? Pero ¿qué hay de mi hermana, de mi gemela? La encerró, policía. La retuvo contra su voluntad. Durante siglos enteros. Y ni siquiera me contó que tenía una hermana. Eso es demasiado. Hasta aquí he llegado. —V se quedó mirando la botella de whisky—. ¿Me das un trago de eso?

Butch le puso el corcho a la botella y se la lanzó a V. Cuando éste la agarró, el policía contestó.

—Pero despertarse muerto un día no es la respuesta oportuna. Y tampoco dejarse golpear de esa manera.

—¿Te estás ofreciendo a hacerlo por mí? Porque me estoy volviendo loco y necesito sacar toda la basura fuera, Butch. De verdad. Soy peligroso en este estado… —El vampiro machacado dio un sorbo a la botella y lanzó una maldición al sentir que el corte del labio ardía como si le hubiese dado una calada a un cigarrillo por el extremo equivocado—. Y no se me ocurre ninguna otra manera de deshacerme de esto que siento… Porque te juro que no voy a volver a caer en mis viejos hábitos.

—¿No te sientes tentado, de verdad?

V se preparó para el dolor que lo esperaba y dio otro sorbo al whisky. Luego hizo una mueca de dolor.

—Quiero el alivio que eso me produce, no voy a negarlo, pero no pienso acostarme con nadie distinto de Jane. No hay ninguna posibilidad de que regrese a nuestra cama matrimonial con la polla apestando a puta. Eso lo arruinaría todo, y no sólo para ella, sino también para mí. Además, lo que necesito ahora es un amo, no un esclavo… y no hay nadie en quien pueda confiar. —Excepto, se dijo, tal vez, Butch, pero eso implicaría cruzar demasiados límites—. Así que estoy atrapado. Tengo en la cabeza una arpía que no deja de gritar y no puedo ir a ninguna parte para deshacerme de ella… y eso me está volviendo endemoniadamente loco.

Por Dios, por fin lo había dicho. Todo.

Hurra por él.

Y la recompensa fue otro sorbo de la botella.

—Joder, ¡cómo me duele el labio!

—No te ofendas, pero te lo mereces. —Butch levantó sus ojos de color almendra y, después de un momento, esbozó una sonrisa que dejó ver la corona dental ligeramente torcida que tenía delante, con los poderosos colmillos—. ¿Sabes una cosa? Cuando estábamos allí llegué a odiarte durante un minuto, de verdad. Y antes de que preguntes, has de saber que los suéteres de cuello alto están abajo, al fondo de esa estantería. Llévate también unos pantalones de sudadera. A juzgar por el estado de tus piernas, parece que te hubieran atacado quinientos psicópatas con bates.

—Gracias, hermano. —V caminó a lo largo de la estantería llena de ropa colgada de finas perchas de madera de cedro. Algo que definitivamente no se podía negar era que el guardarropa de Butch estaba lleno de posibilidades—. Nunca pensé que me alegraría de que fueras un maldito petimetre.

—Creo que la descripción adecuada es «caballero elegante y refinado».

Con su acento del sur de Boston, las palabras sonaron a película glamurosa, y V se sorprendió preguntándose si él no podría expresarse también de esa manera. Una pregunta del expolicía le sacó de esas meditaciones.

—¿Qué vas a hacer con Jane?

V puso la botella en el suelo, se metió un suéter de cachemira por encima de la cabeza y lanzó una maldición cuando vio que apenas le llegaba al ombligo.

—Ella ya tiene suficiente por ahora. Ninguna shellan necesita saber que su macho se fue a buscar que le dieran una buena paliza, y no quiero que se lo cuentes, como podrás suponer.

—¿Y cómo vas a explicar esa cara tan bonita, idiota?

—La hinchazón bajará en un rato.

—Pero no lo suficientemente rápido. Si vas a ver a Payne con esa cara…

—Ella tampoco necesita mi placentera presencia por ahora. Simplemente me mantendré alejado por un día. No hay urgencia. Payne está recuperándose y se encuentra estable; al menos eso fue lo que Jane me dijo, así que creo que me iré a mi taller de forja.

Butch levantó su vaso.

—¿Me echas un poco?

—Claro. —V sirvió una copa a su amigo y luego le dio otro sorbo a la botella, antes de ponerse unos pantalones. Enseguida extendió los brazos hacia los lados y dio una vuelta sobre sus talones—. ¿Mejor así?

—Lo único que alcanzo a ver son los tobillos y las muñecas… y, para tu información, pareces una adolescente con ese ombligo al aire. No te favorece lo más mínimo.

—Vete a la mierda. —Tras dar otro sorbo a la botella, V decidió que su nuevo plan era emborracharse—. No tengo la culpa de que seas un maldito enano.

Butch soltó una carcajada y luego volvió a ponerse serio.

—Si vuelves a hacer eso otra vez…

—Tú me pediste que agarrara tu ropa.

—No es de eso de lo que estoy hablando.

V dio un tirón a las mangas del suéter, pero no logró absolutamente nada.

—No vas a tener que intervenir, policía, porque no voy a dejar que me maten. Esa no es la idea. Sé perfectamente dónde poner el límite.

Butch lanzó una maldición. Ahora no estaba serio, sino mortalmente serio.

—Dices eso y estoy seguro de que crees que es verdad. Pero las situaciones se pueden salir de control, en especial esa clase de situaciones. Puedes estar logrando… lo que sea, no sé muy bien qué… pero de pronto las cosas se pueden volver en tu contra.

V flexionó la mano enguantada.

—Eso es imposible. Con esto, no puede pasar, y de verdad no quiero que hables con mi chica del asunto, ¿vale? Prométemelo. Tienes que mantenerte al margen.

—Entonces tienes que hablar con ella.

—¿Y cómo puedo decirle que…? —A V se le quebró la voz y tuvo que carraspear un par de veces—. ¿Cómo demonios puedo explicarle esto a ella?

—¿Cómo no hacerlo? Eso es lo que tienes que decirte. Ella te ama.

V solo sacudió la cabeza. No se podía imaginar diciéndole a su shellan que quería que le hicieran daño físico. Eso la mataría. Y de ninguna manera quería que ella lo viera en tan lamentable estado.

—Mira, me voy a encargar de esto yo solo. De todo.

—Eso es lo que me da más miedo, V. —Butch se tomó todo el whisky que le quedaba de un solo trago—. Ese es nuestro mayor problema.

‡ ‡ ‡

Jane estaba observando a su paciente mientras dormía, cuando su móvil vibró en el bolsillo. No era una llamada sino un mensaje, de V: «Ya estoy en casa y voy a bajar a trabajar en la forja. ¿Cómo está P? ¿Cómo estás tú?».

El suspiro que soltó no era de alivio. V había regresado apenas diez minutos antes de que saliera el sol y no quería verla a ella ni a su hermana. Mal asunto.

A la mierda, pensó Jane, al tiempo que se ponía de pie y salía de la sala de recuperación.

Dejó a cargo de todo a Ehlena, que estaba en la sala de reconocimiento de la clínica actualizando los archivos de los Hermanos, tomó el corredor, giró a la izquierda, hacia la oficina, y atravesó, recurriendo a su falta de materialidad, el armario de suministros. No había razón para tomarse la molestia de pulsar los códigos de las puertas; ella simplemente las atravesó como el fantasma que era…

Y ahí estaba V, a unos veinte metros por delante, caminando por el túnel en dirección contraria a la de ella… tras haber pasado por el centro de entrenamiento para sumergirse aún más en la montaña.

Las luces fluorescentes del techo lo iluminaban desde arriba, destacando sus hombros enormes y la pesada complexión de su cuerpo. A juzgar por la manera como le brillaba el pelo, debía de tenerlo húmedo, y el aroma al jabón que siempre usaba confirmaba que acababa de ducharse.

—Vishous.

Jane sólo pronunció el nombre una vez, pero el túnel se convirtió en una especie de caja de resonancia que repitió la palabra una y otra vez.

V se detuvo.

Esa fue la única respuesta que obtuvo la esposa fantasma.

Después de esperar un momento a que él dijera algo, a que diera media vuelta, a que hiciera algún gesto que indicara que la había oído, Jane descubrió algo nuevo acerca de su condición de fantasma: aunque no estaba propiamente viva, sus pulmones todavía podían comprimirse hasta dejarla sin aire.

—¿Dónde estabas? —Insistió, pese a que en realidad no esperaba una respuesta.

Y no la hubo. Pero Vishous se había detenido justo debajo de una lámpara, así que aun desde lejos Jane pudo ver cómo sus hombros se contrajeron.

—¿Por qué no te vuelves a mirarme, Vishous?

Por Dios… ¿qué demonios habría hecho en el Commodore? Ay, Jesús…

En ese momento Jane entendió por qué las parejas hablaban de «construir» una vida en común. Porque aunque las decisiones que tomamos como marido y mujer no son ladrillos, ni el tiempo es cemento, la gente va construyendo algo tangible, real. Y en ese momento, al ver que su hellren se negaba a acercarse, y que ni siquiera quería darle la cara, Jane sintió que un terremoto sacudía lo que había pensado que era terreno sólido.

—¿Qué has estado haciendo toda la noche? —Jane tenía la voz ahogada.

Al oír eso, V giró sobre los talones y dio dos largos pasos hacia donde estaba Jane. Pero su propósito no era acercarse, sino salir del haz de luz directa. Sin embargo…

—¡Dios, tu cara!

—Tuve una pelea con unos restrictores. —Al ver que Jane hacía el ademán de acercarse, V levantó una mano—. Estoy bien. Pero en este momento necesito un poco de soledad.

Ahí había algo raro, pensó Jane, y se detestó tanto por la pregunta que surgió en su mente que ni siquiera se permitió hacerla.

Se quedaron en silencio.

V lo rompió de pronto.

—¿Cómo está mi hermana?

—Todavía descansa. Ehlena está con ella. —Jane casi no podía hablar, era como si tuviera la garganta cerrada.

—Tú también deberías irte a descansar un rato.

—Lo haré. —Y un cuerno. Tal como estaban las cosas entre ellos, Jane estaba segura de que nunca más volvería a dormir.

V se pasó la mano enguantada por el pelo.

—No tengo nada que decir en este momento.

—¿Estuviste con alguien?

V no vaciló al contestar.

—No.

Jane se quedó mirándolo… y luego soltó el aire lentamente. Una cosa absolutamente cierta sobre su hellren, algo en lo que siempre podía confiar, era que Vishous no decía mentiras. A pesar de todos los defectos que tenía, mentir no era uno de ellos.

—Está bien. No te agobiaré. Ya sabes dónde encontrarme. Estaré en nuestra cama.

Y ella fue la que dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección opuesta a donde él se encontraba. Aunque la distancia que sentía entre ellos le rompía el corazón, Jane no quería a presionar a V para que hiciera algo que no era capaz de hacer. Si necesitaba espacio, soledad… Pues bien, le daría lo que necesitaba.

Pero no para siempre, desde luego.

Tarde o temprano, ese macho iba a tener que hablar con ella. Tendría que hacerlo o de lo contrario… Jane no sabía qué hacer.

Sin embargo, su amor no iba a sobrevivir para siempre en medio de aquel vacío. Sencillamente, no podría hacerlo.