El 1 de julio de 1863, a las seis de la madrugada, Kiri se presentó junto a otros muchos esclavos en la gran plaza del palacio del gobernador. Habían viajado a la ciudad expresamente para esa celebración.
Veintiún disparos de cañón marcaron el inicio del día en que se iba a declarar la libertad de unos cuarenta mil esclavos.
Al estallar el último disparo, comenzaron los desfiles festivos por las calles. Las gentes peregrinaban hacia las iglesias engalanadas para la ocasión; allí se abriría el día con una misa. Todos los que a partir de ese momento fuesen libres debían convertirse también en buenos cristianos. En las últimas semanas, los esclavos habían respondido sin dudarlo al llamamiento al bautismo masivo; al fin y al cabo, cualquier cosa era mejor que la vida del esclavo. Kiri se bautizó y bautizó también a Karini y Julie logró convencer a Dany para que se bautizase también; de lo contrario, no podrían registrarse como marido y mujer, le dijo. Dany accedió a regañadientes y, con todo y con eso, se presentó en la ceremonia con un pequeño obia en la mano, un amuleto del gran dios de los cimarrones.
Después de los servicios eclesiásticos y tras el gran discurso del gobernador, hubo toda clase de celebraciones festivas por la ciudad.
La mayor parte de los blancos presenciaron el alboroto con cierto recelo. Cinco buques de guerra se desplazaron desde los Países Bajos y fondearon en el río para poder sofocar cualquier disturbio que pudiera producirse, pero en todo momento reinó la calma.
Kiri se encontraba con Karini en brazos entre la multitud y observaba el ajetreo con incredulidad. A partir de ese día les cambiaría la vida, a partir de ese día podrían hacer infinidad de cosas que hasta entonces tenían prohibidas.
Kiri se sonrió al pensar en Liv. En cuanto recibió la pequeña paga que concedieron a todos los esclavos, lo primero que hizo fue comprarse unos zapatos. Ese día, al amanecer, Liv se había calzado los zapatos y, con paso un tanto torpe, había seguido a Kiri por toda la ciudad. Sin embargo, en cuanto llegaron a la gran plaza, se los quitó entre maldiciones.
—¡Es imposible andar con estos trastos!
Kiri prefirió guardar su pequeña paga. Los esclavos no recibieron una gran suma, sobre todo en comparación con los que iban a dejar de ser sus amos, que recibieron trescientos florines por esclavo. Para subsanar la pérdida…
Los dueños de algunas plantaciones decidieron emplear el dinero en marcharse a Europa; había un miedo generalizado a que los esclavos reaccionaran de manera vengativa. Los Marwijk abandonaron el país como unos fugitivos. En Rozenburg no tenían nada que temer por parte de los esclavos. El masra Jean y misi Juliette acordaron de inmediato que se ofrecería un contrato de trabajo a todos los esclavos de la plantación. La misi y el masra se esmeraron en poner la plantación al día y hasta se propusieron construir una escuela. Ambos querían lo mejor para sus trabajadores, de eso Kiri se daba cuenta. Uno de los acontecimientos más milagrosos que se produjo a raíz de la emancipación fue la adjudicación de apellidos. La mayoría de los blancos asignaron a los esclavos apellidos absurdos con el único fin de poderlos inscribir en el registro. La misi y el masra, sin embargo, se lo pensaron muy bien. Después, fueron llamando uno por uno a los esclavos de la plantación y celebraron el «bautizo».
A Amru, como era la persona más importante de la casa, se le concedió el honor de llevar el apellido Rozenburg. Amru Rozenburg. Kiri, Dany y Karini fueron bautizados con el apellido Rozenberg y así sucesivamente. Rozenbusch, Rozenfeld, hasta llegar a Rozenrot.
Kiri se sentía muy orgullosa de que su familia llevara en el apellido el nombre de la plantación.
Ahora era Kiri Rozenberg.
Y era libre.