CAPÍTULO 3

El estado de Martina empeoraba día a día. Ahora, también Valerie pasaba mucho tiempo junto al lecho de su sobrina.

—Podría habérmela llevado conmigo a casa —le explicó a Julie como justificándose—, pero aquí… —agregó mirando a Erika, Suzanna y Foni con gesto de agradecimiento—, aquí está mucho mejor cuidada. Además, ella quería quedarse para estar aquí cuando tú regresaras, insistió en eso varias veces desde el principio. Estoy muy preocupada.

Hasta hacía unos días, las mujeres habían logrado darle agua a Martina con una cucharilla, pero en esos momentos tenía ya la garganta tan hinchada que para darle de beber era necesario exprimirle una compresa mojada sobre los labios.

Klara examinó a Martina y se dirigió a Julie y Valerie meneando la cabeza.

—No creo que dure mucho más.

Julie la miró horrorizada.

—¿Y no hay nada que podamos hacer?

Klara negó con la cabeza.

—Ahora, todo está en manos del Señor.

Julie volvió a sentarse en la cama de Martina y le agarró la mano. Se pasó largo rato pensando hasta que, en un momento dado, notó que Martina le estrechaba ligeramente la mano. Al principio, Julie se asustó. Martina llevaba varios días sin dar señales de vida.

—¿Martina? —susurró—. Martina, ¿me oyes?

—Querida…, estamos aquí. —Valerie se arrimó también a la cama y le acarició la frente con suavidad.

—Juliette…, tía Valerie… —Martina susurró los nombres con un hilo de voz casi inaudible.

—Sí, estamos aquí, Martina. Estoy aquí.

—Juliette…, tienes que…, Martin…, por favor… No quiero que Pieter…

—Ssshh… Martina, no conviene que te alteres.

Juliette posó la mano en la frente de su hijastra. Estaba ardiendo. Por un momento, pensó que tal vez sencillamente estaba delirando.

Luego, Martina abrió los ojos y clavó la mirada en Julie. Su pronunciación se volvió algo más clara, aunque hablar le suponía un esfuerzo sobrehumano.

—Juliette, ¡cuida de Martin, por favor! Y no dejes la plantación en manos de Pieter, prométemelo, ¡por favor! Tía Valerie, ¡tienes que ayudarla! Juliette, tienes que luchar por la plantación. Pieter no puede…

Los ojos de Martina volvieron a cerrarse. Su respiración era superficial y rápida.

—Martina… ¿Martina? ¡Te lo prometo! Cuidaré de tu hijo. Y la plantación…

—Lo siento tanto… Siento tanto todo lo que ha ocurrido…

—Martina, todo está bien, no tienes por qué disculparte. —Julie sintió que el pánico se apoderaba de ella.

Juliette jamás sospechó que la muerte de Martina la afectaría tanto. ¿O tal vez fue el estado de nervios de los últimos meses (o años) lo que de pronto la hizo estallar? Cuando Martina exhaló el último suspiro, Julie se quedó contemplándola, como en trance. Derramó las primeras lágrimas cuando Erika la agarró por los hombros y la condujo fuera de la habitación con suavidad. Lloró y lloró sin cesar como si las lágrimas no fuesen a extinguirse jamás. Ni siquiera Jean fue capaz de consolarla. Pero llegó un momento en que se le agotaron las lágrimas, entonces se tendió sobre la cama y se quedó contemplando el techo hasta que el sueño la venció. Durmió dos días y dos noches. Al tercer día, la despertó el sol de la mañana, que inundaba toda la habitación. Se sentó en la cama y observó que unas finas motas de polvo danzaban por los rayos de sol. De pequeña solía pasar largos ratos contemplándolas. De pequeña…

Julie se sumió en sus pensamientos y vio pasar ante sus ojos toda su vida. La pérdida de sus padres, la época en el internado, su odioso tío, su primer encuentro con Karl, el viaje a Surinam. La conclusión era descorazonadora. Tenía casi veintidós años y nunca había tomado las riendas de su vida; salvo, quizás, en las últimas semanas. Por lo general, habían sido siempre los demás quienes le habían dicho qué hacer. Pero en el fondo ahora era libre, ahora ya no tenía un tío que la atosigara o un marido que la obligase a hacer las cosas a su manera.

Tenía un niño maravilloso y tenía a Jean. Y, aunque Pieter dijese lo contrario, le correspondía un trozo de la plantación, porque se había financiado con su dinero, con la herencia de sus padres. De modo que allí mismo, en aquel instante, mientras contemplaba las motas de polvo iluminadas por el sol, decidió que iba a luchar por la plantación. Por sí misma, por Henry y Martin y por las muchas personas que vivían de aquellas tierras. El destino había querido que aquella plantación se convirtiera en su hogar y ella no renunciaría tan fácilmente. La idea de Jean de volver a empezar desde el principio era muy tentadora… y, sí, habría un nuevo comienzo, pero ¡en Rozenburg!

Y Jean tendría que aceptarlo. Podía ayudarla… o podía… ¡No! No aceptaría un no por respuesta. Jean la apoyaría. Julie estaba convencida.