Amru no volvió a hablar. Kiri empezó a preocuparse seriamente por la vieja esclava. Desde que había muerto su marido, torturado en el árbol por orden del masra Pieter, Amru desempeñaba las tareas de la casa con desidia, no le dirigía la palabra a nadie y hacía como si los amos blancos no existieran. Kiri esperaba que la actitud de Amru no contribuyese a aumentar más aún el disgusto del masra Pieter. Los niños también estaban sufriendo la situación. El masra Henry y el masra Martin veían en Amru a una especie de abuela que siempre estaba dispuesta a dedicarles una palabra amable o a limpiarles la boca o los deditos. Sin embargo, desde la muerte de Jenk, cuando los niños estaban presentes, Amru pasaba de largo, como si fueran invisibles. A menudo, el masra Henry se echaba a llorar cuando extendía el bracito hacia Amru y ella continuaba caminando sin ni siquiera dignarse mirarlo.
También la relación entre el masra Pieter y misi Martina se resintió. Poco después del incidente, tuvieron una tremenda discusión y desde entonces tampoco se hablaban. Misi Martina se encerraba en sus habitaciones con el pequeño masra Martin y solo salía cuando Pieter estaba en los campos o en sus habitaciones de la casa de invitados. El ambiente que se respiraba en la plantación era muy tenso.
Y, para colmo de males, misi Martina cayó enferma. ¡Fiebre! Kiri y Liv pusieron todo su empeño en hacerle la vida lo más cómoda posible a la misi. Le cambiaban las compresas frías cada dos horas e intentaban mantener el aire de su habitación lo más ventilado y fresco posible. Cuando el masra Pieter se enteró, se puso furioso. Irrumpió en el dormitorio de su esposa y le recriminó a voz en grito:
—¿Es que ahora resulta que eres igual de enclenque que la chusma negra?
La misi rompió a llorar.
Después, el masra Pieter increpó a Kiri y a Liv, que estaban junto a la cama cuidando de Martina:
—No os quedéis ahí sentadas como pasmarotes. Venga, moveos, ¿no tenéis nada mejor que hacer?
Algo aturdidas, las esclavas salieron de la habitación a todo correr. Cuando vieron que el masra Pieter abandonaba la casa, se atrevieron a volver junto a la misi, que estaba tendida en la cama hecha un mar de lágrimas.
—Liv, Kiri, venid.
Sorprendidas, las esclavas se acuclillaron a los pies de la cama.
—Escuchadme bien lo que voy a deciros —les explicó misi Martina por lo bajo—. Tenemos que marcharnos de aquí, a la ciudad, a ser posible esta misma noche. Es Pieter… No sé qué le pasa —susurró entre sollozos—, pero me da mucho miedo. Henry tampoco está a salvo aquí. Tenemos que irnos con los niños. Debemos partir con Juliette.
—Pero, misi, ¿cómo vamos a salir de aquí? —preguntó Liv a su ama, desconcertada.
Kiri, en cambio, se puso a pensar de inmediato. No había nada que deseara tanto como abandonar la plantación. En los últimos tiempos, había pensado muchas veces en esa posibilidad. Para los esclavos era imposible salir de allí. El masra, o mejor dicho, los basyas, se percatarían enseguida de la ausencia de un esclavo, probablemente mucho más rápido que de la desaparición de su propia esposa o de su hijo. A no ser que… A Kiri se le ocurrió una idea.
Esa tarde aguardaban la llegada de los cimarrones. Si Dany venía con ellos, y Kiri estaba convencida de que sería así, tal vez él pudiera ayudarlas.
Kiri se levantó y le puso en la mano a Liv los paños limpios que traía para misi Martina. Después miró a su dueña con gesto serio y le dijo:
—Misi Martina, veré qué puedo hacer. No se preocupe. Abandonaremos la plantación esta misma noche. Liv, recoge algunas cosas, embálalas y encárgate de entretener al masra Henry y al masra Martin para que esta noche estén bien cansados. Yo tengo algo que hacer. —Y, con esas palabras, abandonó la habitación.
Lo primero que hizo fue dirigirse a Amru. Se llevó a la esclava a un lugar tranquilo y le explicó lo que había dicho la misi y cuál era su plan. Amru asintió, aunque sin pronunciar una sola palabra.
—¿Podrás encargarte de que esta noche el masra tenga un sueño profundo? —le suplicó Kiri.
Amru posó la mano sobre el hombro de la muchacha y asintió de nuevo para corroborar su apoyo. Kiri resopló. Podía contar con la ayuda de Amru. Sabía que ella haría bien su parte. La esclava conocía infinidad de remedios contra pequeñas dolencias y, entre ellos, un infalible somnífero. Ojalá Amru pudiera echárselo al masra en alguna comida, pensó Kiri.
Luego fue corriendo hacia el río. No tuvo que esperar mucho para ver aparecer a lo lejos la barca de los cimarrones. Cuando los hombres desembarcaron y las mujeres de la aldea se apiñaron alrededor del bote, Kiri arrastró a Dany hasta un lugar tranquilo detrás de unos arbustos. En susurros, le explicó lo que estaba ocurriendo en la plantación.
—¿Tú podrías hacer eso? Quiero decir…, ¿podrías llevarnos a la ciudad? ¿Estás dispuesto a ayudarnos?
Dany se limitó a sonreír y estrechó el rostro de Kiri entre sus grandes y fuertes manos.
—Por supuesto, Kiri. Pero no tengo salvoconducto, aunque, si viajamos con tu misi, eso no debería ser un problema. Venid a la orilla poco después de medianoche. ¡Os estaré esperando!
Kiri sintió un alivio inmenso.
La espera estaba consumiendo los nervios de las mujeres. Liv le cambiaba las compresas a misi Martina cada media hora para bajarle la fiebre todo lo posible. El viaje ya iba a ser bastante peligroso y emprenderlo con una enferma a bordo suponía un gran riesgo. Pero misi Martina estaba más que decidida. Quería abandonar la plantación, costase lo que costase.
Poco después de medianoche, Liv y Kiri pasaron a recoger a los dos niños. Masra Martin y masra Henry siguieron durmiendo apaciblemente en brazos de las esclavas. Por un momento, Kiri se preguntó si Amru también habría hecho algo para conseguir dormir a los niños.
Amru ayudó a misi Martina a ponerse en pie. La mujer estaba muy débil y caminaba muy despacio. En un momento dado, tropezó sin querer con una silla, cayó al suelo estrepitosamente y todas se quedaron paralizadas del susto. Amru las apremió para que siguieran avanzando y señaló en dirección a la casa de invitados. Esa noche, el masra Pieter no había regresado a la casa principal. Eso no tranquilizó en absoluto a Kiri. Notaba los latidos del corazón en la garganta mientras se dirigían en fila hacia el río. Por una fracción de segundo, creyó que Dany la había dejado en la estacada, pero en ese preciso instante divisó el bote bajo una rama que pendía sobre el río. Dany tomó a los niños de los brazos de Liv y Kiri, los acomodó entre los bancos y ayudó a misi Martina a subir a la barca en primer lugar, y a Liv y a Kiri después.
—Ahora tendremos que ver cómo lo hacemos para llegar a la ciudad con misi Juliette antes de que el masra Pieter nos descubra. Misi Juliette nos podrá ayudar —susurró Kiri.
Dany asintió con la cabeza y empujó la barca hacia el centro del río. Kiri no sabía si, cuando llegasen a la ciudad, estarían de veras a salvo o si, por el contrario, de ese modo solo conseguirían alimentar la cólera del masra.