13

Qhuinn entró en la mansión por el vestíbulo. Y eso fue un error.

Debería haber entrado por el garaje, pero la verdad era que los ataúdes que permanecían apilados en un rincón le aterrorizaban. Siempre se imaginaba que las tapas se iban a abrir e iban a aparecer unos espectros salidos de la Noche de los muertos vivientes.

Desde luego, pensó Qhuinn, ya era hora de que dejara de portarse como una niñita. Joder, era un vampiro hecho y derecho.

Pues bien, debido a esa estupidez, en cuanto pisó el vestíbulo se encontró de frente con Blaylock y Saxton, que estaban bajando la escalera, los dos impecablemente arreglados para la Última Comida. Los dos llevaban pantalones de vestir, no vaqueros, y suéteres, no sudaderas, y mocasines, no botas de combate. Estaban recién afeitados, perfumados y peinados. No tenían nada de afeminados, en absoluto.

Francamente, eso habría facilitado las cosas.

Qhuinn deseaba que alguno de esos hijos de puta decidiera exteriorizar su condición y ponerse una estola de plumas y usar esmalte de uñas. Pero no. Seguían pareciendo dos machos muy atractivos, que sabían cómo aprovechar su dinero en tiendas como Saks… mientras él, por otra parte, se arrastraba como una rata de alcantarilla, con su ropa de cuero y sus camisetas sin mangas; y, ese día en particular, llevaba un peinado tirando a estrafalario, producto del sexo duro, y una colonia, si es que se le podía llamar así, de la marca que solían usar las putas.

Pero, claro, Qhuinn estaba convencido de que lo único que separaba a esos dos del estado en que él se encontraba era una ducha caliente y jabonosa y una visita a su viejo armario, pues estaba seguro de que Blaylock y Saxton debían haberse pasado toda la noche abrazados como dos boxeadores exhaustos en el último asalto. Tenían aire de hallarse demasiado satisfechos, mientras se dirigían al comedor a tomar una cena que seguramente estaban necesitando.

Al llegar al suelo de mosaico que representaba un manzano en plena florescencia, Blay posó sus ojos azules sobre Qhuinn. Lo miró de arriba abajo. Pero su rostro no mostró ninguna reacción.

Ya no reaccionaba.

Esa permanente expresión de dolor había desaparecido… y no porque los entretenimientos de Qhuinn fuesen perfectamente obvios.

En ese momento Saxton dijo algo y Blay desvió la mirada… y ahí estaba, como siempre, el rubor que subió por su adorable piel blanca, al tiempo que los ojos azules se posaban en los suyos.

«No soy capaz de soportar esto», pensó Qhuinn. «Esta noche no puedo».

Así que decidió pasar de largo sin entrar en el comedor, se dirigió a la puerta que había debajo de las escaleras y desapareció por allí. Tan pronto como cerró la puerta tras él, la animada conversación que venía del comedor dejó de oírse y fue reemplazada por una oscuridad silenciosa que le sentó mucho mejor.

Luego bajó las escaleras, atravesó otra puerta, con código de seguridad, y entró en el túnel que comunicaba la casa principal con el centro de entrenamiento. Pero ahora que estaba solo sintió que se quedaba sin gasolina y solo alcanzó a dar dos pasos antes de que sus piernas dejaran de funcionar y tuviera que apoyarse en la pared. Al dejar caer la cabeza hacia atrás, Qhuinn cerró los ojos. Ojalá tuviera una pistola en la mano para ponérsela en la cabeza.

Se había follado al pelirrojo del Iron Mask.

Había follado con ese heterosexual hasta más no poder.

Y todo había ocurrido exactamente como él lo había previsto: primero los dos conversaron un rato en la barra, mientras estudiaban al personal femenino que estaba en el club. Poco después, un par de senos se habían acercado montados en unas botas negras de plataforma. Charlaron con ella. Bebieron con ella… y su amiga. ¿Una hora después? Los cuatro estaban en un baño, muy apretados.

Solo era el segundo paso, la segunda parte del plan. Las manos eran solo manos en los espacios estrechos y, cuando hay mucho movimiento y caricias que vienen y van, nunca puedes estar seguro de quién te está tocando. Acariciándote. Excitándote.

Todo el tiempo que estuvieron con las hembras, Qhuinn estuvo planeando cómo deshacerse de ellas y el asunto había tomado mucho, pero que mucho más tiempo del que quería. Después del sexo, las chicas quisieron quedarse charlando un rato más: ya se sabe, para intercambiar números, chismorrear, preguntar si querían ir a comer algo.

En fin. Qhuinn no necesitaba guardar ningún número, porque nunca iba a llamarlas; no le gustaba charlar ni siquiera con la gente que conocía y, en cuanto a ir a comer algo, el alimento que él podía ofrecerles no tenía nada que ver con una hamburguesa grasienta de cafetería.

Después de archivar mentalmente esas solicitudes en la carpeta «Gilipolleces varias», se vio obligado a lavarles el cerebro para convencerlas de que se fueran, lo cual había despertado en él un extraño sentimiento de compasión por los machos humanos que carecían de ese recurso tan útil.

Y luego él y su víctima se quedaron solos, mientras el macho humano se recuperaba contra el lavabo y Qhuinn fingía hacer lo propio contra la puerta. Después de un rato hubo contacto visual, casual por parte del humano, pero muy serio por parte de Qhuinn.

—¿Qué pasa? —La verdad es que era una pregunta vacía, porque ya sabía de qué iba la cosa… porque sus párpados parecían haberse vuelto muy pesados de repente.

Qhuinn había estirado la mano hacia atrás, para poner el seguro de la puerta y evitar interrupciones.

—Todavía tengo hambre.

Abruptamente, el pelirrojo había mirado hacia la puerta, como si quisiera salir… pero su verga decía algo completamente distinto. La bragueta de los vaqueros amenazaba con romperse.

—Nadie lo sabrá nunca. —Qhuinn hablaba con voz ronca. Demonios, hasta podría haber hecho que el pelirrojo no se acordara de nada; aunque, en la medida en que el tío no se había dado cuenta de su condición de vampiro, no había razón para usar el limpiador de memorias.

—Pensé que habías dicho que no eras gay… —El tono de la afirmación sonaba un poco lastimero, como si no se sintiera completamente cómodo con lo que su cuerpo deseaba.

Qhuinn había cerrado la distancia que los separaba, apoyando su pecho contra el del pelirrojo. Y luego lo había agarrado por la nuca y lo había acercado a su boca. El beso había provocado lo que estaba destinado a provocar: que toda reflexión abandonara el baño y se quedaran allí solamente las sensaciones.

A partir de ese momento había pasado de todo. Dos veces.

Cuando terminaron, el tío no le ofreció darle su número telefónico. Había tenido una eyaculación espectacular, pero era evidente que, por su parte, se trataba sólo de un experimento único, lo cual resultaba perfecto para Qhuinn. Se alejaron sin decir palabra, cada cual de regreso a su vida: el pelirrojo se había dirigido a la barra y Qhuinn se había ido a deambular solo por las calles de Caldwell.

Lo único que lo hizo regresar fue la llegada inminente del día.

—Maldita sea…

Toda la noche había sido una lección sobre cómo hacerse daño: sí, en la vida había ocasiones en que los sustitutos funcionaban, como por ejemplo en una reunión, cuando mandas a alguien en representación tuya, a que vote por ti. O cuando necesitas algo de un supermercado y le entregas una lista a un doggen. O cuando te has comprometido a jugar al billar, pero estás demasiado borracho para sostener el taco y le pides a alguien que haga la jugada por ti.

Por desgracia, teorías de este tipo ciertamente no funcionaban cuando deseabas haber sido el que desvirgaba a alguien, pero no lo eras, y lo mejor que se te ocurría era ir a un club, encontrar a alguien con un rasgo físico similar, algo como, digamos, el color de pelo… y follar con él.

En esa situación, terminabas sintiéndote vacío y no porque hubieses eyaculado hasta la médula y estuvieras flotando en medio de una nube poscoital de Ahhhhh, síiii, más, más, y todo eso.

De pie en aquel túnel, a solas, Qhuinn se sentía completamente vacío. Como si le hubieran sacado todo lo que tenía dentro.

Lástima que a su libido no se le hubiesen acabado las ideas, claro. Pues en medio de la soledad, Qhuinn comenzó a imaginar qué pasaría si fuera él, en lugar de su primo, el que estuviera bajando a cenar con Blay. Cómo sería ser el que compartía con su amigo no sólo la cama, sino la habitación. Cómo sería acercarse a todo el mundo y decir: hola, les presento a mi novio…

El bloqueo mental que produjo esa última idea fue tan total que Qhuinn se sintió como si lo hubiesen golpeado en la cabeza.

Y ese era precisamente el problema.

Mientras se restregaba los ojos de distintos colores, pensó en lo mucho que lo había odiado su familia. Convencidos de que el defecto genético de tener un ojo verde y otro azul significaba que era un fenómeno, todos lo habían tratado como una vergüenza para su linaje.

Bueno, en realidad había sido peor que eso. Su familia había terminado por expulsarlo de la casa y enviarle una guardia de honor que le diera una lección. Tal era la razón de que hubiese terminado siendo un wahlker.

Y pensar que su familia nunca se había enterado de las otras «anomalías» que adornaban su personalidad…

Como querer estar con su mejor amigo.

Por Dios, Qhuinn realmente no necesitaba un espejo para ver lo cobarde y falso que era… pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Estaba atrapado en una jaula que carecía de llave, construida por todos esos años de desprecio por parte de su familia. La verdad, tras su apariencia salvaje, es que no era más que un marica reprimido. Blay, por otra parte, era el fuerte. Cansado de esperar, había declarado abiertamente quién era y había hallado con quién estar.

Maldición, eso era muy doloroso. Mucho.

Qhuinn lanzó una maldición y suspendió su indigno monólogo de despechada en etapa premenstrual, mientras se obligaba a seguir caminando. Estaba decidido a cambiar. Con cada paso que daba, se blindaba cada vez más ante el mundo, amordazaba sus temores internos y fortificaba sus puntos débiles.

No podía seguir igual. Blay había cambiado. John había cambiado.

Y, al parecer, él era el siguiente en la lista, porque no podía continuar de aquella manera.

Al entrar en el centro de entrenamiento a través de la oficina, Qhuinn decidió que si Blay podía pasar página, él también era capaz de hacerlo. La vida es lo que tú decides que sea; independientemente de dónde te coloca el destino, la lógica y el libre albedrío significan que cada persona puede hacer lo que quiera con su vida.

Y a él no le gustaba vivir como lo estaba haciendo, no le gustaba el sexo anónimo. No le gustaba la estupidez forzada por la desesperación. No le gustaban los celos que lo quemaban, ni los remordimientos que no lo llevaban a ninguna parte.

El cuarto de las taquillas estaba vacío y no había clases en ese momento, así que Qhuinn se cambió a solas. Se puso unos pantalones cortos negros y unas zapatillas negras, de marca Nike.

El gimnasio estaba igual de desierto y eso era perfecto.

Qhuinn encendió el sistema de sonido y fue revisando las opciones con el mando a distancia. Cuando oyó Clint Eastwood, de Gorillaz, se dirigió a la cinta andadora. Detestaba hacer ejercicio… simplemente detestaba sentirse como un hámster. Siempre había dicho que, si de ejercitarse se trataba, era preferible follar o pelear.

Sin embargo, cuando estás atrapado en una casa por culpa del puto amanecer, y estás decidido a darle una oportunidad al celibato, correr sin ir a ninguna parte, es decir en la cinta, parecía una opción perfectamente viable para quemar energía.

Puso en marcha la máquina, se subió de un salto y comenzó a cantar al ritmo de la música.

Con la mirada fija en la pared blanca de cemento que tenía enfrente, fue poniendo un pie delante del otro, una y otra vez, hasta que lo único que quedó en su mente y su cuerpo fue el movimiento continuo de sus pies y el ritmo de su corazón y el sudor que se formaba en su pecho y su espalda descubiertos.

Por una vez en su vida, prefirió no apresurarse, y calibró la velocidad de modo que pudiera correr a un ritmo asumible, que se pudiera alargar horas y horas.

Cuando estás tratando de escapar de ti mismo, tiendes a buscar lo salvaje y lo repugnante, tiendes a acercarte a los extremos, a ser imprudente, porque eso te obliga a levantarte y aferrarte con todas tus fuerzas a los bordes de los abismos que tú mismo creas.

Así como Blay era quien era, Qhuinn también: aunque quisiera salir y estar con… el macho… que amaba, no era capaz de hacerlo.

Pero a fe que iba a dejar de huir de su cobardía. Tenía que hacerse responsable de sus propias mierdas, aunque eso le hiciera odiarse a sí mismo hasta el fondo. Porque tal vez si lo hacía, dejaría de tratar de distraerse con el sexo y la bebida y entendería qué era realmente lo que quería.

Aparte de Blay, claro.