CAPÍTULO 4

Karl entrecerró los ojos con gesto encolerizado y Julie se estremeció de forma casi imperceptible porque sabía lo que se avecinaba. Martina se había presentado radiante de alegría en la mesa con la invitación de Valerie en la mano: ahora que Martin ya tenía unos meses, la familia Fiamond insistía en conocer a su bisnieto. Martina contó entusiasmada que hacía mucho tiempo que había tenido que renunciar a los viajes a la ciudad. Pero cuando, con toda naturalidad, añadió que necesitaría que Julie la acompañase, Karl espetó:

—¡No te lo permitiré! —Y fulminó con la mirada a Julie, que se encontraba al otro lado de la mesa—. ¡Para que puedas lanzarte a los brazos de ese contable, no! Tú te quedas aquí.

—¡Pero, padre…! —Martina no estaba dispuesta a rendirse sin luchar, no tanto por Julie como por su propio interés—. ¡Juliette tiene que venir! —replicó, tajante—. ¿Quién va a ocuparse de Martin si no? —Se sentó a la mesa y comenzó a comer. Ella ya había dicho la última palabra, pero no era el caso de su padre.

—Puedes llevarte a tu negra, ella se ocupará.

—¿Liv? Vamos, padre, no digas tonterías, sabes cómo se pone Martin cuando lo dejo con Liv.

Liv se había convertido en la sombra viviente de Martina. Hacía todas las tareas con diligencia y soportaba las constantes críticas de Martina con estoicismo. Sin embargo, era cierto que Liv tenía sus batallas con el hijo de su misi, pues Martin gritaba en sus brazos como un loco. En realidad, continuaba sin consentir que lo cogiera nadie salvo Martina y Julie.

—Entonces que te ayude Pieter.

Pieter carraspeó.

—Bueno, Karl, yo creo…

Karl hizo un gesto desdeñoso con la mano. No ocultaba que era consciente de la ineptitud de su yerno para la paternidad.

—Entonces te quedas aquí, Martina —dijo con aspereza, y con eso dio por concluida la conversación.

En ese momento, Martina explotó.

—¡Padre! ¡No puedes privar a la abuela de ver a su bisnieto para siempre! ¡La gente de la ciudad ya ha empezado a hacer comentarios!

Karl levantó la mirada.

—¿Quién dice eso, tu tía? —Sabía perfectamente que después de la escena nocturna en la boda de Martina se habían desatado ciertos rumores.

—Vamos, padre, por favor, me gustaría ir a la ciudad y…

—¡En ese caso iremos todos juntos! —Karl se levantó decidido y salió de la habitación.

—¿Iremos? —Martina miró asombrada a Julie, que se limitó a encogerse de hombros.

Esa vez fueron dos barcas las que salieron de Rozenburg un martes de febrero. En la primera, viajaban Martina, Martin, Pieter y Liv, además de una cantidad enorme de equipaje, sobre todo para el bebé; en la otra, iban Julie, Karl, Kiri y, sorprendentemente, Aiku, al que Karl solía dejar en la plantación durante sus visitas semanales a la ciudad.

Desde el balcón de la casa, Julie lanzó una mirada nostálgica a la calle. Karl no la iba a llevar a ningún lugar de la ciudad, de eso estaba segura, pero tampoco pensaba dejarla sola.

No cabía esperar ningún cambio por parte de Martina. Nada más llegar, había tomado un coche hasta la casa de los Fiamond y le había comunicado a su padre que se alojaría con Valerie, bajo el pretexto de que no podía estar llevando a Martin de aquí para allá constantemente. Karl había soltado un gruñido, pero había aceptado la decisión.

Julie ya se había resignado a que aquella estancia en la ciudad sería para ella como una obra de teatro que contemplaría desde el balcón de la casa cuando, de pronto, Foni anunció la llegada de un joven esclavo, menudo y desgarbado. El muchacho se miró cohibido los pies descalzos y entregó con actitud sumisa un mensaje para misi Juliette. De pronto, a Julie le dio un vuelco el corazón. Le entregó una naranja al joven esclavo, le dio las gracias y le ordenó que se retirara. ¿Sería un mensaje de Jean? ¿Sabría que estaba en la ciudad? No, no se atrevería a comunicarse con ella mientras Karl estuviera en casa. Cuando se dirigió al salón le flaqueaban las piernas. Se sentó en la butaca y, con dedos temblorosos, abrió el sobre y observó la caligrafía de una mujer. Julie se quedó estupefacta por un instante. Karl, malhumorado, levantó la mirada del periódico.

—¿De quién es?

Julie percibió su recelo. Él daba por supuesto que Julie estaba aguardando la oportunidad de verse con Jean.

Julie paseó la mirada hasta el final de la hoja.

—¡De Martina! —Enseguida pensó en Martin: ¿le pasaría algo al niño? Julie sintió que lo echaba de menos. Ella también había estado con él desde que había nacido, añoraba su olor dulce, e incluso el pañuelo lleno de baba en el hombro. Leyó en diagonal la nota, pero no encontró pistas más concretas. Martina solo escribía que le gustaría que Julie hiciera una visita a los Fiamond lo antes posible.

—Vaya. —Karl reflexionó un momento antes de comunicar su decisión a Julie. En su voz se apreciaba claramente que no le gustaba la propuesta de su hija.

—Bien, ve con Martina, Juliette. Aiku te acompañará. —El énfasis en su voz era claro: Aiku tenía que vigilar a Julie.

Luego se levantó.

—Entonces, yo…

A Julie no la sorprendió que Karl no abandonara su costumbre de visitar a Suzanna aunque toda su familia estuviera en la ciudad. Julie incluso respiró aliviada, en silencio. Así, por lo menos, Karl se ausentaría durante cuarenta y ocho horas.

Julie le dio instrucciones a Kiri para que empaquetara algunas cosas. Si Martina exigía que fuera, tenía que ser urgente, ¿tal vez ella o Martin estaban enfermos? Quizá tendría que quedarse más tiempo con los Fiamond, así que sería mejor que se llevara algunas cosas.

Poco después, Julie se puso en camino, y Aiku y Kiri siguieron el coche a pie. Al pasar, Julie contemplaba distraída las flores blancas del azahar de Orangebaumallee. Sus pensamientos siempre desembocaban en Jean y la tarde que habían pasado en el parque, cuando los naranjos estaban en flor… El cielo nocturno estaba repleto de innumerables estrellas cuando… Julie suspiró. Por mucho que se esforzara, no conseguía quitarse a ese hombre de la cabeza.

En casa de los Fiamond, Valerie salió a recibir a Julie, que estaba muy nerviosa.

—¡Valerie! ¿Le pasa algo al niño? ¿O… Martina? —susurró con cuidado, al ver que el niño dormía en brazos de Valerie.

Valerie hizo una señal a Kiri y Aiku con la mano que tenía libre para indicarles que salieran de la habitación. Luego sonrió.

—No, no te preocupes, todo va bien —respondió mientras mecía al niño con suavidad. Julie se acercó y acarició con ternura las mejillas de Martin. Luego miró a Valerie a los ojos.

—Entonces, ¿por qué me habéis hecho llamar?

—Juliette, imaginaba que con Karl en la casa de la ciudad te aburrirías —le explicó Valerie con un guiño de complicidad—. ¡Así que pensé que aquí estarías más distraída!

Julie sonrió. Karl no iría allí bajo ningún concepto, en eso Valerie tenía razón.

—Y esta tarde quería hacer una excursión al parque, ¿te apetece venir? —Una inmensa alegría se apoderó de Julie, que al mismo tiempo se sintió liberada.

Pasadas unas horas, las tres mujeres partieron contentas con el bebé. Cuando, poco después, se encontraron con Jean como por casualidad, Julie empezó a sospechar que Valerie había urdido aquel encuentro. Nada más verlo, le dio un vuelco el corazón y, cuando intercambió una mirada con él, notó que le flaqueaban las rodillas. Inmediatamente, Jean desvió la mirada para saludar a las damas.

—¡Julie! Mevrouw Fiamond, mevrouw Brick. Me alegro de verlas. —Su voz traslucía un entusiasmo notable. Valerie le devolvió el saludo con afecto y por un momento a Julie le dio la sensación de que le guiñaba el ojo. Solo Martina parecía un tanto consternada.

En aquel momento, Martin dejó escapar un leve chillido desde la cesta.

Valerie reaccionó al instante.

—Vaya, creo que tiene hambre. ¿Martina? Tal vez será mejor que nos busquemos un lugar tranquilo… ¡Aiku, por favor, tráeme la sombrilla! Juliette, ¿tal vez te gustaría caminar un rato con mijnheer Riard mientras nosotras nos ocupamos de Martin?

Martina hizo ademán de protestar, pero no dijo nada; Aiku tampoco paraba de mirar con indecisión a Julie y Valerie, pero se concentró en la tarea que le acababan de encomendar y llevó la sombrilla detrás de Valerie.

En un abrir y cerrar de ojos, Jean la agarró del brazo y la llevó a una parte tranquila del jardín público. Kiri andaba detrás de su misi a una distancia prudencial. Julie miró un segundo a su alrededor. ¿Y si la veía alguien? Sin embargo, enseguida desterró esa preocupación. ¿Cuánto tiempo llevaba soñando con aquel momento? Sentía una profunda felicidad. Todo su ser añoraba estar cerca de él y ahora adivinaba su mirada sobre ella.

—Te he echado de menos. —Le sonrió.

Julie tragó saliva.

—Jean, lo siento. En la boda…, no sé qué le ocurrió a Karl. Alguien debió de… ¿A qué te dedicas ahora?

—Vamos, Julie, no te preocupes. Ya me las arreglaré, siempre se necesitan contables. —Bajó la voz—. Tu marido…, quiero decir, ¿Karl te…?

Julie bajó la mirada.

—Bueno, Jean, Karl… estaba terriblemente celoso. —Notó que el recuerdo amenazaba con superarla y que las lágrimas le anegaban los ojos. No, no quería hablar de ello, aquello pertenecía al pasado. Ahora, en aquel momento, estaba allí, con Jean. Tragó saliva y se recompuso como pudo—. Martina recibió una invitación de los Fiamond y quiso sin falta que la acompañara, la verdad es que con el niño es un poco difícil. Al principio, Karl se negaba a que viajáramos a la ciudad, pero no podía impedir eternamente que los Fiamond vieran al bebé. Así que ha venido también y le ha encargado a Aiku que me vigile. —Sonrió—. Bueno, excepto ahora que… Valerie le ha encargado… —Le lanzó una mirada inquisitiva—. Dime, Jean: ¿estaba preparado?

Jean sonrió satisfecho.

—Digámoslo así: la casualidad quiso que hace unos días me encontrara a la señora Fiamond y entonces…

—¡Entonces sí! —Julie sacudió la cabeza en un gesto de fingida indignación. En ese momento, sintió un agradecimiento infinito hacia Valerie.

—Julie, simplemente necesitaba volver a verte —dijo Jean con insistencia. Su mirada, clavada profundamente en ella, reflejaba un enorme deseo. Luego, él la llevó con suavidad debajo de una pérgola sombreada y le acarició las mejillas con ternura.

—¡Jean, no! Nosotros… —Julie miró alrededor, frenética. Ya no veía a Kiri, que se había quedado, muy prudente, en el camino principal, a la espera de que su misi volviera a aparecer.

—Julie, deberíamos vernos más a menudo —dijo Jean en tono suplicante—. La señora Fiamond me explicó que tal vez ahora vendrías con más frecuencia a la ciudad con Martina.

Julie se sentía dividida. Su mayor deseo era pasar cada minuto con Jean, pero por otro lado… No quería ni pensar qué ocurriría si Karl llegaba a saber de sus encuentros.

—¡Jean, no puede ser! ¡Si Karl se entera…! ¿Martina le dirá…?

—Karl no lo sabrá —insistió Jean—. Siempre y cuando digas que estás con los Fiamond. Allí no te buscará. Además, aunque esté en la ciudad, la casa de su… está en la otra punta, y allí está muy ocupado.

Julie dudaba. Sonaba convincente, pero existía otro riesgo: ¿y si alguien los veía?

—¿Y qué pasa con Martina y Pieter?

Jean la estrechó entre sus brazos, le acarició el rostro con las manos y le dio un beso. Luego apoyó la frente un momento en la suya y la miró a los ojos.

—¡No hay peros que valgan, Julie, quiero volver a verte! ¡Por favor! La señora Fiamond se ocupará de los dos, de eso estoy seguro.

—¿Y Aiku…?

—No te preocupes por él. —Jean esbozó una sonrisa elocuente—. No tienes que temer por él, no te delatará.

Por supuesto, Aiku no podía decirle de viva voz a Karl dónde había estado Julie ni a quién veía, pero ella no estaba del todo segura de que el esclavo no fuera a encontrar otra vía para proporcionarle a su masra la información que deseaba. Jean percibió sus dudas y la miró a los ojos.

—Julie, Aiku sería la última persona que nos delataría. Odia a Karl.

Julie lo miró, atónita. No lo sabía. Hasta el momento había notado que Aiku sentía un fuerte rechazo hacia su amo, pero al fin y al cabo le servía todo el día con actitud reverente. Obviamente, Karl no lo trataba bien, pero mientras Aiku no cometiera ningún error… De todas formas, antes de que pudiera preguntarle nada a Jean, él la tomó de la mano.

—Vamos, es hora de irnos —susurró y volvió con ella al camino para regresar con Martina, Valerie y el niño, que habían encontrado una sombra bajo un árbol. Martina estaba jugando con el niño, que pataleaba, contento, sobre una manta. Valerie sonrió a Julie con alegría cuando esta se acercó a ellos con Jean.

—Ah, aquí estáis de nuevo; Martin ya está saciado, así que podemos continuar. ¿Nos acompaña un rato, mijnheer Riard?

—Lo siento, mevrouw Fiamond, pero debo irme. Ha sido un placer verla, mevrouw Brick. —Jean se despidió con educación de las damas, y a Julie le dedicó una larga mirada.

—¡Hasta pronto, Julie!

Después de que Julie regresara a la plantación, Jean y ella no se vieron mucho, pues Karl le negaba con frecuencia el deseo de viajar a la ciudad. Solo cuando Martina insistía, se ablandaba y les daba permiso para que pasaran allí el día. Cada vez que Julie veía a Jean le costaba más renunciar a su compañía.

—¿No crees que podrías venir más a menudo a la ciudad? —Julie advirtió el tono de apremio en su voz, pero no podía correr el riesgo de que Karl sospechara algo. El esfuerzo ya era suficientemente grande: en cada ocasión, para poder pasar un rato a solas con Jean, tenía que dar un rodeo mediante Valerie, dejar a Aiku con los Fiamond, a poder ser dejar también a Kiri ocupada allí y encargarse de que Martina estuviera distraída. Kiri no representaba un peligro, ya que siempre despedía a su misi con una sonrisa de complicidad, pero Julie no se atrevía a pasar fuera más que unas horas.

Aquel día dudó cuando Jean le pidió que fuera a su casa. Ya le había replicado alguna vez que era mejor que se vieran en lugares tranquilos pero públicos. Él nunca la presionaba, pero en esos sitios no podían estar tan juntos como ambos deseaban en silencio. Era abril, la estación de las lluvias, y resultaba casi imposible estar al aire libre, de modo que, finalmente, aquel día Julie accedió a seguirlo hasta casa. Cuando pasaron ante los caseros de Jean, Julie se sonrojó.

—Mevrouw Toomson —dijo y le hizo un gesto amable, como si no advirtiera su mirada de curiosidad. Julie no podía evitar tener la sensación de que estaba haciendo algo prohibido e indecente y la elocuente mirada de la anciana mulata no ayudaba mucho.

—No temas, no es una chismosa —dijo Jean intentando calmar a Julie cuando subieron la escalera de madera que conducía al ático del viejo edificio. Sin embargo, ella seguía teniendo sensación de fragilidad. En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Julie se relajó un poco y miró intrigada a su alrededor.

La casa era pequeña y estaba amueblada con austeridad: una mesa, una silla, una cama y una estantería que se tambaleaba y servía de armario. Julie sintió remordimientos: ¿de verdad Jean podía vivir sin el trabajo bien pagado de la plantación? Con un poco de suerte, Karl no habría hecho correr rumores sobre él, esas cosas en la colonia se propagaban como un reguero de pólvora. Nadie querría contratar a un contable que perseguía a las mujeres de los dueños de las plantaciones. Siempre que sacaba el tema a colación, Jean se apresuraba a cambiar de conversación. Le decía que no tenía de qué preocuparse, pero Julie se había fijado en que pocas veces la invitaba a tomar algo y en que tenía la ropa cada vez más desgastada.

En aquel momento, él le quitó el pañuelo que se había puesto sobre el pelo y los hombros para protegerse de la lluvia y lo colgó con cuidado en el respaldo de la única silla de la habitación.

—Siéntate —le dijo con una sonrisa. Julie tomó asiento en la silla, algo cohibida—. Julie… —Se colocó en cuclillas delante de ella, le agarró las manos y le besó con ternura la punta de los dedos. Julie sintió un agradable estremecimiento. Aparte de un beso furtivo o una leve caricia, hasta entonces siempre habían evitado acercarse más; sus encuentros clandestinos ya eran lo bastante atrevidos. Se inclinó hacia delante para besarlo en la boca, al principio con reservas, luego cada vez con más energía.

Jean le acarició el cuello y recorrió con la punta de los dedos el escote de su vestido. Julie reaccionó con un ligero temblor y sintió que la respiración se le aceleraba. Todo su ser anhelaba sus caricias, pero en el fondo sentía miedo. Todo lo que sabía de las relaciones entre hombres y mujeres lo había aprendido con Karl, pero no recordaba que su cuerpo hubiera reaccionado así a sus caricias. Él era brusco, se mostraba rudo, impaciente y dominante. Jean, en cambio… Julie le agradeció que le respetara sus tiempos. Sentía que podía decir «no» en cualquier momento, aunque no tenía la menor intención de hacerlo. Cuanto más intensas eran sus caricias, más se acercaba su cuerpo al de Jean.

Él le tiró de las piernas con suavidad y le abrió el vestido. Se lo fue quitando mientras la cubría de besos. Julie arrimó su cuerpo desnudo al de él: quería tenerlo cerca, sentirlo. Jean no podía ocultar su excitación y la atrajo hacia sí. Muy abrazados, se dejaron caer en la estrecha cama. Julie lo ayudó a quitarse la camisa: tenía la piel caliente y suave. Le acarició el torso con los dedos, luego dibujó las líneas de su espalda musculosa. Su cuerpo era más propio de un obrero que de un oficinista. ¿Siempre había sido tan fuerte? Olvidó la idea cuando él empezó a acariciarle los pechos. Ya no le importaba otra cosa, estaba mareada de felicidad.

—Te quiero. —Jean le apartó con ternura un mechón empapado en sudor de la frente. Estaban tumbados, muy juntos. Julie evitó su mirada.

—Jean… Ya sabes que nosotros no…

Él se apartó un poco y se quedó tendido bocarriba.

—Sí, ya lo sé. Estás casada. ¡Pero aun así…!

Julie notó que la magia de las últimas horas se desvanecía de repente. Aun así, eran una pareja, habían sido un solo ser, y ahora se alzaba entre ellos el muro inquebrantable del matrimonio de Julie.

—Tal vez podamos encontrar una manera de que te puedas separar de Karl. —Jean parecía tomarse en serio esa posibilidad.

—¿Crees que no lo he pensado? —le susurró Julie.

—Podríamos escapar y empezar de nuevo en otro lugar, ¡podríamos tener nuestra propia plantación! —Jean parecía realmente entusiasmado.

—Vamos, Jean. —Julie le dio un empujoncito—. ¿Y de qué viviríamos? Yo no tengo recursos sin Karl y tú… —Jean se estremeció al ver que ella paseaba la mirada por la habitación.

—Lo conseguiré, ganaré dinero suficiente para mantenernos a los dos —le dijo él con rotundidad.

Julie soltó un leve suspiro.

—Sí, tal vez… algún día.

Julie no veía salida a aquella situación. Abatida, hundió la cabeza en la almohada.