12

V ya debería estar en casa, pensó Butch, mientras miraba al vacío, nervioso, en la Guarida.

—Ya debería estar aquí. —Jane, detrás de Butch, tampoco se mostraba tranquila—. Hablé con él hace cerca de una hora.

—¡Estos malditos genios y sus comportamientos imprevisibles! —Butch despotricaba mirando el reloj por enésima vez.

Entonces se levantó del sofá de cuero, rodeó la mesita y se dirigió al lugar donde estaba la instalación de ordenadores de su mejor amigo. Los «cuatro juguetes», como solía llamar a los sofisticados aparatos de altísima tecnología, costaban unos buenos cincuenta mil dólares. Y eso era, más o menos, lo único que Butch sabía sobre ellos.

Bueno, eso y cómo usar el ratón para localizar el chip del GPS instalado en el móvil de V.

No había razón para buscar más. La dirección que indicaba el GPS le dijo todo lo que necesitaba saber… y también le causó malestar en el estómago.

—Todavía está en el Commodore.

Al ver que Jane no decía nada, Butch levantó la mirada desde los monitores. La shellan de Vishous estaba de pie junto al futbolín, con los brazos cruzados sobre el pecho. En ese momento, el cuerpo de la mujer era tan traslúcido que Butch alcanzaba a ver la cocina a través de él. Después de un año, Butch ya se había acostumbrado a las distintas formas que podía adoptar Jane y ésta por lo general indicaba que estaba pensando intensamente en algo, de manera que olvidaba por completo que debía mantener una forma corpórea.

Butch estaba seguro de que los dos estaban pensando en lo mismo: que V se hubiese quedado hasta tarde en el Commodore, cuando sabía que su hermana ya había salido de la operación y se encontraba segura en el complejo, era sospechoso… en especial teniendo en cuenta el estado de ánimo en que se encontraba.

Y considerando, sobre todo, los extremos a los que le gustaba llegar.

Butch se dirigió al armario y sacó una chaqueta de gamuza.

—¿Crees que podrías…? —Jane dejó la frase sin terminar y se rió—. Me has leído el pensamiento.

—Lo traeré de regreso. No te preocupes.

—Está bien… de acuerdo. Creo que iré a acompañar un rato a Payne.

—Buena idea. —La rápida respuesta de Butch tenía que ver con algo más que los beneficios clínicos que representaría para la hermana de V la permanencia a su lado de la doctora…

Butch se preguntó si Jane lo sabría. ¡Claro que estaría al tanto, no era ninguna idiota!

Sólo Dios sabía lo que Butch iba a encontrar en el ático de V. Detestaba pensar que su amigo estuviese siendo infiel a su compañera, pero la gente comete errores, en especial cuando está muy presionada. Y era mejor que no fuera Jane quien viera lo que estaba pasando.

Camino a la salida, dio un abrazo rápido a Jane; abrazo que ella devolvió enseguida, al tiempo que adquiría consistencia sólida y lo estrechaba con fuerza.

—Espero que… —Jane no terminó la frase.

—No te preocupes. —Butch sabía que ella sí se preocuparía, dijera lo que dijera. Y con motivo.

Un minuto y medio después, el antiguo policía se encontraba tras el volante del Escalade, conduciendo como un loco. Aunque los vampiros podían desmaterializarse, debido a su condición de mestizo, ese útil truco no formaba parte de su repertorio.

Por fortuna, Butch no tenía muchos reparos ante la idea de sobrepasar el límite de velocidad.

Y hacerlo añicos.

Cuando llegó al centro de la ciudad, la zona todavía estaba bastante adormilada y, a diferencia de lo que sucedía en los días laborables, cuando los camiones de reparto y los madrugadores de los pueblos vecinos comenzaban a llegar desde antes de que saliera el sol, ese día la ciudad permanecería a esa hora tan desierta como un pueblo fantasma. El domingo era un día de descanso, o de colapso total, dependiendo de la intensidad de tu trabajo. O de tu ritmo de ingesta de bebida.

Cuando era detective de homicidios del Departamento de Policía de Caldwell, Butch llegó a familiarizarse bastante con los ritmos ciudadanos diurnos y nocturnos de aquel laberinto de callejones y edificios. Conocía los lugares donde solían aparecer los cadáveres y conocía a las personalidades criminales para las que matar era una profesión o un entretenimiento de tiempo completo.

En esa época solía hacer muchos viajes de este tipo a la ciudad, a toda velocidad, sin saber hacia qué se dirigía. Aunque… ya puestos a comparar, ¿qué se podía decir de su nuevo trabajo liquidando restrictores con la Hermandad? No era más que el mismo maldito oficio, con la misma descarga de adrenalina y la misma sórdida certeza de que la muerte lo esperaba en cada esquina.

Y, por cierto, Butch se encontraba apenas a unas dos calles del Commodore, cuando el presentimiento de que se estaba acercando a algo inquietante se fue concretando… Ese algo eran restrictores.

El enemigo estaba cerca. Y había varios de ellos.

Esto no era instinto. Era conocimiento. Desde que el Omega le había hecho aquel truco, Butch se había convertido en una especie de varita de zahorí para localizar asesinos, y aunque detestaba la idea de tener dentro de él a ese demonio, y deliberadamente evitaba pensar en ello con frecuencia, el asunto constituía un instrumento de incalculable valor en la guerra.

Él era la profecía del Dhestroyer hecha realidad.

Se le erizó el pelo de la nuca y se sintió atrapado entre dos polos: la guerra y su hermano. Después de una época en que la Sociedad Restrictiva parecía haber bajado su actividad, estaban comenzando a aparecer asesinos por todas partes. Parecía que su enemigo había hecho como Lázaro y resucitaba, con nuevos miembros. Así que era bastante posible que algunos de sus hermanos estuvieran cerrando la noche con una buena batalla; en cuyo caso, probablemente estaban a punto de llamarlo para que hiciera su magia.

Demonios, ¿sería posible que se tratara de V? Eso explicaría la tardanza.

Mierda, tal vez el asunto no era tan grave como todos estaban pensando. Una carnicería en vez de un polvo, qué alivio. Sin duda estaban lo suficientemente cerca del Commodore como para justificar el registro del GPS, y cuando estás en una lucha cuerpo a cuerpo con varios asesinos no es posible poner pausa y mandar un mensaje para avisar que te vas a retrasar un pelín.

Al dar la vuelta en una esquina, las farolas del Escalade iluminaron un largo y estrecho callejón que era como el equivalente urbano de un colon: las paredes de ladrillo que lo rodeaban estaban llenas de basura y hollín y el asfalto del suelo aparecía salpicado de charcos de agua sucia…

—¿Qué demonios…? —Butch retiró el pie del acelerador y se inclinó sobre el volante… como si tal vez eso pudiera modificar lo que estaba viendo.

Al fondo del callejón se estaba desarrollando una pelea: tres restrictores en una lucha cuerpo a cuerpo contra un solo oponente.

Un oponente que no presentaba resistencia.

Butch cruzó la camioneta y se bajó a la carrera. Los asesinos habían rodeado a Vishous y el maldito idiota estaba dando vueltas dentro del círculo, pero no para lanzar patadas o vigilar lo que pasaba a sus espaldas. Estaba dejando que cada uno de los asesinos lo golpeara. Y los desgraciados llevaban cadenas.

Gracias al permanente reflejo de las luces de la ciudad, Butch vio cómo múltiples gotas de sangre roja caían sobre el cuero negro, al tiempo que el inmenso cuerpo de V absorbía los golpes de los eslabones que volaban a su alrededor. Si Vishous hubiese querido, podría haber agarrado los extremos de esas cadenas, tirando de los asesinos hasta dominarlos. Esos mierdas no eran más que nuevos reclutas, que todavía conservaban el color del pelo y de los ojos, ratas callejeras que debían de haber pasado la inducción como mucho un par de horas antes.

Por Dios, teniendo en cuenta el legendario poder de autocontrol de V, también podría haberse concentrado y desmaterializado para marcharse del lugar sin mayor problema.

Pero en lugar de eso permanecía en el centro del círculo, con los brazos abiertos a la altura de los hombros, para que no hubiese ninguna barrera entre los impactos de las cadenas y su torso.

El desgraciado iba a parecer la víctima de un accidente de tráfico si seguía así. O peor.

Al llegar al lugar de la pelea, Butch se encogió, saltó y aplastó de un golpe al asesino que tenía más cerca. Cuando los dos cayeron sobre el pavimento, Butch agarró al asesino por el pelo, le dio un tirón y le cortó la garganta de un solo tajo. Un chorro de sangre negra brotó de la yugular del infeliz y entonces se desplomó, pero el policía no tuvo tiempo de darle la vuelta para inhalar su esencia.

Ya tendría tiempo después de limpiar un poco.

Butch se puso de pie rápidamente y agarró el extremo de una cadena en pleno vuelo. Dio un tremendo tirón, se echó hacia atrás y giró sobre sus talones para arrancar al asesino de la zona de flagelación de V y arrojarlo contra un contenedor de basura como si fuera una piedra.

Al ver que el muerto viviente parecía estar viendo estrellitas y se convertía en tapete para recibir las futuras bolsas de basura, Butch dio media vuelta y ya estaba listo para terminar el combate cuando, sorpresivamente, V decidió despertar y se hizo cargo del asunto. A pesar de que evidentemente estaba malherido, el vampiro masoquista se convirtió en un remolino descomunal que lanzó una patada y luego se abalanzó sobre el desgraciado, mientras enseñaba los colmillos. Al cerrar la brecha entre sus incisivos y su víctima, mordió al restrictor en el hombro y se aferró a él como si fuera un perro; luego sacó una daga negra y apuñaló al infeliz en el abdomen.

El tracto intestinal del asesino cayó sobre el pavimento. V le cortó la cabeza y lo dejó caer al suelo.

Y luego ya no se oyó más que su respiración agitada.

Butch lo interpeló entre jadeos.

—¿Qué demonios estabas haciendo?

V se dobló a la altura de la cintura y apoyó las manos en las rodillas, pero evidentemente esa posición no le procuró suficiente alivio, pues lo siguiente que Butch vio fue al hermano de rodillas, al lado del asesino que había destripado… respirando con mucha dificultad.

—Contéstame, imbécil. —Butch estaba tan furioso que sintió deseos de darle a su amigo una patada en la cabeza—. ¿Qué coño estás haciendo?

Empezaba a caer una llovizna helada. Un chorrito de sangre roja se escurrió de la boca de V y tuvo que toser un par de veces. Pero no dijo nada.

El expolicía se pasó una mano por el pelo que empezaba a humedecerse y alzó la cabeza hacia el cielo. Las gotas heladas que cayeron sobre su frente y sus mejillas fueron como una bendición refrescante que lo calmó un poco, pero aun así siguió sintiendo un terrible ardor en la boca del estómago.

—¿Hasta dónde pensabas llegar, V?

En realidad, Butch no quería oír la respuesta. Ni siquiera estaba hablando con su mejor amigo. Solo estaba contemplando el cielo nocturno, clamando a todas aquellas estrellas a punto de desvanecerse. Intentaba recuperar fuerzas.

Y entonces se dio cuenta. Las débiles chispas de luz que se observaban en el firmamento no solo eran producto de la luz de la ciudad… sino que el sol estaba a punto de desperezar sus brillantes bíceps y comenzar a iluminar esa parte del mundo.

Tenía que moverse rápido.

Al ver que Vishous escupía sangre sobre el asfalto, Butch recuperó la conciencia y sacó la daga. No tenía tiempo de inhalar a los asesinos, pero eso tampoco era buena idea hoy; cuando terminaba sus funciones de Dhestroyer, Butch siempre tenía que recurrir a V para que lo curara o, de lo contrario, se quedaba chapoteando en la ciénaga de las náuseas permanentes, envenenado por los asquerosos restos del Omega. Pero ¿era conveniente hacerlo en ese momento? No estaba seguro siquiera de ser capaz de sentarse al lado de Vishous mientras regresaban a casa.

Por Dios Santo, ¿V quería una buena paliza?

Pues bien, Butch se sentía en ese momento el tipo indicado para dársela.

Cuando Butch apuñaló al restrictor que había dejado las vísceras sobre el asfalto, Vishous ni siquiera parpadeó al ver el estallido que se produjo junto a él. Y tampoco pareció darse cuenta cuando Butch hizo desaparecer al que tenía el corte en la garganta.

El último asesino que quedaba era el del depósito de basura, al que solo le habían alcanzado las fuerzas para levantarse hasta el borde del contenedor y quedarse apoyado sobre él como si fuera un zombi.

Así que el expolicía se acercó corriendo y levantó la empuñadura de la daga por encima del hombro preparándose para…

Cuando estaba a punto de asestar el golpe final, un olor llegó hasta sus fosas nasales, un olor que no se componía solamente de la famosa fragancia Eau d’enemie, sino que contenía algo más. Algo que él conocía muy bien.

Butch terminó la tarea que tenía pendiente y, cuando la llamarada se desvaneció, clavó la vista en la tapa del contenedor. La mitad estaba cerrada, pero la otra parte parecía un poco torcida hacia un lado, como si la hubiese golpeado un camión al pasar, y la poca luz que entraba por la rendija fue suficiente para que Butch viera lo que había dentro. Al parecer, el edificio al que pertenecía el contenedor debía de albergar una especie de fábrica de metal, porque dentro había una gran cantidad de virutas metálicas en forma de espiral, que parecían pelucas de Halloween…

En medio de ellas, una mano sucia y pálida que tenía dedos pequeños y delgados…

—Mierda —susurró Butch.

Los años de entrenamiento y la mucha experiencia que llevaba a cuestas despertaron enseguida su instinto de detective, pero de inmediato se recordó que no tenía tiempo que perder en ese callejón. El amanecer estaba cerca y, si no se apuraba y regresaba al complejo, terminaría convirtiéndose en humo.

Además, sus días de policía habían terminado hacía mucho tiempo.

Esto era un asunto de humanos. Ya no era su problema.

De pésimo humor, Butch corrió hasta la camioneta, puso el motor en marcha y pisó el acelerador hasta el fondo, aunque en ese momento solo tenía que cubrir menos de veinte metros. Cuando pisó el freno, el Escalade chirrió y derrapó un poco sobre el pavimento mojado, deteniéndose apenas a unos centímetros de V.

Mientras los limpiaparabrisas automáticos del vehículo hacían su recorrido a derecha e izquierda, Butch bajó la ventanilla del lado del pasajero.

—Súbete. —Ni le miró: seguía con la vista fija al frente.

Ninguna respuesta.

—Súbete al maldito coche.

‡ ‡ ‡

Ya en el área de reanimación y recuperación de la clínica de la Hermandad, Payne se encontraba en una habitación distinta a la que había ocupado antes y, sin embargo, todo parecía igual: todavía yacía inmóvil en una cama que no era la suya, en un estado de impotente agitación.

La única diferencia era que ahora tenía el pelo suelto.

Al sentir que el recuerdo de sus últimos momentos con su sanador insistía en penetrar en su cabeza, Payne lo dejó entrar, pues estaba demasiado cansada para luchar contra sus embates. ¿En qué estado lo había dejado? Mientras borraba los recuerdos del médico, la sacerdotisa se había sentido como una ladrona, y la mirada desolada, vacía, con la que él se había quedado le causó terror. ¿Le habría hecho algún daño?

El hombre era por completo inocente en aquel asunto; lo habían usado y luego lo habían desechado como un mal pensamiento, cuando en realidad se merecía un trato mucho mejor. Aunque no la hubiese curado, había hecho todo lo que estaba a su alcance, de eso Payne estaba segura.

Después de enviarlo hacia el lugar donde solía ir a esa hora de la noche, a su oficina, Payne se había sentido desgarrada por el remordimiento… Pero estaba segura de que no podía confiar en lo que haría con cualquier información que tuviera sobre cómo entrar en contacto con él. Esos momentos eléctricos que habían tenido lugar entre los dos eran una tentación muy grande y lo último que ella quería era tener que robarle más recuerdos a su maravilloso sanador.

Así que, con una fuerza de voluntad que reforzaba el temor, se había desatado la trenza que él le soltara y rehiciera, hasta que la pequeña tarjeta con su información cayó al suelo.

Nada más. Y ahora Payne se encontraba en el complejo de la Hermandad.

En verdad, lo mejor que podía pasar entre ellos era que se cortase toda comunicación. Si ella sobrevivía… si en realidad él había podido curarla… iría a buscarlo… Pero ¿con qué propósito?

Ay, por Dios, ¿a quién pretendía engañar? Ese beso que nunca había tenido lugar. Esa era la razón por la que lo buscaría. Y seguramente no se conformarían con el beso.

Payne recordó entonces a la Elegida Layla y se sorprendió deseando poder regresar a la conversación que habían tenido en el estanque hacía sólo unos días. Layla había encontrado un macho con el que quería aparearse y Payne pensaba que se había vuelto loca; una opinión nacida de la ignorancia, según parecía. En poco más de unos minutos, su sanador humano le había enseñado que podía sentir atracción por el sexo opuesto. Y no estaba loca. ¿O sí lo estaba?

Nunca olvidaría el aspecto de aquel hombre, de pie junto a su cama, con ese cuerpo completamente excitado y listo para poseerla. Los machos estaban magníficos en esa situación. Descubrirlo había sido una gran sorpresa. Una maravillosa sorpresa.

Su médico, como al parecer decían ellos, era magnífico. Payne no creía que hubiese sentido lo mismo si se tratara de otra persona. Y entonces se preguntó qué habría sentido al tener esa boca sobre la suya. El cuerpo masculino dentro del suyo…

Ah, las fantasías que se podían tener cuando una estaba sola y taciturna…

Pero, en verdad, ¿qué futuro podían tener ellos dos como pareja? Ella era una hembra que no encajaba en ninguna parte, una guerrera atrapada en la piel tibia del cuerpo de una Elegida; por no hablar del problema de la parálisis. Por otro lado, él era un macho atractivo, sexual, lleno de energía, que pertenecía a una especia diferente de la suya.

El destino nunca los uniría y quizás eso era lo mejor. Estar juntos sería demasiado cruel para ambos, porque en su caso nunca podría haber ninguna clase de apareamiento: ni ceremonial ni físico. Ella estaba atrapada allí, en el enclave secreto de la Hermandad, y si el protocolo del rey no los mantenía alejados, la violenta animadversión de su hermano ciertamente sí lo haría.

No, no estaban destinados a unirse.

Al ver que la puerta se abría y entraba Jane, Payne se sintió aliviada de poder pensar en otra cosa, cualquier cosa, y trató de brindarle una sonrisa a la fantasmagórica compañera de su hermano gemelo.

Jane también sonrió al aproximarse.

—Estás despierta, querida. ¿Te encuentras bien?

Payne frunció el ceño al ver la tensa expresión de la mujer, que no podía ocultar con su forzada sonrisa.

—Sí, pero ¿cómo te encuentras tú?

—Eso no es importante, la importante es la enferma. —Jane se sentó de medio lado sobre la cama y revisó con los ojos todos los aparatos que controlaban cada latido de su corazón y cada movimiento de sus pulmones—. ¿Estás cómoda?

En absoluto.

—Lo estoy. Y te agradezco todo lo que has hecho por mí. Dime, ¿dónde está mi hermano?

—Pues… todavía no ha vuelto a casa. Pero pronto estará aquí. Y seguramente querrá verte.

—Y yo a él.

En ese momento, la shellan de V pareció quedarse sin palabras. Y el silencio dijo mucho más que cualquier conversación.

Payne miró a la doctora.

—No sabes dónde está, ¿verdad?

—Sé dónde está. El lugar en el que se encuentra lo conozco demasiado bien.

—Entonces estás preocupada por sus inclinaciones. —Payne hizo una mueca de disgusto consigo misma—. Lo siento. Siempre soy demasiado franca.

—No importa. De hecho, me siento más cómoda con la gente sincera que con la que es demasiado prudente. —Jane cerró momentáneamente los ojos—. Entonces, ¿sabes cómo es V?

—Lo sé todo. Absolutamente todo. Y de todas formas lo he amado desde antes de conocerlo.

—¿Y cómo es posible que lo hayas sabido?

—Eso no te lleva más de un segundo cuando eres una Elegida. Los cuencos de cristal me han permitido observarlo a través de todas las etapas de su vida. Y me atrevería a decir que esta época, contigo, es, de lejos, la mejor.

Jane resopló un poco desconcertada.

—¿Sabes lo que va a suceder después?

¡Siempre esa pregunta! Hasta ella misma, al mirarse las piernas, se sorprendió preguntándose lo mismo.

—Lamentablemente, no. Lo único que se puede ver es el pasado, o sucesos inminentes, muy cercanos al presente.

Hubo un largo silencio, que rompió la doctora traslúcida.

—Algunas veces me cuesta mucho trabajo acercarme a Vishous. Está justo frente a mí, pero no puedo alcanzarlo. —Sus ojos verdes relampaguearon—. Él odia las emociones. Y es muy independiente. Bueno, yo soy igual. Por desgracia, en situaciones como la presente siento que no estamos realmente juntos, sino que seguimos senderos paralelos. No sé si entiendes lo que quiero decir. Dios, cualquiera que oiga lo que estoy diciendo pensará que me he vuelto loca. Estoy desvariando. Se diría que tengo problemas con él, y no es así.

—Yo sé cuánto lo adoras. Y conozco muy bien su naturaleza. —Payne pensó en todos los años de abusos que había sufrido su gemelo—. ¿Alguna vez te ha hablado de nuestro padre?

—No.

—No me sorprende.

Jane clavó los ojos en los de Payne.

—¿Cómo era el Sanguinario?

¿Qué se podía responder a eso?

—Digamos que… lo maté por lo que le hizo a mi hermano… y vamos a dejarlo ahí.

—¡Dios!

—Más bien deberías invocar al diablo, si pensamos en términos humanos.

Jane tenía un gesto de estupefacción, casi de espanto.

—V nunca habla del pasado. Jamás. Y solo una vez mencionó lo que le ocurrió a su… —Jane se detuvo ahí. De todas maneras, no había razón para seguir, pues Payne conocía muy bien los hechos a los cuales se refería—. Tal vez debí presionarlo para que siguiese hablando, para que se desahogase, pero no lo hice. Hablar de cosas íntimas lo altera mucho, así que preferí dejarlo en paz.

—Lo conoces bien.

—Sí. Y como lo conozco, estoy preocupada por lo que pueda haber hecho esta noche.

Ah, sí… Las perversiones que le gustaban.

Payne estiró la mano y acarició el brazo transparente de la médica, y se sorprendió al ver que cada parte que tocaba iba adquiriendo consistencia. Como Jane se sobresaltó, la Elegida se disculpó, pero la compañera de su gemelo negó con la cabeza.

—Por favor, no te disculpes. Es gracioso… sólo V puede hacer eso conmigo. Todos los demás me atraviesan.

Menuda metáfora.

Payne pronunció las siguientes palabras con mucha claridad:

—Tú eres la shellan adecuada para mi gemelo. Y él te ama solo a ti.

A Jane se le quebró la voz.

—Pero ¿qué sucederá si no puedo darle lo que necesita?

Payne no tenía una respuesta fácil a esa pregunta. Antes de que pudiera formular alguna respuesta, Jane volvió a hablar.

—No debería estar hablando así contigo. No quiero que te preocupes por Vishous y por mí, ni debo colocarte en una posición incómoda. Mi deber es que estés a gusto, lo mejor posible.

—Las dos lo amamos y sabemos cómo es, así que no hay nada por lo cual sentirse incómoda. Y, antes de que me lo pidas, te aseguro que no le diré nada. Nos convertimos en hermanas de sangre en cuanto te apareaste con él, y siempre será muy importante para mí que me consideres tu confidente.

Jane pareció conmovida.

—Gracias. Un millón de gracias.

En ese momento, un pacto se selló entre las dos, uno de esos vínculos tácitos que constituyen la fortaleza y la base de toda familia, ya sea fruto de la sangre o de las circunstancias.

Qué hembra tan fuerte y valiosa, pensó Payne.

Lo cual le recordó algo.

—Mi sanador, ¿cómo se llama?

—¿Tu cirujano? ¿Te refieres a Manny, al doctor Manello?

—Sí. Me dio un mensaje para ti. —Jane pareció ponerse un poco tensa—. Dijo que te perdonaba. Por todo. Supongo que sabes a qué se refiere.

La compañera de Vishous soltó una larga exhalación y aflojó los hombros.

—Por Dios. Manny. —Luego negó con la cabeza—. Sí, sí, sé a lo que se refiere. Y en verdad espero que salga con bien de este lío. Ya son muchos los recuerdos que han sido borrados de su cabeza.

Payne no podía estar más de acuerdo.

—¿Puedo preguntarte cómo lo conociste?

—¿A Manny? Fue mi jefe durante años. El mejor cirujano con el que he trabajado en la vida.

—¿Y tiene pareja? —Payne usó un tono de voz que esperaba que sonara neutro, desinteresado.

Jane se rió.

—Para nada, aunque sabe Dios que siempre hay mujeres revoloteando a su alrededor.

Al oír un sutil gruñido que estallaba en el aire, la buena doctora parpadeó sorprendida. Payne rápidamente dominó su instinto posesivo. No tenía derecho a considerarlo suyo.

—¿Qué… qué clase de hembras prefiere?

Jane entornó los ojos.

—Rubias, de piernas largas y de senos grandes. No sé si conoces las muñecas barbie, pero ese siempre ha sido su tipo de mujer.

Payne frunció el ceño. Ella no era rubia ni tenía senos particularmente grandes… pero piernas largas sí, por ese lado no había problema.

Pero ¿por qué estaba pensando en eso?

Al cerrar los ojos, la Elegida se sorprendió a sí misma rezando para que el macho nunca conociera a la Elegida Layla. Menuda ridiculez.

La compañera de su gemelo le dio unas palmaditas en el brazo.

—Sé que estás exhausta, así que te voy a dejar descansar. Si me necesitas, solo tienes que apretar el botón rojo que está en el cabecero, y vendré enseguida.

Payne sonrió con aire cansado.

—Gracias, sanadora. Y no te preocupes por mi gemelo. Volverá a ti antes de que amanezca.

—Eso espero con toda el alma. Escucha, ahora quiero que descanses. Al finalizar la tarde comenzaremos un poco de terapia física.

Payne se despidió de la mujer y cerró los ojos de nuevo.

Cuando se quedó sola, se dio cuenta de que entendía lo que Jane sentía al pensar en que Vishous estuviera con otra. Imágenes de su sanador rodeado de hembras parecidas a la Elegida Layla le provocaron náuseas. No podía remediarlo.

¡En qué desastre estaba sumida! Atrapada en una cama de hospital, mientras su mente se debatía entre pensamientos turbulentos sobre un macho al que no tenía derecho a desear por muchas razones…

Y sin embargo, sin derecho o con él, la idea de que aquel hombre compartiera su energía sexual con otra la hacía sublevarse. Pensar que pudiera haber otras hembras cerca de su sanador, buscando lo que él parecía tan dispuesto a entregarle a ella, deseando esa cosa larga que tenía entre las piernas, la presión de sus labios contra la boca de ellas… todo eso la convertía en una Elegida violenta.

Cuando volvió a gruñir, Payne se dio cuenta de que había actuado muy bien al dejar la tarjeta del médico en el hospital. De lo contrario, ya la estaría usando, dispuesta a exterminar a todas las amantes que tuviera.

Después de todo, a Payne no le costaba trabajo matar.

Como bien había demostrado la historia.