CAPÍTULO 9

El agua había provocado menos daños de los que Julie esperaba. En la casa principal, que se encontraba en el punto más alto del terreno, solo se había inundado un poco la planta baja. Gracias a Amru y al esfuerzo de las sirvientas, solo habían salido perjudicados algunos muebles. Martina, Martin y Pieter habían esperado con calma a que amainara la tormenta y ni siquiera se habían dado cuenta de que Julie y Kiri no estaban allí.

En la casa de invitados, la planta baja había quedado claramente más afectada. Había un palmo de lodo en el suelo, pero la peor parte se la había llevado la aldea de los esclavos. Además de algunos bienes que había arrastrado el agua, numerosas cabañas habían quedado destruidas. Cuando, al día siguiente, los hombres regresaron exhaustos de los campos, Julie ya estaba supervisando las tareas para retirar los escombros. Karl paseaba al trote entre las cabañas. Detuvo su semental junto a Julie y saltó del caballo.

—¿El agua llegó hasta aquí?

Julie se limitó a asentir.

—¿Y en la casa?

—Nada grave.

—¿Ha desaparecido alguien?

—¡No, Karl! —Julie se dio la vuelta, furiosa—. Y las mujeres y los niños también están bien, los puse a salvo en la casa de invitados cuando el agua empezó a subir.

—Que hiciste ¿qué? —Karl se quedó mirándola, incrédulo. Julie sabía qué opinaría de aquello, de modo que había preparado sus argumentos. Estaba segura de que había tomado la decisión correcta.

—¿Qué se supone que debía hacer, abandonarlos a su suerte aquí fuera? ¡Mira hasta dónde llegó el agua! —Señaló las franjas marrones en las paredes de las cabañas.

—Ya —dijo Karl—. El agua nunca había subido tanto —admitió, pensativo. Agarró el caballo por las riendas y lo giró en dirección al establo—. Tal vez estuvo bien… lo de la casa de invitados —rezongó.

Julie lo miró desconcertada. Estaba preparada para tener que justificar sus acciones y la sorprendió oír lo que, viniendo de la boca de Karl, casi parecía un elogio.

Desde el poblado, el agua se había abierto paso hasta los campos, donde los daños no habían sido graves, sobre todo gracias a los esfuerzos de los esclavos. La lluvia constante había llenado los canales de desagüe, pero las plantaciones no habían quedado muy dañadas. Julie se volvió pensativa hacia las mujeres, que ya se estaban ocupando de los huertos situados tras las cabañas. Muchas plantas habían quedado destrozadas y no todas las gallinas habían sobrevivido, pero no había mujeres ni niños heridos. Julie contempló la escena, satisfecha.

—Pieter, tú también podrías haberte hecho cargo —le dijo Karl a su yerno durante la cena—. Yo estuve toda la noche en los campos, ¿y tú? ¿Quién tuvo que ocuparse de todo allí fuera? ¡Mi mujer!

Julie no podía creer lo que estaba oyendo.

Pieter se sonrojó.

—Estaba con mi mujer y mi hijo, me tienen sin cuidado los negros, todos saben nadar.

—Los negros son mis esclavos y he pagado un precio muy elevado por cada uno de ellos. Los necesito, sin ellos tú tampoco vivirías aquí, pero, claro, el señor doctor ni siquiera piensa en eso. —Era obvio que Karl estaba muy enfadado—. Tú siempre alardeas de que algún día quieres dirigir la plantación con Martina. ¡Pues eso no consiste en esconderte al calor de tu cama! —Una vez más, aceptó la copa que le ofrecía Aiku—. Juliette sí que actuó con prudencia.

Bebió a su salud y Julie forzó una leve sonrisa. Luego se levantó.

—Me retiro a la habitación, estoy cansada —anunció antes de dirigirse presurosa al dormitorio. Estaba agotada.

Kiri la siguió. La joven esclava parecía inquieta mientras ayudaba a Julie a ponerse el camisón.

—¿Te pasa algo, Kiri? —preguntó Julie, para animarla a hablar. Sabía que las esclavas nunca decían nada por iniciativa propia, no les estaba permitido.

—Oh, misi, no, pero… No lo sé.

—Dime.

Era evidente que Kiri se sentía incómoda.

—¿Qué piensa hacer misi Juliette…? Quiero decir…, ¿qué dirá masra Karl cuando…?

Julie se encogió de hombros.

—Kiri, no lo sé, no lo sé —contestó ella con toda sinceridad.

Kiri se dio la vuelta y expresó en voz alta lo que tanto la preocupaba.

—Bueno, misi, lo mejor es que masra Karl… piense que es el padre. Así masra Karl no…

Julia contempló a la chica, agradecida. Ella también lo había pensado. A decir verdad, no tenía elección. Si Karl se enteraba de que se había quedado embarazada y de que el niño no era suyo… Había estado devanándose los sesos para encontrar la manera de que encajaran todas las piezas. Hacía tiempo que Karl no venía a visitarla por la noche y ella… nunca se le había ofrecido, seguro que él desconfiaba si lo hacía. Julie soltó un suspiro.

—Kiri, ya lo sé, pero… no puedo…

Kiri asintió, sabía lo que ocurría en aquella cama. Más de una mañana había ayudado a Julie a lavarse y le había puesto pomada para curar las heridas y los desgarros que Karl le había provocado. De pronto, a la chica se le iluminó la cara.

—¿Y si el masra…? Hoy estaba contento con la misi… —Sonrió—. Oh, misi, ¿puedo irme un momento? Es importante.

Julie alzó el brazo con indiferencia.

—Puedes irte, estoy cansada y tengo que acostarme.

Ya había pasado la medianoche cuando llamaron a la puerta de Julie. Ella dio un respingo. Kiri entró a hurtadillas.

—¡Misi Juliette, no se asuste! —Se acercó a la cama de Juliette, los dientes que su sonrisa dejaba ver brillaban en la oscuridad.

—Kiri, ¿qué ocurre? —preguntó Julie, medio dormida.

—Misi, el masra. —Kiri señaló la puerta—. El masra quería venir sin falta a ver a la misi.

Julie miró confusa a Kiri.

—¿Y te ha enviado a…? —Cuando Karl quería algo de Julie, siempre entraba por la puerta de su dormitorio. Sin embargo, aquella vez fue la puerta que daba al pasillo y por la que acababa de entrar Kiri la que se abrió.

Karl apareció apoyado en Aiku, al que le costaba mantener en pie a su masra.

Kiri se encogió de hombros y la miró muy seria.

—Misi, el masra ha bebido mucho. —Aiku asintió para confirmarlo—. Pero quiere dormir con la misi…

—Jul… li… guett… —tartamudeó Karl, que se acercaba a trompicones a la cama colgado del hombro de Aiku. Julie retrocedió sin querer hasta el borde de la cama mientras Aiku le quitaba la ropa a su amo.

Julie arrugó la frente, pero dejó hacer a los esclavos. No dejaba de mirarlo, temerosa, pero enseguida se tranquilizó. En ese estado, Karl no suponía ningún peligro. Kiri se colocó de nuevo un momento junto a la cama de Julie y le susurró a Karl:

—Ahora el masra tiene que dormir, pero mañana por la mañana… el masra tiene que pensar que…

Por fin, Julie comprendía qué pretendía Kiri con ese ritual nocturno. Si Karl realmente había pedido que lo llevaran con ella, era un momento perfecto para su plan. Si pensaba que él y Julie… Apretó la mano de su esclava, agradecida.

Al día siguiente por la mañana, Julie saludó con especial amabilidad a Karl, bajo los efectos de la resaca. Él miró a su alrededor un momento, sorprendido, murmuró algo incomprensible y se fue dando tumbos a su dormitorio. Julie no volvió a verlo hasta la tarde.

Por la mañana, Julie se llevó a Kiri al jardín.

—Has estado brillante, Kiri, te lo agradezco de todo corazón. Pero ¿qué demonios le dio Aiku? ¡Karl se pasó toda la noche como si estuviera muerto!

Kiri le guiñó el ojo con una expresión pícara.

—Da igual, misi Juliette, da igual. —Luego se le ensombreció el semblante—. Pero ahora misi tiene que esperar un poco, hasta que…

Julie asintió y miró fijamente a la chica.

—Kiri, nadie debe saberlo, ¡no lo olvides!

—¡Voy a ser padre! —A Karl se le hinchó el pecho con aquellas palabras. Julie había esperado unas cuatro semanas para comunicarle la buena noticia. Por un momento, Karl se quedó pensativo, elucubrando sobre dónde y cómo…; luego, sonrió satisfecho.

—¡Oh, qué bien! —La alegría de Martina por Julie parecía sincera cuando se lo comunicaron al resto de la familia. Desde que Martin había llegado al mundo, la relación entre Julie y Martina se había distendido mucho.

Pieter, en cambio, torció el gesto con disgusto. Julie abrigaba la esperanza de que ni Karl ni Pieter hicieran cuentas en cuanto a la duración del embarazo. Casi había esperado demasiado. Dentro de pocas semanas tendría una buena barriga.

Con el anuncio del embarazo, cambió el ambiente en casa de los Leevken. Amru y Kiri estaban más relajadas y la relación entre Julie y Martina continuó siendo bastante tranquila. El único que se mostraba de peor humor era Pieter. Karl, en cambio, estaba de buenas. Para sorpresa de Julie, también cambió su comportamiento hacia ella. Le hablaba en un tono más amable y los días que eran especialmente buenos incluso preguntaba por el estado del bebé. Una mañana dio instrucciones a los esclavos de la casa de que vaciaran la habitación de los niños, que había quedado abandonada. Cuando Julie salió de su dormitorio, intrigada por la inusual actividad que había en la planta superior de la casa, Amru ya estaba descolgando las últimas cortinas.

—¡Masra Karl dice que hay que arreglar la habitación para el nuevo bebé!

Julie estaba sinceramente sorprendida, parecía que su embarazo hubiera logrado retirar la lúgubre sombra que se cernía sobre aquella casa. Disimulaba, como podía, el hecho de que el niño que llevaba en su interior no fuese de Karl. A veces se apoderaba de ella una tremenda nostalgia de Jean, sobre todo cuando Martina y Pieter iban a la ciudad; pero este niño solo podía tener un padre, y era Karl. Se había resistido a aceptarlo durante mucho tiempo, pero era la única solución. No importaba lo que ella sintiera, tenía que ser fuerte por el niño, no podía ceder a sus sentimientos.

Pasadas unas semanas, ya no aguantaba más. Era septiembre y hacía casi cinco meses que no veía a Jean. Por dentro, ardía en deseos de volver a verlo, aunque fuera solo un momento, un instante.

—Bueno, yo también creo que Julie puede venir a la ciudad una vez más, pronto no podrá hacerlo durante un tiempo. —Martina estuvo de su lado, recordaba muy bien la época de después del parto. Julie estaba convencida de que Martina creía en la paternidad de Karl. Realmente, Valerie y Julie habían conseguido mantener en secreto los escasos encuentros furtivos entre ella y Jean. Por una parte, eso la tranquilizaba, pero por otra tenía remordimientos. Ella y su hijo tendrían que convivir siempre con aquellas mentiras.

Esta vez, en la ciudad, a Julie no le resultó tan fácil reservarse un momento para escabullirse. Martina había dado por hecho que Julie también se alojaría en casa de Valerie porque Pieter se quedaba en la plantación. A Julie no le gustaba la idea de dejar allí a Pieter, pero sus ganas de ver a Jean eran más fuertes que la razón.

—¿Qué vas a hacer tú sola en la casa de la ciudad? —dijo Martina y Julie no pudo replicar. De nuevo, fue Valerie quien salió al rescate y, una tarde, se llevó a Martina y a Martin a un salón de café.

—Juliette, estás un poco pálida, tal vez será mejor que descanses un poco —le dijo con firmeza.

Julie asintió agradecida y se retiró a su habitación hasta que la casa estuvo en calma. Sabía que estaba en deuda con su anfitriona. Corrió a llamar a un coche de plaza. Esperaba encontrar a Jean en su casa y que no estuviera trabajando, tenía que verlo sin falta. Cuando, poco después, llegó a su casa, la conciencia la hizo dudar. El embarazo ya era evidente: ¿qué iba a decirle? ¿Debía explicarle que el niño era suyo, o era mejor dejarle creer que Karl era el padre? Antes de que tuviera ocasión de encontrar respuesta a esas preguntas, se abrió la puerta de entrada y la señora Toomson asomó la nariz con expresión de curiosidad.

—Yo… quería ver al señor Riard, ¿está en casa? —balbuceó.

La mulata observó a Julie de arriba abajo y su mirada se detuvo sin disimulo alguno en la barriga de Julie. Luego, la mujer sonrió.

—No, misi, no está.

—¿Y cuándo volverá?

—No tendrá tanta suerte, misi, se fue hace unas semanas. He alquilado la habitación a otro inquilino.

—¿Se ha ido? —preguntó Julie aturdida, mientras miraba fijamente a la mulata—. Pero…

La señora Toomson se encogió de hombros.

—Ni idea. Recogió sus cosas, pagó el último alquiler y se marchó.

—Gracias. —Julie se dio la vuelta y volvió a subir al coche.

Se había ido. ¿Por qué? ¿Y adónde? ¿Se había ido a Europa o a América? ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Es que Julie no era importante para él? Se le formó un nudo en la garganta, pero no fue capaz de llorar.

Al final del embarazo, a Julie la atormentaban unas pesadillas horribles. En sus sueños, admitía ante Karl que el hijo no era suyo, entonces él la echaba de casa y ella, como carecía de recursos, acababa abandonada a su suerte y vagando por la ciudad con el niño. A veces, se despertaba empapada en sudor. Al mismo tiempo, sentía un amor infinito hacia esa pequeña criatura que iba creciendo en su interior. Era su hijo, el hijo de Jean, el único hombre al que realmente había amado, y pensaba proteger a ese niño aunque para ello tuviera que mentir.