Kiri se sintió aliviada cuando, a la mañana siguiente, llegaron a Paramaribo. Una vez que los niños se despertaron no había sido tan sencillo mantenerlos tranquilos y a misi Martina le había vuelto a subir la fiebre durante el viaje. Ardía, aunque delante de su hijo intentó disimularlo. Liv y Kiri tuvieron que ayudar a Dany a remar y después del extraordinario esfuerzo físico estaban exhaustas. Kiri estaba preocupaba porque no sabía si eso podía afectar a su bebé, pero lo cierto era que no sentía ningún tipo de molestia.
Dany ayudó a las mujeres a llegar hasta la puerta de la casa. Después, se apresuró a regresar al bote para abandonar la ciudad porque, como no disponía de salvoconducto, corría un peligro enorme de que la policía lo detuviera.
Foni se quedó paralizada por un instante al ver el grupo de personas que apareció ante la puerta. Le costó un momento reconocerlos. En cuanto cayó en la cuenta, llamó inmediatamente a Hedam y el viejo esclavo jorobado llegó justo a tiempo de sujetar a Martina cuando esta se les empezaba a escurrir de los brazos a Liv y Kiri, que trataban de mantenerla en pie.
—Lleva a la misi a su habitación —le ordenó Foni—. Y, vosotras dos, llevad a los niños al piso de arriba, lavadlos y ponedlos a dormir, que tienen que estar agotados. Cuando hayáis acabado, bajad a la cocina, que os prepararé algo de comer.
Liv y Kiri siguieron las instrucciones al pie de la letra a pesar de que les dolían todos los huesos. Mientras se dirigían a las habitaciones, Kiri iba atenta a todos los ruidos para ver si oía a misi Juliette. ¿No las había sentido llegar? De pronto, le asaltó la idea de que tal vez la misi no se encontraba en casa. No, no podía ser, ¡imposible!
Una vez que hubo lavado y mudado de ropa al masra Henry, el pequeño se quedó dormido al instante y Kiri bajó agotada a la cocina. El aroma a plátanos fritos y pan le abrió el apetito. Con tantos nervios, llevaba sin comer nada desde el día anterior.
—¿Misi Juliette no está en casa? —inquirió aventurándose a lanzar al fin la pregunta que le quemaba en los labios.
Sus temores se confirmaron cuando la esclava de la casa se volvió hacia ella y meneó la cabeza.
—No, misi Juliette está…, está de viaje.
—¿De viaje? ¿Y cuándo regresará?
Foni se encogió de hombros y volvió a concentrarse en los calderos.
Liv, que entretanto había llegado también a la cocina, lanzó a Kiri una mirada inquisitiva. Pero Kiri tampoco sabía exactamente cómo interpretar aquella situación. De pronto, le asaltó el miedo de que el masra Pieter pudiera encontrarlas allí. Y si misi Juliette no estaba… Tragó saliva.
El estado de misi Martina empeoró a lo largo del día. Preguntó varias veces por misi Juliette, pero Kiri se limitó a responderle con vaguedad que en ese momento no estaba en casa y que no esperaban que llegase hasta más tarde. No quería alterar más aún a misi Martina con la noticia de que Juliette se había marchado de viaje.
Cuando Kiri bajó una vez más a buscar agua fría, se encontró a Foni acompañada por una mulata alta y flaca.
—Hola, yo soy Suzanna. Tú debes de ser Kiri, ¿verdad? Tu misi me ha hablado mucho de ti —dijo con amabilidad.
Kiri miró a la mujer sorprendida: ¡aquella era la esposa surinamesa del masra Karl! En ese momento, Kiri no fue capaz de explicarse cómo había llegado aquella mujer hasta allí ni qué había ido a buscar. Para disimular su perplejidad, se concentró en el encargo que había bajado a hacer.
—Tengo que subirle agua fresca a misi Martina.
La mulata arrugó la frente.
—¿Todavía no se siente mejor?
Kiri meneó la cabeza, preocupada.
—No, me temo que sigue subiéndole la fiebre.
La mujer se puso en pie de golpe.
—Iré a buscar ayuda. Es necesario que reciba tratamiento —dijo antes de abandonar la cocina. Cuando estaba en el umbral de la puerta, se detuvo de nuevo—. ¿Alguien ha avisado a la tía de misi Martina?
Foni y Kiri negaron con la cabeza. Lo cierto era que ni siquiera lo habían pensado.
No había transcurrido ni una hora cuando Suzanna apareció de nuevo en la casa con dos mujeres blancas. Una, pelirroja y muy corpulenta, iba vestida con uniforme de enfermera. La otra, pequeña y delicada, llevaba ropa de trabajo ligera.
—Kiri, estas son la hermana Klara y misi Erika. —Kiri saludó a ambas mujeres con cortesía y se apartó de la cama de misi Martina.
La hermana Klara se inclinó sobre la enferma mientras Erika se dirigía a Kiri:
—Nosotras… Yo soy buena amiga de Juliette, ayudaremos a mevrouw Brick. ¿Habéis traído también a los niños? ¿Están bien?
—Sí, misi, los niños están bien —asintió Kiri, que se quedó mirándose los pies, enfrascada en sus pensamientos. Kiri tenía la certeza de que podía fiarse de misi Erika. Por otro lado, parecía que conocía a los niños, sí, e incluso se había interesado por ellos. Además, había ido hasta allí a ayudar a misi Martina. Y, si verdaderamente era amiga de misi Juliette, tal vez ella supiera dónde estaba, pero para eso debía atreverse a preguntar…, aunque estaba terminantemente prohibido. No importaba. Kiri necesitaba asegurarse. Reunió valor y se dirigió a la misi:
—Misi… sabe cuándo… misi Juliette —sin apartar la vista de Martina, Kiri bajó la voz y susurró—: ¿Cuándo regresará?
Erika lanzó un suspiro.
—Ay, jovencita, ojalá lo supiera.
Aquella no era la respuesta que Kiri esperaba. Parecía que allí estaba sucediendo algo extraño, pero no se atrevió a seguir preguntando. Ahora lo importante era cuidar a misi Martina.
—Menos mal que Suzanna ha venido a llamarnos. —Misi Erika parecía preocupada por misi Martina—. Klara, ¿cómo está?
—Tiene la fiebre muy alta, tal como esperábamos. Tenemos que bajársela, la tensión del viaje no le ha sentado bien. ¿Por qué…? —empezó a preguntar la hermana Klara cuando alguien la interrumpió.
—¿Dónde está mi sobrina? —Misi Valerie irrumpió apresuradamente en la habitación—. ¿Martina? —Miró con sorpresa a todas las mujeres que rodeaban el lecho de su sobrina—. ¡Oh, no! Martina…
Misi Erika le explicó brevemente a misi Valerie cómo habían transcurrido los acontecimientos. Cuando acabó, se oyeron en la parte de abajo unos tremendos bramidos.
—¡Aquí hay demasiada gente y esto empieza a parecer un gallinero! Todo el mundo fuera de la habitación. La paciente necesita descansar —ordenó la hermana Klara.
Las voces del pasillo se oían cada vez más alto. Kiri se estremeció y se escondió detrás de Erika.
—¿Quién es ese? ¿Es el marido de Martina? —Misi Erika se disponía a salir por la puerta cuando advirtió el rostro de pánico de Kiri—. Kiri, ¿qué pasa?
—Misi…, la misi Martina no quería que… el masra Pieter… Anoche salimos de la plantación a escondidas —confesó Kiri entre temerosos titubeos.
—¿A escondidas? —Misi Erika paseó la mirada de Kiri a misi Valerie y de nuevo a Kiri, mientras las demás calibraban también el peso de las palabras que acababan de oír—. ¡Oh!
—Yo me ocupo —terció misi Valerie. Su voz reflejaba una gran firmeza.
En ese momento, se abrió la puerta de golpe y el masra Pieter irrumpió en la habitación. Por un instante, se quedó paralizado y luego inquirió a voz en grito:
—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué están haciendo en mi casa? —En ese instante, reparó en Valerie y agregó—: Y tú, ¿qué estás haciendo aquí?
Antes de que misi Valerie tuviera ocasión de contestar, la hermana Klara, que hasta ese momento continuaba inclinada sobre el lecho de misi Martina, se puso en pie y se plantó delante del masra Pieter.
—¿Es su esposa? —preguntó con determinación. En cuanto vio que asentía, prosiguió en el mismo tono de voz—: Bien. Está muy enferma, de manera que todo este alboroto no le conviene. Vayamos todos abajo y allí podremos hablar. Esta mujer necesita reposo total. —La hermana Klara cruzó los brazos a la altura del pecho y lanzó una mirada desafiante al masra Pieter.
—¡Eso deje que lo decida yo, que para eso soy médico! —le espetó el masra Pieter.
—Ah, ¿sí? ¿Y entonces puede explicarme por qué su esposa se ha visto obligada a escapar a la ciudad en este estado? Cualquiera diría que usted no ha sido capaz de ayudarla…
Kiri apretó los labios de pura tensión. Jamás había oído a nadie hablarle así al masra Pieter.
A él, por lo visto, tampoco le pareció adecuado.
—¿Quién se ha creído usted que es? —la increpó e hizo ademán de esquivar a la hermana Klara para llegar hasta la cama de Martina, pero la hermana lo agarró por el antebrazo y lo echó de la habitación—. ¡Le he dicho que esta mujer necesita reposo!
El masra Pieter se quedó tan perplejo que ni siquiera se defendió. La hermana Klara lo acompañó a la planta baja. Kiri, misi Erika y misi Valerie se apresuraron a seguirlos mientras la asustada Liv se quedaba junto a la cama de su misi. Abajo, en el pasillo, se encontraron con Foni y Suzanna, que llevaban en brazos a los masras Henry y Martin. La hermana Klara logró arrastrar al masra Pieter, al que sacaba casi dos cabezas de estatura, hasta la puerta de la casa. En ese momento, sin embargo, el hombre reaccionó y salió del estado de parálisis, se soltó de la mano de la hermana Klara y dio media vuelta.
—¡Quiero ir ahora mismo con mi mujer! ¡Y quiero que me den al niño también! ¡Volveremos a la plantación hoy mismo!
En ese instante, Valerie recuperó el habla y con actitud protectora se colocó delante de Foni, Suzanna y los niños.
—Los niños se quedan aquí, Pieter —dijo en un tono pausado.
—No, nos vamos. ¡Nos vamos hoy! —El masra Pieter hizo ademán de apartar a Valerie a un lado para llegar a los niños.
De nuevo, la hermana Klara fue más rápida, volvió a agarrarlo del hombro y lo condujo hacia la puerta.
—Sí, sí. Usted puede marcharse, pero su esposa y los niños se quedan aquí hasta que se hayan recuperado. —El tono de la hermana Klara no daba pie a réplicas.
Detrás de ella, Kiri, misi Erika, misi Valerie, Suzanna y Foni formaron una suerte de muro alrededor de los niños. Al masra Pieter se le encendió el rostro de rabia al ver que no le quedaba otro remedio que abandonar la casa.
—¡Esto no va a quedar así! —amenazó según se marchaba.
La hermana Klara, que hasta ese momento había mantenido el rostro serio, esbozó una amplia sonrisa.
—¡Le hemos demostrado lo que es bueno! ¿Se puede saber quién es ese hombre? No será el yerno de Juliette, ¿verdad?
—Sí —respondieron misi Erika y misi Valerie al unísono, y misi Erika agregó—: ¡Y acabas de echarlo de su propia casa, Klara!
La hermana Klara se limitó a encogerse de hombros.