CAPÍTULO 11

—Erika, ¡tengo que ir! —Julie fue corriendo a decirle a su amiga lo que Wico le había contado acerca de Jean.

Erika arrugó la frente.

—No sé, Julie…

Julie no comprendía por qué Erika no mostraba ningún entusiasmo. ¡Había encontrado a Jean! Sabía dónde estaba. Se sintió decepcionada e incluso un poco enfadada ante la reacción de su amiga. Precisamente ella tenía que comprender mejor que nadie cómo se sentía.

—Erika, tú fuiste a Batavia a buscar a Reinhard —le reprochó sin darse cuenta de que, para Erika, aquellas palabras eran como meter un dedo en su dolorosa llaga.

—Por eso, Juliette —respondió Erika en susurros—, yo fui a Batavia y… ¿qué? ¿Qué conseguí? La certeza de saber que mi marido no volverá conmigo jamás.

—Sí, pero Jean… —Julie comprendió entonces el dolor de su amiga. El caso de Jean era diferente.

—Juliette, ¿has pensado alguna vez que quizá Jean tuviera sus propios motivos para marcharse de la ciudad sin decirte nada?

Sí, Julie lo había pensado, pero siempre acababa descartando las explicaciones que se le ocurrían. Y no sin motivo.

—En aquel momento la situación era completamente distinta. Él no sabe lo que ha pasado.

Erika se cruzó de brazos y lanzó una mirada desafiante a Julie.

—¿Estás segura? Quiero decir… ¿Tienes la certeza de que hoy él seguiría dispuesto a…?

A Julie se le saltaron las lágrimas. Erika había expresado en voz alta los temores que ella abrigaba desde hacía meses. El miedo a que él ya no la quisiera y que por eso se hubiera marchado…

—¡No! Él quería pasar el resto de su vida conmigo. Me lo dijo. Y ahora…, ahora sería posible, así que tengo que ir a buscarlo.

Julie se dio media vuelta con actitud orgullosa y abandonó la enfermería. Después se dirigió al puerto hecha una furia. Poco a poco, se fue dando cuenta de que en realidad no estaba furiosa con Erika, que actuaba con la mejor de las intenciones. En realidad, estaba furiosa consigo misma porque en el fondo no conseguía librarse de la sospecha de que tal vez perseguía un sueño irrealizable. Por otro lado, sabía que eso solo conseguiría averiguarlo si lograba encontrar a Jean. Tenía que encontrar a los buscadores de oro. Y debía hacerlo lo antes posible. Julie le hizo una señal a un coche de caballos y se dirigió a casa de Suzanna.

—¡No puede viajar hasta allí! —exclamó Wico soltando una carcajada—. Se lo digo en serio. ¿Cómo se imagina usted que es aquello?

Julie no se dejó desanimar por el comentario de Wico. Había sido muy difícil averiguar dónde se encontraba Jean y ahora, estando ya tan cerca de su objetivo, no podía rendirse.

—Wico, tú sabes dónde está Jean, tú podrías llevarme hasta allí. ¡Te pagaré por el trabajo! —añadió rápidamente Julie, aunque no sabía muy bien de dónde iba a sacar el dinero.

Ya no le quedaba mucho, Pieter no era muy generoso con el reparto y ella había destinado todos sus ahorros al viaje de Erika a Batavia. Pero siempre podía pedirle ayuda a Valerie. Seguro que ella la ayudaría. Cuando Wico sacudió el brazo, ella seguía sumida en sus pensamientos.

—Es imposible llevarla hasta allí, siendo mujer… El viaje dura varios días y es muy peligroso. Espere a que Jean regrese a la ciudad.

—¡No puedo seguir esperando, se me acaba el tiempo! Tengo que encontrarlo ya, ¡llevo mucho tiempo buscándolo!

Julie se sentó en una silla en la cocina de Suzanna y dejó caer la cabeza con un gesto de resignación.

Wico sintió compasión. Lo cierto era que el hecho de que la viuda blanca de su padre hubiera entablado relación con su madre, la amante negra, ya le parecía de por sí extraordinario, pero que además se hubiese ocupado de cuidar de su madre enferma y de su hermana pequeña hacía que sintiese hacia ella un tremendo respeto y un profundo agradecimiento. Por eso, él también esperaba poder ayudarla. A pesar de su escepticismo, acercó una silla, tomó asiento y agarró el tablón de la mesa con las manos. Tras pensar un rato, se dirigió a Julie.

—Suponiendo…, suponiendo que pudiéramos planear ese viaje. Necesitaríamos un bote, tres hombres más como mínimo para remar, provisiones para varias semanas y… un arma tampoco estaría mal. Sería muy caro.

Julie levantó la cabeza, de pronto recuperó un halo de esperanza.

—¿Eso sería todo? ¡Ningún problema! Yo puedo conseguir el dinero, pero tendrías que encargarte tú de conseguir las cosas. No sé dónde comprar un arma.

Wico esbozó una amplia sonrisa.

—¡Trato hecho!

—Trato hecho. —Julie se quitó un enorme peso de encima. Temía que Wico no estuviera de acuerdo con las condiciones.

El siguiente escollo iba a ser Suzanna. Ella no comprendería que Julie quisiera embarcar a su hijo en un viaje tan peligroso. Estaba encantada de que Wico hubiese regresado a casa sano y salvo, así que ¿por qué iba a arriesgarse de nuevo?

—¡Ni hablar! Juliette, no sabe cuánto le agradezco la ayuda que ha prestado a nuestra familia, pero no puedo permitirlo. Solo para que usted pueda volver a ver a su contable.

—Jean no es «mi contable». —Julie no le había explicado a Suzanna todo lo que estaba ocurriendo en la plantación por culpa de Pieter—. Sin Jean lo más probable es que acabe perdiendo la plantación.

Suzanna se encogió de hombros.

—Ese no es mi problema.

—¿No? —Julie elevó un poco el tono. Entendía la preocupación de Suzanna por Wico, pero se estaban jugando más que eso—. ¿Y qué sucederá con esta casa? ¿Y con la casa de la ciudad y el huerto? Todo forma parte de la plantación. Si la pierdo, perderé todas estas cosas. Y lo cierto es que estamos muy cerca de llegar a ese punto. La plantación le ha permitido vivir todos estos años como ha vivido, Karl se lo ha permitido. Usted está en deuda con todas las personas que trabajan allí y ahora tiene que ayudarlos a evitar que la plantación caiga en manos de Pieter.

Suzanna cruzó los brazos y le dio la espalda a Julie. Julie sabía que había tocado un tema delicado. Suzanna jamás admitiría que en realidad era, como todos los demás, parte de la plantación.

—Yo lo único que digo es que no quiero perder a mi hijo —se limitó a responder. Pronunció esas palabras con un hilo de voz.

Julie se emocionó.

—Yo tampoco. Haré todo lo posible para disponer de todos los medios necesarios y asegurarme de que Wico cuente con todo cuanto precise para viajar y regresar a casa sano y salvo. —Y, tras un breve silencio, añadió—: Se trata de nuestro futuro. Si no lo intento, entonces…

Suzanna asintió con un gesto mudo.

Los días siguientes estuvieron marcados por el ajetreo de los preparativos. Julie fue a casa de Valerie para pedirle dinero. No era un camino fácil y en realidad la avergonzaba tener que hacerlo, pero no le quedaba otro remedio.

—Te devolveré hasta la última moneda, Valerie.

—Vamos, Juliette, se trata también de Martina y la plantación. Te daré el dinero, pero con una condición.

Julie miró a Valerie sorprendida. No podía imaginarse qué era lo que Valerie tenía en mente.

—Mira, Juliette, mi madre ya es mayor y en algún momento… Yo acabaré quedándome sola y temo el día en que eso suceda. Te daré el dinero a cambio de que me prometas que, cuando llegue el momento, podré irme a vivir con vosotros. No tengo a nadie más y no quiero hacerme mayor sola. Solo pensarlo me aterra.

Julie escuchó perpleja la sincera confesión de Valerie y agradeció su confianza.

—Por supuesto —contestó sonriendo—, serás bienvenida siempre que quieras.

Julie le entregó a Wico el dinero necesario para preparar el viaje. Este se tomó su tarea muy en serio. Le encargó a Julie varias compras que él, como mulato, tenía vetadas, pero se encargó personalmente de hacerse con el bote y de buscar a tres hombres fuertes dispuestos a remar. Estos, en el fondo, se alegraron de que les brindaran esa oportunidad porque querían encontrar trabajo como buscadores de oro y de esa manera se ahorraban pagar un viaje que habrían tenido que hacer de todos modos.

Wico invitó con orgullo a Julie a ir al puerto para enseñarle el bote. En un primer momento, ella se quedó decepcionada. No llegaba ni siquiera a la categoría de bote, sino que era como una cáscara de nuez. Ella se había imaginado que viajarían en una embarcación más grande, pero aquello era un korjal normal y corriente con el espacio justo para cinco personas y algo de equipaje. Wico reparó en la mirada de desencanto de Julie.

—No se preocupe, los botes pequeños son más resistentes que los grandes y, como tendremos que superar rápidos y saltos de agua, nos conviene uno como este.

—¿Saltos de agua? —Julie se sintió desfallecer.

—Sí, saltos de agua y, eh, sí, debería… —Wico lanzó una tímida mirada a los pies de Julie—. Debería comprarse unas botas resistentes. Porque puede que cuando nos topemos con los saltos tengamos que bordearlos a pie por la orilla y siempre es bueno llevar un calzado fuerte.

¡Botas! Encima eso. Julie suspiró.

El asunto de las botas se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza. En la colonia no estaba previsto que las mujeres calzasen botas. Julie tardó una eternidad en encontrar un zapatero que pudiera ofrecerle un par de botas que, pese a que hubieran sido confeccionadas para hombre, se ajustasen a su pie. No obstante, tendría que ponerse unas gruesas medias si no quería perderlas.

Agotada, Julie se dirigió al fin de vuelta a casa y, en el camino, hizo parar al coche en otra tienda para efectuar las últimas compras. De pronto, oyó una voz a su espalda que la llamaba:

—¡Juliette Leevken! Pero, bueno, qué alegría encontrarla. —Era Marie Marwijk. A Julie la sorprendió encontrarse en la ciudad a su vecina de la plantación. Hasta ese momento no había visto a nadie conocido, salvo a Valerie, por supuesto, a la que visitaba ocasionalmente.

—Ah, ¡hola! —respondió Julie con amabilidad, aunque a decir verdad no tenía ninguna gana de mantener una conversación muy larga con Marie Marwijk.

—¿Ha conseguido ya apaciguar a los negros de su plantación? Hemos oído que ha habido problemas —dijo la vecina sin rodeos.

Julie se esforzó por disimular su sorpresa.

—¿Los negros de nuestra plantación? —preguntó con cautela.

—Sí, hemos oído que se han producido revueltas.

—No, debe de tratarse de un malentendido. Todo está en orden —se apresuró a responder Julie. Al parecer, Marie no sabía que Julie llevaba mucho tiempo fuera de la plantación. Ambas mantuvieron una charla intrascendente, tras lo cual Julie regresó rápidamente a la casa de la ciudad. No podía dejar de pensar en la plantación. ¿Qué habría pasado en Rozenburg? Por un momento, pensó en tirar por la borda los planes de viaje y regresar de inmediato a Rozenburg. Pero si hubiese habido problemas graves, ¿no se lo habrían comunicado? Por otro lado, aunque los hubiese, ¿qué iba a hacer ella si Pieter la tenía a su merced? Julie quería salvar Rozenburg, pero para eso necesitaba ayuda. Primero tendría que encontrar a Jean y entonces podría regresar a Rozenburg.

En la casa de la ciudad, Foni había comenzado ya a empaquetar las cosas de Julie. Los bultos del equipaje eran más grandes de lo que Julie había imaginado.

—Foni, ¡no puedo ir cargada con todas esas cosas! —Julie revolvió las maletas—. Mira, con unas cuantas mudas y algún vestido para cambiarme tendré suficiente.

—Misi, ¿solo un vestido? —preguntó Foni escandalizada, sacudiendo la cabeza.

—No se trata de un viaje de placer.

Julie sacó de las maletas las pocas cosas que quería llevarse consigo y ordenó a Foni que volviese a guardar todas las demás. Cuando vio ante sus ojos el pequeño hatillo que contenía los pocos enseres de los que dispondría durante varias semanas, la asaltó el miedo. Tampoco es que estuviera acostumbrada a grandes lujos, pero aquel equipaje era verdaderamente espartano.

Dos días más tarde, Julie acudió al puerto lista para partir. Wico introdujo su pequeña bolsa de equipaje bajo uno de los bancos del bote y le señaló uno de los lugares en la popa. Erika y Suzanna acudieron también al puerto a despedir a los viajeros. En sus rostros se reflejaba el pesar que les producía la empresa de Julie. Ambas se contuvieron para no hacer más críticas. Suzanna había acabado comprendiendo que la misión de Julie era por el bien de la plantación y Erika no se hallaba en posición de reprocharle nada. Ella también había emprendido un peligroso viaje para encontrar a su marido. En el fondo, todos albergaban la esperanza de reencontrarse pronto sanos y salvos.