CAPÍTULO 4

Jean protestó cuando Julie dijo que pretendía irse sola a la plantación para comunicarle a Pieter la muerte de Martina.

—¡Julie! ¡Ese hombre es peligroso! ¿No crees que es mejor que vaya yo contigo? —preguntó apurado.

—No, tengo que hacerlo yo sola. Además, si Suzanna viene conmigo, Pieter no se atreverá a hacerme nada. Cuando nos vea juntas, se lo pensará dos veces. Además, no quiero darle otra razón para tenerme contra las cuerdas.

—Bah, pero si en realidad no tiene ninguna baza —dijo Jean para intentar tranquilizarla—. Lo único que tú pretendes es conservar aquello que te pertenece.

Julie asintió. Nunca había llegado a contarle a Jean que había sido Pieter quien los había puesto en evidencia delante de Karl el día de la boda de Martina. Seguramente, Pieter sabía más cosas de las que ellos habrían deseado, aunque para Julie seguía siendo un misterio cómo había conseguido averiguarlas. Y a todo eso había que sumar la cuestión del accidente. Aunque Pieter, en calidad de médico, había confirmado la causa accidental de la muerte de Karl, pronunciaba la palabra «accidente» con un retintín que dejaba entrever que sabía lo que había ocurrido aquella noche en el río. Y lo utilizaría contra ella sin dudarlo, de eso Julie podía estar segura.

A decir verdad, la situación no cambiaba mucho con la muerte de Martina. Julie albergaba la esperanza de que, ahora que Martina ya no estaba, Pieter renunciase voluntariamente a la plantación. Pero, por otro lado, tenía claro que este siempre había utilizado a Martina como medio para alcanzar un objetivo; de eso se había dado cuenta el día en que lo conoció.

Tenía que ir a Rozenburg. Además, estaba deseando ver a Amru y a los demás esclavos. Julie sospechaba que en la plantación habían sucedido muchas más cosas de las que Kiri y Liv le habían contado, como podía deducirse del comentario de Marie Marwijk. La confianza de los esclavos en los blancos estaba destruida. Ella misma había abandonado la plantación meses atrás. Martina jamás se había preocupado de los esclavos y Pieter siempre los había maltratado. Julie esperaba que la presencia de Suzanna la ayudase a recuperar su confianza. Con la colaboración de Jean, urdió un plan para expulsar a Pieter de la plantación. Sin embargo, para ello era necesario ganarse, como mínimo, el apoyo de unos cuantos esclavos a los que convencer para que declarasen a su favor, lo cual, a la luz de todo lo sucedido, no iba a resultar nada fácil. Sus esperanzas estaban depositadas en Suzanna y en el anuncio de la abolición de la esclavitud, que tenía la intención de leerles. Conociendo como conocía a Pieter, lo más probable era que él no les hubiese dicho nada todavía. Julie alquiló un bote en el puerto con cuatro remeros y partió rumbo a la plantación.

Cuando llegaron a Rozenburg, no se veía un alma.

—Tú ve directamente a la aldea de los esclavos. Cuanto antes los tengamos de nuestro lado, mejor. No vaya a ser que Pieter se nos adelante… —previno a Suzanna antes de encaminarse con paso presuroso hacia la casa principal. Por primera vez, no tuvo tiempo ni de fijarse en los floridos azahares del jardín que tanto le gustaba contemplar.

Entró en la casa sin llamar. Al fin y al cabo, ¡era su casa!

—¿Hola? —gritó sin vacilar. En la parte trasera, se oyó un ruido estrepitoso y acto seguido Amru apareció en el pasillo. Julie se asustó. La que en su día había sido una mujer regordeta y fuerte no era ni la sombra de sí misma. Amru estaba demacrada, las ropas le colgaban del cuerpo huesudo y tenía el cabello encanecido. Se la veía anciana y casi sin vida. Al ver a Julie, se dirigió hacia ella y se desmoronó a sus pies deshecha en lágrimas.

Julie contempló la escena impactada.

—Amru, levántate… ¡Levántate, por favor! —le suplicó con suavidad. Agarró a la mujer negra de los brazos y la ayudó a incorporarse. Amru siguió llorando sobre el hombro de Julie—. Todo volverá a ir bien, Amru… No sabes cuánto siento no haber estado aquí. Yo… Ya me han contado lo que hizo Pieter y…

—¿Qué es lo que he hecho? —exclamó de pronto una voz fría—. Bueno, bueno, ¡pero si la viuda perdida ha vuelto! Qué agradable sorpresa. ¿No ha venido contigo la histérica de mi mujer? ¿Y mi hijo? —Pieter estaba apoyado en el marco de la puerta con una sonrisa de desprecio.

Julie se apartó de la puerta para mantenerse a una distancia prudencial.

—Pieter, tu mujer ha muerto —anunció con serenidad.

Pieter ni se inmutó.

Amru, sin embargo, lanzó un fuerte sollozo al escuchar la noticia.

—Bueno, la verdad es que ya no regía muy bien. Es mejor así. —Nada en la voz de Pieter permitía entrever que no hablaba en serio.

Julie lo miró fijamente a los ojos.

—Pieter, he venido hasta aquí porque quiero recuperar la plantación.

Pieter soltó una escandalosa risotada.

—Bah, Juliette, ¡ya estamos otra vez con lo mismo! —Parecía que ese asunto lo divertía—. No tienes ni la más mínima posibilidad. Olvídalo.

Julie no pensaba rendirse.

—Sí, Pieter, tengo una posibilidad. Después de todo lo que has hecho aquí…, hemos decidido denunciarte ante los tribunales. Has torturado a los esclavos de manera gratuita y a algunos incluso les has provocado la muerte. Sabes perfectamente lo que eso significa. Y cualquier juez de este país sabrá verlo también.

Pieter se acercó a Julie con una mirada amenazadora.

—¿Me estás amenazando? ¿Tú? ¿Que eres una asesina y tienes un hijo bastardo? ¿Estás segura de lo que haces?

Julie retrocedió un paso sin desviar la mirada de los ojos de Pieter.

—¿A quién crees que creerán: a una pobre y débil mujer que se ha quedado viuda o a un hombre que tortura con violencia a los esclavos y los deja morir como perros? —Tras pronunciar esas palabras, Julie dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Estaba tan alterada que oía los latidos de su propio corazón. ¿Y si salía al porche y no había nadie…?

En cuanto abrió la puerta, respiró aliviada. Suzanna había llevado a cabo su misión en el poblado a una velocidad prodigiosa: allí, en el porche de la casa, se había congregado toda la aldea. Pieter, que salió tras Julie para intentar detenerla, se quedó petrificado cuando vio a los esclavos.

—¿Qué ocurre aquí? —bramó.

Uno de los hombres más ancianos se aproximó a Julie y la saludó con una reverencia.

—Misi Juliette, nos alegramos mucho de que haya regresado.

Julie sintió que las palabras de aquel hombre eran sinceras.

—Gracias, yo también me alegro —respondió agradecida. Entonces se volvió hacia Pieter y, tratando de imprimirle a su voz toda la convicción de que era capaz, anunció—: ¡A partir de hoy esta vuelve a ser mi plantación! Pieter, mañana te esperamos en la ciudad para formalizar el traspaso.

Tras pronunciar esas palabras, Julie, seguida por Suzanna, se dirigió hacia el muelle.

—¡No tienes nada contra mí, Juliette! ¡Nada! —gritó Pieter.

—¡Te equivocas! —replicó una voz con la misma potencia.

Pieter se asustó al comprobar que Amru había recobrado el habla. Julie se detuvo y lanzó una mirada de agradecimiento y aliento a Amru, mientras la vieja mujer se dirigía hacia ella.

—Yo me marcho con la misi y lucharé para que se haga justicia por lo de mi marido.

Un instante después, otras dos mujeres salieron de la multitud.

—Mató a nuestros maridos con sus inyecciones —exclamaron—, ¡nosotras también nos vamos con la misi!

—¡Al diablo con todo! —vociferó Pieter echando mano del látigo que llevaba en el cinturón.

—Yo que tú no lo haría —lo retó Julie fulminándolo con la mirada; luego, se dirigió a las mujeres—: Vamos, nos vemos mañana en la ciudad.