CAPÍTULO 6

—¡Misi!

La noche del jueves al viernes, Liv irrumpió gritando en el dormitorio de Julie. La esclava estaba tan alterada que ni siquiera reparó en Jean, que se encontraba junto a Julie y tuvo que cubrirse con la colcha, abochornado.

—Misi Juliette, ¡venga, dese prisa!

—Liv, ¿qué ocurre? —Julie saltó de la cama y se envolvió en la bata.

—¡Los niños! ¡Los niños han desaparecido!

—¿Cómo? —Una sensación de pánico se apoderó de todos los miembros de su cuerpo. Salió a todo correr de la habitación dejando atrás a Liv, recorrió el pasillo y entró en la habitación donde dormían Henry y Martin. Las camas estaban vacías. Julie salió corriendo de la habitación de los niños—. ¡Jean!

Jean salió del dormitorio de Julie dando tumbos, vestido solo con unos pantalones, descalzo y con el torso desnudo. Hasta entonces, habían intentado mantener en secreto que compartían cama por las noches, pero en esos momentos no era precisamente aquello lo que más preocupaba a Jean. Rápidamente, se cubrió el torso con una camisa.

En cuestión de segundos, se formó un gran alboroto en la casa. Foni entró corriendo desde el patio y, poco después, la propia Kiri apareció también en el pasillo a pesar de que Julie no consideraba acabado el periodo de reposo posterior al parto.

Si bien las mujeres estaban muy nerviosas y no sabían muy bien qué hacer, Jean fue directo a examinar la causa del asunto.

—Julie, ¡la puerta que da a la escalera trasera está abierta! Foni, Liv: ¿alguna de vosotras ha utilizado hoy esa puerta?

Ambas negaron con la cabeza.

La salida trasera consistía en una puerta que conducía a una estrecha escalera exterior. Por allí salían los esclavos cuando los señores no querían que atravesaran el interior de la casa. Julie nunca le había visto utilidad porque le parecía más lógico que los esclavos empleasen la escalera interior.

Jean examinó la puerta.

—Yo diría que alguien… Foni, por favor, ve a buscar luz.

La esclava obedeció y regresó enseguida con una pequeña lámpara de aceite.

Jean no tardó en sacar una conclusión.

—¡Alguien ha forzado la puerta! —Miró hacia la puerta del dormitorio de los niños y de nuevo a la escalera exterior—. Julie, no me gusta tener que decir esto, pero creo que alguien ha secuestrado a los niños.

Julie gritó horrorizada. No hacía falta pensar mucho para imaginarse quién podía haber hecho algo así. Además, Pieter sabía adónde conducía esa escalera y qué habitación había al lado.

—¡Maldito miserable! ¿Cómo ha podido…? Foni, manda a Hedam a la policía. ¡Ahora mismo!

Foni salió corriendo al patio trasero y despertó al viejo esclavo, que era el único que continuaba durmiendo a pesar del alboroto. Rápidamente, el hombre se levantó de la cama y se puso en marcha. Entretanto, Julie y Liv se dedicaron a encender lámparas para iluminar la casa. Tras lo que a todos se les antojó una auténtica eternidad, dos policías un tanto adormilados se presentaron en la puerta.

—¿Sostiene usted que su yerno ha secuestrado a los niños? —preguntaron con incredulidad.

—¡Sí, desde luego que ha sido él! —replicó Julie furiosa.

¿Cómo podía ser que aquellos hombres no enviasen de inmediato una patrulla de búsqueda tras Pieter? Para cuando ellos terminaran con el interrogatorio, Pieter habría puesto ya tierra de por medio…

—Hum… Sí… Mevrouw, en ese caso mañana debería dirigirse a la comisaría y presentar una denuncia.

—¿Mañana? ¿Están ustedes locos? ¡Para entonces puede haberles hecho cualquier cosa a los niños!

Jean le puso la mano en el hombro para tratar de calmarla.

—Julie, tranquilízate…

—¿Quién es usted? —preguntó con desconfianza uno de los policías.

—¿Yo? Soy un amigo de la familia —contestó Jean con aplomo—. Y ahora, por favor, discúlpenos, mañana nos dirigiremos a la comisaría. —Con esas palabras, Jean condujo a los policías hacia la puerta.

—Pero… ¿Jean? —Julie lo miró perpleja. No comprendía por qué echaba de allí a los policías. ¡Tenían que buscar a los niños!

Jean, sin embargo, trató de explicárselo con calma.

—No iniciarán la búsqueda hasta mañana por la mañana y no hay nada que podamos hacer, así que será mejor que nos pongamos en marcha. —Antes de terminar su explicación, sacó su abrigo del armario—. Mete lo imprescindible en una maleta y ven al puerto. Creo que sé adónde ha podido ir Pieter. —Y con esas palabras, abandonó la casa.

Julie le pidió a Foni que empaquetara unos vestidos y unas mantas. Ella subió al dormitorio y sacó de un lugar secreto del armario una bolsa con monedas. Nunca se sabía qué clase de puertas podía llegar a abrirles el dinero. Después volvió corriendo al salón. Los minutos parecían horas. Cuando Kiri apareció con Karini en brazos, Julie negó con un gesto resuelto.

—Kiri, ¡no puedes venir! Piensa en Karini.

Kiri la contradijo, aunque sabía que en realidad no debía hacerlo. Estaban hablando de un asunto serio.

—Misi, Karini también viene, hay mujeres que vuelven a trabajar en el campo dos días después de dar a luz, así que yo puedo llevarla a la espalda adonde sea.

Julie miró perpleja a la esclava, que hablaba con enorme determinación.

—Misi, en estos últimos meses he cuidado de Henry como si fuese mi propio hijo. Si ahora le ocurriese algo, no me lo podría perdonar.

—Yo también voy, misi. —Amru apareció detrás de Kiri. En su rostro se apreciaba también una profunda preocupación.

—Está bien —accedió Julie, que enseguida se dio cuenta de que discutir sería una pérdida de tiempo. Acompañada por las dos esclavas, se encaminó al puerto.

Cuando llegaron, estaba amaneciendo. Jean fue a encontrarse con ellas en el muelle. Miró a Kiri y a Amru sorprendido y, acto seguido, les contó lo que había podido averiguar.

—Ha tomado un bote y ha zarpado río arriba, según me han contado. Unos marineros se cruzaron con él cuando volvían a su barco hace unas horas. Dicen que iba acompañado por un negro y dos niños.

—¿Crees que se dirige a la plantación? —preguntó Julie.

Jean se encogió de hombros.

—Es posible. Tal vez tenga que pasar por allí a recoger alguna cosa. Pero desde luego no creo que piense quedarse allí, tan estúpido no es.

Julie estaba tan preocupada por los niños que se sentía al borde del desmayo.

—¿Qué se propondrá? ¿Por qué se habrá llevado consigo a los niños?

El rostro de Jean también reflejaba una honda preocupación.

—No me gusta tener que decir esto, pero ese tipo está loco.

Julie sabía que Jean tenía razón.

—Tenemos que seguirlo. ¡Necesitamos una barca! —exclamó y, desde el muelle, miró a su alrededor. Pero en el puerto reinaba una calma absoluta y ni siquiera los pequeños botes de remos que solían verse durante el día estaban atracados en la orilla.

—Puede que yo conozca… —murmuró Julie y echó a correr.

Jean la siguió con la mirada, perplejo, y comenzó a correr en la misma dirección. Las dos esclavas se quedaron en el muelle sin saber muy bien qué hacer.

A Julie le llevó un rato localizar el barco que había llevado a Erika a Batavia. Al verlo en el último embarcadero, suspiró. Se trataba de un velero. Con esa embarcación podrían remontar el río más rápido que con una barca de remos y, además, no dependerían de las mareas y las corrientes.

Julie pegó unos golpes en la madera del casco con el puño.

—¿Capitán Parono? ¿Capitán? —gritó sin aliento.

Pasó un tiempo que se le hizo interminable hasta que se abrió una de las escotillas de cubierta y un hombre medio adormilado asomó por una escalera.

—Pero ¿qué demonios…? —El hombre miró a Julie desconcertado—. Mevrouw, ¿qué está haciendo usted aquí? ¡Yo la conozco de algo!

—Sí, en una ocasión usted… No importa. Escúcheme. Necesitamos con mucha urgencia un barco que nos lleve río arriba. Le pagaremos lo que sea. —Julie miró al capitán Parono con gesto de súplica.

—Mevrouw, no puedo, mañana tengo que…

Entonces, Jean se colocó delante de Julie y tomó la palabra jadeando.

—Escuche, no importa lo que tenga que hacer mañana, nosotros le pagaremos el doble… El doble no, el triple. Ahora lo único que importa es que nos lleve río arriba.

—¿El triple? —preguntó el capitán Parono y se rascó la barbilla—. ¿Lo dicen en serio?

—Sí, el triple —confirmó Julie.

Parono sonrió satisfecho.

—Por favor… Suban a bordo, están en su casa. —Parono se apresuró a colocar la pasarela.

Una media hora más tarde, Amru, Kiri y Karini se habían reunido con ellos en el velero y todos se dirigían hacia Rozenburg.

Llegaron a la plantación a mediodía. Evidentemente, una embarcación de esas dimensiones no podía atracar allí, de manera que Parono hizo sonar una campanilla varias veces. Los esclavos de la plantación acudieron enseguida y, en pequeños korjale, se acercaron a remo al velero para trasladar a los pasajeros hasta la orilla.

Julie bombardeó a los hombres a preguntas, pero ellos se encogieron de hombros.

—Ni idea, misi. No sabemos si el masra Pieter está ahí.

En cuanto llegaron a la orilla, Julie y Amru se remangaron la falda y echaron a correr hacia la casa de la plantación. Jean gritó tras ellas:

—¡Espera, Julie! ¡Espera un momento!

Pero nada consiguió detener a Julie. Jean siguió a las mujeres jadeando.

La casa de la plantación estaba vacía. Una de las esclavas domésticas se quedó petrificada en el pasillo ante el repentino asalto de las mujeres.

—¿Dónde está el masra? ¡Habla! —Julie agarró a la muchacha del brazo y la zarandeó.

—Misi…, el masra Pieter… —tartamudeó la joven—, el masra Pieter se ha… ¿No está en la ciudad?

Amru liberó a la muchacha de las manos de Julie y, en un tono más calmado, le preguntó:

—¿Ha pasado por aquí esta mañana de madrugada? ¿Falta algo? ¿Se ha llevado equipaje?

La muchacha negó con la cabeza.

Jean, que había conseguido llegar a la puerta, volvió la vista hacia el río.

—¿Adónde ha podido ir ese miserable?

—Oh, Jean, si se ha…, si se ha marchado a algún otro lugar, ¡no lo encontraremos nunca!

Julie posó la frente sobre el hombro de Jean y rompió a llorar.

Kiri llegó de la aldea de los esclavos caminando tan rápido como le permitía el bebé que llevaba a la espalda.

—¡Misi! —Al llegar al porche casi sin resuello, se detuvo—. En la aldea dicen que se ha llevado a una mujer para cuidar de los niños.

Julie se puso muy nerviosa.

—¿Y alguien sabe adónde se dirigía?

Kiri negó con la cabeza.

—No. Pero uno de los hombres conocía al negro que lo acompañaba. Además, dicen que había otro hombre en la barca. Un cimarrón, según dicen en el poblado.

—¿Un cimarrón?

Kiri asintió.

Jean caminaba de un lado a otro del porche sin parar. De pronto, se quedó inmóvil.

—Creo que quiere esconder a los niños en el interior del país, imagino que para poder presionarte. Viniendo de él, no me extrañaría.

Julie tragó saliva.

—¿Y qué podemos hacer?

—Pues o bien esperamos a que aparezca o vamos a buscarlo.

—¿Esperar a que aparezca? ¡Estás loco! Podrían pasar semanas, y ¡quién sabe lo que podría hacer con los niños en ese tiempo! —Solo pensarlo le produjo auténtico pánico.

Jean asintió.

—Entonces, vayamos a buscarlo —sentenció con firmeza.

—Pero ¿adónde? —preguntó Julie mirando hacia el río.

Kiri se inquietó.

—Misi, ¡seguro que Dany sabe dónde deberíamos buscar!

—¡Buena idea, Kiri, pero entonces lo primero que tenemos que hacer es encontrar a Dany!

Kiri restó importancia al problema sacudiendo la mano.

—Misi, eso no debería ser difícil. Los esclavos del campo… Bueno, quiero decir, los hombres que…

Julie comprendió en ese momento que Kiri acababa de revelarle que los esclavos salían a escondidas de la plantación, algo que jamás reconocerían ante su masra. Julie sabía lo que suponía para Kiri contar algo así y se sintió muy agradecida. Además, ella nunca utilizaría esa información contra Kiri.

—Ve a buscar a esos hombres, ¡corre! —Kiri vaciló—. Kiri, diles que no les pasará nada. ¡Al contrario!

Kiri echó a correr. Al poco, regresó con cuatro esclavos de los que trabajaban en el campo. Todos se presentaron ante Julie con la cabeza gacha. Sin embargo, lo último que ella pensaba hacer era reprenderlos.

—¡No os sucederá nada! ¡A mí me da igual lo que hayáis hecho! ¡Ahora lo único que me importa es que nos llevéis hasta el poblado donde vive Dany! ¡Por favor!

El tono de súplica de la voz de Julie surtió efecto. Los hombres levantaron fugazmente la mirada, se encogieron de hombros y asintieron.

Julie quería partir de inmediato, pero Jean la retuvo.

—Tenemos que llevar provisiones, ¡ninguno de nosotros ha comido desde ayer! Y también deberíamos llevarle alimentos al capitán Parono. Y, otra cosa…, ¿tenéis armas en la plantación?

Julie se volvió hacia él, atónita.

—Sí, los guardas tienen armas.

—Bien, porque es posible que las necesitemos.

En ese momento, Amru, que seguía abrazada a la joven esclava doméstica, la apremió a entrar en la casa.

—Yo me encargo de preparar las provisiones. —Después se volvió hacia Julie y agregó—: Misi, si usted me lo permite, yo me quedaré aquí por si acaso regresa a la plantación. En ese caso, la gente de la aldea me ayudaría…

—Gracias, Amru. —Julie estaba abrumada por la cantidad de personas que se estaban mostrando dispuestas a ayudar.

Dos horas más tarde, volvían a encontrarse de travesía por el río.

Julie estaba en la cubierta, nerviosa, y desde allí escudriñaba la orilla como si fuese a advertir algún rastro de Pieter y los niños, pero, tal como cabía esperar, no vio nada.

Estaba empezando a caer la tarde cuando los esclavos indicaron a Parono que detuviese el barco. El capitán lanzó el ancla y, a los pocos instantes, surgieron de la espesura varias barcas en dirección al velero.

—Misi, ¡esos hombres son del clan de Dany! —exclamó Kiri visiblemente nerviosa. Julie sabía que Kiri no había vuelto a ver a Dany desde que se había marchado a la ciudad. Desde que había nacido Karini.

Los cimarrones saludaron primero a los esclavos negros del barco, pero a los hombres blancos los recibieron con recelo. No era muy habitual que los blancos se internasen hasta allí y que, además, pidieran que los llevasen hasta el poblado, como estaba haciendo Jean.

Durante unos instantes, los cimarrones discutieron entre sí, luego se encogieron de hombros y, con una señal, invitaron a todos los pasajeros del barco a subir a los botes. Julie descendió rápidamente por la escalerilla del barco de Parono y aterrizó en uno de los pequeños korjale. Kiri y Jean subieron cada uno en un bote, ya que apenas cabían más de dos pasajeros por embarcación. Los cimarrones remaron hasta la orilla, se internaron a remo entre las raíces de unos mangles y allí dejaron que las ramas colgantes de los árboles engullesen las barcas. Dentro de la espesura, se hallaban las vías fluviales que conducían a la verdadera orilla, muy escondida.

Una vez allí, abandonaron los botes y, poco después, llegaron a un extenso claro donde se levantaba el poblado. Un grupo de curiosos contempló con sorpresa a los recién llegados.

—¿Kiri? Kiri, ¿qué estás haciendo aquí? —Dany se abrió paso entre la muchedumbre y recibió a Kiri con euforia.

—¡Dany! —Kiri le explicó en pocas palabras por qué estaban allí. Mientras ella hablaba, Dany descubrió el bebé que llevaba a la espalda y contempló atónito a la criatura.

—¿Es un niño o una niña?

Kiri se echó a reír.

—Es una niña. Se llama Karini.

—¡Oh! —Dany le ofreció los dedos al bebé y se rio por lo bajo cuando la pequeña le agarró el índice.

Julie lamentó tener que interrumpir aquel idilio.

—Dany, ¿podrías venir, por favor? Es muy urgente.

—Sí, claro. —Se soltó de la pequeña y se dirigió con paso presuroso hacia una cabaña.

Poco después, de esa misma cabaña, salió una figura. Julie y Jean no daban crédito a lo que estaban viendo.

—¿Aiku? —exclamaron ambos al unísono.

Dany no pudo reprimir una sonrisa.

—Misi Julie, masra Jean, este es nuestro capitán Aikuwakanasa. —Y después, dirigiéndose a Aiku, añadió—: Padre, los blancos quisieran pedirnos un favor urgente.

—¿Padre? —Julie no entendía nada. Jean también se volvió confundido hacia Aiku, que había aparecido ante ellos ataviado con un traje tradicional y engalanado con collares, brazaletes y aros.

«Padre», se repitió Julie muy confundida. Si Dany era el hijo de Aiku y Aiku había estado con Felice, la primera esposa de Karl…, entonces ¿Dany era…? ¿Cómo podía ser?

Tendría que pensarlo despacio, pero en ese momento se sintió incapaz.

—Aiku, Pieter ha secuestrado a Martin, el hijo de Martina, y a Henry, mi hijo, y ha huido con ellos río arriba. ¡Necesitamos ayuda!

Aiku vaciló unos instantes. Después, levantó el brazo y acto seguido unos diez hombres bien fornidos dieron un paso al frente. Luego, Aiku le hizo un gesto a Julie y señaló hacia el río.

Dany también se ofreció voluntario:

—Son nuestros mejores cazadores y rastreadores. Ellos os acompañarán. ¡Yo también voy con vosotros!