Julie no sabía cómo iban a ir las cosas en la plantación tras la muerte de Karl. El tiempo apremiaba y tarde o temprano debían tomar una decisión. Pieter, por supuesto, se hizo con la dirección de inmediato, pero Julie no tenía ni idea de cómo marchaban los negocios. Martina continuaba de luto por su padre.
Julie vivió la primera semana tras la muerte de Karl como un mal sueño. La asaltaba constantemente el miedo a que se descubriera lo que había sucedido. Aunque Jenk y Kiri mantenían su silencio, Julie no estaba segura de si sabían la verdad de lo ocurrido.
Jenk le explicaba a todo el mundo las heridas de Kiri diciendo que había sufrido un accidente en el pozo. Una de las cadenas se soltó, salió disparada y le golpeó en la cara.
De las señales del propio Jenk nadie se preocupó porque casi todos los esclavos tenían la espalda marcada.
Pieter no mostró interés en ningún momento por lo que le había sucedido a la esclava de cámara de Julie. Martina fue la única que le preguntó a Julie en una ocasión. Cuando se hubo recuperado del susto, esta le contó la historia del pozo.
—¡Qué espanto! ¿Se recuperará? Vaya, parece que no corren buenos tiempos. —Martina no parecía abrigar la menor sospecha de que aquello guardara relación con la muerte de su padre.
En ese momento, Julie venía de visitar a Kiri en la aldea de los esclavos. Era un día relativamente fresco del mes de mayo. Nada permitía adivinar la injusticia que habría de ocurrir aquel día.
En el porche, se encontró con Pieter, que estaba desmadejado en una silla con los pies en alto y la recibió con una desagradable sonrisa.
—¿Qué? ¿Vienes de ver a tus amiguitos negros? Como habrás comprobado con tus propios ojos, los hombres están todos sanos y salvos, así que la prueba ha sido todo un éxito.
Los esclavos huidos habían regresado a la plantación. Con el alboroto del «accidente» de Karl nadie había reparado en su ausencia. Al final, los hombres se reestablecieron, pero aun así otro de los esclavos acabó muriendo como consecuencia del tratamiento de Pieter.
—¿Todo un éxito? —Julie cerró el puño con rabia—. ¡Han muerto dos hombres!
—Dos de sesenta —puntualizó él.
Julie no tenía ganas de discutir con Pieter sobre el sentido o el sinsentido del experimento. Cuando intentó proseguir su camino hacia la casa, él le cerró el paso con brusquedad.
—Tú y yo tenemos que hablar.
Julie no presintió nada bueno; se quedó de pie en la entrada del porche.
—¿Qué quieres? —preguntó con sequedad.
—A partir de ahora me haré cargo oficialmente de la dirección de la plantación.
Julie contaba con que algún día surgiría esa conversación y llevaba tiempo madurando sus argumentos. Intentó mostrarse serena y contenida a pesar de que por dentro le hervía la sangre.
—En mi opinión tú no eres quién para tomar semejante decisión. Como descendiente varón, la plantación le corresponde a Henry y, por tanto, a mí, como madre de Henry…
Pieter soltó una estridente risotada, se levantó de la silla, se acercó a Julie y la miró fijamente con ojos amenazadores.
—¡Tú y tu hijo bastardo no tenéis absolutamente nada que decir aquí!
—Henry…
—¡Vamos, cállate! Que Karl fuese tan estúpido y permitiese que le endosaras ese hijo ilegítimo es algo que aún hoy sigo sin comprender. Pero, Juliette, yo soy médico. Hace ya mucho tiempo que Karl no podía engendrar hijos… De lo contrario la puta negra con la que se entendía en la ciudad habría seguido trayendo muchachos al mundo. E incluso tú misma habrías tenido descendencia mucho antes… Ni hablar. Ese mocoso tuyo no es hijo de Karl.
A Julie empezaron a temblarle las rodillas. Tambaleándose, se acercó a la baranda del porche para agarrarse.
—Karl reconoció a Henry como hijo propio y en los papeles figura…
Pieter la interrumpió levantando la mano.
—¿Y dime? ¿Qué quieres hacer? ¿Dirigir tú la plantación hasta que el muchacho tenga edad suficiente para tomar las riendas? No, yo me encargaré de que la dirección de la plantación quede en mis manos.
—¡No lo vas a conseguir, Pieter! —replicó Julie con un brillo colérico en los ojos.
—Sí, por supuesto que lo conseguiré, querida suegra, y tú no te opondrás en ningún momento. Sería una verdadera lástima que el niño tuviera que crecer sabiendo que su madre está entre rejas. Me refiero al «accidente» de Karl, tú ya me entiendes.
Julie notó que su rostro perdía completamente el color. ¡Pieter lo sabía todo! La tenía acorralada. Julie lo apartó a un lado de un empujón y entró en la casa hecha una furia.
Menos de una semana más tarde, Julie, Martina y Pieter se encontraban sentados ante la inmensa mesa del juez. Julie estaba tan nerviosa que ni siquiera fue capaz de retener el nombre de aquel señor.
Hasta el último minuto, no dejó de darle vueltas al asunto de cómo evitar lo que estaba a punto de suceder, pero no se le ocurrió nada. Si Pieter decidía contarlo todo…
El juez miró los papeles por encima de la montura de las gafas, que llevaba colocadas sobre la punta de su aguileña nariz, pasó unas cuantas hojas y se dirigió a Pieter con expresión de satisfacción.
—Yo creo que está todo arreglado. —El juez le lanzó una mirada elocuente a Julie y, con los codos apoyados sobre la mesa, cruzó las manos como en actitud de oración—. Mevrouw Leevken, quisiera transmitirle de nuevo mi más sentido pésame. Estoy seguro de que tendrá muchas preguntas. Por fortuna, su yerno se ha mostrado dispuesto a ocuparse de todo y a velar por los intereses de la familia. A usted, por supuesto, le corresponde una paga de viudedad. Y su yerno —agregó señalando con un cortés asentimiento de cabeza a Pieter— se ocupará de la plantación. Imagino lo difícil que será para usted…, y más aún siendo tan joven…, haber perdido a su marido. Pero no debe preocuparse por nada.
—Juliette, Pieter se ocupará de todo. —Martina se enjugó una vez más las lágrimas de las mejillas con un pañuelo y acarició el brazo de Julie.
El juez prosiguió:
—Para poder disponer de acceso a las cuentas, es preciso formalizar el traspaso de la tutela de Henry Leevken. —El juez entregó a Pieter otro papel y le alcanzó una pluma—. El resto podrán acabar de arreglarlo con el banco.
Julie pegó un respingo.
—¿La tutela?
El juez le dedicó una mirada clemente.
—Así es, mevrouw Leevken. Para poder administrar la herencia de su hijo, su yerno debe tener la tutela. Solo de ese modo su yerno podrá gestionar los negocios y la plantación en nombre de su hijo. Tengo entendido que ustedes han hablado ya de ese asunto.
Pieter fulminó a Julie con una dura mirada.
—Por supuesto, así es… —concedió Julie agachando la cabeza.
Se limitó a presenciar con resignación cómo Pieter estampaba su firma en los papeles. No tenía otra salida.
Durante los siguientes días, los peores temores de Julie se hicieron realidad. Desde que Pieter se había hecho cargo de la dirección de la plantación, ella se sentía completamente arrinconada. Karl, al menos, solía dejarle cierto margen de libertad, pero Pieter no admitía ninguna clase de intromisión en todo lo que guardaba relación con la plantación y los esclavos. Julie tuvo que limitarse a presenciar cómo Pieter reducía las raciones al mínimo y suprimía todas las ayudas que hasta ese momento les proporcionaban a los esclavos.
—Que les compren a los cimarrones todo lo que necesiten. ¿Por qué voy a invertir yo en tejidos, ropa o hamacas? —renegaba él.
Lo único que sí dejaba en manos de Julie era todo lo relacionado con Kiri, ya que al fin y al cabo era su esclava de cámara. De esa forma, por lo menos, Julie pudo conseguir que Kiri recibiera raciones más generosas que el resto de los esclavos ahora que estaba embarazada. Amru también estaba descontenta. Pieter anunció que las comidas en la casa de la plantación iban a dejar de ser tan opulentas. Vigilaba de cerca la despensa de alimentos de la casa, igual que controlaba todos y cada uno de los asuntos de la plantación. Julie jamás habría permitido algo así, pero estaba atada de pies y manos. Pieter le había dejado totalmente claro que no dudaría ni un instante en ponerla en la picota si se le ocurría llevarle la contraria.
Al cabo de tres semanas, Julie tenía la sensación de que Pieter no la dejaba ni respirar.
Martina tampoco era de gran ayuda. Idolatraba a Pieter y no comprendía por qué Julie, al parecer, no podía soportarlo.
—Lo único que intenta es mantener la plantación, Juliette.
—¿Y para eso tiene hacer pasar hambre a los esclavos, Martina? Eso no lleva a ninguna parte.
—Vamos, Juliette, ¿por qué no confías por una vez en él?
En ese momento, Julie tuvo la tentación de contarle a Martina unas cuantas cosas sobre su marido y el tema de la confianza. Pero no dijo nada. Debía pensar también en Henry.
Julie no podía soportar esa situación, necesitaba salir de allí. Si se marchaba a la ciudad, tal vez conseguiría descubrir algo sobre el paradero de Jean. Por más que se devanaba los sesos, no recordaba ningún dato que pudiera servirle de punto de partida para encontrarlo. Quizá Valerie Fiamond supiera algo. Ella vivía en la ciudad y conocía a mucha más gente que Julie. Tal vez con su ayuda Julie lograría averiguar algo. Necesitaba saber dónde estaba. Ahora que Karl había fallecido… Seguro que a Jean se le ocurriría una idea para resolver el problema de Pieter y puede que con su ayuda incluso consiguieran echarlo de la plantación, aunque eso implicara contarle por qué este la tenía entre la espada y la pared… Cualquier cosa sería mejor que estar allí. Ahora era cuestión de tiempo que Rozenburg acabase en la ruina. De eso no cabía la menor duda.
Unos días más tarde, cuando estaban sentados a la mesa, Julie reunió todo su valor y preguntó:
—Pieter, ¿qué te parecería que yo me trasladase a la casa de la ciudad? Vosotros…, cuando vais a la ciudad, soléis alojaros en la residencia de los Fiamond. Nadie utiliza la casa de la ciudad…, así que yo podría…
—¿Quieres marcharte? —le preguntó Martina mirándola con estupefacción.
—Me gustaría pasar una temporada en la ciudad, sí.
Pieter arrugó la frente y la miró con desconfianza. Después, se encogió de hombros…
—Si eso es lo que quieres…
A Julie la sorprendió la rapidez de la concesión, pero se sintió aliviada.
—Muy bien, entonces partiremos dentro de unos días.
—¿Partiremos? ¿Quiénes? —preguntó Pieter soltando una risotada socarrona.
—Henry, Kiri y yo…
—Juliette, ¿has olvidado que yo tengo la tutela de tu hijo?
—No, pero…
—No hay peros que valgan. Henry se queda en Rozenburg.
—¡No pretenderás ahora arrebatarme a mi hijo!
—Puedes quedarte aquí si no quieres separarte de él.
Otra vez aquella misma mirada.
Julie se estremeció.
Durante las horas siguientes, Julie se rompió la cabeza tratando de pensar qué debía hacer. Allí en la plantación nada cambiaría, tenía que encontrar a Jean. Y desde la plantación jamás podría averiguar dónde estaba. Pero ¿podía dejar a Henry allí solo? El bebé acababa de cumplir cinco meses.
Pieter no le haría nada a Henry, el niño era el legítimo heredero de Rozenburg. Y Martina también estaba allí. Aunque entre ellas se respiraba cierta tensión, lo cierto era que, una vez superadas las reservas iniciales, Martina trataba a Henry como si fuera su propio hijo. Amru también podía encargarse de cuidarlo.
No estaría fuera mucho tiempo, quizás unas semanas. Y siempre podía regresar a la plantación.
Finalmente, pudieron más los deseos que tenía de ver a Jean. Él sabría qué hacer y la ayudaría a salvar la plantación de las manos de Pieter.
Julie llamó a Kiri.
—Kiri, pasaré una temporada en la ciudad.
—¿Quiere que prepare el equipaje, misi?
—Sí, por favor.
—¿Cuándo nos vamos?
Julie se acercó a la esclava y le puso las manos en los hombros.
—Kiri, escúchame, esto no es fácil para mí, pero… —Soltó a Kiri y se apartó de ella—. Me marcho sola. Tú te quedarás aquí con Henry.
—Pero… —tartamudeó Kiri. Su voz reflejaba la decepción que la noticia le producía.
—No hay peros que valgan, Kiri, bastante difícil es todo esto para mí. No permiten que me lleve a Henry y tú eres la persona en la que más confío. ¡Tienes que quedarte para cuidarlo!
—Por supuesto, misi —asintió Kiri agachando la mirada. Julie se percató de que estaba llorando.
—Kiri, no tardaré en volver, te lo prometo.
—Sí, misi.
Lo que Julie no sospechaba era que no iba a poder mantener su promesa.