CAPÍTULO 6

A la mañana siguiente, Klara pasó a recoger a Julie con el coche para ir a casa de Suzanna.

—Erika ha vuelto —anunció en un tono bastante inexpresivo, probablemente absorta en sus cavilaciones sobre los enfermos.

—Ah. —Por un momento, Julie se sintió confusa. Estaba deseando ver a Erika y saber qué tal le había ido el viaje, que le contase si había encontrado a su marido e incluso si Reinhard había vuelto con ella. Pero, por otro lado… Por otro lado, el regreso de Erika significaba que ella debía empezar a pensar en volver a Rozenburg. Ya llevaba más de cuatro semanas fuera. Sin embargo, regresar suponía renunciar a encontrar a Jean y, con ello, a todas las esperanzas de un futuro feliz en Rozenburg, sin Pieter. Julie reprimió esos pensamientos. Era el momento de visitar a Suzanna.

Cuando entraron en el dormitorio, encontraron a Suzanna todavía bastante débil, aunque la fiebre había remitido de manera considerable. Julie se mantuvo en un segundo plano mientras Klara examinaba a Suzanna y le preparaba compresas limpias para cambiárselas. Minou continuaba sentada en el borde de la cama, junto a su madre. Julie miró a la niña y se dio cuenta de que estaba agotada.

—¿Has comido algo, Minou?

La pequeña meneó la cabeza.

—No, no quería separarme de mi madre.

Aquellas palabras conmovieron a Julie.

—Ven, vamos a ver si encontramos algo de comer para ti. Tu madre estará bien atendida.

Julie tomó la mano de la muchacha y la condujo a la planta de abajo. En la pequeña y ordenada cocina no encontraron muchos alimentos con los que Julie fuese capaz de preparar algo. Desde que había llegado a aquel país, o, mejor dicho, desde que había dejado el internado y las pocas clases sobre labores domésticas que había recibido allí, no había tenido que volver a cocinar. Miró a su alrededor, despistada, y entonces descubrió una cesta llena de bananas. Alcanzó dos y se las colocó en la mano a Minou.

Siguió rebuscando en la cocina, pero, salvo un pedazo de pan al que incluso le había salido moho, comprobó que en aquella casa no había nada de comer. Entonces a Julie le asaltó la duda.

—¿Cuánto tiempo lleva enferma tu madre?

Minou masticaba una de las bananas a dos carrillos mientras pensaba la respuesta.

—Dos semanas, misi —contestó al fin.

Julie resopló. La pequeña debía de llevar ese mismo tiempo sin comer. Julie resolvió que esa noche le pediría a Foni que empaquetara alimentos para llevar algo de comer a aquella casa. Suzanna también necesitaría reponer fuerzas. Klara bajó las escaleras y se asomó por la puerta de la cocina.

—Juliette, tengo que volver a la enfermería. —Y mirando de soslayo a Minou, agregó—: ¿Le importaría quedarse hoy aquí? Convendría cambiarle las compresas a la mujer dentro de dos horas.

Julie asintió con resignación. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Al cabo de un rato, cuando entró de nuevo en el dormitorio con la niña, Suzanna estaba dormida. Julie se acomodó en la silla y Minou volvió a sentarse en el borde de la cama.

Julie se perdió en sus pensamientos mientras contemplaba a la mujer. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Qué iba a pensar Suzanna cuando despertase y la viera? Julie desterró ese pensamiento de su cabeza. Estaba allí por orden de la enfermera de la misión. Miró a Minou con gesto pensativo. ¿Tenía algún parecido con Karl? No, Julie no creía que se pudiera advertir ningún parecido. ¿Es que Karl no era el padre de los hijos de Suzanna? Eso tampoco le resultaba creíble. Teniendo en cuenta el ataque de celos que había tenido con ella, probablemente tampoco habría consentido que su amante negra… Pero ¿quién iba a saberlo? A Karl le gustaban los niños. De Henry se sentía orgulloso, a pesar de que Henry no era… Ese pensamiento se le clavó como una espina y le recordó el motivo por el que estaba en la ciudad. ¡Jean! Había abandonado a su hijo y ahora estaba allí perdiendo el tiempo. Bien era cierto que había ido hasta allí para buscar a Jean, pero, si no daba con él, tenía que regresar a la plantación lo antes posible, por mucho que le costara. Allí en la ciudad, alejada de Pieter y de los recuerdos de Karl, se sentía a gusto, pero echaba mucho de menos a su hijo, la suave pelusilla que le cubría la cabeza, sus regordetes bracitos y sus chillidos de alegría. ¡Lo único que deseaba era que estuviera bien! Kiri, Amru e incluso la propia Martina estarían cuidando de él. Estaba segura.

Suzanna se movió y arrancó a Julie de sus pensamientos.

—¿Mamá? Mamá, ¿me oyes? —Minou se inclinó sobre su madre y aguardó esperanzada alguna señal de vida.

Muy despacio, Suzanna abrió los ojos. Le costó un momento comprender dónde estaba. Al ver el rostro de su hija, una sonrisa iluminó su rostro.

—Minou —susurró, levantó la mano y acarició a su hija en la mejilla.

Los ojos de Minou se llenaron de lágrimas.

—Mamá, estás enferma, he llamado a las hermanas de la misión y han venido a ayudarte. No te enfades conmigo, ¡por favor!

En un primer momento, a Suzanna se le ensombreció el rostro. Después volvió a dirigirle una sonrisa a su hija.

—No, no te preocupes —dijo con la voz débil—. Lo has hecho muy bien, pequeña.

A Minou se le iluminó la cara. Se volvió y tiró de la manga de Julie. Julie se levantó y posó la mano sobre el hombro de Minou.

—Tiene una hija muy valiente, Suzanna.

Suzanna miró a Julie con expresión de desconcierto.

—¿Quién…?

Julie abrigó por un fugaz momento la esperanza de que Suzanna no la reconociera. Al fin y cabo, nunca habían sido formalmente presentadas y Karl siempre había procurado que no llegaran a encontrarse. Sin embargo, y eso fue exactamente lo que Julie vio en ese momento en los ojos de Suzanna, ¿qué mujer no intentaría averiguar quién era la otra mujer que había en la vida de su marido?

Julie advirtió que Suzanna miraba en todas direcciones con inquietud y que luego volvía a posar la mirada en ella.

—¡Está todo bien, Suzanna! —dijo con serenidad—. Minou, ¿por qué no te vas al piso de abajo y sales un rato a la calle? —El mensaje era obvio.

—Pero…

—Vete tranquila, Minou, yo estoy bien. Vamos.

La pequeña, confundida, abandonó la habitación.

Suzanna se incorporó ligeramente en la cama.

—¡Juliette! ¿Qué está haciendo aquí? —En ese momento su voz sonaba severa.

Julie no podía culparla.

—Suzanna, ha sido realmente como se lo ha contado Minou. Vino a la enfermería de la misión y nos trajo hasta aquí. Ha sido una casualidad. Yo no sabía…

—Usted… ¿trabaja en la enfermería de la misión?

Eso pareció desconcertar a Suzanna más aún que su presencia en la casa.

Julie se encogió de hombros.

—Es una historia muy larga.

Suzanna meneó la cabeza.

—Y yo que creía que las misis blancas no necesitaban trabajar.

Julie percibió el desprecio de la mujer, pero se esforzó por mantener la calma.

—Suzanna, creo que ahora lo más importante es que se recupere. Cuando se encuentre bien, ya hablaremos, si es que quiere hablar.

—Aquí no encontrará nada que llevarse. Karl no me ha dejado nada.

Julie se quedó desconcertada.

—No estará pensando que yo pretendía… ¡Ni hablar! No he venido aquí para… Suzanna, por favor, hablemos dentro de un par días con calma, ¿de acuerdo?

—Si usted lo dice… No sé muy bien qué tenemos que hablar usted y yo, pero está bien.

Y, acto seguido, el agotamiento la hizo cerrar los ojos.