—Erika, ¡qué alegría verte! Ya empezaba a estar preocupada. —Julie recibió con entusiasmo a su amiga ese mismo mediodía—. Y cuéntame, ¿has encontrado a Reinhard?
Una fugaz sonrisa atravesó el rostro de Erika.
—Sí.
—¡Eso es formidable! —La alegría de Julie era sincera—. ¿Y? ¿Va a regresar a la ciudad? —Julie estaba tan emocionada que conducía a su amiga hacia el salón de la casa tirándole de la manga—. Foni, por favor, sírvenos algo de beber. Erika, toma asiento. —Pero la sonrisa se había esfumado del rostro de Erika—. Erika, ¿qué ocurre? ¿Está todo bien?
Erika agachó la mirada y comenzó a toquetearse el vestido con gesto nervioso.
—No. Reinhard no regresará a la ciudad. No puede.
Julie miró a Erika y advirtió la profunda desesperación de su amiga. Aunque no comprendía qué ocurría, se levantó y rodeó a Erika con el brazo para consolarla.
—Ay, Erika…
Erika no estaba llorando, pero el cuerpo le temblaba como si estuviera librando una lucha interior.
—Tiene que…, que quedarse en Batavia. Y yo…, yo tengo que… arreglármelas sola…
—Pero en estos últimos años has conseguido salir adelante sola. —Julie no sabía qué decir, pero tampoco se atrevía a preguntar qué había pasado.
—Sí, pero durante este tiempo siempre he pensado que algún día…
La certeza de que a partir de ese momento estaría sola a Erika se le hacía más difícil de soportar que la soledad real en que había vivido los años anteriores. Con la voz entrecortada, Erika relató a Julie lo sucedido en los últimos días.
Julie la escuchó en silencio y, cuando terminó, siguió callada sin saber qué decir.
—Pero no quieres marcharte del país, ¿verdad? —Julie no solo tenía miedo por Erika y los niños; de pronto temió también perderla. Era la única amiga que tenía en Surinam. Erika se limitó a negar ligeramente con la cabeza.
—Aunque quisiera, no podría. Apenas tengo dinero y un viaje así con un niño…, con dos niños pequeños —rectificó—, sería demasiado arriesgado. Además, ¿adónde iba a ir? ¿A Alemania? ¿Qué iba a hacer allí? Si regresara a mi comunidad, como viuda, cosa que en realidad no soy… No sé, es complicado.
Julie se quedó callada un instante.
—Ah, Erika… No sabes cuánto desearía que el viaje hubiera sido diferente —dijo. E inmediatamente añadió—: A mí también me ha pasado una cosa mientras tú estabas fuera. De hecho tengo que agradecértelo a ti, ya que al marcharte y sustituirte yo en la enfermería…
Julie le contó su encuentro con Suzanna.
Erika miró a Julie desconcertada.
—Entonces tú y la que era la queri… de tu marido ¿os habéis conocido?
—Bueno, no sé si «querida» es la palabra más correcta. Suzanna en realidad era… —Julie no sabía cómo explicar la compleja situación—. Suzanna no solo había sido la esclava de Karl, sino que probablemente fuera también su hermanastra. Y sus hijos, por tanto… Julie meneó la cabeza al pensarlo. Era un enredo demasiado complicado y en los últimos días se había preguntado a menudo si esa clase de relaciones serían muy habituales en la colonia. Era mejor no pensarlo. En ese instante, Erika la arrancó de sus cavilaciones:
—¿Has conseguido averiguar algo sobre el paradero de Jean?
Julie negó apesadumbrada.
—Y desde hace un tiempo tampoco he recibido noticias de Rozenburg. Espero que todo vaya bien. —No lo dijo muy convencida. Pieter era impredecible y probablemente estaría aprovechando su ausencia, de un modo u otro, para hacer de las suyas.
—¿Qué piensas hacer ahora? —le preguntó Erika a Julie—. Quiero decir si… ¿te apetece regresar?
Julie se encogió de hombros.
—Tengo que regresar, sobre todo por Henry. No puedo tardar mucho. Pero antes quiero esperar a que las cosas marchen por el cauce adecuado en casa de Suzanna. No podría vivir sabiendo que sus hijos y ella viven en la pobreza porque Karl no se ocupó de dejar las cosas arregladas.
Suzanna se iba recuperando. Al cabo de un par de días, Julie le pidió a Foni que empaquetara todos los manjares que encontrase en la cocina de la casa y ella misma se los llevó a la de Suzanna. Minou estaba esperándola ansiosa en la puerta y, en cuanto entró, metió la nariz en la cesta.
Suzanna estaba sentada en la cocina cuando Julie entró.
—No debería malcriar a la niña. Yo no puedo permitírmelo… y, cuando usted deje de venir, Minou se quedará decepcionada —dijo Suzanna y se quedó mirando a su hija con gesto pensativo, mientras esta salía de la cocina feliz con un puñado de galletas. Después agachó la mirada y añadió—: Además, no necesitamos limosnas.
Julie se sentó a la mesa con Suzanna.
—Suzanna, no le traigo limosnas, le traigo algo de comer porque ha estado muy enferma y durante su enfermedad no ha podido cuidarse ni cuidar a su hija —se apresuró a decir—. Y, por cierto, lo hago con mucho gusto —añadió en un susurro.
—¿Por qué? —En ese momento Suzanna miró a Julie a los ojos. En su mirada se advertía verdadero estupor—. ¿Por qué hace esto? Debería estar enfadada conmigo.
Julie soltó una carcajada.
—¡Suzanna! ¿Yo? No llevo en este país ni cuatro años. Usted, en cambio… Usted estaba aquí mucho antes que yo, y para Karl también. —Julie no sentía ningún rencor—. ¿Desde cuándo, si me permite preguntarle, conocía usted a Karl?
Una sonrisa amarga cruzó el rostro de Suzanna.
—Yo soy hija de la niñera de Karl. La hija de una esclava. Cuando nací, Karl tenía diez años. Le pertenecí desde el primer momento. Mi madre murió cuando yo tenía doce años. La familia Leevken me acogió.
—Oh, ¿y su padre?
Suzanna se quedó en silencio. Después prosiguió en voz baja:
—En este país, ya sabe… No tenía padre. Mi madre pertenecía al padre de Karl, que…, ¿entiende lo que le digo?
—Claro que sí… —respondió Julie—. ¡Lo lamento! Yo no sabía que… —Aquello la afectó de verdad. Un tanto aturdida, añadió—: Entonces usted… llevaba mucho tiempo con Karl.
Suzanna se encogió de hombros.
—Sí, desde siempre. Las cosas en este país son así.
—¿Y los niños? Quiero decir… ¿Karl es el padre?
Suzanna asintió.
—Sí, los dos son de Karl.
Julie se quedó en silencio, confundida.
—Por cierto, Karl se puso muy contento de que usted le hubiera dado un hijo. Claro, eso quería decir que…
—Quería decir ¿qué?
—Bueno, en los últimos años yo ya no me quedaba embarazada. Parecía que Karl ya no pudiera…, ya me entiende. El hecho de que usted le diera un hijo lo hizo muy feliz. Mi hijo nunca habría podido heredar.
—Él le… ¿hablaba de esas cosas? —Julie no salía de su asombro.
—Sí, hablaba mucho de la plantación.
Julie sentía una admiración infinita por aquella mujer. Se había pasado toda la vida junto a un hombre para el que nunca podría ser lo que eran otras mujeres. ¿Lo había elegido ella? ¿O en realidad su relación con Karl era una mera relación de amo y esclava?
En ese instante, Suzanna bajó la mirada y preguntó con un hilo de voz:
—He oído que… hubo un accidente… y a partir de entonces Karl ya no volvió. —Y entonces Julie supo que aquella mujer sentía algo por él.
—Sí, un accidente… —Julie no quería hablar de ello—. Si yo hubiera sabido…, habría enviado a alguien a comunicárselo. —De nuevo la invadió el sentimiento de culpa que con tanta frecuencia la asaltaba.
Julie seguía luchando contra la mala conciencia que le producía haberle arrebatado el padre a Martina; y, por si eso fuera poco, ahora tendría que sobrellevar también la carga de haber destrozado una familia entera. ¡Ella solo se había defendido! Eso fue lo único que hizo, defenderse, se dijo para tratar de tranquilizarse.
—¿Karl llegó a…, quiero decir…, tiene usted algo que sirva de seguro? —preguntó con cautela.
Suzanna rio por lo bajo.
—No.
—¿Y esta casa? ¿Es suya?
—No, es de la plantación. Y el yerno de Karl… Bueno, su yerno me ha hecho saber que dentro de poco la plantación ya no podrá seguir manteniéndola. Tendré que buscarme otro lugar.
—¿Cómo dice? —Julie se puso en pie. Eso era típico de Pieter—. ¡No puede echarlos a usted y a sus hijos a la calle! Quiero decir, de algún modo todos somos… Usted y Martina son…
Suzanna hizo un gesto de rechazo con la mano.
—Aquí todo eso no cuenta. El parentesco no existe entre personas de diferente color. —Su voz ni siquiera reflejaba amargura.
Julie sabía que Suzanna tenía razón. Ningún blanco admitiría jamás que había tenido descendencia con una mujer mulata. A los hijos no deseados los ofrecían como esclavos. Y a las queridas libres… se encargaban de mantenerlas a escondidas. Pero ¿reconocerlas públicamente? Eso jamás.
Julie había oído el caso de un hombre joven que unos años atrás había intentado luchar por los derechos de su mujer negra. Después de sufrir durante varios meses el desprecio y las humillaciones de la sociedad de la colonia, decidió marcharse a Europa. Julie estaba segura de que en Europa serían más tolerantes que en aquel pequeño país. Mejor dicho: en Europa ya no existía la esclavitud.
Estaba decidida a ayudar a Suzanna.
—Usted no se preocupe, que yo todavía puedo tomar parte en los asuntos de la plantación.
Eso era mentira, ya que Pieter la tenía completamente contra las cuerdas. Pero ahora que no se trataba solo de Henry y ella, sino también de Suzanna y sus hijos, Julie se sintió con más fuerzas para enfrentarse a Pieter. Tenía que salvar la plantación de manos de aquel hombre. Y para eso necesitaba a Jean. Tenía que encontrarlo.