CAPÍTULO 5

Julie estaba tan nerviosa que se sentía medio mareada. Llegó ante el edificio del tribunal de la colonia acompañada por Erika, Suzanna y Amru. Allí era donde en su día había firmado el traspaso de la plantación a Pieter y le había concedido la custodia de su hijo.

Ese día estaba allí para intentar dar marcha atrás. Por enésima vez, le asaltó la duda de si lo lograría. Por un instante, sintió la tentación de echar a correr, pero ya no había vuelta atrás.

—¿Y si no se presenta?

—Se presentará, ya verás —la tranquilizó Erika.

—Ojalá Jean estuviera aquí. —Julie estaba al borde de las lágrimas. Jean no la había acompañado ese día por la misma razón por la que no la había acompañado a la plantación. No debían darle a Pieter ninguna pista de que se habían reencontrado. Porque en ese caso cabía la posibilidad de que Pieter se empeñase en demostrar que Henry no era hijo de Karl.

—¡Por ahí viene! —gritó Suzanna tirándole de la manga a Julie.

Julie divisó a Pieter, que se dirigía al edificio a paso ligero, seguido muy de cerca por un hombre ágil y veloz con el cabello cano. De pronto, a Julie le entró miedo: ¿habría contratado Pieter a un abogado? ¿Debería haber hecho ella lo mismo? Ahora ya era demasiado tarde. Si al menos estuviera allí con ella Valerie…, pero había preferido quedarse en casa cuidando de los niños.

—Es más importante que vayan las escla…, las mujeres negras, con su declaración ellas podrán aportar mucho más que yo.

Unos minutos más tarde, volvieron a verse las caras en la sala del tribunal. Era una sala pequeña, en el centro se hallaba la mesa del juez y el resto de la estancia estaba ocupada por dos hileras de sillas. Julie y Erika tomaron asiento en las sillas del extremo izquierdo de la primera fila y Pieter y su acompañante, en las del extremo derecho. Suzanna y Amru se colocaron en la pared del fondo junto con las demás mujeres esclavas. En aquella sala no les estaba permitido sentarse.

Tal como Julie esperaba, el juez no era el mismo que le había concedido a Pieter la tutela de Henry. Jean había oído rumores de que, al conocerse la noticia de que la esclavitud iba a quedar abolida, se había producido un giro político en la administración de la colonia. Muchos de los funcionarios que llevaban años acomodados en sus cargos habían renunciado y sus puestos los habían ocupado otros hombres mucho más liberales. Julie abrigaba la esperanza de que ese juez fuera uno de ellos.

El juez estudió en silencio durante largo rato la denuncia que Julie había redactado unos días antes con ayuda de Jean. Julie trató de disimular que le temblaba todo el cuerpo.

Había tres posibilidades: que el juez desestimase todas las acusaciones y le diera la razón a Pieter; que se embarcasen en un proceso largo y pesado; o que dictase sentencia rápidamente de acuerdo con las graves acusaciones.

El juez carraspeó y fue directo al grano.

—Mijnheer Brick, aquí hay varios esclavos, a los que usted conoce, que lo acusan de diversos delitos. ¿Qué tiene que decir al respecto?

Pieter se levantó:

—¡Todo son mentiras!

Amru resopló con desprecio y el juez la censuró con la mirada.

—Mevrouw Leevken, usted es quien ha presentado esta demanda. ¿Qué tiene que decir al respecto?

Julie se puso en pie con las rodillas temblorosas y le relató al juez todo lo que Kiri, Liv y posteriormente Amru le habían contado.

—Además, hemos traído a la ciudad a dos esclavas que sostienen que los medicamentos de prueba de mijnheer Brick perjudicaron a sus maridos hasta el punto de arrebatarles la vida.

El juez arrugó la frente.

—Mevrouw Leevken, creo que estará de acuerdo conmigo en que esas esclavas no gozan de los conocimientos médicos necesarios para extraer semejante conclusión. Mijnheer Brick, ¿qué tiene que decir usted como médico?

Pieter intercambió unas cuantas frases por lo bajo con su acompañante y, con una falsa sonrisa con la que logró engatusar al juez, respondió:

—El curandero lo estropeó todo. Si esos negros hubieran seguido mis instrucciones, el asunto no habría llegado tan lejos.

Así continuaron durante un buen rato. Julie formulaba una acusación, Pieter intentaba justificarse y el juez escuchaba a una y otra parte con gesto imperturbable.

—Mevrouw Leevken —dijo al fin—, entonces usted reclama que mijnheer Brick sea considerado culpable de la muerte del esclavo Jenk, así como del fallecimiento de otros hombres; que le sea devuelta la custodia de su hijo; que se le adjudique la dirección de la plantación; y, por último, que se le conceda… ¿la custodia del hijo de mijnheer Brick?

Julie asintió, aunque al escuchar sus exigencias en boca del juez a ella misma le pareció poco probable que le dieran la razón en todos los puntos.

El hombre recorrió los rostros de todos los presentes y anunció:

—Dentro de tres días haré pública mi decisión. Preséntense aquí el próximo viernes a las once.

Pieter abandonó la sala con el rostro impasible.

Julie suspiró y, antes de abandonar la estancia, lanzó una mirada esperanzada al juez.