A Kiri la atribulaban unos sueños confusos. La fiebre era un tormento físico y solo dejaba espacio a la lucidez de forma esporádica.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí tumbada y tampoco qué había ocurrido. Poco a poco, fue recobrando los sentidos, hasta que llegó el día en que abrió los ojos y consiguió distinguir lo que sucedía a su alrededor.
Tenía la vista nublada y tardó un tiempo en deducir que le ocurría algo en los ojos. Con gesto dubitativo, hizo ademán de palparse la cara con la mano derecha, pero una mano ajena se lo impidió haciendo un movimiento delicado.
—No, Kiri.
Kiri sabía que había oído antes aquella voz, pero le costó recordar a quién pertenecía.
—¿Dany? —preguntó con alegría.
—Sí. —Dany le tomó la mano izquierda y se la estrechó.
—¿Qué ha pasado?
—Has tenido un…
—… accidente —dijo una segunda voz.
—¿Amru?
Kiri intentó de nuevo tocarse la cara. En esta ocasión, le permitieron hacerlo. Fue palpando cuidadosamente con los dedos la zona del ojo izquierdo. Tenía la piel dolorida e hinchada y pudo palpar una gran cicatriz que atravesaba el ojo en diagonal. La muchacha se asustó y trató de abrirlo con todas sus fuerzas, pero no ocurrió nada.
—Mi ojo, ¿qué le ha pasado a mi ojo? —exclamó tratando de incorporarse.
—Quédate tumbada, Kiri —oyó que le ordenaba la voz de Amru.
Kiri intentó enfocar con el ojo derecho, pero tenía que realizar un esfuerzo ímprobo.
—Kiri, por favor. —De nuevo era la voz de Dany. Estaba sentado en el lado izquierdo de la cama. Al principio, por mucho que girase la cabeza, no lograba verlo.
—¡Oh, no! Me he quedado ciega… ¿Me he quedado ciega?
Dany le apretó con fuerza la mano izquierda; no se la había soltado en ningún momento.
Con la otra mano, Kiri quiso volver a tocarse el rostro, pero Dany la agarró y la estrechó también entre las suyas.
—Kiri, todo irá bien, lo importante es que te hayas recuperado. Has tenido una fiebre tan alta… Por momentos creímos…
A Kiri comenzaron a asaltarle imágenes de aquella noche en el río, y la misi…
—¿La misi…?
—La misi está bien, pero ha estado muy preocupada por ti —contestó Amru con dulzura.
—¿Y el masra?
Amru meneó la cabeza.
Al cabo de unas horas, Julie fue a visitar a Kiri y se llevó una alegría tremenda al comprobar que había vuelto en sí, pero Kiri advirtió enseguida que tras el gesto alegre había un velo sombrío. Se preguntó qué habría pasado durante su convalecencia, pero no se atrevió a manifestar en voz alta su inquietud.
Julie sacó al pequeño Henry de su canasto y lo colocó al lado de Kiri.
—Te ha echado mucho de menos, Kiri —dijo con suavidad.
Kiri le tendió un dedo al pequeño masra, este lo agarró con los suyos y lanzó un gemido de satisfacción.
Julie escogió las palabras con gran cautela.
—Kiri, ¿por qué no dijiste nada de…? Bueno, ya sabes…
Al principio, Kiri no comprendió de qué hablaba Julie, pero luego giró la cabeza a un lado. No quería que la misi viera cuánto la atormentaba ese tema.
—Misi, yo pensé… No quería…
—Pero Kiri, ¡es algo hermoso! Mira, Henry todavía no es muy grande y tu bebé… será un amigo para él, estoy segura.
Kiri intentó sonreír.
—Sí, misi, ¡seguro que sí!
—¿Y quién es el padre? ¿Tienes un novio?
Kiri asintió. Nunca le había hablado de Dany. Ya era lo bastante peligroso que se atreviera a moverse con plena libertad por la aldea de los esclavos. Como cimarrón, Dany no tenía derecho a estar allí y siempre existía el peligro de que los basyas lo descubrieran o de que el masra acabara enterándose. Pero el masra ya no estaba, eso a Kiri sí le había quedado claro. Él también había tenido un accidente.
Sin saberlo, Julie estaba hurgando en el más oscuro y recóndito secreto de Kiri. La incertidumbre sobre la paternidad pesaba como una tremenda carga en el corazón de la joven esclava. No sabía si Dany era en verdad el padre del bebé o…
Durante ese tiempo, el masra Pieter la había llamado varias veces. Kiri procuraba desterrar de su cabeza la humillación y el dolor que le infligía. En más de una ocasión, estuvo a punto de rebelarse, pero luego pensaba en las consecuencias y se contenía. No permitió que nadie se enterase; ni siquiera la misi se había dado cuenta.
Ahora el masra Karl estaba muerto. El masra Pieter ya no podía revelarle el secreto de que Henry en realidad no era hijo suyo. Quizás a partir de ese momento dejaría de atormentarla. Ahora, la misi sería la dueña y señora de Rozenburg y todo comenzaría a ir bien. Y quizás el hijo que llevaba en las entrañas fuera de Dany… Nada anhelaba en el mundo más que eso.